Comentario
Los intereses franceses en el Próximo Oriente evolucionaron de la mano de Georges Clemenceau, que había llegado a la jefatura del Gobierno en noviembre de 1917. Aunque casi octogenario, El Tigre intuía que los territorios incluidos en el acuerdo Sykes-Picot, podrían convertirse en un avispero para Francia y que para controlar una extensión tan amplia, poblada y compleja como los wilayatos otomanos de Siria, Alepo, sería imprescindible una compleja administración colonial respaldada por una fuerte presencia militar... Eso supondría cargas económicas y políticas muy gravosas para Francia. Por eso renunció a la Gran Siria, contentándose con la Siria útil, suficiente bocado para satisfacer el apetito colonialista francés.
Clemenceau viajó a Londres el 11 de diciembre de 1920 y allí se entrevistó con el premier Lloyd George. Maurice Hankey, secretario del Gobierno británico, narró en su diario aquel encuentro, que tuvo lugar en la embajada de Francia:
-Bien, ¿de qué tenemos que hablar?, dijo Clemenceau cuando estuvieron solos.
- De Mesopotamia y Palestina, respondió Lloyd George.
- ¿Qué es lo que quiere?
- Quiero Mosul.
- La tendrá. ¿Nada más?
- Sí, también quiero Jerusalén.
- La tendrá.
(...) Clemenceau, que siempre ha sido inflexible, nunca se echó atrás..." (Henry Laurens, citando a S. Roskill). Las renuncias de Clemenceau no eran altruistas: se las cobraría en petróleo.
Mientras Wilson y su política eran marginados por el aislacionismo norteamericano, en Europa se sucedían las conferencias manejadas por París y Londres. La de San Remo reconocía el dominio de Francia sobre los actuales territorios de Siria y Líbano, cuyos límites fueron fijados entre Gran Bretaña y Francia el 23 de diciembre de 1920, es decir, doce días después del paso de Clemenceau por Londres. Feisal, instalado en Damasco desde 1918, era derrotado y expulsado de Siria. La misma conferencia confirió a Gran Bretaña el control de Irak y la Sociedad de Naciones, en 1922, le entregó el mandato de Palestina.