Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
DESCUBRIMIENTO DE LAS REGIONES AUSTRALES



Comentario

En que se prosigue el descubrimiento, y salida del puerto del general; su gran tormenta y llegada a la Nueva España y Pirú


Isla de San Cristóbal.--A trece de junio se hicieron las naos a la vela, y media legua a barlovento, donde habían estado antes con el bergantín, se vieron muchas poblaciones y una isla, y desde allí se fue a una isla, que se llamó San Cristóbal. Tomóse puerto en ella, saltando en tierra el general, que, visto por los indios, decían por señas a los nuestros que se volviesen, y viendo no querían, fue cosa notable de ver las bravuras que hicieron, visajes, temblores y revolcar y escarbar en la arena con los pies y manos, irse a la mar, echar el agua por alto y otros muy extraños ademanes. Tocóse nuestra trompeta a recoger, vino Pedro Sarmiento donde estaba el general con toda la gente, y los indios se vinieron para los nuestros con sus armas en las manos a punto de pelear; cada uno tenía dos o tres dardos, otros macanas, arcos y flechas: llegáronse tan cerca, que si desembarazaran no dejaran de herir a los nuestros, porque el general les decía por señas que se fuesen, que no los quería hacer mal: esto no aprovechaba, mas antes enarcaban los arcos y hacían muestras de arrojar dardos, y porque no se quisieron ir se dispararon los arcabuces: matando uno y otros muchos heridos, se fueron todos. Entraron los nuestros en su pueblo y en él hallaron gran cantidad de panes y ñames, muchos cocos y almendras, que había para cargar una nao, y así con las barcas, aquel día, no se hizo otra cosa sino llevar comida a ellas: los indios nunca más se atrevieron a volver, y con lo hecho, nuestra gente se embarcó, porque se acercaba la noche. Este puerto está en once grados y muy pegado a la isla de Santiago por la parte del Sueste; es isla muy estrecha y montuosa, la gente como la demás.

Islas de Pauro y de Santa Catalina.--A cuatro de julio el general envió por caudillo a Francisco Muñoz Rico, con doce soldados y trece marineros, en el bergantín, a descubrir: salió costeando esta isla de Pauro, que así se llamaba en lengua natural; córtese hasta media isla, Norueste Sueste, viente leguas, toca una cuarta del Leste y la otra mitad se corre el Este Oeste cuarta de Norueste Sueste: está la punta de esta isla en once grados y medio, y toda ella tiene de boj cien leguas y de ancho siete; es muy poblada. Descubriéronse otras dos islas pequeñas; fuese a la banda del Sur, que es la menor, y estando surtos, vinieron doce indios nadando y entraron en el bergantín, a donde estuvieron un rato, y los nuestros por señas les preguntaron si adelante había más tierra; a esto dijeron que no, sino a la parte y vuelta del Sueste señalaban que había mucha tierra, y dice Hernán Gallego que también él vio, a la cual no se fue por no tener espacio. Quisieron echar mano a los indios; mas ellos hicieron tanta fuerza, que se huyeron a nado y fueron a su isla, y nuestra gente, saltando en tierra, tomaron algunos puercos, muchas almendras y plátanos; hízose subir un marinero en una palma a ver si descubría tierra por la parte del Sur, o del Sueste, o del Leste, o del Lesnoreste, y no pareció cosa. Púsose a esta isla Santa Catalina y el natural es Aguarí; su boj es cuatro leguas; es baja y llana; tiene muchos palmares; es muy poblada, y cercada de arrecifes; su altura once grados dos tercios a dos leguas del remate de isla de San Cristóbal.

Isla de Santa Ana.--La otra isla dista tres leguas, y casi la misma altura: llámase isla de Santa Ana, en natural se dice Itapa; tiene de boj siete leguas; está baja y redonda, con un alto en medio a manera de castillo; es bien poblada y fértil, tiene puercos y gallinas, y un puerto muy bueno a la parte del Leste: saltó el caudillo en tierra y los indios acometieron a los nuestros con muchos dardos, flechas y alaridos; venían enbijados; con ramos en las cabezas y unas bandas por el cuerpo: salieron a ellos cuatro rodeleros y cuatro arcabuceros, y tres negros y el caudillo delante, peleando todos bien sin ayuda de otros que estaban en tierra aprestándose. El piloto mayor les decía desde el bergantín que no volviesen pie atrás; hirieron a tres nuestros y un negro, que, visto por el caudillo, cerró con ellos y, muertos dos, se huyeron los demás: arrojaron al caudillo un dardo, con tanta furia y fuerza, porque la gente la tiene, que le pasaron la rodela y el brazo y sobró un palmo del dardo a la otra parte, y por esto, tomada agua, se les quemó el pueblo. Miróse desde un alto y no se vio tierra: embarcados, se fue costeando la isla de San Cristóbal; tomaron en una canoa a dos indios, con que, llegando a los navíos, el piloto mayor dio cuenta al general de lo hecho, y como no se vio más tierra y que a la parte del Oessudueste estaba una infinidad de ella, hizo el general junta de todos los pilotos y capitanes y en ella se acordó que se hiciese jarcia, alojasen los navíos, y se les dio lado lo mejor que pudo. Hubo en la junta, en razón del viaje que se había de hacer para el Pirú, diversos pareceres, si había de ser por la parte del Sur: acordóse que fuese por la parte del Norte y que no se perdiese más tiempo, porque no se acabasen los bastimentos ni desaparejasen los navíos, y esto se ejecutó.

