Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
EL SEÑORIO DE LOS INCAS



Comentario

Que trata la orden que había en el tributar las provincias a los reyes y del concierto que en ello se tenía.


Pues en el capítulo pasado escribí la manera que en sus conquistas los Incas tuvieron, será bien decir en éste cómo tributaban tantas naciones y cómo en el Cuzco se entendía lo que venía de los tributos. Pues, es cosa muy notoria y entendida, ningún pueblo de la sierra ni valle de llanos dejó de pagar el tributo de derrama que le era impuesto por los que para ello tenían cargos; y aún tal provincia hubo que, diciendo los naturales no tener con qué pagar tributo, les mandó el rey que cada persona de toda ella fuese obligada de le dar cada cuatro meses un canuto algo grande lleno de piojos vivos, lo cual era industria del Inca para emponellos y avisallos en el saber tributar y contribuir; y así, sabemos que pagaron su tributo de piojos algunos días hasta que, habiéndoles mandado dar ganado, procurar de lo criar y hacer ropas y buscar con que tributar para el tiempo de adelante.

Y la orden que los orejones del Cuzco y los más señores naturales de la tierra dicen que se tenía en el tributar, era ésta: que desde la ciudad del Cuzco, el que reinaba enviaba algunos principales criados de su casa a visitar por el uno de los cuatro reales caminos que salen de aquella ciudad, que ya tengo escripto llamarse Chincha Suyo el uno, en el cual entran las provincias que hay hasta Quito, con todos los llanos de Chincha para abajo hacia el Norte; y el segundo se llama Conde Suyo, ques donde se incluyen las regiones y provincias questán hacia la mar del Sur y muchas de la serranía; al tercero llaman Colla Suyo, ques por donde contaron todas las provincias que hay hacia la parte del Sur hasta Chile. El último camino llaman Ande Suyo; por este van a todas las tierras questán en las montañas de los Andes, que se estiende en las faldas y vertientes dellas.

Pues como el Señor quisiese saber lo que habían de tributar todas las provincias que había del Cuzco hasta Chile, camino tan largo como muchas veces he dicho, mandaba salir, como digo, personas fieles y de confianza, las cuales iban de pueblo en pueblo mirando el traje de los naturales y posibilidad que tenían y la grosedad de la tierra o si en ellas había ganados, metales o mantenimientos o de las demás cosas quellos querían y estimaban, lo cual mirado con mucha diligencia volvían a dar cuentga al Señor de todo ello; el cual mandaba hacer Cortes generales y que acudiesen a ellas los principales del reino. Y estando allí los señores de las provincias que le habían de tributar, les hablaba amorosamente que, pues le tenían por solo Señor y monarca de tantas tierras y tan grandes, que tuviesen por bien, sin recibir pesadumbre, de le dar los tributos debidos a la persona real, el cual él quería que fuesen moderados y tan livianos que ellos fácilmente lo pudiesen hacer. Y respondídole conforme a lo que él deseaba, tornaban a salir de nuevo con los mesmos naturales algunos orejones a imponer el tributo que habían de dar; el cual era en algunas partes más que el que dan [a] los españoles en este tiempo; pero con la orden tan grande que se tenía en lo de los Incas, era para no sentirlo la gente y crecer en multiplicación; y con la desorden y demasiada codicia de los españoles se fueron disminuyendo en tanta manera que falta la mayor parte de la gente. Y del todo se acabara de consumir por su codicia y avaricia que los más o todos acá tenemos, si la misericordia de Dios no lo remediara con permitir que las guerras hayan cesado, ques cierto se han de tener por azotes de su justicia, y que la tasación se haya hecho de tal manera y moderación que los indios con ella gozan de gran libertad y son señores de sus personas y haciendas, sin tener más pecho ni subsidio que pagar cada pueblo lo que le ha sido puesto por tasa. Esto trataré adelante, un poco mas largo.

Visitando los que por los Incas son enviados las provincias, entrando en una, en donde ven por los quipos la gente que hay, así hombres como mujeres, viejos e niños en ella y mineros de oro o plata, mandaban a la tal provincia que, puestos en las minas tantos mill indios, sacasen de aquellos metales la cantidad que les señalaban, mandando que lo diesen y entregasen a los veedores que para ello ponían; y porque en el inter que andaban sacando p ata los indios que eran señalados no podían beneficiar sus heredades y campos, los mismos Incas ponían por tributo a otras provincias que les viniesen a les hacer la sementera a sus tiempos y coyuntura, de tal manera que no quedase por sembrar; y si la provincia era grande della mesma salían indios a cojer metales y a sembrar y labrar las tierras; y mandábase que, si estando en las minas adolesciese alguno de los indios, que luego se fuese a su casa y viniese otro en su lugar; mas que ninguno cojiese metales que no fuese casado, para que sus mujeres le aderezasen el mantenimiento y su brevaje; y sin esto, se guardaba de enviar mantenimientos bastantes a estos tales. De tal manera se hacía que, aunque toda su vida estuvieran en las minas, no lo tuvieran por gran trabajo ni ninguno moría por dárselo demasiado. Y sin todo esto, en el mes le era permitido dejar de trabajar algunos días, para sus fiestas y solazes; y no unos [mismos] indios estaban a la continua en los mineros, sino de tiempo a tiempo los mandaban, saliendo unos y entrando otros.

