Comentario
Que trata de la muerte de Nezahualcoyotzin
Tenía setenta y un años Nezahualcoyotzin y había cerca de cuarenta y dos que gobernaba el imperio en compañía de los reyes mexicanos y tepanecas, cuando le dio una enfermedad procedida de los muchos trabajos que había padecido en recobrarle, sujetarle y ponerle en el mejor estado que antes ni después tuvo (el cual tuvo sesenta hijos varones y cincuenta y siete hijas, aunque los legítimos no fueron más que dos, como queda atrás declarado) y estando cercano a la muerte, una mañana mandó traer al príncipe Nezahualpiltzintli (que era de la edad de siete años poco más) y tomándole en sus brazos lo cubrió con la vestimenta real que tenía puesta, y mandó entrar a los embajadores de los reyes de México y Tlacopan que asistían en su corte y fuera de allí estaban aguardando en una sala para darle los buenos días, y habiéndoselos dado y salido fuera, descubrió al niño puesto en pie, y le mandó relatase lo que los embajadores le habían dicho y lo que él les había respondido; y el niño, sin faltar palabra, hizo la relación con mucha cortesía y donaire; hecho esto, habló con los infantes Ichantlatoatzin, Acapioltzin, Xochiquetzaltzin y Hecahuehuetzin sus hijos mayores (que eran presidentes de los consejos y estaban allí con los demás hermanos y hermanas) trayéndoles ante todas cosas a la memoria los trabajos y peregrinaciones que padeció desde su niñez y muerte y persecuciones de su padre Ixtlilxóchitl, hasta alcanzar y recobrar el imperio y gobernarle con tanto acuerdo y vigilancia como a ellos les constaba; y que para su perpetuidad, convenía a todos se quisiesen y amasen la paz y concordia, y si alguno intentase alteración y novedades de rebeldía entre ellos, aunque fuese el mayor y más tenido entre ellos, fuese castigado con pena de muerte sin dilación alguna; y luego les dijo: "veis a vuestro príncipe señor natural, aunque niño, sabio y prudente, el cual os mantendrá en paz y justicia, conservandoos en vuestras dignidades y señoríos, a quien obedeceréis como leales vasallos, sin exceder un punto de sus mandatos y de su voluntad; yo me hallo muy cercano a la muerte, y fallecido que sea, en lugar de tristes lamentaciones, cantaréis alegres cantos, mostrando en vuestros ánimos valor y esfuerzo, para que las naciones que hemos sujetado y puesto debajo de nuestro imperio, por mi muerte no hallen flaqueza de ánimo en vuestras personas, sino que entiendan que cualquiera de vosotros es solo bastante para tenerlos sujetos". Habiendo dicho otras muchas razones, y encargado al niño de la manera que había de gobernar y regir a sus súbditos y vasallos, guardando en todo y por todo las leyes que tenía establecidas, habló con el infante Acapioltzin y le dijo: desde hoy en adelante, harás el oficio de padre que yo tuve con el príncipe tu señor, a quien doctrinaras, para que siempre viva como debe, y debajo de tu consejo gobierne el imperio, asistiendo en su lugar y puesto, hasta que por sí mismo pueda regir y gobernar; y habiéndole encargado otras cosas que en semejantes casos se requieren, por la mucha satisfacción que de Acapioltzin tenía de lealtad, sagacidad y maduro consejo, le dejó en este puesto, y con lágrimas de sus ojos se despidió de todos sus hijos y privados, mandándoles salir de allí, y a los porteros que no dejasen entrar persona alguna. Dentro de pocas horas se le agravó la enfermedad, y falleció en el año que fue llamado chiquacen técpatl, que fue en el 1462. De esta manera, acabó la vida de Nezahualcoyotzin, que fue el más poderoso, valeroso, sabio y venturoso príncipe y capitán que ha habido en este nuevo mundo; porque contadas y consideradas bien las excelencias, gracias y habilidades, el ánimo invencible, el esfuerzo incomparable, las victorias y batallas que venció y naciones que