Comentario
Cómo vinieron los indios y trujeron a Andrés Dorantes ya Castillo y a Estebanico
Desde a dos días que Lope de Oviedo se había ido, los indios que tenían a Alonso del Castillo y Andrés Dorantes vinieron al mesmo lugar que nos habían dicho, a comer de aquellas nueces de que se mantienen, moliendo unos granillos de ellas, dos meses del año, sin comer otra cosa, y aun esto no lo tienen todos los años, porque acuden uno, y otro no; son del tamaño de las de Galicia, y los árboles son muy grandes, y hay gran número de ellos. Un indio me avisó cómo los cristianos eran llegados, y que si yo quería verlos me hurtase y huyese a un canto de un monte que él me señaló; porque él y otros parientes suyos habían de venir a ver aquellos indios, y que me llevarían consigo adonde los cristianos estaban. Yo me confié de ellos, y determiné de hacerlo, porque tenían otra lengua distinta de la de mis indios; y puesto por obra, otro día fueron y me hallaron en el lugar que estaba señalado; y así, me llevaron consigo. Ya que llegué cerca de donde tenían su aposento, Andrés Dorantes salió a ver quién era, porque los indios le habían también dicho cómo venía un cristiano; y cuando me vio fue muy espantado, porque había muchos días que me tenían por muerto, y los indios así lo habían dicho. Dimos muchas gracias a Dios de vernos juntos, y este día fue uno de los de myor placer que en nuestros días habemos tenido; y llegado donde Castillo estaba, me preguntaron que dónde iba. Yo le dije que mi propósito era pasar a tierra de cristianos, y que en este rastro y busca iba. Andrés Dorantes respondió que muchos días había que él rogaba a Castillo y a Estebanico que se fuesen adelante, y que no lo osaban hacer porque no sabían nada, y que temían mucho los ríos y los ancones por donde habían de pasar, que en aquella tierra hay muchos. Y pues Dios nuestro Señor había sido servido de guardarme entre tantos trabajos y enfermedades, y al cabo traerme en su compañía, que ellos determinaban de huir, que yo los pasaría de los ríos y ancones que topásemos; y avisáronme que en ninguna manera diese a entender a los indios ni conosciesen de mí que yo quería pasar adelante, porque luego me matarían; y que para esto era menester que yo me detuviese con ellos seis meses, que era tiempo en que aquellos indios iban a otra tierra a comer tunas. Esta es una fruta que es del tamaño de huevos, y son bermejas y negras y de muy buen gusto. Cómenlas tres meses del año, en los cuales no comen otra cosa alguna, porque al tiempo que ellos las cogían venían a ellos otros indios de adelante, que traían arcos para contratar y cambiar con ellos; y que cuando aquéllos se volviesen nos huiríamos de los nuestros, y nos volveríamos con ellos. Con este concierto yo quedé allí, y me dieron por esclavo a un indio con quien Dorantes estaba, el cual era tuerto, y su mujer y un hijo que tenía y otro que estaba en su compañía; de manera que todos eran tuertos. Estos se llaman mariames, y Castillo estaba con otros sus vecinos, llamados iguases. Y estando aquí ellos me contaron que después que salieron de la isla de Mal Hado, en la costa de la mar hallaron la barca en que iba el contador y los frailes al través; y que yendo pasando aquellos ríos, que son cuatro muy grandes y de muchas corrientes, les llevó las barcas en que pasaban a la mar, donde se ahogaron cuatro de ellos, y que así fueron adelante hasta que pasaron el ancón, y lo pasaron con mucho trabajo, y a quince leguas delante hallaron otro; y que cuando allí llegaron ya se les habían muerto dos compañeros en sesenta leguas que habían andado; y que todos los que quedaban estaban para lo mismo, y que en todo el camino no habían comido sino cangrejos y yerba pedrera; y llegados a este último ancón, decían que hallaron en él indios que estaban comiendo moras; y como vieron a los cristianos, se fueron de allí a otro cabo; y que estando procurando y buscando manera para pasar el ancón, pasaron a ellos un indio y un cristiano, y que llegado, conoscieron que era Figueroa, uno de los cuatro que habíamos enviado adelante en la isla de Mal Hado, y allí les contó cómo él y sus compañeros habían llegado hasta aquel lugar, donde se habían muerto dos de ellos y un indio, todos tres de frío y de hambre, porque habían venido y estado en el más recio tiempo del mundo, y que a él y a Méndez habían tomado los indios 1 y que estando con ellos, Méndez había huído yendo la vía lo mejor que pudo de Pánuco, y que los indios habían ido tras él y que lo habían muerto; y que estando él con estos indios supo de ellos cómo con los mariames estaba un cristiano que había pasado de la otra parte, y lo había hallado con los que llamaban quevertes; y que este cristiano era Hernando de Esquivel, natural de Badajoz, el cual venía en compañía del comisario, y que él supo de Esquivel el fin en que habían parado el gobernador y contador y los demás, y le dijo que el contador y los frailes habían echado al través su barca entre los ríos, y viniéndose por luengo de costa, llegó la barca del gobernador con su gente en tierra, y él se fue con su barca hasta que llegaron a aquel ancón grande, y que allí tornó a tomar la gente y la pasó del otro cabo, y volvió por el contador y los frailes y todos los otros; y contó cómo estando desembarcados, el gobernador había revocado el poder que el contador tenía de lugarteniente suyo, y dio el cargo a un capitán que traía consigo, que se decía Pantoja, y que el gobernador se quedó en su barca, y no quiso aquella noche salir a tierra, y quedaron con él un maestre y un paje que estaba malo, y en la barca no tenían agua ni cosa ninguna que comer; y que a media noche el norte vino tan recio, que sacó la barca a la mar, sin que ninguno la viese, porque no tenía por resón, sino una piedra, y que nunca más supieron de él; y que visto esto, la gente que en tierra quedaron se fueron por luengo de costa, y que como hallaron tanto estorbo de agua, hicieron balsas con mucho trabajo, en que pasaron de la otra parte; y que yendo adelante, llegaron a una punta de un monte orilla del agua, y que hallaron indios, que como los vieron venir metieron sus casas en sus canoas y se pasaron de la otra parte a la costa; y los cristianos, viendo el tiempo que era, porque era por el mes de noviembre, pararon en este monte, porque hallaron agua y leña y algunos cangrejos y mariscos, donde de frío y de hambre se comenzaron poco a poco a morir. Allende de esto, Pantoja, que por teniente había quedado, les hacía mal tratamiento, y no lo pudiendo sufrir Sotomayor, hermano de Vasco Porcallo, el de la isla de Cuba, que en el armada había venido por maestre de campo, se revolvió con él y le dio un palo, de que Pantoja quedó muerto, y así se fueron acabando; y los que morían, los otros los hacían tasajos; y el último que murió fue Sotomayor, y Esquivel lo hizo tasajos, y comiendo de él se mantuvo hasta 1 de marzo, que un indio de los que allí habían huído vino a ver si eran muertos, y llevó a Esquivel consigo; y estando en poder de este indio, el Figueroa lo habló, y supo de él todo lo que habemos contado, y le rogó que se viniese con él, para irse ambos la vía del Pánuco; lo cual Esquivel no quiso hacer, diciendo que él sabía sabido de los frailes que Pánuco había quedado atrás, y así, se quedó allí, y Figueroa se fue a la costa adonde solía estar.