Comentario
De lo que sucedió en la Asunción. De la elección del capitán Diego de Abreu, y cómo cortaron la cabeza al capitán don Francisco de Mendoza.
Mientras pasaba lo referido en el viaje de Domingo de Irala, sucedieron en la Asunción otras novedades, que causaron adelante muchas inquietudes. Fue el principio de ella que don Francisco de Mendoza lugarteniente de Domingo de Irala, visto que había más de un año y medio que se había ausentado, y no volvía, propuso que los conquistadotes que con él habían quedado, eligiesen quién los gobernase en justicia por haberle sugerido sus amigos y parciales, que un caballero de su calidad y nobleza no era razón lograse aquella coyuntura de la ausencia del general, y que hecha la elección, solicitase la confirmación de S.M., como lo ordenaba en su Real cédula, lo cual sería fácil de conseguir por medio de unos tan principales parientes que tenía en España. Resolvióse con esto a ponerlo en efecto, para lo cual mandó llamar algunas personas de parecer y voto con los Capitanes y Regidores propietarios, como el capitán García Rodríguez de Vergara, el Factor Pedro de Orantes, los Regidores Aguilera, Hermosilla y otros, a quien don Francisco comunicó su intento. A lo cual respondieron no haber lugar, pues no se sabía hubiese muerto el general que en nombre de S.M. gobernaba aquella provincia, cuyo lugarteniente era en aquella República, que por tal le reconocía y obedecían. Don Francisco replicó que por las mismas razones era necesario hacer la elección, porque de la mucha demora de Domingo de Irala se debía presumir que era muerto, o estaría imposibilitado de volver, y que en caso que así no fuese, se debía reputar por tal su excesiva demora para poderse hacer jurídicamente la elección. Ellos respondieron que sólo podría hacerse, en caso que don Francisco de Mendoza hiciese dejación del empleo, que de otro modo no lo permitirían. De aquí dinamó pregonarse que en el día aplazado se juntasen en la iglesia parroquial todos los conquistadotes a elegir y nombrar Gobernador.
Llegado el día, al toque de una campana, se juntaron 600 españoles con el Padre Fonseca, que era capellán del Rey. Los capitanes Francisco Melgajero, Francisco de Vergara, Alonso Riquelme de Guzmàn, don Diego Barùa, con los regidores y oficiales reales que habían quedado, y habiendo precedido las solemnidades de derecho, hicieron juramento de que darían su voto a la persona que según Dios y sus conciencias hallasen capaz de gobernar aquella República; con esto fueron dando sus cédulas, y poniéndolas en un vaso: fueron sacadas y leídas por los capitulares, y se halló que ninguno de los nominados tenía más número de votos, que el capitán Diego de Abreu, que era un caballero natural de Sevilla, de mucha calidad y fortuna, con que luego fue recibido por Capitán general y justicia mayor de aquella provincia, habiendo hecho el juramento de fidelidad en nombre de S.M., de lo que don Francisco de Mendoza, viendo frustrada su pretensión, quedó muy sentido y avergonzado, y tomando sobre el asunto su acuerdo con algunos de sus amigos y parciales, dijeron que la elección del capitán Diego de Abreu era nula y de ninguna fuerza y vigor, por no haberse hecho conforme a la cédula de S.M. durante la vida del que gobernaba, y que por su fallecimiento había de gobernar quien tuviese de él legítimo título, quedando en propiedad en el gobierno, y que él era el que tenía título de Domingo de Irala, y que si había hecho dejación, había sido contra derecho el admitirla, porque ésta tocaba al Superior que pudiese de ella conocer, que no lo era aquel Ayuntamiento, ni se había actuado lo obrado en esta elección: y con esto y otros pareceres se resolvió don Francisco a recobrar el uso y ejercicio de su empleo, juntando todos sus amigos y aliados para aprehender al capitán Diego de Abreu, quien habiéndolo sabido, con la mayor diligencia posible juntó gente, y con ella fue a casa de don Francisco con muy buen orden y llegados apellidaron la voz del Rey, y poniendo cerco a la casa, y acometiéndola por todas partes, y entrando dentro le hallaron solo y desamparado de los que con él habían estado, que a la vista de la gente con que venía Abreu le abandonaron, salvo algunos pocos hombres que permanecieron, que todos con él fueron presos: y procediendo judicialmente contra ellos el general, salió sentenciado don Francisco que se le quitase la cabeza en público cadalso, cuya rigurosa sentencia te fue notificada, y sin embargo de su apelación, y otras diligencias conducentes a librar su vida, fue mandada ejecutar, habiendo ofrecido antes dos hijas que tenía, una a Diego de Abreu, y otra a Ruy Díaz Melgarejo, para que las tomasen por esposas, a lo que le respondieron que lo que le convenía era componer su alma y disponerse para morir, dejándose de casamientos, que de nada de eso era tiempo, con otras palabras desenvueltas y libres dictadas de la pasión. Con lo cual acudió luego a lo que por cristiano debía, ajustando su conciencia: legitimó a sus hijos, don Diego, don Francisco y doña Elvira, que hubo en una Señora principal llamada doña María de Angulo, con quien se casó: mandó a sus hijos fuesen siempre leales servidores de S.M., y contra sus órdenes jamás se opusiesen, y sacándole al cadalso, rodeado de escuadras de arcabuceros y gente armada, fue llevado al que estaba aparejado en la casa de Diego de Abreu, donde con gran lástima de cuantos le vieron, por ser un caballero tan venerable por su ancianidad y nobleza, fue muy llorado, y él con el rostro grave y apacible habló a todos los circunstantes, dando algunas satisfacciones de haber venido a aquel punto, atribuyéndolo a justos juicios de Dios por haber tal día como aquel muerto en España a su mujer, criados y a un clérigo, su compadre y capellán, por falsas sospechas que de ambos tenía, y dijo que permitía Dios que estas muertes pagase con la suya por mano de otro compadre, que fue el verdugo llamado el Sardo por natural de Cerdeña.