Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
DESCUBRIMIENTO DE LAS REGIONES AUSTRALES



Comentario

De cómo salieron a las naos, de la isla, muchas canoas; dase razón de ellas y los indios, y de lo demás que pasó hasta que se tomó puerto


Estando ya cerca de esta isla, salió de ella un canalucho con su vela y detrás de él una flota de otras cincuenta, y dando voces y meneando las manos llamaban a las naos, y aunque con recelos también los llamaban los nuestros. Llegaron: la gente que en ellos venía era de color negro atezado y algunos más loros; hombres todos, de cabellos frisados, y muchos los traían blancos, rubios y de otros colores, por ser cierto el teñirlos y quitado la mitad del en la cabeza, y hechas otras diferencias; los dientes teñidos de colorado: venían todos desnudos, salvo partes que las cubrían con unas telas blondas, y con tinta más negra que su color embijados todos, y de otros colores hechas en el rostro y cuerpo algunas rayas. Traían ceñidas y en los brazos muchas vueltas de bejuco negro, y al cuello colgados muchos sarteles de cuentecillas muy menudas, de hueso y ébano y dientes de pescados; y de las caras de los ostiones de perlas, colgadas por muchas partes, muchas patenas chicas y grandes. Las canoas eran pequeñas, algunas venían amarradas de dos en dos, con unos lechos un poco altos y contrapesos, así como los de las primeras islas. Sus armas eran arcos, y las flechas tenían púas muy agudas de palo tostado y otras de huesos arponadas, y algunas de plumas metidas en carcajes untadas las puntas, que pareció ser yerba; y aunque de poco daño, traían piedras, macanas de madera pesada, que son sus espadas, dardos de palo recio con tres órdenes de arpones, en más de un palmo de punta; y como se trae el tahalí traían unas mochilas de palma bien obradas, llenas de bizcochos, que hacen de unas raíces, de que todos venían comiendo, y con facilidad dieron parte. Como vio el adelantado su color, los tuvo por la gente que buscaba, y decía: ésta es tal isla, o tal tierra. Hablóles en la lengua que en el primer viaje aprendió; pero ni ellos a él, ni él a ellos jamás entendieron.

Pasáronse a mirar las naos, y todos andaban graznando al redor de ellas: nunca quisieron entrar, aunque más se les persuadió; antes, hablando unos con otros, se pusieron pronto en armas, a que parece les persuadía un indio alto, flaco y viejo que en la delantera estaba; y sin esperar más se enarcaron los arcos para tirar. Hablábales el viejo y luego se abatían; corría la palabra de unos a otros y no se acababan de determinar, y finalmente, resueltos y dando grita, tiraron muchas flechas, que clavaron por las velas y otras partes de los navíos, sin hacer otro mal ni daño. Visto esto, se mandó a los soldados, que ya estaban prestos, los arcabuzasen: mataron a unos e hirieron a otros muchos, con que todos, con grande espanto, se fueron huyendo, y en el batel se les siguió con cuatro arcabuceros, y alcanzados, se echaron dos a nado por salvar las vidas, que dejaron, y los demás, saltando en la playa, se emboscaron en la montaña.

Andúvose de una en otra vuelta buscando puerto, de todos tan deseado, con la paciencia gastada por el mucho trabajo que juzgaban padecían, entendiendo estaba el refrigerio cierto en saltando en tierra. Vino la fragata sin hallar la almiranta, que de nuevo dobló la sospecha y pena, y todos los tres navíos surgieron a la boca de una bahía al abrigo de unos bajos. El fondo era a pique, y con la creciente de la marea garró el galeón como a las diez de la noche, y con el peligro de dar en los bajos salió el general para animar a la gente y levar las áncoras. La priesa y bullicio fue grande por estar el peligro cerca, y el ser de noche lo hacía más cerca: no se podía soportar el descuido de los soldados; pero no faltó quien dijo a voces: --No son causas ni descuidos los servicios que han de merecer con el Rey; salgan de debajo de cubierta los peruanos bravos, y pues hay la fama, haya las obras: dentro en sí los tiene esta nao; ayuden aquí, pues es para fama y para redimir sus propias vidas. No quisieron ni les obligó la vergüenza, y sin ellos fue servicio Dios que se recogieron las áncoras, y dadas velas salió la nao a ancha y limpia mar con trabajo, porque entraba el agua y los hacía rodar.

En amaneciendo, el adelantado se embarcó en la galeota y fue a buscar el puerto, y halló uno el piloto mayor, aunque pequeño, que está al Noroeste del volcán, abrigado del Sudeste, que tiene doce brazas de fondo, pueblo, río, lastre y leña y partes airosas. Volvióse el adelantado sin hallar puerto y las naos a entrar en la bahía, y por ser ya tarde se surgió en una punta que allí había: saltó el sargento en tierra con doce arcabuceros para asegurar el puesto. Los indios de un pueblo que cerca estaba, los salieron a flechar con tanto ímpetu, que los obligó a hacer fuertes en una sola casa que allí estaba: de la nao se dispararon dos versos, con que los hicieron parar y huir, y la barca fue a traer la gente. Andúvose toda la noche por el mar, y el siguiente día, el adelantado halló en ella un puerto muerto y abrigado de todos vientos, a donde se surgió, en quince brazas de fondo de lama, y junto tierra, río y pueblos, de los cuales se sintió toda la noche músicas y bailes a su usanza, con palos unos con otros y tamboriles de palos huecos, en que los indios la pasaron.