Comentario
Cómo el Almirante salió de Castilla y fue a descubrir la tierra firme de Paria
Continuando el Almirante su expedición a costa de mucho trabajo y con gran diligencia, el 30 de Mayo del año 1498, alzó velas en el puerto de Sanlúcar de Barrameda, con seis navíos cargados de bastimentos y de otras cosas necesarias para la provisión y socorro de la gente y pobladores de la Española. Y el jueves, a 7 de Junio, llegó a la isla de Porto Santo, donde oyó misa y se quedó para proveerse de agua, de leña y de todo lo que necesitaba. Luego que anocheció, aquel mismo día siguió su camino con rumbo a la isla de Madera, donde llegó el domingo siguiente, a 10 de Junio. Allí, en la ciudad de Funchal, le fue hecho mucho agasajo y grato acogimiento por el capitán de la isla, con el que se detuvo algunos días para proveerse de lo necesario, hasta el sábado después de mediodía, que alzó las velas; martes, a 19 de Junio, llegaron a la Gomera, donde estaba un navío francés que había apresado dos naves castellanas, el cual, vista la armada del Almirante, huyó con éstas. El Almirante, creyendo que serían navíos mercantes y que por miedo se escapaban creyendo que los nuestros eran franceses, no se cuidó de seguirlos; pero que estando ya alejados, supo de cierto lo que aquello era, y envió tras de ellos tres navíos de los suyos, por miedo de los cuales, los franceses dejaron una de las naos apresadas, y huyeron las otras dos, sin que los del Almirante pudiesen darles alcance. Y habrían también cogido la otra si no la abandonasen; porque, cuando el Almirante se presentó en el puerto, por miedo y turbación no tuvieron tiempo de proveerla de la tripulación necesaria. de tal modo que no había dentro más que cuatro franceses y seis españoles de los que fueron presos con el mismo navío, y los españoles, visto el socorro, se levantaron contra los franceses, y poniéndolos bajo cubierta, con ayuda de los navíos del Almirante volvieron con el suyo al puerto; y el Almirante lo mandó restituir a su patrón. Y aún habría castigado a los franceses si no interpusiera su autoridad el gobernador Álvaro de Lugo, y todos los de la tierra, que le pedían se los diese a cambio de seis vecinos que el francés llevaba prisioneros; el Almirante se los cedió gustosamente.
Después, apresurando su viaje, el jueves, a 21 de Junio, navegó con rumbo a la isla del Hierro; y allí, de seis navios que llevaba en su armada, resolvió mandar tres a la Española, y, con los otros tres, ir él hacia las islas de Cabo Verde, para desde allí seguir derecho su camino y descubrir la tierra firme. Con tal propósito nombró un capitán en cada uno de los navíos que mandaba a la isla Española. Uno de aquellos fue Pedro de Arana, primo del Arana que murió en la isla Española; otro, Alfonso Sánchez de Carvajal, vecino de Baeza; el tercero, Juan Antonio Colombo, primo del Almirante. Dióles particular instrucción de lo que habían de hacer, disponiendo que cada uno tuviese el gobierno general una semana. Dada esta orden, emprendió su viaje con rumbo a las islas de Cabo Verde, y dichos capitanes salieron para la Española. Como el clima por donde viajaba era en aquel tiempo malsano, el Almirante fue súbitamente acometido de un gravísimo dolor de gota en una pierna; y a los cuatro días le sobrevino una terrible fiebre. Pero no obstante la enfermedad, estaba en su buen seso y anotaba con diligencia todos los espacios que caminaba el navío, y las mutaciones que ocurrían de tiempo, como lo había acostumbrado desde el comienzo del primer viaje.
