Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
DESCUBRIMIENTO DE LAS REGIONES AUSTRALES



Comentario

De lo que pasó en esta entrada con los marineros, y cómo vinieron a la nao cuatro españoles, y lo demás hasta surgir en Cavite


Hay en la entrada desta bahía de Manila una isla que se dice Marivelez, a donde de ordinario está un centinela español con indios remeros, y barcas ligeras para salir a reconocer los navíos que van entrando, para con presteza avisar al gobernador. Tiene más un farellón pequeño, que se dice el Fraile, Norte-Sur con Marivelez. Estas dos islas hacen tres, pequeñas canales, y para entrar por la que hace Marivelez y el Fraile se comenzó a voltear la nao. Como tenía más velas que los dos papahigos, y la gente estaba ya tan lasa y desganada de trabajar, y con tanta gana de dar con la nao al través por se vengar, ganábase poco o nada, y a ratos se perdía mucho. Anduviéronse así tres días: todos cansados y aburridos de ver que el no montar aquella isla les robaba el contentamiento de llegar a descansar en Manila. Todo era pena, y esperar una y otra marea, haciendo cuenta a las horas de su creciente para que les llevase adentro; mas como no guardan orden, nunca llegó esta hora. Decían los marineros al piloto mayor que varase aquella nao; que bastaba lo trabajado, siendo más de lo que debían. La causa debía de ser de una y otra parte la tierra y los humos de Manila. Cuando acudían era tan despacio, que se podía decir de cumplimiento. No había ya que comer, ni agua para beber. Sólo viento contrario y picante; y por esto las mostradas aflicciones. La gobernadora decía que sólo tenía dos costales de harina y poco vino, y que todo lo quería para decir misas por el alma del adelantado.

Mostróse el piloto mayor muy sentido de los marineros que decían que se varase la nao; a cuya causa les dijo que mirasen que toda aquella costa era brava y de grandes tumbos de mar. --¿No ven que están sin barca, la nao llena de enfermos y sin comida? Si dicen que avisarán a Manila, no hay por la mar en qué; pues por tierra es fuerza gastarse días. Esta gente, según está consumida, no es posible sustentarse sólo un día. No se diga que sólos ellos se quieren salvar por más salud, y por saber nadar. Miren que habemos traído esta nao de tan lejos y remotas tierras y partes, por camino jamás navegado. No parezca lo poco mucho a quien ha padecido tanto con buen animo; ¿ni como se ha de sufrir, a donde nos están mirando, perder la palma que por lo trabajado se les debe? Miren bien, que si hubieran traído la nao bien aparejada, siendo mucha la gente sana, bien de comer y pagados, en tal caso pocas gracias. Respondiéronle que ellos sólo eran marineros, y que surta la nao, no se había de reparar, ni dar la palma, sino al piloto mayor que mandaba. El cual les dijo, que el mayor premio que esperaban, sólo era el de surgir la nao en puerto siguro, donde todos gozasen del bien que tanto deseaban.

Destos y otros muy penosos lances hubo, cuando aquel piadoso Señor, que todo lo está mirando y siempre en los tiempos de mayores necesidades más acudía con el consuelo y remedio, al fin de padre a hijos aunque desbaratados, fue servido que se acertó a ver un barangay, que a vela y remo a gran prisa venía hacia la nao, que como cerca llegó, se vieron dentro de él cuatro españoles, que cuatro mil ángeles parecieron, con ocho indios que lo bogaban. Estos eran el centinela, que se ha dicho está siempre en Marivelez, que se decía Alonso de Albarrán, y el maestresala del gobernador que con dos soldados, por su orden, venían a dar el pésame a la gobernadora de su desgracia, y a traerla una carta, que luego mostró al piloto mayor, en que la hacía muchos y honrosos ofrecimientos; que ya sabia de la ida por los hermanos de la gobernadora que por tierra habían ido. El contentamiento fue tanto y tan mostrado de todos con la vista de los cuatro españoles, cuanto se deja entender. Diéronles las manos y entraron en la nao, en donde fueron recibidos a puros abrazos, que no había otra cosa; y ellos, con mucho cuidado, mirando a los unos y a los otros, y como veían tantos enfermos y llagados, pobres, rotos y tantas miserias, sólo decían: --¡Gracias a Dios! ¡Gracias a Dios!

