Comentario
De las costumbres de los indios desta tierra y de la montaña que hay para llegar a la villa de Ancerma
La gente desta provincia es dispuesta, belicosa, diferente en la lengua a las pasadas. Tiene a todas partes este valle montañas muy bravas, y pasa un espacioso río por medio dél, y otros muchos arroyos Y fuentes, donde hacen sal; cosa de admiración y hazañosa de oír. Dellas y de otras muchas que hay en esta provincia hablaré adelante, cuando el discurso de la obra nos diere lugar. Una laguna pequeña hay en este valle, donde hacen sal muy blanca. Los señores o caciques y sus capitanes tienen casas muy grandes, y a las puertas dellas puestas unas cañas gordas de las destas partes, que parescen pequeñas vigas; encima dellas tienen puestas muchas cabezas de sus enemigos. Cuando van a la guerra, con agudos cuchillos de pedernal, o de unos juncos o de cortezas o cáscaras de cañas, que también los hacen dellas bien agudos, cortan las cabezas a los que prenden. Y a otros dan muertes temerosas cortándoles algunos miembros, según su costumbre, a los cuales comen luego, poniendo las cabezas, como he dicho, en lo alto de las cañas. Entre estas cañas tienen puestas algunas tablas, donde esculpen la figura del demonio, muy fiera, de manera humana, y otros ídolos y figuras de gatos, en quien adoran. Cuando tienen necesidad de agua o de sol para cultivar sus tierras, piden (según dicen los mismos indios naturales) ayuda a estos sus dioses. Hablan con el demonio los que para aquella religión están señalados, y son grandes agoreros y hechiceros, y miran en prodigios y señales y guardan supersticiones las que el demonio les manda: tanto es el poder que ha tenido sobre aquellos indios, permitiéndolo Dios nuestro Señor por sus pecados o por otra causa que El sabe. Decían las lenguas cuando entramos con el licenciado Juan de Vadillo, la primera vez que los descubrimos, que el principal señor dellos, que había por nombre Cauroma, tenía muchos ídolos de aquellos, que parescían de palo, de oro finísimo, y afirmaban que había tanta abundancia deste metal, que en un río sacaba el señor ya dicho la cantidad que quería.
Son grandes carinceros de comer carne humana. A las puertas de las casas que he dicho tienen plazas pequeñas, sobre las cuales están puestas las cañas gordas, y en estas plazas tienen sus mortuorios y sepulturas al uso de su patria, hechas de una bóveda, muy hondas, la boca al oriente. En las cuales, muerto algún principal o señor, lo meten dentro con muchos llantos, echando con él todas sus armas y ropa y el oro que tiene, y comida. Por donde conjeturamos que estos indios ciertamente dan algún crédito a pensar que el ánima sale del cuerpo, pues lo principal que metían en sus sepulturas es mantenimiento y las cosas que más ya he dicho; sin lo cual, las mujeres que en vida ellos más quisieron las enterraban vivas con ellos en las sepulturas, y también enterraban otros muchachos y indias de servicio. La tierra es de mucha comida, fértil para dar el maíz y las raíces que ellos siembran. Arboles de fructa casi no hay ninguno, y si los hay, son pocos. A las espaldas de ella, hacia la parte de oriente, está una provincia que se llama Cartama, que es hasta donde descubrió el capitán Sebastián de Belalcázar, de la lengua y costumbres destos. Son ricos de oro y tienen las casas pequeñas, y todos andan desnudos y descalzos, sin tener más de unos pequeños maures, con que cubren sus vergüenzas. Las mujeres usan unas mantas de algodón pequeñas, con que se cubren de la cintura abajo; lo demás anda descubierto. Pasada la provincia de Caramanta está luego una montaña que dura poco más de siete leguas, muy espesa, a donde pasamos mucho trabajo de hambre y frío cuando íbamos con Vadillo, y bien podré yo afirmar en toda mi vida pasé tanta hambre como en aquellos días, aunque he andado en algunos descubrimientos y entradas bien trabajosas. Hallámonos tan tristes en vernos metidos en unas montañas tan espesas que el sol ahína no lo veíamos, y sin camino ni guías, ni con quien nos avisase si estábamos lejos o cerca del poblado, que estuvimos por nos volver a Cartagena. Mucho nos valió hallar de aquella madera verde que conté haber en Abibe, porque con ella hicimos siempre lumbre toda la que queríamos. Y con el ayuda de Dios, a fuerza de nuestros brazos, con los cuales íbamos abriendo camino, pasamos estas montañas, en las cuales se quedaron algunos españoles muertos de hambre, y caballos muchos. Pasado este monte está un valle pequeño, sin montañas, raso, de poca gente; mas luego, un poco adelante, vimos un grande y hermoso valle muy poblado, las casas juntas, todas nuevas, y algunas dellas muy grandes; los campos llenos de bastimento de sus raíces y maizales. Después se perdió toda la más desta población, y los naturales dejaron su antigua tierra. Muchos dellos, por huir de la crueldad de los españoles, se fueron a unas bravas y altas montañas que están por encima deste valle, que se llama Cima. Más adelante deste valle está otro pequeño, dos leguas y media dél, que se hace de una loma que nasce de la cordillera donde está fundada y asentada la villa de Ancerma, que primero se nombró la ciudad de Santa Ana de los Caballeros, la cual está asentada entre medias de dos pequeños ríos, en una loma no muy grande, llana de una parte y otra, llena de muchas y muy hermosas arboledas de frutales, así de España como de la misma tierra, y llena de legumbres, que se dan bien. El pueblo señorea toda la comarca por estar en lo más alto de las lomas, y de ninguna parte puede venir gente que primero que llegue no sea vista de la villa, y por todas partes está cercada de grandes poblaciones de muchos caciques o señoretes. La guerra que con ellos tuvieron al tiempo que los conquistaron se dirá en su lugar. Son todos los más destos caciques amigos uno de otros; sus pueblos están juntos; las casas, desviadas alguna distancia unas de otras.