Siguiendo su rumbo, el miércoles 27 de Junio, vio la isla de la Sal, que es una de las islas de Cabo Verde. Pasando junto a ella, fue a otra que se llama de Buenavista, nombre ciertamente alejado de la verdad, pues es triste y pobre. En ésta echó las anclas en un puerto, a la parte del Oeste, junto a una isleta que hay allí, cerca de seis o siete casas de los que habitan aquella isla, y de leprosos que allí van para curarse de su enfermedad. Y así como los navegantes se regocijan descubriendo tierra, tanto se alegran y gozan los infelices que allí habitan, cuando ven algún navío; por lo cual muy luego fueron a la playa para hablar con los de las barcas que el Almirante mandó a tierra para proveerse de agua y sal. Hay en la isla gran cantidad de cabras. Viendo que aquellos eran castellanos, el portugués que gobernaba la isla en nombre de su Señor, fue pronto a los navíos para hablar con el Almirante y ofrecerle cuanto éste pedía; por lo que el Almirante le dio las gracias y mandó que le fuese hecho mucho agasajo y se le diese algún refresco, pues por la esterilidad de la isla, siempre viven en gran miseria.
Deseando saber el Almirante la manera que tenían los enfermos para curarse, preguntóselo; y dijo aquel hombre que allí el aire y el cielo eran muy templados, y esto era la primera causa de la curación; la segunda procedía de lo que comían, porque acudía allí gran número de tortugas, de las que se alimentan los enfermos, y se untan con su sangre, de modo que en poco tiempo, continuando esta medicina, sanan; pero los que nacieron ya enfermos de este mal, tarden más en curarse. Era el motivo de haber allí tantas tortugas el ser toda la costa una playa arenosa, donde, en los tres meses de Junio, Julio y Agosto, iban las tortugas desde la tierra firme de Etiopía; la mayor parte de las cuales eran del tamaño de una rodela común. Que todas, por la tarde salían a dormir y a poner los huevos en la arena; que los cristianos iban de noche por la playa, con hachones encendidos o con linternas, buscando las huellas que ha dejado en la arena la tortuga, y, hallada ésta, la siguen hasta dar con ella, la cual, cansada por haber andado tanto camino, duerme tan profundamente que no siente al cazador. Este, apenas la encuentra, la deja vuelta con el vientre hacia arriba,.y sin hacerle más daño, pasa a buscar otra; porque las tortugas no pueden volverse, ni moverse del lugar donde las dejan por su mucho peso; luego que han tomado cuantas quieren, vuelven a la mañana, a fin de escoger las que más les agradan; y dejando irse las más pequeñas, se llevan las otras para comérselas.
Con tal miseria viven los enfermos sin que tengan más ocupación ni otra comida, por ser la isla muy seca y estéril, sin árboles ni agua, por lo que solamente la beben de algunos pozos de agua muy gorda y salitrosa. Dijeron que los mismos encargados de guardar la isla, que eran aquel hombre y cuatro compañeros suyos, no tenían otra ocupación que matar cabras, y salarlas para enviarlas a Portugal. Añadían haber tanta abundancia de cabras por los montes, que algún año mataron por valor de tres o cuatro mil ducados; y que todas ellas se habían multiplicado de ocho cabras que llevó el Señor de la isla, llamado Rodrigo Alfonso, escribano de la hacienda del Rey de Portugal. Muchas veces estaban los cazadores cuatro o cinco meses sin comer pan ni otra cosa más que aquella carne y peces, y que por este motivo estimaba mucho el refresco que el Almirante le había hecho dar. Luego, aquel hombre y sus compañeros, con alguna gente de los navíos, fueron a la caza de cabras, pero viendo que se necesitaba mucho tiempo para matar cuantas hacían falta, el Almirante no quiso detenerse más, por la mucha prisa que tenía; y así, el sábado, a la tarde del último día de Junio, salió para la isla de Santiago, que es la principal de las islas de Cabo Verde, donde llegó al día siguiente al anochecer, y se detuvo junto a una iglesia, don de mandó a tierra para comprar algunas vacas y bueyes, y llevarlos vivos a la Española. Pero, vista la dificultad que allí había para proveerse con presteza de lo que deseaba, y el daño que de su tardanza se le seguía, decidió no esperar más; y especialmente, porque temía que enfermase la gente, por ser aquella tierra malsana. Por lo cual escribe que desde que llegó a dichas islas no vio el cielo ni alguna estrella, sino una niebla tan densa y caliente que las tres partes de los moradores de la isla estaban enfermos, y todos tenían mal color.