Bajó el centinela entre cubiertas a ver el hospital robado, y las mujeres enfermas cuando le vieron, alzaron la voz diciendo, ¿qué las traía para comer? o, denos de lo que come, que rabiamos de hambre y sed; y con la esperanza del refresco, que ya venía, las dejó algo consoladas y se subió arriba muy espantado de todo lo que había visto. Mas viendo dos puercos, que en la nao había, dijo: --¿Cómo no matan estas puercas? --Dijéronle cuyos eran: fuese a la gobernadora, y rogóla mucho que las dejase matar, habiendo dicho: --¡Pese al diablo!; tiempo es éste de cortesías con puercas. Mandólas matar la gobernadora, y un soldado que bien notaba estas cosas, exclamando dijo: --¡Oh cruel avaricia, que hasta a las piadosas mujeres, siendo de condición tan blanda, las haces de pedernal el corazón, y más en obra tan forzosa, barata y lustrosa! Fue Dios servido que todo el bien vino junto. De la vuelta que la nao iba se montó a Marivelez, desde donde envió la gobernadora un soldado con la respuesta de la carta que recibió del gobernador, con que se despachó y volvió el berangay.

A poco se tuvo vista de otro barangay en que venía el alcalde mayor de aquella costa, con los hermanos de doña Isabel, y traían mucho pan fresco, vino, fruta que les dio el gobernador; y estándolo repartiendo, se vieron en personas bien compuestas algunas cosas bien lejos de autoridad: porque en los tiempos tan necesitados como era aquél, se suelen descuidar las demás obligaciones. A todos cupo parte, a unos más que a otros, con que comieron por aquella tarde; y venida, se murió un mozo apurado del tiempo atrás. Pasóse la larga noche con esperanzas del día, en que llegó un gran champan cargado de muchas gallinas, terneros, puercos, pan, vino y verdura, que los traía un Diego Díaz Marmolejo, encomendero de aquella tierra, por orden del gobernador. Recogióse todo, y se repartió entre todos con mucha largueza.

Fuese la nao acercando al puerto, haciendo algunas vueltas forzosas. Salió Pinao, contramaestre de otra del Rey, con un esquife lleno de marineros, todos vestidos de sedas de colores, a ayudar los pocos mal sanos que en la nao había. Estaba el capitán de aquel puerto en la playa, con bandera tendida y toda la gente de mar en orden con sus armas. Al punto de surgir, se hizo salva con toda la artillería y arcabucería al estandarte Real que iba tendido. De la nao se respondió como se pudo; y con esto se dio fondo, como se pudo, a una áncora a que estaba atalingado el cablecito tan celebrado en esta jornada, a once de febrero de noventa y seis, en el deseado y buscado puerto de Cavite, dos leguas al Sudueste de la ciudad de Manila, cabeza de Filipinas, altura de catorce grados y medio, parte del Norte, con cincuenta personas menos, que murieron después de la salida de Santa Cruz. Surta que fue la nao, entraron luego algunos hombres movidos de caridad que dieron mucho pan y carne, que ya todo rodaba. Luego la gente de mar y otras personas de la ciudad vinieron a ver la nao por cosa de ver, así por sus necesidades como por venir del Perú y traer, como se decía, la Reyna Sabá de las islas de Salomón. Entraron todos, y habiendo visto su poco remedio, se admiraban de que hubiese venido en salvamento; y por haber llegado alababan mucho a Dios, cuya es la honra y gloria, y a quien se debe atribuir el suceso y dar las gracias, porque son suyas, por las grandes y conocidas mercedes que en este viaje hizo. Es de advertir que si la gente que se murió no muriera, que los que quedaron vivos no llegaran con veinte botijas de agua, y dos costales de harina que sobraron: con que se concluyó, como dicen, este mal viaje a salvamento.