Comentario
De cómo se trataba de elegir general: la respuesta a ello del piloto mayor, y el consejo que dio un hombre a la gobernadora, y pérdida de la fragata
Como llevaba el piloto mayor la agua tan en cuidado por ser poca, y haber por vías secretas grandes gastadores de ella, se hallaba presente al dar la ración. Era muy larga la gobernadora en gastarla, y en lavar con ella la ropa, y para este efecto le envió a pedir una botija, a que el piloto mayor dijo mirase el tiempo, y no parecía justo gastar largo el agua que había, pues era poca. Tuvo éste por gran delito, y sintióse tanto, que con mucha ira le dijo: --¿De mi hacienda no puedo yo hacer lo que quiero? Respondióle el piloto mayor, que de todos era, y por todos iba: que buena era la tasa para lo que faltaba por andar, y suya la obligación de acortarse para que los soldados no dijesen que lavaba su ropa con su vida de ellos; y que estimase en mucho la paciencia de los que estaban padeciendo, y no quitaban por fuerza cuanto en la nao llevaba; pues gentes hambrientas a veces saben pasar adelante. Quitó la gobernadora las llaves al despensero que era hombre fiel, y a quien el piloto mayor las había dado, las dio a un criado suyo. No faltó quien dijo al piloto mayor, que no se dejasen gobernar de una mujer, y que a más votos se eligiese un hombre; mas el piloto mayor respondió, que la dejasen gozar el breve espacio que le quedaba de su justo título; que cuando el tiempo obligase a ello, entonces parecería más razón decir lo que agora se decía sin ella.
Deseoso un hombre de bien de ver en el galeón menos chismes, más orden y paz de la que había, sabiendo que ciertos hambrientos y mal sufridos estaban determinados a saquear la escotilla, cuando se abriese, y lo que podría resultar de esto así de encuentros como de mucho daño, que con asaltos recibiría el poco bastimento que había, dijo a la gobernadora muchas cosas tocantes a su buen gobierno; mas no faltaba quien a ella le decía que no se fiase de él, y sabiéndolo la dijo así: --Mirad, señora, que no son santos los que os hablan; y bien lo muestran en lo que os dicen, y piden en su provecho y daño ajeno. Fiad de los hombres de quien vuestro marido se fió; pues habéis visto que en sus necesidades y vuestras han hecho bien su deber, con ver su riesgo. Aquietaos, que aquí no hay quien se quiera alzar, ni tal se le consentirá, ni quien os deba más de una sola obediencia a cosas justas. Respondió: --Aquí me vienen con cuentos sin que yo los quiera saber. El otro dijo: --No oírlos, ni creerlos, y tratar bien a los hombres. Mirad que sobrecargas a tan grandes cargas como tienen, pueden como de apurados echarse con ellas y no querer levantarse, o hacer algún desconcierto malo de concertar después. Estad cierta que cada uno piensa que aunque le sobran miserias, no le faltan merecimientos. A estos vuestros hermanos refrenadlos, no se diga, chico gobierno de muchas cabezas sin pies, o de muchos pies sin cabeza. Mirad bien, que son noveles: vuelan poco, y aquí les sufren mucho, y no les deben nada, y ellos deben muchas, que por lo que se debe a vos se disimulan; y si no vinieran aquí, a nadie faltaba nada, ni lo que falta fuera falta; y a vos os sobra todo. Finalmente la preguntó este hombre: ¿qué debía hacer aquel que estaba avisado que le querían matar en la nao? Respondió ella que ganar por la mano. Y dijo él: --Pues sabed que me dijeron que vos y vuestro hermano sois los que tratáis de mi muerte, y afiláis los cuchillos; pero yo no me creí de ligero, aunque de amigo. Tampoco me descuidé, aunque no debo: y veis aquí cómo se va acertando; y si queréis acertar, no creáis a quien os engaña; mas no me espantó lo dicho y excusado; pues mujeres para cabezas hay muy pocas Didos, Cenobias y Semíramis.
Con los contrastes dichos se fue navegando por el mismo rumbo Nornoroeste hasta martes diez y nueve de diciembre, que se llegó hasta tres grados y medio de la parte del Norte. La fragata venía fatigada por bomba; y tanto que fue necesario darles tres hombres, para que ayudasen a sus trabajos. Envióse gente de mar para tomar las aguas que por mucha parte entraban. No valieron diligencias, ni podía andar al paso de la capitana. La gente se mostró muy triste y deseosa de conservar aquel bajel, por el cuerpo del adelantado que iba en él. Conociendo el piloto mayor el peligro, dijo a la gobernadora algunas veces, que le parecía justo se dejase la fragata y recogiese la gente, con que quedaría sigura y el galeón más bien despachado; y como no aprovechó, le dijo a Don Diego de Vera, capitán de ella: --Pues sabe quejarse, ¿por qué no se sabe salvar? ¿No ve que es homicida de sí mismo y de todos sus compañeros?: aborde con este navío, que aquí les darán la mano con amor más que de hermanos. Al fin la fragata anocheció aún a vista, a cuya causa el piloto mayor hizo aventar las escotas, y esperó hasta el otro día a la tarde. Los soldados le daban voces, diciendo no era tiempo de perderle y navegase, que pues la fragata no parecía, iba adelante, y si no que Dios con todos y cada uno mirase por sí. Respondióles que sería muy mal hecho dejar aquel navío de amigos en un golfo, sin un tal piloto cual para salir de él era necesario, y que si perdía la compañía no asiguraba su llegada, y se quedó sin ser más vista.