Miércoles a once de agosto se dieron velas a las naos: tardáronse siete días en montar la isla de San Cristóbal; salieron de ella y con recio viento Lessueste se navegó al Noreste cuarta del Leste, y con algunos contrastes se fue navegando del Lesnoreste al Norte más y menos y en pareja: de dos hasta cuatro grados parte del Sur se hallaron muchas palmas atadas, y leños quemados y otros palos y rosuras, que salían de ríos, señales de tierra al Oeste: entendióse ser la Nueva Guinea.

A cuatro se septiembre, estando en la equinoccial, quisieron los pilotos hacer al general un requerimiento dando por razón andaban perdidos y ser mejor de golpe subir a uno u otro polo; y unos a otros se decían ser enemigo de Dios y suyo el que otra cosa hacía: acordóse seguir la vía, como ayudase el tiempo del Norte al Norueste, y así fueron. En once días caminaron veinte y cinco leguas y se hallaron en cinco grados parte del Norte, y no es de espantar, por ser cierto en aquel paraje de poca altura hallarse pocos vientos y al propósito: tuvieron aquí un aguacero de que se cogió agua y les dio la brisa del Leste y colaterales con algunos aguaceros. Viose tierra y fuese a ella; no se surgió por mucho fondo: salió gente en el batel a buscar agua, y vistos los naturales se huyeron. Viose ir a la vela una cierta embarcación; saltó nuestra gente en tierra y en ella hallaron un escoplo hecho de un clavo, y un gallo y muchos pedazos de cuerda y muchas palmas agujereadas, señal que el agua que los naturales beben es la que cogen allí y que hacen otras bebidas de unas ciertas piñas que se vieron, con que se volvieron sin agua. Esta tierra son dos islas de quince leguas, con dos andanas de arrecifes y canales, y a su remate otras dos isletas; su altura ocho grados y dos tercios: navegóse al Norte, y por las faltas de pan y agua, se iba padeciendo mucho y muriendo alguna gente.

Isla de San Francisco.--Topóse más adelante una isla baja, redonda, de mucha arena y matorrales, cercada de arrecifes, despoblada y poblada de muchos pájaros marinos, de boj dos leguas, de altura diez y nueve grados un tercio; llamóse de San Francisco. Navegóse al Norte y Noreste hasta treinta grados y un tercio, en el cual paraje, a diez y seis de septiembre, les dio un chubasco de agua menuda: amainaron, y al siguiente día al amanecer, la nao almiranta estaba aún a vista. Dioles en esta ocasión con tanta furia un viento Susueste, que confiesa el piloto mayor no haber visto otra tal furia en cuarenta y cinco años que tenía de navegación, y que le puso espanto; y que hasta media escotilla metió el costado del navío debajo del agua, que a no estar calafateada y clavada, los hundiera allí, y nadaban los marineros y soldados dentro de la nao. Alejóse el batel lleno de cables y agua, y con mucho trabajo se mandó dar un poco de vela al trinquete, y aún no estaban desatadas dos jaretas, cuando se hizo el trinquete mil andrajos y en ellos fue volando por los aires, quedando mondas las relingas y la nao zozobrada media hora, hasta que el general mandó cortar el árbol mayor, que fue a la mar con todos sus aparejos, llevándose al salir el canto del bordo, y el agua sobre él una vara de medir. Deshicieron el camarote de popa, y alijado, se dio vela con una frazada, con que la nao arribó y navegó al Sur aquella noche, y el día siguiente para atrás, con cincuenta leguas de pérdida y sin vista de la almiranta: este mal viento abonanzó y les dio otro con que se puso la proa a camino con sola la dicha vela.

