Comentario
Que trata cómo Nezahualcoyotzin tuvo sobre ciertas contiendas, guerra con su tío Itzcoatzin y habiendo entrado con su ejercito en la ciudad de México, se conformaron y de cómo restituyó a todos los señores en sus señoríos y lo más que pasó en este intervalo de tiempo
Habiendo estado Nezahualcoyotzin algún tiempo en la ciudad de Tetzcuco dando orden en componer las cosas tocantes al buen gobierno de los aculhuas, en que se ocupó casi lo restante del año en que entró en la ciudad de Tetzcuco, Itzcoatzin su tío en este tiempo trató con los señores mexicanos, entre otras muchas cosas, como no había sido acertado jurar a su sobrino por supremo señor del imperio y darle el título de Chichimécatl Tecuhtli, que es el que habían tenido los emperadores chichimecas sus pasados, que pues él era viejo y casi como padre suyo, pues era su tío e hijo de su hermana menor la reina Matlalcihuatzin, que más de derecho le venía esta dignidad y soberano señor y que bastábale a su sobrino el título de rey de los aculhuas y compañero en el imperio, como lo era el señor de Tlacopan. No trató este negocio tan en secreto que no viniese a los oídos de Nezahualcoyotzin, el cual, habiendo visto la vana presunción del rey su tío y que parecía ingratitud suya el no reconocer las amistades y favores que le habían hecho en libertarle del cautiverio y sumisión, en que a él y a todos los mexicanos los tenía el rey de Azcaputzalco y que siendo como no era más de tan solamente señor de Tenochtitlan y heredero que pretendía ser del reino de los culhuas, que en aquella sazón era muy pequeño y lo más de ello lo había tenido usurpado el rey de Azcaputzalco y en poder de otros señores, que aún no eran reducidos al imperio, le había dado la mitad de todo lo que le pertenecía y era suyo, así por ser del imperio de los chichimecas sus pasados, como por haberlo ganado por su valor y persona, por lo que su tío estaba en el mayor trono que habían tenido sus padres y abuelos los señores mexicanos, pues eran iguales en el señorío y mando en el imperio, acordó de juntar sus gentes e ir sobre la ciudad de México y por fuerzas de armas mostrar y dar a entender a su tío y a los señores mexicanos ser digno del imperio y de la dignidad de Chichimécatl Tecuhtli; y ante todas cosas porque no pareciese que lo hacía cogiéndolos desapercibidos envió a requirir a su tío, que dentro de tantos días estaría con su ejército sobre la ciudad de México y por medio de las armas le daría a entender ser digno del título y dignidad que tenía de ser Chichimécatl Tecuhtli del imperio. El rey Itzcoatzin, viendo el enojo y predeterminación de su sobrino, envió a disculparse lo mejor que pudo y para más obligarle a que se desenojase, le envió veinticinco doncellas las más hermosas que halló en su corte y de más ilustre linaje, pues eran todas de la casa real de México y con ellas otros presentes y dones de oro y pedrería, plumas ricas y mantas. Nezahualcoyotzin mandó hospedar estas señoras y regalarlas, a quienes hizo muy grandes mercedes y asimismo dio muchos presentes de oro, pedrería, plumas y mantas ricas y cuando vio que ya habían descansado, las tornó a enviar al rey su tío, agradeciéndole los dones que le habían hecho; mas que el negocio y competencia que entre los dos había no se había de negociar ni allanar por medio de mujeres, sino por sus personas y con las armas y entre otros presentes que le envió en recompensa de los que recibió, fue una serpiente de oro que estaba enroscada y el pico de ella metido en su propia natura, por cierta significación que allá entre ellos se entendía bien y que sin duda ninguna para el día citado iría con su ejército sobre la ciudad de México. Itzcoatzin, vista la resolución de su sobrino, juntó sus gentes y fortaleció su ciudad lo mejor que pudo. Llegando el tiempo que fue sobre ella Nezahualcoyotzin por la parte que llaman Tepeyácac (que es lo que ahora llaman Nuestra Señora de Guadalupe), entró a combatir la ciudad de México, la cual se defendió valerosamente, de tal manera que estuvo siete días Nezahualcoyotzin combatiéndola y de ninguna manera pudo entrar por la ciudad, porque defendía valerosamente la entrada un famosísimo capitán de los mexicanos llamado Ichtecuachichtli, hasta que al último de ello un mancebo llamado Teconatltécatl (que era mochilero del ejército de