Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
DIARIO DE A BORDO



Comentario

Lunes, 18 de febrero


Después, ayer, del sol puesto, anduvo rodeando la isla para ver donde había de surgir y tomar lengua. Surgió con una ancla que luego perdió. Tornó a dar la vela y barloventeó toda la noche. Después del sol salido, llegó otra vez de la parte Norte de la isla, y donde le pareció surgió con un ancla y envió la barca en tierra y hobieron habla con la gente de la isla, y supieron cómo era la isla de Santa María, una de las de los Azores, y enseñáronles el puerto donde habían de poner la carabela; y dijo la gente de la isla que jamás habían visto tanta tormenta como la que había hecho los quince días pasados y que se maravillaban cómo habían escapado; los cuales diz que dieron muchas gracias a Dios y hicieron muchas alegrías por las nuevas que sabían de haber al Almirante descubierto las Indias. Dice el Almirante que aquella su navegación había sido muy cierta y que había carteado bien, que fuesen dadas muchas gracias a Nuestro Señor, aunque se hacía algo delantero, pero tenía por cierto que estaba en la comarca de las islas de los Azores y que aquélla era una de ellas. Y diz que fingió haber andado más camino por desatinar a los pilotos y marineros que carteaban, por quedar él señor de aquella derrota de las Indias, como de hecho queda, porque ninguno de todos ellos traía su camino cierto, por lo cual ninguno puede estar seguro de su derrota para las Indias.





Martes, 19 de febrero



Después del sol puesto, vinieron a la ribera tres hombres de la isla y llamaron. Envióles la barca, en la cual vinieron y trujeron gallinas y pan fresco; y era día de Carnestolendas, y trujeron otras cosas que enviaba el capitán de la isla, que se llama Juan de Castañeda, diciéndolo que lo conocía muy bien y que por ser de noche no venía a verlo, pero que, en amaneciendo, vendría y traería más refresco, y traería consigo tres hombres que allá quedaban de la carabela, y que no los enviaba por el gran placer que con ellos tenía oyendo las cosas de su viaje. El Almirante mandó hacer mucha honra a los mensajeros y mandóles dar camas en que durmiesen aquella noche, porque era tarde y estaba la población lejos. Y porque el jueves pasado, cuando se vio en la angustia de la tormenta, hicieron el voto y votos susodichos y el de que en la primera tierra donde hubiese casa de Nuestra Señora saliesen en camisa, etc., acordó que la mitad de la gente fuese a cumplirlo a una casita que estaba junto con la mar como ermita, y él iría después con la otra mitad. Viendo que era tierra segura y confiando en las ofertas del capitán y en la paz que tenía Portugal con Castilla, rogó a los tres hombres que se fuesen a la población y hiciesen venir un clérigo para que les diese una misa. Los cuales, idos en camisa, en cumplimiento de su romería, y estando en su oración, saltó contra ellos todo el pueblo a caballo y a pie con el capitán y prendiéronlos a todos. Después, estando el Almirante sin sospecha esperando la barca para salir él a cumplir su romería con la otra gente hasta las once del día, viendo que no venían, sospechó que los detenían o que la barca se había quebrado, por[que] toda la isla está cercada de peñas muy altas. Esto no podía ver el Almirante porque la ermita estaba detrás de una punta. Levantó el ancla y dio la vela hasta en derecho de la ermita y vido muchos de caballo que se apearon y entraron en la barca con armas y vinieron a la carabela para prender al Almirante. Levantóse el capitán en la barca y pidió seguro al Almirante. Dijo que se lo daba, pero ¿qué innovación era aquella que no veía ninguna de su gente en la barca? y añadió el Almirante que viniese y entrase en la carabela, que él haría todo lo que él quisiese. Y pretendía el Almirante con buenas palabras traello por prenderlo para recuperar su gente, no creyendo que violaba la fe dándole seguro, pues él, habiéndole ofrecido paz y seguridad, lo había quebrantado. El capitán como diz que traía mal propósito, no se fió a entrar; visto que no se llegaba a la carabela, rogóle que le dijese la causa porque detenía su gente, y que de ello pesaría al Rey de Portugal, y que en tierra de los Reyes de Castilla recibían los portugueses mucha honra y entraban y estaban seguros como en Lisboa, y que los Reyes habían[le] dado cartas de recomendación para todos los príncipes y señores y hombres del mundo, las cuales le mostraría si se quisiese llegar, y que él era su Almirante del mar Océano y Visorrey de las Indias, que agora eran de sus Altezas, de lo cual mostraría las provisiones firmadas de sus firmas y selladas con sus sellos, las cuales le enseñó de lejos, y que los Reyes estaban en mucho amor y amistad con el Rey de Portugal y le habían mandado que hiciese toda la honra que pudiese a los navíos que topase de Portugal, y que, dado que no le quisiese darle su gente, no por eso dejaría de ir a Castilla, pues tenía harta gente para navegar hasta Sevilla, y serían él y su gente bien castigados, haciéndole aquel agravio. Entonces respondió el capitán y los demás no conocer acá Rey e Reina de Castilla, ni sus cartas, ni le habían miedo, antes le darían a saber qué era Portugal, cuasi amenazando. Lo cual oído, el Almirante hubo mucho sentimiento y diz que pensó si había pasado algún desconcierto entre un reino y otro después de su partida, y no se pudo sufrir que no les respondiese lo que era razón. Después tornóse diz que a levantar aquel capitán desde lejos y dijo al Almirante que se fuese con la carabela al puerto, y que todo lo que él hacía y había hecho, el Rey su Señor se lo había enviado demandar; de lo cual el Almirante tomó testigos los que en la carabela estaban y tornó el Almirante a llamar al capitán y a todos ellos y les dio su fe y prometió, como quien era, de no descender ni salir de la carabela hasta que llevase un ciento de portugueses a Castilla y despoblar toda aquella isla. Y así se volvió a surgir en el puerto donde estaba primero, porque el tiempo y viento era muy malo para hacer otra cosa.





