Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA ARGENTINA



Comentario

Del levantamiento de los indios del Guairá contra el capitán Melgarejo, a cuyo socorro fue el capitán Alonso Riquelme


Habiendo logrado los buenos sucesos, que quedan referidos, determinó el Gobernador que saliesen cuatro capitanes con sus compañías por distintos rumbos, que corriendo la tierra, fuesen castigando los rebeldes y obstinados, y admitiesen la paz a los que la pidiesen. Hecha este diligencia, el Gobernador con lo restante del campo movió su Real, y fue a sentarla sobre otro río llamado Aguapeí, que desagua en el Paraná, lugar acomodado y de bella disposición para sus designios; y habiendo desde allí hecho correr el campo, halló a los indios de la comarca de mal en peor en su rebeldía y pertinacia. A este mismo tiempo llegó al Real un indio, preguntando por el Gobernador, a cuya tienda fue llevado, y puesto ante él, dijo: Yo soy de la provincia de Guaira, de donde vengo enviado de tu hermano el capitán Ruy Díaz por ser yo de su confianza, a decirle que le socorras con gente española contra los indios de aquella tierra, que se han rebelado contra él, y le tienen en grande aprieto, y para poder llegar a tu presencia, me ha sido preciso venir con disimulo por entre estos pueblos rebeldes, y gente de guerra, haciéndome uno de ellos, con cuya astucia con no pequeña suerte mía he podido llegar hasta aquí. El Gobernador oída su relación, le respondió que no podía darle crédito, si no le manifestaba carta de su hermano: a esto respondió no venir sin ella, por lo que se satisfaría largamente. Cosa que admiró a todos por verle desnudo, y sin tener dónde pudiese esconderla. El entre tanto alargó la mano, y entregó el arco que traía en ella al Gobernador, diciéndole: aquí hallarás lo que digo. Creció la admiración de los circundantes, viendo que en el arco no se hallaba escrito nada, ni había seña de tal carta, hasta que se llegó el indio, y tomando el arco de la empuñadura descubrió su ajuste, o encaje postizo, en que venía escrita la carta; y leída por el Gobernador, halló ser cierta la relación del indio, y luego comunicó con los capitanes lo que convenía hacer, de que resultó determinar dar un competente socorro a Ruy Díaz, para cuyo efecto de común acuerdo fue señalado el capitán Alonso de Riquelme, como se lo rogaron por hallarse éste de quiebra con Ruy Díaz; y habiendo condescendido por dar gusto al Gobernador, dispuso largo su viaje, llevando setenta soldados; y caminando a su destino, tuvo varios encuentros y oposiciones de los indios, de que siempre salió con victoria: así llegó al rió Paraná, en cuyo puerto recibió las canoas necesarias para el pasaje, que fueron enviadas por el capitán Ruy Díaz, y luego pasó a la parte de la ciudad, donde entró sin dificultad alguna sin embargo del cerco de los indios, y fue recibido con general alegría, tomando alojamiento en una casa fuerte, que estaba dentro del recinto o palizada que tenía la ciudad. Sólo el capitán Ruy Díaz no mostró complacencia con la vista de Alonso Riquelme, aunque procuraba disimular su antigua enemistad. Pidióle que saliese luego con su campamento y con algunos más de la ciudad a castigar a los indios de la comarca y ponerle freno a su insolencia, excusándose él de esta facción por hallarse casi ciego de un mal de ojos. Salió Alonso Riquelme de la ciudad con 100 soldados y algunos indios amigos, aunque con no poca desconfianza. Comenzó la guerra, el año de 1561, por los más cercanos, que eran los del cerco de la ciudad, a los cuales castigó, y dio alcance en sus pueblos, en que prendió algunos principales que ajustició, y después pasó a los campos llamados de don Antonio, en que salieron a pedir paz los indios situados en ellos, y él la otorgó benigno.

Desde allí bajó al río del Ubay, que es muy poblado, de donde despachó mensajeros a los principales de aquel territorio, que luego le salieron al encuentro, rogándole perdonase el delito pasado de aquella rebelión; y habiéndolo hecho así, y asegurado de la quietud de los indios, bajo por aquel río Paraná, pacificando los pueblos que estaban a sus riberas; aunque los indios de tierra adentro trataron de llevar adelante sus designios en asolar aquella ciudad, por cuya causa determinó dejar las canoas, y pasó luego a remediar este desorden, atravesando por unas asperísimas montañas hacia el pinal, donde estaban metidos los indios de esta facción, y dándole repentinos acometimientos y ligeros asaltos, los obligó a dejar los bosques y salir al campo, donde en sitio acomodado se juntaron en gran número, y acometieron a los nuestros por todas partes, pensando estrecharles, de modo que los pudiesen matar a todos, y en efecto los apretaron de tal manera que ya contaban por cosa hecha; pero los nuestros resistieron con gran entereza, disparando sus arcabuces por una y otra parte con buen orden, y así fueron peleando hasta salir a lo llano, donde trabaron una reñida pelea, en que fueron vencidos y puestos en huida los indios; y siguiendo el alcance, mataron un sin número de ellos y prendieron muchos de los Principales, de modo que se obligaron a pedir paz y perdón de las pasadas turbaciones, disculpándose con que fueron sugeridos por otros caciques poderosos de la provincia encomendados en la Asunción. Luego prosiguió por los demás pueblos, que fue pacificando, donde en uno de ellos tuvo el invierno hasta el año siguiente, en que acabó, de aquietar la provincia, con lo cual volvió a la ciudad con mucha alegría por los buenos sucesos de su expedición. Seguidamente pasó a la Asunción, donde se gozaba de igual quietud, en que se conservaron algunos años, como adelante se verá.