Tal manera tuvieron los Incas en ésto que les sacaban tanto oro y plata en todo el reino que debió de haber año que les sacaron más de cincuenta mill arrobas de plata y más de quince mill de oro y siempre sacaban destos metales para servicio suyo. Y estos metales eran traídos a las cabeceras de las provincias, y de la manera y con la orden con que los sacaban en las unas los sacaban en las otras de todo el reino; y si no había metal para sacar en otras tierras, para que pudiesen contribuir, echaban pechos y derramas de cosas menudas y de mugeres y muchachos, los cuales se sacaban del pueblo sin ninguna pesadumbre, porque si un hombre tenía un solo hijo o hija, éste tal no le tomaban, pero si tenía tres o cuatro, tomábales una para pagar el servicio.

Otras tierras contribuían con tantas mill cargas de maíz como en ella había casas, lo cual se daba cada cosecha y a costa de la misma provincia. En otras regiones proveían por la mesma orden de tantas cargas de chuño seco como los otros hacían maíz; lo cual hacían otros y contribuían de quínua y de las otras raíces. En otros lugares daban cada uno tantas mantas como indios en él había casados y en otros tantas camisetas como eran cabezas. En otros se echaba por imposición que contribuyesen con tantas mill cargas de lanzas y otras con hondas y ayllos con todas las demás armas que ellos usan. A otras provincias mandaban que diesen tantos mill indios puestos en el Cuzco, para que hiciesen los edificios públicos de la ciudad y los de los reyes, proveyéndoles de mantenimiento necesario. Otros tributaban maromas para llevar las piedras, otros tributaban coca. De tal manera se hacía esto que, desde lo más menudo hasta lo más importante, les tributaban a los Incas todas las provincias y comarcas del Perú; en lo cual hobo tan grande orden, que ni los naturales dejaban de pagar lo ya debido e impuesto, ni los que cojían los tales tributos osaban llevar un grano de maíz demasiado. Y todo el mantenimiento y cosas pertenecientes para el proveimiento de la guerra que se contribuían, se despendía en la gente de guerra o en las guarniciones ordinarias questaban puestas en partes del reino para la defensa dél. Y cuando no había guerra, lo más de todo lo comían y gastaban los pobres, porque estando los reyes en el Cuzco ellos tenían sus anaconas, que es nombre de criado perpetuo, y tantos que bastaban a labrar sus heredades y sus casas y sembrar tanto mantenimiento que bastase, sin lo que para su plato se traía de las comarcas siempre, muchos corderos y aves y pescado y maíz, coca, raíces, con todas las frutas que se cogen. Y tal orden había en estos tributos que los naturales los pagaban y los Incas se hallaban tan poderosos que no tenían guerra ninguna que se recreciese.

Para saber cómo y de qué manera se pagaban los tributos y se cogían las otras derramas, cada guata, que es nombre de año, despachaba ciertos orejones como juezes de comisión, porque no llevaban poder de más de mirar las provincias y avisar a los moradores si alguno estaba agraviado lo dijese y se quejase, para castigar a quien le hubiese hecho alguna sinjusticia; y, recibidas las quejas si las había o entendido si en alguna parte algo se dejaba por pagar, daba la vuelta al Cuzco, de donde salía otro con poder para castigar quien tuviese culpa. Sin esta diligencia se hacía otra mayor, que era que de tiempo a tiempo parecían los principales de las provincias, donde, el día que a cada nación le era permitido hablar, proponía delante del Señor el estado de la provincia y la necesidad o hartura que en ella había y el tributo si era mucho o poco o si lo podían pagar o no; a lo cual eran despachados a su voluntad, estando ciertos los señores incas que no mentían, sino que les decían la verdad; porque si había cautela hacían gran castigo y acrecentaban el tributo. Las mugeres que daban las provincias, dellas las traían al Cuzco para que lo fuesen de los reyes y dellas dejaban en el templo del sol.