Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
DESCUBRIMIENTO DE LAS REGIONES AUSTRALES



Comentario

De lo que sucedió a la armada hasta el puerto de Paita, y qué puertos tocó


Dadas las velas, no se pudo salir del puerto por poco viento. Envióse una barca a tierra, que volvió luego diciendo hallar la playa llena de gente armada que le impidieron la salida. Gastóse la noche, y venido el día, la galeota se adelantó y entró un barco que iba a entrar en el Callao, y fue por los puertos de la costa visitando los navíos que encontró, tomando de ellos la parte que quisieron; y después de haberlo hecho mejor que pudiera un corsario, llegaron al puerto de Santa, donde hallaron una buena nao cargada de mercaderías y negros que iba de Panamá a Lima. Quitáronla la barca, poniéndola guarda, porque no se pudiese ir hasta que el adelantado llegase, a quien daban por consejo la llevase, así como estaba, para su mejor despacho, y que su valor lo enviaría a sus dueños cuando se lo diese Dios. El adelantado no lo hizo ni consintió se hiciese: el vicario, celoso del servicio de Dios, con ásperas razones reprehendió al capitán y le dijo que estaba descomulgado, y por ello se hizo cargo de pagar lo que tomó, estropeando aquí un soldado: cállase la causa.

Dadas velas, surgieron en el puerto de Cherrepe, que lo es de la villa de Santiago de Miraflores, a donde el capitán Lope de Vega tenía alistada una buena compañía de gente casada y casados: el adelantado le casó aquí con su cuñada doña Mariana de Castro, dándole título de almirante.

Estaba surta en este puerto una nave nueva y fuerte cargando de harinas, azúcar y otras cosas para hacer viaje a Panamá, y aficionados de la bondad suya los oficiales de la almiranta, persuadieron con razones eficaces al general la tomase, y diese por ella la suya que por vieja y mal aderezada justamente lo podía hacer, pues con ella se había de servir mejor al Rey. Mostró el adelantado gran pena de todos estos consejos, y a ellos respondió que su nao era muy buena para ejecutar la ajena. Sintieron los mal intencionados la buena intención, y por salir con la suya dieron de secreto a la nao siete barrenos a fin de obligar, como obligaron, a los soldados a decir que no se habían de embarcar en nao tan rota si no tomaba la otra; en cuya conformidad el piloto y maese presentaron una petición al adelantado, diciendo su nao hacía mucha agua y no estaba para tan largo y arriesgado viaje como el que se quería hacer, por la cual razón le pedían el remedio que tan a la mano tenía. Y el adelantado, visto la determinación de todos, compelido de su necesidad, remitió la causa a su maese de campo, ante quien se hizo información en que se probó cuanto quisieran, y si más quisieran, más probaran; y luego el general mandó que el maese de campo tomase la nao, pero que se estimase la mejora que hacía a la suya por los carpinteros de ribera de la armada, que dijeron valer menos la de la armada seismil y seiscientos pesos de plata ensayada.

Puso luego el maese de campo soldados de guarda a la nao, empezándose a descargar. Estaba en ella un clérigo dueño de la mitad, que viendo la pérdida de su hacienda, se quejó con mucho sentimiento por el rigor y despojo, y así requirió y protestó fuerzas y daños en nombre suyo y de los a quien tocaba: pedía su nao, alegando estar en ella su remedio: fue y vino con sus quejas a la capitana, mas no hubo lugar, ni faltó quien dijo que un cierto soldado le había dado un rempujón y que le amenazó la echaría a la mar. Sintióse mucho de esto el sacerdote, y con grande exclamación decía que había de suplicar a Nuestro Señor, en sus sacrificios, que nunca llegase a salvamento la nao, que no se descargó toda. Gran lástima hizo a los compasivos el buen sacerdote, así por la fuerza hecha como por el tratamiento de la hacienda, y doblaba el dolor ser empresa de los mismos dueños, que tiernamente rogaban y en vano se quejaban de su perdición; mas al fin descargada la nao, se le puso la bandera del almirante, entregando la otra y satisfaciendo el adelantado al sacerdote la parte que en ella tenia, con que se quietó algo. Por la otra parte hizo obligación de pagar dentro de dos años, o antes si viniesen de las Islas de Salomón al Perú, hipotecando a ello todas sus naos. Mucho se quejaba y sentía el adelantado de esta obra en que le habían metido, y así para su tiempo amenazaba a los que entendió ser la causa.