Nezahualcoyotzin), con gran coraje y como desesperado embistió con el capitán de los mexicanos, de tal manera que a los primeros lances y encuentros que hubo con él, lo mató y rompió el ejército de los mexicanos, siguiéndole los de Nezahualcoyotzin y saqueando las casas más principales de la ciudad y quemando los templos. Lo cual visto por el rey Itzcoatzin, envió con la gente anciana de la ciudad a decir a su sobrino, que era bastante lo hecho, y que no mirase otra cosa más que las canas de sus tíos y mayores los mexicanos. Nezahualcoyotzin que no aguardaba otra cosa, mandó luego recoger el ejército y luego se vieron él y su tío y se hicieron las paces, después de haber dicho en público su sentimiento y mandó que desde aquel tiempo en adelante se le diese un tributo y reconocimiento en todas las ciudades, pueblos y lugares que están en la laguna y su contorno pertenecientes a los dos reinos de México y Tlacopan, que son la ciudad de Tenochtitlan, el barrio de Xoloco, la de Tlacopan, Azcaputzalco, Tenayocan, Tepotzotlan, Quauhtitlan, Toltitlan, Tlecatépec, Huexachtitlan, Coyohuacan, Xochimilco y Cuexomatitlan; dándole de tributo en cada año cada una de estas ciudades y pueblos referidos, cien cargas de mantas blancas con sus cenefas de pelo de conejo de todos colores que son veinte en cada carga y veinte cargas de mantas reales de las que se ponían los reyes en los actos públicos con las mismas cenefas; otras veinte que llamaban esquinadas de a dos colores con la misma cenefa de las que traían puestas en sus areitos y danzas; dos rodelas de plumería con sus divisas de pluma amarilla y otros penachos que llamaban tecpílotl que es lo que se ponían los reyes de Tetzcuco en la cabeza, con otros dos pares de borlas de plumería con que ataban el cabello y por mayordomo y cobrador de estos tributos a un hombre llamado Cáilol que eligió para este efecto. El rey su tío y el de Tlacopan Totoquihuatzin, con todas las demás personas ilustres de todas las demás ciudades y pueblos atrás referidos, se obligaron de que se le daría todo lo que tenía señalado de tributo en cada año, pues lo merecía y había ganado por su valor. Y después de haber sido festejado en la ciudad de México, antes de partirse para la de Tetzcuco, comunicó con su tío el rey Itzcoatzin cómo tenía determinado restituir a todos los señores en sus señoríos, aunque no como antes lo solían estar, sino en cierto modo que fuese de manera, que andando, ellos ni sus descendientes no tuviesen pensamientos de alzarse y rebelarse como lo habían hecho. Itzcoatzin le respondió, que de ninguna manera convenía hacerse, por muchas razones que alegó, entre las cuales fue decir, que ya por su rebeldía no tenían ningún derecho a sus señoríos y que los tenían perdidos, demás de que eran en menoscabo de sus tributos y rentas reales y que se contentasen con vivir a merced y honra de las tres cabezas del imperio, premiándolos cuando por sus obras y buenos servicios lo mereciesen. Nezahualcoyotzin le replicó, que era el hacerlo así modo tiránico que habían usado los reyes tepanecas, que no era más de usurpar y alzarse con lo ajeno, demás de que tenían obligación de darles honras, estado y preeminencias, pues eran todos descendientes y procedían de su casa y linaje, con quienes siempre se habían de honrar y casar sus hijos e hijas que tuviesen, andando el tiempo; a más de que era mayor grandeza de los reyes y soberanos señores tener otros que fuesen sus inferiores y finalmente se determinó, que fuesen restituidos los señores en sus señoríos y así luego todos los que eran y pertenecían a la casa real de México, los hizo restituir Itzcotzin en sus señoríos; y a los que pertenecían a la casa real que era de Azcaputzalco, los hizo restituir Totoquihuatzin rey de Tlacopan; que fueron nueve de México, siete de Tlacopan y trece de la casa real de Tetzcuco, con otro que añadió, que fueron catorce y por todo vinieron a ser treinta señores, que eran los grandes de todo el imperio, que asistían en las cortes de las tres cabezas por sus personas o por las de sus hijos y el reconocimiento que tenían era tan solamente el homenaje y asistencia, y acudir en tiempos de guerra con sus vasallos a servir a sus reyes, sin otro tributo y reconocimiento. Todo lo cual se puso por obra y se efectuó y Nezahualcoyotzin se vino a su corte y ciudad de Tetzcuco a vivir.