Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA ARGENTINA



Comentario

Cómo en este tiempo murió el gobernador Domingo Martínez de Irala, y lo que sucedió a Nuño de Chaves


Luego que partió de la Asunción Nuño de Chaves para su destino, salió el gobernador a ver lo que hacía su gente, que trabajaba en la madera y tablazón en un pueblo de indios para acabar una hermosa iglesia y sagrario, que se hacía para Catedral, y estando en esta diligencia, adoleció de una calentura lenta, que poco a poco le consumía, quitándole la gana de comer, de que le resultó un flujo de vientre, que le fue forzoso venir a la ciudad en una hamaca, porque no podía de otro modo; y habiendo llegado, se le agravó el achaque, tanto que luego trató de disponer las cosas de su conciencia lo mejor que pudo y era menester, y recibidos los Santos Sacramentos con grandes muestras de su cristiandad, murió a los siete días que llegó a la ciudad, teniendo a su cabecera al Obispo y otros sacerdotes que le ayudaron en aquel trance. Fue el general el sentimiento en toda la ciudad y su comarca, de modo que todos, así españoles, como indios gritaban: "Ya murió nuestro padre, ahora quedamos huérfanos". Hasta los que eran contrarios al gobernador hicieron demostraciones no esperadas de sentimiento. Dejó en el gobierno de esta provincia por Terrateniente General a su yerno Gonzalo de Mendoza, que luego después del entierro, fue recibido por tal en el Cabildo con común aplauso, por ser un caballero muy honrado, afable, discreto, imparcial y querido de todos. Este procuró con gran cuidado llevar adelante las cosas empezadas por el gobernador. A los capitanes pobladores despachó cartas de lo que se debía hacer, ofreciéndoles el socorro y ayuda conveniente. Nuño de Chaves había dispuesto ceder a las instrucciones que le había dado el gobernador, de modo que lo habían entendido sus soldados, por lo que estaban resueltos a volver a los Jarayes, de que resultaron no pequeñas diferencias, hasta que la mayor parte de la gente que estaba dividida de él, hizo un requerimiento que por ser de nuestro propósito lo quise copiar.