Miércoles, 20 de febrero



Mandó aderezar el navío y henchir las pipas de agua de las mar por lastre, porque estaba en muy mal puerto y temió que se le cortasen las amarras; y así fue, por lo cual dio la vela hacia la isla de San Miguel, aunque en ninguna de la de los Azores hay buen puerto para el tiempo que entonces hacía, y no tenía otro remedio sino huir a la mar.





Jueves, 21 de febrero



Partió ayer de aquella isla de Santa María para la isla de San Miguel, para ver si hallara puerto para poder sufrir tan mal tiempo como hacía, con mucho viento y mucha mar, y anduvo hasta la noche sin poder ver tierra una ni otra por la gran cerrazón y oscurana que el viento y la mar causaban. El Almirante dice que estaba con poco placer, porque no tenía sino tres marineros solos de los que supiesen de la mar, porque los que más allí estaban no sabían de la mar nada. Estuvo a la corda toda esta noche con muy mucha tormenta y grande peligro y trabajo, y en lo que Nuestro Señor le hizo merced fue que la mar o las ondas de ella venían de sola una parte, porque si cruzaran como las pasadas, muy mayor mal padeciera. Después del sol salido, visto que no veía la isla de San Miguel, acordó tornarse a la Santa María por ver si podía cobrar su gente y la barca y las amarras y anclas que allá dejaba. Dice que estaba maravillado de tan mal tiempo como había en aquellas islas y partes, porque en las Indias navegó todo aquel invierno sin surgir, e había siempre buenos tiempos, e que una sola hora no vido la mar que no se pudiese bien navegar, y en aquellas islas había padecido tan grave tormenta, y lo mismo le acaeció a la ida hasta las Islas de Canaria; pero, pasado de ellas, siempre halló los aires y la mar con gran templanza. Concluyendo, dice el Almirante que bien dijeron los sacros teólogos y los sabios filósofos que el Paraíso Terrenal está en el fin de Oriente, porque, es lugar temperadísimo. Así que aquellas tierras que agora él había descubierto, es --dice él-- el fin del Oriente.





Viernes, 22 de febrero



Ayer surgió en la isla de Santa María en el lugar o puerto donde primero había surgido, y luego vino un hombre a capear desde unas peñas que allí estaban fronteras, diciendo que no se fuesen de allí. Luego vino la barca con cinco marineros y dos clérigos y un escribano; pidieron seguro, y dado por el Almirante, subieron a la carabela; y porque era noche durmieron allí, y el Almirante les hizo la honra que pudo. A la mañana le requirieron que les mostrase poder de los Reyes de Castilla para que a ellos les constase cómo con poder de ellos había hecho aquel viaje. Sintió el Almirante que aquello hacían por mostrar color que no habían en lo hecho errado, sino que tuvieron razón, porque no habían podido haber la persona del Almirante, la cual debieran pretender coger a las manos, pues vinieron con la barca armada, sino que no vieron que el juego les saliera bien, y con temor de lo que el Almirante les había dicho y amenazado; lo cual tenía propósito de hacer, y creía que saliera con ello. Finalmente, por haber la gente que le tenían, hubo de mostrarles la carta general de los Reyes para todos los príncipes y señores de encomienda y otras provisiones; y dióles de lo que tenía y fuéronse a tierra contentos, y luego dejaron toda la gente con la barca, de los cuales supo que, si tomaran al Almirante, nunca lo dejaran libre, porque dijo el capitán que el Rey su señor se lo había así mandado.





Sábado, 23 de febrero



Ayer comenzó a querer abonanzar el tiempo. Levantó las anclas y fue a rodear la isla para buscar algún buen surgidero para tomar leña y piedra para lastre, y no pudo tomar surgidero hasta horas de completas.





Domingo, 24 de febrero



Surgió ayer en la tarde para tomar leña y piedra, y porque la mar era muy alta no pudo la barca llegar en tierra; y al rendir de la primera guardia de noche, comenzó a ventar Oueste y Sudueste. Mandó levantar las velas por el gran peligro que en aquellas islas hay en esperar el viento Sur sobre el ancla, y en ventando Sudueste luego vienta Sur. Y visto que era buen tiempo para ir a Castilla, dejó de tomar leña y piedra y hizo que gobernasen al Leste; y andaría hasta el sol salido, que habría seis horas y media, siete millas Por hora, que son cuarenta y cinco millas y media. Después del sol salido hasta el ponerse, anduvo seis millas por hora, que en once horas fueron sesenta y seis millas, y cuarenta y cinco y media de la noche fueron ciento once y media, y, por consiguiente, veintiocho leguas.