Comentario
De la jornada que hizo Domingo Martínez de Irala, llamada la Mala Entrada
Pacificados por Domingo de Irala los bandos y diferencias que había entre los españoles, con las amistades y casamientos, que hemos referido, determinó hacer una jornada importante, en la cual pudiese descubrir algunas de las noticias que tenían en la tierra de mucha fama, pues donde tanta nobleza y cantidad de soldados había, no era razón dejar de buscar toda la conveniencia y aprovechamiento que se pudiese. El año 1550 se publicó la jornada, para que todos los que quisiesen ir a ella se alistasen; y así con este deseo se ofrecieron muchas personas de cuenta, capitanes, soldados que por todos fueron 400, y más de 4.000 indios amigos, con los cuales salió de la Asunción por el río y por tierra, en bergantines, bajeles y canoas, en que llevaban los víveres y vituallas, y más de 600 caballos. Dejó el General por su lugar Teniente en la Asunción al Contador Felipe de Cáceres, quien luego mandó que recogiesen los que andaban dispersos y fuera de orden por la tierra por las distensiones pasadas, de cuyos bandos y parcialidades habían quedado algunas reliquias del Capitán Diego de Abreu. Y aunque casi todos acudieron a dar la obediencia a la Real justicia, no lo hizo Abreu con sus amigos, con que no cesaban los recelos de las turbaciones; para cuyo remedio a Felipe de Cáceres ser conveniente prenderle y haberle a las manos, para lo cual despachó 20 soldados a cargo de un oficial llamado Escaso, para que le buscase y trajese preso, y saliendo al efecto, llegaron a un monte muy áspero, donde estaban retirados, y entrados dentro de él una noche, vieron en una espesura de grandes árboles una casa cubierta de palmas y de tapia francesa, y reconociendo entre la oscuridad de la noche la gente que había dentro, vieron cuatro o cinco españoles únicamente; y entre ellos el Capitán Diego de Abreu, que estaba despierto sin poder dormir a causa del gran dolor que tenía de un mal de ojos: viéndole Escaso por un pequeño agujero, le apuntó con la jara de la ballesta, y disparándola, le atravesó con ella por el costado, de que luego cayó muerto, y así le trajeron atravesado sobre un caballo a la Asunción; y porque el Capitán Melgarejo reprobó este hecho, y tomó por suya la demanda con tanta turbación, fue preso y puesto a buen recaudo, de que Francisco de Vergara su hermano quedó muy sentido; y dándole aviso al General de lo sucedido, que aún no estaban muchas leguas de la ciudad, volvió personalmente a aquietar esta turbación, que estaba ya a punto de una gran ruina, y así despachó a Melgarejo a su Real donde había quedado con la gente Alonso Riquelme, quien a sus instancias le dio lugar, para que fuese hacia el Brasil con solo un soldado llamado Flores, con quien empezó su viaje, atravesando por los pueblos de los Guaraníes, y entró a la provincia de los Tupies, enemigos antiguos de ellos y de los españoles, y amigos de los portugueses. Luego los prendieron a ambos, y atándolos con fuertes cordeles, los tuvieron 3 ó 4 días, y al cabo de ellos mataron a Flores y se lo comieron con grandes fiestas, diciendo a Melgarejo, que al día siguiente harían con él otro tanto. De este peligro fue Dios servido librarle por haberle soltado de la prisión una india, que le guardaba. Llegado a San Vicente casó con una señora llamada doña Elvira, hija del capitán Becerra de la armada de Sanabria, como adelante diremos.
Vuelto el General a su Real halló menos a Ruy Díaz Melgarejo lo que sintió bastante, y así le escribió luego una carta de mucha amistad, y le envió un socorro de ropa blanca y rescate para el camino, y la misma espada de su cinto, que todo recibió Melgarejo; excepto la espada por la dañada intención que llevaba contra él. Hecho esto continuó el General su viaje río arriba hasta el puerto de los Reyes, donde se desembarcó con toda su gente, y atrajo al Real servicio todos los pueblos comarcanos, y caminando muchas naciones de indios, que unos le salían de guerra, y otros de paz, y con diferentes sucesos fueron atravesando la tierra hasta los indios Bayaes, y pasando hacia la cordillera del Perú, dieron con los indios Frentones, que también llaman Nogogayés, gente muy belicosa, los cuales le informaron como estaban metidos en los confines de la gobernación de Diego de Rojas, y que a mano derecha estaban las amplísimas provincias del Perú, de donde entendieron que por aquella parte no había más que descubrir, y así resolvieron volver para el norte, y prosiguieron su derrota. Amotináronseles más de 150 indios amigos de los del ejército por haber tenido noticia, que no muy lejos de allí estaban poblados otros de su misma nación, llamados Chiriguanas, y así se fueron en busca de ellos, como lo hicieron en otra ocasión el año de 1548. Y con esto y las muchas aguas que sobrevinieron en aquel año, determinó el General buscar sitio para la invernada, con intento de entrar en la provincia del Dorado y descubrir los Moyes, que caen a la otra parte del río Guapay, que, como queda dicho, es uno de los brazos del Marañón; pero, habiendo acudido tanto las lluvias, anegaron toda aquella tierra, ya de las vertientes del Perú, ya de las de aquellos ríos, por cuya causa y viendo que se les aniquilaron o murieron los caballos, y más de mil quinientos amigos de los indios que trajeron de la Asunción y de los que de nuevo habían adquirido, padeciendo los mayores trabajos y miserias que hasta aquí nunca pasaron los españoles en las indias, con tantas enfermedades que les resultaron, de que murieron no pocos: determinaron dar la vuelta a sus embarcaciones, con tanta dificultad que no fue poca felicidad haber llegado a ellas según la inundación de toda aquella tierra, causa de tanta perdición, por lo que llamaron a ésta la Mala Entrada.