Comentario
De lo que sucedió a Francisco de Vergara en el Perú, y de la vuelta del Obispo
Después de haber vencido las dificultades y peligros del camino, llegaron al Perú el Gobernador Francisco de Vergara y el obispo don Fray Pedro de la Torre, oficiales Reales y demás caballeros que le acompañaron el año de 1565, y aún llegados a la ciudad de la Plata, no le faltaron al Gobernador dificultades que vencer en cuanto a la propuesta de su pretensión al gobierno, en que tuvo fuertes oposiciones, más de los denigrativos capítulos, que se le pusieron en aquella Audiencia, siendo el más poderoso el haber sacado del Río de la Plata tantos españoles y naturales con tanto costo de la Real Hacienda, con el pretexto de pedir socorro y ayuda para aquella conquista, que no podía ser mayor ni aún tanto como el que se había consumido en tanto perjuicio de la provincia, en que el procurador general a instancias de sus émulos le formó 120 capítulos, los más de ellos dignos de oponerse a este gobierno Diego Pantoja y Juan Ortiz de Zárate, vecinos principales de esta ciudad, con otros que vinieron del Río de la Plata. Ni faltaron turbaciones en aquella Corte, como una querella que puso Hernando de Vera y Guzmán, sobrino de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, contra Felipe de Cáceres y Pedro de Orantes, autores de su prisión, por cuya causa fueron presos, y alegaron en su favor aquella causa radicada ante S.M. y Supremo Consejo de Indias. Con esto y los testimonios que presentaron, se alzó mano de tan peligrosa causa, y siendo libres de la prisión, se fue el contador a la ciudad de los reyes con los otros pretendientes al gobierno; de los cuales el que hizo más instancia, fue Juan Ortiz de Zárate, persona principal y de muchos méritos, como servidor al Rey en las pasadas guerras civiles del Perú, según refiere S.M. en el título de Adelantado de que se le hizo merced. Capituló en aquella Corte con el Licenciado Lope García de Castro, Gobernador General de aquel Reino, gastar en la conquista y población del Río de la Plata ochenta mil ducados, poblando ciertas ciudades a su costa, con tal de que se le diese aquel gobierno con título de Adelantado con los demás privilegios concedidos a los capitanes pobladores de las Indias, con cuyas condiciones se le dio el gobierno de aquellas provincias, con cargo de traer confirmación de S.M., mandándosele así mismo a Francisco de Vergara comparecer ante la Real persona en la prosecución de su causa.
El año siguiente partió Juan de Ortiz de Zárate para Castilla, llevando gran suma de dinero, que le robó en la mar un capitán francés, y no le dejó más que unos tejuelos de oro, que había escondido una esclava suya entre sus basquiñas. Antes de ir nombró por su Teniente General a Felipe de Cáceres, a quien ayudó con suma de dinero para su avío, y restitución a su provincia, socorriendo así mismo a todas las personas que quisieron volver a aquella tierra, y juntos en la ciudad de la Plata el obispo, el general y demás caballeros entraron a su jornada, y llegados a Santa Cruz de la Sierra fueron recibidos por Nuño de Chaves con muestras de mucha voluntad, aunque en los negocios de su despacho les dio poco favor, y puesto en buen orden, salieron de aquella ciudad con el general, el Obispo, 60 soldados, algunas mujeres y niños, gente de servicio, y cantidad de ganado vacuno y ovejas. Salió a acompañarlos Nuño de Chaves con otra compañía, queriendo, con motivo de escoltarlos, llevar adelante su pasado intento, como que era bien otro del que significaba. Manifestóse con haber sacado algunas personas de la compañía de Cáceres, como un tal Muñoz, famoso minero, y otras que pasó a su parte, hasta que llegaron a la comarca de los indios Guaraníes, que quedaron poblados, cuando vinieron con Francisco Ortiz de Vergara, que los más eran naturales de la provincia de Itatin, que con su continua malicia se hallaban alborotados, y habían desamparado algunos pueblos que estaban en el camino, retirándose a los más lejanos, recelosos de recibir algún daño de los nuestros, o deseosos de cometer alguna traición. Esto ocasionó que Nuño de Chaves tuvo necesidad de irse apartando del general, metiéndose de un lado y otro del camino por aquietar aquellos indios, y habiendo llegado cerca de un pueblo, donde supo que estaban muchos caciques principales, se adelantó de su compañía con 12 soldados, y llegó al pueblo, donde apeándose en la plaza, fue bien recibido y hospedado con muestras de amistad; y dándosele una casa por posada, Nuño de Chaves entró en ella, donde le tenían colgada una hamaca, en que se sentó y quitó la celada de la cabeza para refrescarse. A esta sazón llegó a él un cacique principal llamado Porrilla, que por detrás le dio con una macana en la cabeza, con tanta fuerza que le echó fuera los sesos, y lo derribó en el suelo. A este tiempo todos los indios acometieron a los otros españoles, que estaban a la puerta muy ajenos de tal traición, de modo que de esta impensada trampa no escapó la vida más que un trompeta ya herido en su caballo, y se puso en salvo, y fue a dar aviso a don Diego de Mendoza, que venía marchando con el resto de la gente hacia este pueblo muy ajeno del suceso: el cual a no ser avisado del trompeta, cayera como el General en manos de aquellos enemigos, que con la misma traición le esperaban según lo tenían dispuesto.