Comentario
De la armada con que entró en esta Provincia del Río de la Plata Sebastián Gaboto
Pocos años después que por orden del Rey Enrique VII de Inglaterra, el famoso piloto llamado Sebastián Gaboto descubrió los Bacallaos, con intento de hallar por aquella parte un estrecho por donde se pudiese navegar a las islas de la Especería, fue a España, y como hombre que tan bien entendía la cosmografía, propuso al Emperador don Carlos Nuestro Señor, de descubrir fácil navegación y puerto, por donde con más comodidad se pudiese entrar al rico Reino del Perú, y al Poderoso Inca, que entonces llamaban los españoles Rey blanco de quien Francisco Pizarro había llevado a Castilla larga relación y noticia. Admitida su pretensión se le mandó dar para este descubrimiento trescientos hombres, y entre ellos algunas personas de calidad que quisieron venir con él a esta jornada, con los cuales salió de la Bahía de Cádiz el año 1530, y navegando con diversos tiempos, pasó la equinoccial, y llegó a ponerse en altura de treinta y cinco grados, y reconocida la costa, vino a tomar el Cabo de Santa María, y conociendo ser aquel golfo la boca del Río de la Plata, que aún entonces no se llamaba sino de Solís, embocó por él, y navegando a vista de la costa de mano derecha, procuró luego algún puerto para meter sus navíos y buscándole, se fue hasta la isla de San Gabriel, donde dio fondo, y no pareciéndole tan acomodado y seguro, se arrimó a aquella costa de hacia el norte, y entró por el ancho y caudaloso Río del Uruguay, dejando atrás la Punta Gorda, tomó un riachuelo que llaman de San Juan, y hallándole muy hondable, metió dentro de él sus navíos, y de allí lo primero que hizo, fue enviar a descubrir alguna parte de aquel caudaloso río, y procuró tener comunicación con los indios de aquella costa, para lo cual despachó al capitán Juan Álvarez Ramón, para que fuese con un navío por él arriba, y reconociese con cuidado lo que en él había, el cual habiendo navegado tres jornadas, dio en unos bajíos arriba de dos islas muy grandes, que están en medio de dicho río, y, sobreviniéndole una tormenta en aquel paraje, encalló el navío en parte donde no pudo salir más (cuya armazón parece el día de hoy allí): con este naufragio el capitán Ramón echó su gente en un bajel, y como pudo, salió con ella a tierra, lo cual visto por los indios de la comarca llamados Yaros y Charrúas, los acometieron, yendo camino por la costa por no poder ir todos en el bajel, y peleando con ellos, mataron al capitán Ramón y a algunos soldados, y los que quedaron, se vinieron en el bajel adonde estaba Gaboto, el cual dejando allí la nao capitana con alguna gente de pelea y marineros que la guardasen, tomó una carabela y un bergantín con la gente que pudo, y se fue con ella por el Río de la Plata arriba, y atravesando aquel golfo, entró por un brazo, que se llama el Río de las Palmas, y saltando a tierra, habló con algunos indios de las islas, de quienes se proveyó de comida; y pasando adelante, llegó al río del Carcarañal (que es nombre antiguo de un cacique de aquella tierra), que cae a la costa de la mano izquierda, que es al sudueste, donde Sebastián Gaboto tomó puerto, y le llamó de Santi-Espíritus; el cual viendo la altura y comodidad de esta escala, fundó allí un fuerte de maderos con su terraplén, dos torreones y baluartes bien cubiertos; y corriendo la tierra, tuvo comunicación con los indios de su comarca, con quienes entabló amistad; y pareciéndole conveniente reconocer lo más interior de la tierra dentro, para el fin que pretendía (descubriendo por aquella vía entrada para el Reino del Perú), despachó cuatro españoles a cargo de uno llamado César, que fuese a este efecto por aquella provincia, y entrase caminando por su derrota entre el mediodía y el occidente, y topando con alguna gente de consideración, y con lo que descubriese, dentro de tres meses volviese a darle cuenta de lo que había.
