Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
HISTORIA DEL ALMIRANTE



Comentario

Cómo el Almirante navegó hacia la isla Española


Viernes, a 13 de Junio, viendo el Almirante que la costa de Cuba se extendía mucho al Occidente; que su navegación era dificilísima por la innumerable multitud de isletas y bancos que había en todas partes, y que ya le comenzaban a faltar los bastimentos, por lo que no podía continuar el viaje según su propósito, resolvió tornar a la isla Española, a la villa que había dejado en sus comienzos. Para proveerse de agua y de leña se acercó a la isla del Evangelista, que tiene alrededor treinta leguas, y dista 700 leguas del comienzo de la Dominica. Luego que se proveyó de cuanto le hacía falta, enderezó su camino con rumbo al Mediodía, con esperanza de hallar mejor salida por aquella vía; yendo por el canal que le pareció más limpio y menos embarazoso, después de navegar unas cuantas leguas, lo halló cerrado, de lo cual recibió la gente no poco dolor y miedo, viéndose casi del todo cercada, y sin bastimentos ni alivio alguno. Pero como el Almirante era prudente y animoso, vista la debilidad de su gente, dijo con rostro alegre que daba muchas gracias a Dios, porque le constreñía a volver de donde habían llegado; como quiera que si continuasen el viaje por la ruta que tenía intención de seguir, tal vez aconteciese que se viesen intrincados en parte que el remedio sería muy difícil, y en tiempo que ya no tuviesen navíos ni vituallas para volver atrás, lo que entonces podían hacer fácilmente. Así, con mucho consuelo y satisfacción de todos, se encaminaron a la isla del Evangelista, donde antes había tomado agua, y el miércoles, a 25 de Junio, salió de aquélla hacia el Noroeste, con rumbo a ciertas isletas que se veían a cinco leguas de distancia. Pasando algunas leguas más adelante, llegó a un mar tan manchado de verde y blanco que del todo parecía un bajo, si bien tenía dos brazas de fondo; por este caminó siete leguas hasta que halló otro mar blanco como leche, que le causó mucho asombro, siendo como era el agua muy espesa. Este mar deslumbraba a cuantos lo veían, y parecía que todo él era un banco de arena, sin fondo que bastase a los navíos, aunque realmente había allí unas tres brazas de agua. Después que navegó por aquel mar el espacio de cuatro leguas, llegó a otro que era negro como tinta, con cinco brazas de profundidad, y por aquél navegó hasta llegar a Cuba; de donde, siguiendo la vía de Levante, con escasísimos y por canales y bajos de arena, el 30 de Junio, mientras escribía la relación de aquel viaje, dio en el fondo su navío tan fuertemente, que, no pudiendo sacarlo afuera con las áncoras ni con otros ingenios, quiso Dios que fuera sacado por la proa, si bien con bastante daño por los golpes que había dado en le suelo. Salido al fin con el auxilio de Dios, navegó como le permitían el viento y los bajos, siempre por un mar muy blanco con dos brazas de fondo, que no crecía, ni menguaba sino cuando se acercaba mucho a uno de dichos bancos, donde carecía de bastante fondo. A más de este impedimento, todos los días, a la puesta del sol, le molestaban diversas lluvias que se engendran en aquellas montañas de las lagunas que hay junto al mar; por dichas lluvias padeció grande incomodidad y molestia, hasta que de nuevo se acercó por Oriente a la isla de Cuba, donde había estado en su primer camino. Allí, lo mismo que en su anterior venida, salía un olor como de flores de grandísima suavidad.

El 7 de Julio bajó a oír misa en tierra, donde se le acercó un cacique viejo, señor de aquella provincia, el cual estuvo muy atento a la misa; y acabada ésta, por señas y como mejor pudo, dijo que era cosa muy laudable dar gracias a Dios, porque el alma, siendo buena, irá al cielo; el cuerpo quedará en la tierra; y las almas de los malos bajarán al infierno. Entre otras cosas dijo que había estado en la isla Española, donde conocía los indios principales; también en Jamaica; que había andado no poco por el Occidente de Cuba, y que el cacique de aquella región vestía como sacerdote.