Los vecinos y moradores de la Asunción y los demás que de ella salimos para la provincia de los Jarayes, y en nombre de los ausentes y heridos que aquí no parecen, por los cuales a mayor abundamiento prestamos voz y caución, por serlo de suso contenido en servicio de Dios Nuestro Señor, de S.M y bien general de este campo, en la forma que más en derecho haya lugar; pedimos a vos, Bartolomé Gonzáles, escribano público de número de estas ciudades y provincias del Río de la Plata, nos deis por fe y testimonio, en manera que haga fe, lo que en este nuestro escrito pedimos y requerimos al muy magnífico Señor capitán Nuño de Chaves, que está presente, como ya su merced sabe, y a todos es notorios, como por acuerdo y parecer del Reverendísimo señor don Fray Pedro de la Torre, Obispo de estas provincias, y de los muy magníficos señores oficiales reales de S. M que residen en la dicha ciudad de la Asunción, el Ilustre Señor Gobernador Domingo Martínez de Irala, le dio facultad y comisión, para que saliese a poblar la provincia de los Jarayes, y por su merced aceptada nos ofrecimos con nuestras personas, armas y haciendas a servir a S.M. en tan justa demanda, como más largamente se contiene en los tratados y capitulaciones que se hicieron, a que nos remitimos, en razón de lo cual por servir a Dios Nuestro Señor, y a la Real Majestad, fuimos movidos a salir de la dicha ciudad de la Asunción con el dicho señor General en nuestros navíos y canoas, armas, municiones, caballos e indios de nuestros repartimientos con las demás cosas necesarias, para sustento de la dicha población: y habiendo navegado por el río arriba del Paraguay después de muchos trabajos, muertes, pérdidas y desgracias, llegamos con su merced a los 29 del mes de julio del año próximo pasado de 1557, a los dichos Jarayes y puerto de los Jaravayanes, donde creímos se hiciese dicha población, y después de vista y considerada la tierra, y el tiempo estéril, y necesidades que se representaron por acuerdo y parecer que el dicho señor general tomó, fue resuelto se buscase sitio y lugar conveniente para el sustento y perpetuidad de dicha población: y así salió con este intento con toda la armada por fin del mes de agosto dejando en el dicho puerto 15 navíos, ocho anegados y siete varados, y todas las canoas y demás pertrechos que se traían, con cantidad de ganados mayores bajo la confianza y recomendación de los Jarayes por la satisfacción y antigua amistad que con ellos se ha tenido, y puestos en camino con diversos sucesos, llegamos al pueblo del Paisurí, indio principal que nos recibió con amistad, y de allí al de Povocoigí, hasta los pueblos Saramacosis, donde estuvimos, hasta tanto que los mantenimientos y sembrados granasen, en el cual asiento su merced tomó relación de los indios Guaraníes, y de otros que habían sido sus prisioneros, de las secretas disposiciones de la tierra, y de las que comúnmente llamamos la gran noticia, en cuyas fronteras se decían estaban poblados los dichos Guaraníes, donde todos entendimos se haría la población en los términos de los indios Travasicosis que por otro nombre llamamos Chiquitos; no porque ellos lo sean sino porque viven en sus casa pequeñas y redondas, y concurrían las calidades que convenían a la dicha fundación, por lo cual su merced informándose del camino, vino con toda la gente en demanda de los pueblos Guaraníes, y del cacique que se dice Ibiraipi, y el más principal Peritaguá, y de donde llevando los dichos indios por guías, llegamos a este territorio, donde al presente estamos, reformando la gente española, indios amigos y caballos de los trabajos y peligros pasados, y por ser los naturales de este partido la más mala gente, feroz e indómita de cuantas hasta ahora se han visto, no han querido jamás venir a ningún medio de paz, antes los mensajeros, que para ello les han enviado, se los han muerto, despedazado y comido, procurando por todas las vías posibles, echarlos de la tierra, inficionando las aguas, sembrando por todas las partes púas y estacas emponzoñadas de yerba mortal, con que nuestra gente ha sido herida y muerta. Y así mismo han hecho sus juntas y llamamientos, y venido sobre nosotros con mano armada, a los cuales hemos resistido con la ayuda de Nuestro Señor, no sin notable daño ni perjuicio de nosotros y de los caballos, e indios que traemos por nuestros amigos, de manera que su merced, el señor general, por salir de la contienda de esta gente, informando que más adelante había otras poblaciones de indios más benévolos, llamados Caguaimbucúes, dando lado a los enemigos de esta comarca, y con guías que para ello se buscaron, partió con todo el campo, y habiendo caminado dos días por despoblado, creyendo todos que íbamos dando lado a los inconvenientes de la guerra, al tercero día los que venían de vanguardia, se hallaron dentro de una gran población, y en un camino raso vieron un fuerte rodeado