A diez y nueve de octubre se hizo el viento Lesnoreste y mucho, durando hasta veinte y nueve; por ser el navío molo de mar al través, se anduvo de una y otra vuelta, y se volvió a perder el camino que se había ganado el día antes: negocio de mucha pena. A veinte y nueve de octubre cargó el viento Sueste con tanta furia y mar, y con tantos truenos y relámpagos, que parecía hundirse el mundo: no se puso vela que no la llevase el viento; habiendo en la nao siempre un codo de agua. Desenvergóse la cebadera y púsose por trinquete para correr con ella; mas cargó tanto el viento Sur, que llevó la vela y quedaron sin ninguna: pusieron las frazadas y con ellas se corrió al Noreste hasta otro día postrero de octubre que el viento, con aguaceros, fue rodando hasta que se hizo Oeste, con que se navegó al Leste altura de viente y nueve grados. Pasó el viento al Noreste muy furioso, con que corrió al Sueste y duró hasta cuatro de noviembre, y bajóse a veinte y seis grados por no se poder tener el costado a la mar. Saltó el viento Leste y navegóse al Nornordeste: púsose un mastelero por árbol mayor con una vela que parecía de batel, con que se caminó hasta veinte y siete grados. Saltó el viento al Noreste, que parecía venían allí los demonios, y fuese al Leste cuarta del Sueste: pasó el viento al Lesnoreste, y corrióse al Sudeste, que era camino perdido. Iba la gente de sed y hambre muy fatigada; y tanto cuanto bastaba medio cuartillo de ruin agua y ocho onzas de bizcocho podrido en tan largo viaje, contrarios vientos, roto y mal aviado bajel; ver unos muertos de hambre y sed, otros de la flaqueza ciegos; y en punto de arribar, sin saber a dónde, ni tener con qué, ver los soldados estar jugando la ración de agua, y el perdidoso estar bramando hasta recibir la otra.

Andando en estos contrastes, desaparejados y hambrientos, día de Santa Isabel dio viento, con que se puso la proa al camino. Navegóse hasta altura de treinta grados, y allí saltó el viento al Noreste, que duró hasta siete de diciembre con grandes fríos y nieblas, todo lo cual obligó a volver abajo más de treinta leguas. Algunos soldados se amohinaron e importunaron al general mandase arribar a los bajos de San Bartolomé: respondióles que no quería sino ir a dar cuenta a S. M. de lo hecho, y que, dando a medio cuartillo, tenía agua para viente días, con que sería Dios servido llegasen a la tierra deseada; y que cuando la necesidad obligase, se aconsejaría con su piloto mayor y haría lo que mejor pareciese para la salvación de todos. Estos que gruñían eran seis, que insistían en que arribasen y que el piloto mayor, por estar hecho a aquellos trabajos, no se le daba nada de andar un año y dos en la mar.

A nueve de diciembre se pasó el viento al Sursueste y con él se navegó al Lesnoreste, altura treinta y un grados, en cuyo paraje se vio un palo de pino, mucha corrióla, gaviotas, un pato y otras cosas, todas señas de tierra. El viento se hizo Norte bonanza; acertó a lloviznar, y los marineros y soldados cogieron agua para tres días; aclaró el tiempo con viento fresco a propósito, y por las pocas velas se caminaba poco; las corrientes corrían mucho y mucho más los deseos de llegar a tierra, a cuya causa se hacía un año cada día. Acabáronse las tormentas, alargó el viento, favorecieron las olas y navegóse a popa, con que la víspera de Nuestra Señora de la O, a la tarde, fue Dios servido de mostrar la deseada tierra, que algunos desconfiados decían no ser posible, y certificados de ella, se alegraron de ver la madre de todos; que la mar es buena para los peces. Navegóse aquella noche, y amanecióse junto a dos islas, una legua de tierra firme, altura de treinta grados. Habiendo afijado la aguja un día antes, navegóse al Sueste y se ensenaron en una grande bahía, en que surgieron en cieno al pie de un banco de arena, altura de veinte y siete grados tres cuartos: tiene a la punta dos islas, entre ellas y la tierra firme un muy buen fondo; la mayor tiene unos bajos de la parte del Sueste, que salen dos leguas a la mar.

A veinte y dos de enero de mil quinientos y sesenta y nueve se entró en el puerto de Santiago, por otro nombre de Salagua, y a tres días allegados, arribó la almiranta, sin árbol mayor ni batel y con sola una botija de agua, y tan necesitada del camino y tormentas como la capitana. Su piloto se llamaba Pedro Rodríguez; surgió día de la Conversión de San Pablo: vino a Samano, alguacil mayor de México, a saber qué gente era; el cual, dando velas a dos de marzo y a veinte y dos de julio de la punta de Santa Elena, costa del Perú, don Fernando Henríquez, alférez real, llevó la nueva a Lima, con que se acabó este descubrimiento.