Con esta orden se despachó a César y sus compañeros, de los cuales después haremos mención, por decir lo que hizo Gaboto en este tiempo. En el cual habiendo arrasado los dos navíos, quitándoles las obras muertas, y poniéndoles remos, se metió con ellos y el río arriba, llevando consigo veinte soldados, y dejando en el fuerte sesenta a cargo del capitán Diego de Bracamonte, entró, pues, por el Río de la Plata arriba a remo y vela con grande trabajo por no estar práctico en él, hasta que por sus jornadas llegó a la confluencia de los ríos Paraná y Paraguay; hallándose en aquel paraje distante del Fuerte ciento veinte leguas, y entrando por el Paraná por parecer más caudaloso y acomodado para navegar, llegó a la laguna dicha de Santa Ana, donde estuvo algunos días rehaciéndose de comida de los indios de la tierra, de quienes tomó lengua de lo que por allí había, y de la imposibilidad de poder navegar con sus navíos por aquel río, a causa de los muchos bajíos y arrecifes que tiene, por cuyo motivo volviendo atrás, tomó el río Paraguay, y hallándole muy hondable, hizo su navegación por él arriba, hasta un paraje, que llaman la Angostura, donde un día le acometieron más de trescientas canoas de los indios Agaces, que son los Payaguaes, que en aquella ocasión señoreaban todo aquel río, los cuales se dividieron en tres escuadras, y acometiendo a los navíos que iban a la vela, Sebastián Gaboto previniendo lo necesario, asestó las culebrinas que llevaba, y teniendo al enemigo a tiro de cañón, hizo disparar a las escuadras de canoas, que las más de ellas fueron hundidas y trastornadas de los tiros; y acercándose más a los enemigos, y peleando los españoles con ellos con sus arcabuces y ballestas, y los indios con su flechería: vinieron casi a las manos, y llegando a los costados de los navíos, con sus picas y otras armas, mataron gran cantidad de indios, de manera que fueron desbaratados y puestos en huida los que escaparon, quedando los españoles victoriosos con pérdidas sólo de dos soldados, que iban en un batel, que fueron presos y cautivos, los cuales muchos años después vinieron a ser habidos y sacados de su cautiverio, resultando de su prisión muy gran bien, porque salieron grandes lenguaraces, y prácticos en la tierra, éstos se llamaban, el uno Juan de Fustes, y el otro Héctor de Acuña (ambos fueron encomenderos en la Asunción); y pasando adelante Sebastián Gaboto, llegó a un término, que llaman la Frontera, por ser los límites de los Guaraníes indios de aquella tierra, y término de las otras naciones, donde tomando puerto, procuró con toda diligencia tener comunicación con ellos, y con dádivas y rescates que dio a los caciques que le vinieron a ver, asentó paz y amistad con ellos, los cuales le proveyeron con toda comida que hubo menester; con esto Gaboto llegó a haber con facilidad algunas piezas de plata, manillas de oro, manzanas de cobre, y otras cosas de las que Alejo García había traído del Perú de la jornada que hizo a los Charcas, y que le quitaron cuando le mataron los indios de aquella tierra.
Con este motivo Sebastián Gaboto estaba muy alegre y gozoso, con esperanza que la tierra era muy rica, según la fama y relaciones que de los indios tuvo (aunque como tengo dicho todo aquello emanaba del Perú), persuadiendo ser aquellas muestras de la propia tierra, y así dio vuelta a su Fuerte, donde llegado, determinó luego partirse para Castilla a dar cuenta a S.M. de lo que había visto y descubierto en aquellas provincias; y bajando al río de San Juan donde había dejado la nao, se metió en ella con algunos de los que quiso llevar, dejando en el Fuerte de Santi-Espíritus ciento diez soldados a cargo del capitán don Nuño de Lara, y por su alférez Mendo Rodríguez de Oviedo, y por sargento a Luis Pérez de Vargas, y al capitán Rui García Mosquera y Francisco de Rivera, y a otros muchos hidalgos soldados honrados, que quedaron con el capitán don Nuño en aquella fortaleza.