Y porque los tientos en todo se diesen, aún parece que en la justicia de Dios no faltasen, se entienda que en aquel puerto hay muy de ordinario, represadas en ciertas bodegas, muchas mercaderías que de todos aquellos valles se embarcan para Lima, Panamá y otras partes. Algunas de ellas se embarcaron, y el que las tenía con su mujer e hijos. Muchas cosas se dejan y callan, pues bastan las sombras de las dichas para que se vea, que jornadas sin bolsa real que parece que no se pueden hacer sin daño de partes.

El maese de campo, porque debía de querer en sus ordinarios y primeros pensamientos de no tener paz, tuvo cierto piconcillo con el almirante, que aunque menudencia, pareció principio a desórdenes; que para haberlas, por mínimo que sea, como el demonio atiza, resobra. El adelantado iba deseosísimo de llevar gente de bien, y así por cosas que le movieron echó en tierra ciertos hombres y mujeres, y bien creo que pudiera echarlos a todos e irse solo a su jornada. Aquí por una ocasión ligera estropearon y dejaron un sargento: quién fue la causa y lo hizo, me perdone el lector, pues se deja entender, y porque no soy amigo de decir aunque lo haya mal.

Asentadas estas cosas, mandó el adelantado al piloto mayor hacer cinco cartas para su navegación, una para él y las cuatro para cada piloto la suya; y que no mostrase más tierra en ellas, que la costa que hay en el Perú del puerto de Arica al de Paita y dos puntos Norte Sur, uno con otro; el uno en siete y el otro en doce grados y mil quinientas leguas al Poniente de Lima, que dijo ser lo extremo, según latitud, de las Islas que iba a buscar, cuya longitud era mil cuatrocientas y cincuenta leguas; y que hacía poner más las cincuenta, por ser mejor llegar antes que después, y que el no mandar describir más tierra lo hacía, porque no se le derrotase o huyese algún bajel.

Embarcóse el almirante en la nao nueva, y los bastimentos se repartieron, que no eran tantos ni tan buenos como eran menester; pero suplió esta falta los muchos que los soldados y demás gente compraron y por otros medios se hubieron.

Restaba solamente hacer el aguada por el poco aviamento y mal puerto, a lo cual vino el corregidor de aquel partido, don Bartolomé de Villavicencio, cuya buena y bien mostrada voluntad confesaba el almirante en su despacho; mas como vio en llegando las demasías que hacían, se fue a su casa, llevando los indios y caballos de que nos ayudábamos, por necesitarnos a que nos fuésemos de allí. Esta razón le hizo al adelantado hacer a la vela y seguir su camino con sólo el agua que en las naos tenía el piloto mayor. Reconocida tan gran falta, le dijo que mirase que era caso terrible salir de puerto con la mitad de las botijas sin agua, sabiendo había de entrar en el mayor de los golfos, y que se mirase bien en ello, porque él no había de dejar la tierra sin llevar cumplida el agua necesaria para viaje tan dudoso y largo. Respondióle el adelantado que los soldados le pedían que los sacase ya de los puertos, a donde se hallaban ya muy gastados, y que si les hubiesen de dar ración de media azumbre de agua, se les diese un cuartillo. A esto respondió el piloto mayor que a su cargo estaba mirar por todos, y no dejarse vencer de importunaciones de gentes que no sabían lo que pedían. Respondióle a esto el adelantado, ya convencido, que lo acabase con ellos, como lo hizo con buenas y malas razones, y hecho, se dieron velas, arribando a hacer agua en el puerto de Paita.