de un gran foso, y de lanzas y púas venenosas sembradas alrededor, con gran número de gente para su defensa y resistencia, donde tomando alojamiento, se les envió a requerir de parte de S.M. con la concordia y amistad, que no quisieron admitir; mas antes por oprobio e injuria nuestra mataron a los mensajeros, y salieron fuera de la palizada y fuerte, y retaban a pelear y escaramuzar, tirando muchas flechas con amenazas y fieros, por lo cual su merced, y los demás capitanes fueron de parecer romper con ellos, y castigar la indómita fiereza de esta gente, porque de otra forma, crecerían en soberbia y atrevimiento, y en cada paso nos saldrían a los caminos, recibiendo mucho daño de ellos, y así llegó el día de acometerlos a pie y a caballo, y puesto en efecto y con gran riesgo de las vidas y resistencias de los enemigos, les entramos y ganamos su fortificación, y rompimos la palizada, donde lanzados con muerte de mucho número de ellos, fueron puestos en sujeción y dominio, tan a costa de nuestra parte, que demás de los que allí murieron, fueron heridos más de cuarenta españoles, y más de cien y tantos caballos, y setecientos indios amigos, de los cuales heridos, por ser la yerba tan ponzoñosa y mortal, en doce días fallecieron diez y nueve españoles, trescientos indios y cuarenta caballos sin que haya juicio de los que en adelante corren este peligro, si la Majestad de Dios no lo remedia. Por cuyas causas y por las que cada día pueden suceder, si en esta cruelísima tierra nos detuviésemos y por ella caminásemos, siendo, como todos dicen, los más de esta comarca de peor condición, y estando nuestro campo en grande disminución, de que se presume que, pasando adelante, nos desampararán los indios amigos, que traemos en nuestra compañía, de que puede resultar total ruina y perdición de todos los que a esta jornada hemos venido. Por tanto, unánimes y conformes requerimos al señor General una, dos y tres veces, y tantas cuantas en el caso se requieren, que con toda la brevedad posible se retire y salga de esta tierra con la mejor orden y seguridad que convenga, y vuelva por el camino que vino, y se vaya y asiente en tierra pacífica y segura, como son las que antes hemos dejado, para que convalecidos y reforzados de los trabajos y riesgos pasados se pueda consultar con deliberado consejo lo que más convenga al servicio de Dios y de S.M. y si con todo su merced perseverase en pasar adelante, como se ha entendido, le protestamos las muertes, daños, pérdidas y menoscabos, que en tal caso se siguieren y recibieren, así los españoles como los indios amigos y naturales, y ponemos nuestras personas, haciendo feudos y encomiendas que de S. M tenemos, debajo de la protección de su Real amparo y cumplimiento de la orden e instrucción, que le fue dada y cometida para el efecto de la población y sustento de ella, para lo cual todos estamos dispuestos y conformes a observar y cumplir lo que en este caso debemos y estamos obligados, todo lo cual que dicho es, pedimos a vos el presente escribano nos lo deis por testimonio en pública forma, de manera que haga fe para presentarla ante S.M., y en los demás tribunales, donde viéremos que más nos convenga, y a los presentes rogamos nos sean testigos, y lo firmamos de nuestros nombres. Rodrigo de Osuna, López Ramos, Melchor Díaz, Pedro Méndez, Diego de Zúñiga, Francisco Díaz, Diego Bravo de la Vega, Juan Hurtado de Mendoza, Andrés López, Martín Notario; Francisco Álvarez Gaitán, Rodrigo de Grijalva, Francisco Rodríguez, Antón Conejero, Juan Riquelme, Bernabé González, Juan de Pedraza, Pedro de Sayas Espeluza, Antonio de Sanabria, Vasco de Solís, Julián Jiménez, Antonio de Castillo, Diego de Peralta, Juan Vizcaíno, Diego Bañuelos, Gabriel Logroño, Nicolás Verón, Juan de Quintana, Bartolomé Justiniano, Cristóbal de Alzate, Baltasar García, Alonso Hernández, Pedro Coronel, Diego de Tobalma, Juan Ruiz, Bartolomé de Vera, Juan Barrado, Bernardo Genovés, Juan Campos, Alonso López de Trujillo, Francisco Sánchez, Pedro Campuzano, Alonso Portillo, Juan Calabres, Francisco Bravo, Pedro Cabezas, Alonso Parejo, Pantaleón Martínez, Alonso Fernández, Blas Antonio, Juan López, Hernando del Villar, Antonio Roberto, Francisco Delgado, Diego Díaz Adorno, Juan Salgado, Gonzalo Casco, Pedro de Segura.

Hecho este requerimiento al general Nuño de Chaves, como va expresado, no fue bastante a hacer lo que los más de su comitiva le pedían y requerían, antes con gran indignación, respondió determinadamente que de ninguna manera daría vuelta para el puerto, sino continuar el descubrimiento de aquella tierra, pasando adelante, como pretendía; de aquí nació el que la gente se dividiese luego en dos partes: la una y más principal, bajo las órdenes de Gonzalo Casco, a quien nombraron por caudillo, y se le agregaron más de 140 soldados. Poco más de 60 quedaron a las órdenes del general, a quien no quisieron desamparar.