sojuzgó, los avisos y ardides de que usó para ello, su magnanimidad, su clemencia y liberalidad, los pensamientos tan altos que tuvo, hallárase por cierto que en ninguna de las dichas, ni en otras que se podían decir de él le ha hecho ventaja capitán, rey ni emperador alguno de los que hubo en este nuevo mundo; y que él en las más de ellas la hizo a todos, y tuvo menos flaquezas que ningún otro de sus mayores, antes las castigó con todo cuidado y diligencia, procurando siempre más el bien común que el suyo particular; y era tan misericordioso con los pobres, que no se había de sentar a comer hasta haberlo remediado, como de ordinario usaba con los de la plaza y mercado, comprándoles a doblado precio de lo que podía valer, la miseria de lo que traían a vender para darlo a otros, teniendo muy particular cuidado de la viuda, del huérfano y demás imposibilitados; y en los años estériles, abría sus trojes para dar y repartir a sus súbditos y vasallos el sustento necesario, que para el efecto siempre se guardaba; y alzaba los pechos y derechos que tenían obligación de tributarle en tales tiempos sus vasallos. Tuvo por falsos a los dioses que adoraban los de esta tierra, diciendo que no eran sino estatuas de demonios enemigos del género humano, porque fue muy sabio en las cosas morales y el que más vaciló, buscando de donde tomar lumbre para certificarse del verdadero Dios y creador de todas las cosas, como se ha visto en el discurso de su historia, y dan testimonio sus cantos que compuso en razón de ésto, como es el decir, que había uno solo, y que éste era el hacedor del cielo y de la tierra, y sustentaba todo lo hecho y creado por él, y que estaba, donde no tenía segundo, sobre los nueve cielos que él alcanzaba; que jamás se había visto en forma humana ni en otra figura, que con él iban a parar las almas de los virtuosos después de muertos, y que las de los malos iban a otro lugar, que era el más ínfimo de la tierra, de trabajos y penas horribles. Nunca jamás (aunque había muchos ídolos que representaban diferentes dioses) cuando se ofrecía tratar de deidad, los nombraba ni en general ni en particular, sino que decía Intloque y Nahuaque, y palnemo alani, que significa lo que está atrás declarado; sólo decía que reconocía al sol por padre y a la tierra por madre, y aún muchas veces solía amonestar a sus hijos en secreto, que no adorasen aquellas figuras de los ídolos, y que aquello que hiciesen en público fuese sólo por cumplimiento, pues el demonio los traía engañados en aquellas figuras, y aunque no pudo de todo punto quitar el sacrificio de los hombres conforme a los ritos mexicanos, todavía alcanzó con ellos que tan solamente sacrificasen a los habidos en guerra, esclavos y cautivos, y no a sus hijos y naturales como solían tener de costumbre. Autores son de todo lo referido y de lo demás de su vida y hechos, los infantes de México, Itzcoatzin y Xiuhcozcatzin, y otros poetas e históricos en los anales de las tres cabezas de esta Nueva España, y en particular en los anales que hizo el infante Quauhtlatzacuilotzin, primer señor del pueblo de Chiauhtla, que comienzan desde el año de su nacimiento, hasta el tiempo del gobierno del rey Nezahualpiltzintli, y asimismo se halla en las relaciones que escribieron los infantes de la ciudad de Tetzcuco don Pablo, don Toribio, don Hernando Pimentel y Juan de Pomar, hijos y nietos del rey Nezahualpiltzintli de Tetzcuco, y asimismo el infante don Alonso Axayacatzin, señor de Itzapalapan, hijo del rey Cuitláhuac y sobrino del rey Motecuhzomatzin, y últimamente, en nuestros tiempos, lo tiene escrito en su historia y Monarquía indiana el diligentísimo y primer descubridor de la declaración de las pinturas y cantos, el reverendo padre fray Juan de Torquemada, padre del santo evangelio de esta provincia.