Comentario
Cómo el Almirante fue al cabo del Arenal, y los de una canoa fueron para hablar con él
Viendo que en el cabo de la Playa no podían tener lengua de la gente de aquella tierra, ni había comodidad para proveerse de toda el agua que necesitaban, sino con gran molestia, y que allí no podían reparar los navíos ni tener bastimentos, al día siguiente, que fue a 2 de Agosto, el Almirante siguió su camino hacia otro cabo que parecía ser el occidental de la isla, y llamólo del Arenal; allí fondeó, pareciéndole que los levantes que corren en aquella parte, no darían tanta fatiga en el ir y volver las barcas a tierra. Antes que llegasen a este cabo, yendo por su camino, comenzó a seguirles una canoa con veinticinco indios, los cuales, a un tiro de lombarda, se detuvieron hablando en voz alta; pero no se les entendía cosa alguna, aunque se presumió que indagarían quiénes eran los nuestros y de qué país iban, como otras veces los demás indios acostumbraban a indagar lo primero. Pero como con palabras no había medio de persuadirles que se acercasen a los navíos, comenzaron los nuestros a mostrarles diversas cosas para que tuviesen deseo de adquirirlas, a saber, bacías de latón, espejos y otras cosas semejantes que los demás indios suelen estimar mucho. Pero aunque con estas señales se acercaban algo, de cuando en cuando se detenían con alguna duda; por lo cual, y también por alegrarlos con alguna fiesta, y animarlos a ir, el Almirante mandó que subiese a la popa el tamborino, que otro cantase con un timbal, y algunos grumetes comenzasen una danza. Viendo los indios esto, luego se pusieron en ademán de guerra, embarazando las rodelas que llevaban, y con sus arcos y flechas comenzaron a tirarles a los que bailaban. Estos, por mandato del Almirante, para que no quedase sin castigo aquella insolencia, y no despreciasen a los cristianos, dejada la danza, les comenzaron a tirar con las ballestas, de modo que les fue difícil poderse retirar, y se fueron lejos a otra carabela, llamada la Vaqueña, a la que se acercaron sin miedo ni tardanza, el piloto entró con ellos en la canoa, les dio algunas cosas que les agrada mucho, y dijeron que si estuviesen en tierra les llevarían de las casas pan del suyo. Con esto se fueron a tierra y los del navío no quisieron cautivar alguno, por miedo de desagradar al Almirante. La relación que hicieron de éstos fue ser gente muy bien dispuesta y más blanca que las de las otras islas; que llevaban largo el pelo, como las mujeres, atado con unas cuerdecillas, y cubrían sus partes vergonzosas con pañizuelos.