Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
HISTORIA DEL ALMIRANTE



Comentario

Cómo el Almirante salió para Castilla, y por una gran tempestad se separó de su compañía la carabela Pinta


Miércoles, que fue 16 de Enero del año 1493, con buen tiempo, el Almirante salió del mencionado Golfo de las Flechas, que ahora llamamos de Samaná, con rumbo a Castilla; porque ya las dos carabelas hacían mucha agua y era muy grande el trabajo que se padecía en remediarlas; fue la última tierra que se perdió de vista el Cabe, de San Telmo; veinte leguas hacia Nordeste, vieron mucha hierba de aquella otra, y veinte leguas más adelante, hallaron el mar casi cubierto de atunes pequeños, de los que vieron también un gran número los dos días siguientes, que fueron el 19 y el 20 de Enero, y muchas aves de mar; todavía, la hierba seguía en hiladas del Este a Oeste, juntamente con las corrientes, porque ya sabían que éstas toman la hierba de muy lejos, como quiera que no siguen constantemente un camino, pues unas veces van hacia una parte y otras hacia otra; y esto sucedía casi todos los días, hasta pasada casi la mitad del mar. Siguiendo luego su camino con buenos vientos, corrieron tanto que, al parecer de los pilotos, el 9 de Febrero, estaban hacia el Sur de las islas de los Azores, Pero el Almirante decía que estaba más a la derecha, cuarenta leguas, y esta es la verdad, porque aún encontraban hiladas de mucha hierba, la cual, yendo a las Indias no habían visto hasta estar 263 leguas al Occidente de la isla del Hierro. Navegando así con buen tiempo, de día en día comenzó a crecer el viento, y el mar a ensoberbecerse, de modo que con gran fatiga lo podían soportar. Por lo cual, el jueves, a 14 de Febrero, corrían, de noche, donde la fuerza del viento los llevaba, y como la carabela Pinta, en la que iba Pinzón, no se podía sostener tanto en el mar, se fue derechamente al Norte, con viento Sur, y el Almirante siguió a Nordeste para acercarse más a España; lo cual, por la obscuridad, no pudieron hacer los de la carabela Pinta, aunque el Almirante llevaba siempre su farol encendido. Así, cuando fue de día, se encontraron del todo perdidos de vista el uno del otro. Y tenía por cierto cada uno, que los otros habían naufragado; por cuyos motivos, encomendándose a las oraciones y a la religión, los del Almirante echaron a suerte el voto de que uno de ellos fuese en peregrinación por todos a Nuestra Señora de Guadalupe; y tocó la suerte al Almirante. Después sortearon otro peregrino para Nuestra Señora del Loreto, y cayó la suerte a un marinero del puerto de Santa María de Santoña, llamado Pedro de la Villa. Luego, echaron suertes sobre un tercer peregrino que fuese a velar una noche en Santa Clara de Moguer, y tocó también al Almirante. Pero creciendo todavía la tormenta, todos los de la carabela hicieron voto de ir descalzos y en camisa a hacer oración, en la primera tierra que encontrasen, a una iglesia de la advocación de la Virgen. Aparte de estos votos generales, se hicieron otros muchos de personas particulares; porque la tormenta era ya muy grande y el navío del Almirante la soportaba difícilmente, por falta de lastre, que se había disminuido con los bastimentos gastados. Como remedio de lastre, pensaron que sería bien llenar de agua del mar, todos los toneles que tenían vacíos, lo cual que de alguna ayuda e hizo que se pudiese sustentar mejor el navío, sin peligro tan grande de voltear. De tan áspera tempestad, escribe el Almirante estas palabras: "yo habría soportado esta tormenta con menor pena, si solamente hubiese estado en peligro mi persona, tanto porque yo sé que soy deudor de la vida al Sumo Creador, como también porque otras veces me he hallado tan próximo a la muerte, que el menor paso era lo que quedaba para sufrirla. Pero, lo que me ocasionaba infinito dolor y congoja, era el considerar que, después que a Nuestro Señor le había placido iluminarme con la fe y con la certeza de esta empresa, de la que me había dado ya la victoria, cuando mis contradictores quedarían desmentidos, y Vuestras Altezas servidas por mí, con gloria y acrecentamiento de su alto estado, quisiera Su Divina Majestad impedir esto, con mi muerte; la que todavía sería más tolerable si no sobreviniese también a la gente que llevé conmigo, con promesa de un éxito muy próspero. Los cuales, viéndose en tanta aflicción, no sólo renegaban de su venida, sino también del miedo y del freno que por mis persuasiones tuvieron, para no volver atrás del camino, según que muchas veces estuvieron resueltos de hacer. A más de todo esto, se me redoblaba el dolor al ponérseme delante de los ojos el recuerdo de dos hijos que había dejado al estudio en Córdoba, abandonados de socorro y en país extraño, y sin haber yo hecho, o al menos sin que fue manifiesto, mi servicio, por el que se pudiese esperar que Vuestras Altezas tendrían memoria de aquéllos. Y aunque de otro lado me confortase la fe que yo tenía de que Nuestro Señor no permitiría que una cosa de tanta exaltación de su Iglesia, que yo había llevado a cabo con tanta contrariedad y trabajos, quedase imperfecta y yo quedara deshecho; de otra parte, pensaba que por mis deméritos, o porque yo no gozase de tanta gloria en este mundo, le agradaba humillarme, y así, confuso en mí mismo, pensaba en la suerte de Vuestras Altezas, que, aun muriendo yo, o hundiéndose el navío, podrían hallar manera de no perder la conseguida victoria, y que sería posible que por cualquier camino llegara a vuestra noticia el éxito de mi viaje; por lo cual, escribí en un pergamino, con la brevedad que el tiempo demandaba, cómo yo dejaba descubiertas aquellas tierras que les había prometido; en cuántos días, y por qué camino lo había logrado; la bondad del país y la condición de sus habitantes, y cómo quedaban los vasallos de Vuestras Altezas en posesión de todo lo que por mí se había descubierto, Cuya escritura, cerrada y sellada, enderecé a Vuestras Altezas con el porte, es a saber: promesa de mil ducados a aquel que la presentara sin abrir; a fin de que si hombres extranjeros la encontrasen, no se valiesen del aviso que dentro había, con la verdad del porte. Muy luego, hice llevar un gran barril, y habiendo envuelto la escritura en una tela encerada, y metido ésta dentro de una torta u hogaza de cera, la puse en el barril, bien sujeto con sus cercos, y lo eché al mar, creyendo todos que sería alguna devoción; y porque pensé que podría suceder que no llegase a salvamento, y los navíos aún caminaban para acercarse a Castilla, hice otro atado semejante al primero, y lo puso en lo alto de la popa, para que sumergiéndose el navío, quedase el barril sobre las olas al arbitrio de la tormenta."