Época: Conflictos del Golfo
Inicio: Año 1980
Fin: Año 2005

Antecedente:
Irak en el punto de mira



Comentario

Sólo en abril de 1995 se autorizó a Bagdad a vender petróleo por valor de 2.000 millones de dólares al semestre, a cambio de alimentos y medicinas; una forma de paliar los duros efectos del embargo sobre la población civil, según denuncias de numerosas ONG's internacionales.
La excepcionalidad de la situación iraquí, uno de los países más importantes de Oriente Próximo, segundo Estado en reservas petrolíferas del globo y con una posición estratégica de primer orden, no debía mantenerse de forma indefinida. Desde el mismo final de la Guerra del Golfo, un sector de la administración estadounidense defendió la necesidad de terminar con el régimen de Saddam Hussein. En noviembre de 1997, el entonces presidente Clinton llegó incluso a establecer este horizonte como objetivo oficial de su política exterior.

Los acontecimientos del 11 de septiembre reforzaron aquellas tesis y, una vez más, un cambio drástico en el escenario mundial volvió a situar a Saddam en el centro del huracán, en esta ocasión, como supuesto responsable o instigador de acciones terroristas internacionales. En la primera semana de marzo, el premier Major hacía varias declaraciones de inequívoca interpretación: "Iraq sigue produciendo armas de destrucción masiva, provocando una grave amenaza que resolveremos de inmediato"; "Iraq constituye una amenaza no sólo para la región, sino para el mundo entero"; refiriéndose al objetivo de la reunión que en abril mantendría con el presidente Bush en Washington: "Servirá para poner a punto la segunda fase de la guerra contra el terrorismo, con la acción contra Iraq" como asunto prioritario.

La resolución de la Guerra de Afganistán dio alas a los sectores republicanos más conservadores de Estados Unidos, pese a la oposición de la Unión Europea, Rusia y la totalidad de los países árabes, quienes, pese a las escasas simpatías personales que despertaba Saddam, se negaron a dar su bendición a una guerra. La metodología seguida con éxito en el centro de Asia inspiró los planes norteamericanos para la Guerra de Iraq: la temida desmembración de Iraq sería evitada con la formación de un Gobierno de coalición de grupos opositores que incluiría a kurdos y shiís, a la manera de Afganistán. La actuación contra Iraq también serviría para que el segundo país del Eje del mal, Irán, sintiera en su nuca el aliento cercano de las huestes del Tío Sam; por no hablar de la tentación que supone el control directo de una parte esencial de la producción petrolífera mundial. Las contrapartidas posibles a planes tan optimistas serían el aumento brutal del precio del crudo y la posible desestabilización de todo el mapa de Oriente Próximo.