Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
DESCUBRIMIENTO DE LAS REGIONES AUSTRALES



Comentario

Dícense los lastimosos discursos que hizo el capitán y otros para mitigar el dolor que sintió por haberse perdido el puerto, y para determinarse en lo que bahía de hacer con junta y acuerdo de todos


Aquí se le representaba al capitán, que si en Lima le dieran sus despachos el día de San Francisco, tan pleitado, cuan bien venía con su traza, que lo era subir a treinta grados de Polo declinado el sol al Sur; y que para esto bastaban cuarenta días y menos al parecer: y que si de aquella vuelta hallara la buscada tierra, era el tiempo más propio para andar por su costa y entre sus islas; y que si no fuera hallada siguiera aquel paralelo, pues había mes y medio antes de dar el sol la vuelta hasta toparla, o caminar el paso del sol hasta ponerse en veinte grados, y por ellos navegar al Poniente, o con vueltas del Sudueste y Noroeste cruzar aquellos mares hasta toparla o desengañar que no la hay: y hiciera otras muchas diligencias medidas al estado en que se viese.

En suma, digo, que desde San Francisco a todo mayo hay ocho meses, menos aquellos cuatro días, y que para ir de Lima de rota batida a Manila bastan dos y medio, y a todo rigor tres meses, y que los cinco restantes era tiempo muy bastante para descubrir y ver muy grandes tierras y puertos o ir por mayo a Manila, que es antes de vendavales, y por octubre o noviembre, que es principio de los Nortes; y de las brisas salir de aquella ciudad e ir por fuera de las dos Javas, al Sur Sudueste a buscar tierras, y pasar el cabo de Buena Esperanza por enero, febrero o marzo, mejores meses del año para montarlo, e ir aportar a España por julio, Agosto o septiembre, que es el Estío. Y que para hacer tan grande hecho como suena, bastaban sólo veinte meses o a lo más largo dos años, y esta verdad la confesarán todos cuantos saben navegar, y también cuán grandes serán los pesares de quien sabe que desta vez ya no puede sacar de tantos trabajos suyos aquellos frutos para otros que pretendió tan de veras. Y con estos grandes cargos de penas el capitán dijo en público, que todos les fuesen testigos, porque si muriese quedase en la memoria de las gentes, que los dos meses y medio de verano dilatados en el Callao, le habían robado el no poder conseguir tan grande empresa como la tuvo presente, y sola media hora de tiempo se la quitó de las manos.

Consideraba el mucho contrario viento, la grande cerrazón que había, el paraje a donde al presente estaba no conodido, y ser fuerza haber la nao de descaer y que podría se fuese a parte a donde o se ensenase o diese al través en la costa o en bajos, y todo se acabase allí. Tenía muy presente el ver como al primero lance o trance faltó el ánimo o la maña o los deseos de reparar, a cuya causa podía con razón decir que estaba sin pilotos de quien fiarse, y que a algunas otras personas se les daba poco de lo sucedido y esperado, y menos de sus enfermedades, por las cuales veía el caso en conocido peligro.

Dejando aparte las ordenaciones de Dios, sus altos y secretos juicios, y cuán corto entendimiento era el suyo para poder rastrear si convino o no convino lo sucedido, dijo el lastimado capitán que poco importa discreción para bien ordenar las cosas ni ánimo para las acometer aunque más fáciles sean de acabar, si hay quien quiere y puede quitarle todo su justo valor o grandes partes; y que deben los Reyes, cuando emprenden grandes empresas, distinguir, aclarar y fortalecer sus despachos de tal manera, que las personas a quienes cometen las ejecuciones no tengan que dudar, ni de que asir, ni con qué se poder excusar; o no empeñar los hombres para que se vean en unos estados tan confusos y apretados, como estaba el capitán, sin saber cuál consejo era el maduro, ni cuál el verde, ni la elección que hiciese, ni la determinación que tomase, que seguida fuese acierto o al menos parte del remedio a los daños de que estaba amenazado en caso tan importante.

Acordóse, pues, de ir, como fuimos, navegando del Nordeste al Norte hasta altura de diez grados y un tercio, paralelo de la isla de Santa Cruz, a donde puestos, el capitán hizo los siguientes discursos.

Lo primero, que el viento Sueste tenía la misma fuerza, y que si con tan grande cerrazón iba al Poniente en busca de la isla de Santa Cruz, podría ser quedase al Oriente, y que sin el peligro a que había de poner la nao se alejaba más del remedio si no topaba con ella.

Lo segundo, sabía, por haber ya hecho el viaje de Filipinas, ser en ellas principio de sus furiosos vendavales Oeste y colaterales que duran, cuando poco, hasta principio de octubre, a cuya causa le era imposible por entonces ir a ellas.

Lo tercero, veía que para acometer el viaje de Acapulco era muy larga distancia, y había de doblar la línea equinoccial sin conocer cuál tiempo en ella era el mejor; y que era muy poca el agua que tenia y ninguna carne, porque el piloto mayor enterró las pipas en el lastre que chupó la salmuera, y por esto se pudrió toda.

Sentíase con muchos males y sin médico, y con falta de lo menesteroso para sustentarse.

Sabía que en la nao había algunos pocos amigos y otros del todo enemigos, y que los que le habían de ayudar a llevar parte de su carga ésos le cansaban más, y menos componían cosas ni trataban de más que de sólo la seguridad de sus personas y ahorrar de trabajos.

No sabía el cierto estado de los otros dos navíos, ni qué sucesos tendrían; por esto hacía cuenta que sola la nao en que estaba había de dar la nueva de las tierras descubiertas, y cuanto esto importaba, y que la misma cuenta debían de hacer los que quedaron en ellas. Otros discursos muy penosos hizo al porpósito, y los consiguientes por consolarse.

Lo primero, cuántos navíos aventureros y de flotas y de armadas cargadas de gentes y riquezas se habían perdido, todos en navegaciones sabidas, sin conseguir muchas veces ni el todo ni parte de lo pretendido.

Lo segundo, que dejaba descubiertas tantas y tan buenas gentes y tierras, sin saber qué fin tenían, y una tan buena bahía y tan buen puerto dentro en ella, y en nombre de su Majestad tomada la posesión, sin haber costado un hombre; y que todo esto era principio con muy grandes fundamentos para poblar y acabar de descubrir y saber todo cuanto aquellas tierras contienen; y que empresa tan ardua no era mucho no se consiguiese toda una vez, ni de tres aunque hubiera sido ayudada con todas veras, y la gente que llevaba le tuviese el mismo amor que él le tenía.

Lo tercero, que pues Dios había sido servido de guialle a aquellas partes, y en ellas le dio tiempo para cuanto estaba hecho, era muy justo estuviese consolado y muy conforme con la voluntad del Señor de los tiempos, y entender que si otra quisiera en favor o al contrario, que también lo pudiera hacer aunque más invierno fuese, y aunque los hombres más contradijesen o más le favoreciesen, y otros millares de contrarios se le atravesasen delante; y que quizá convino lo que tiene sucedido, por causas que de presente no se alcanzan.

Lo cuarto, que en los otros dos navíos quedaba la instrucción que había dado, y entendía si estaban salvos harían todos sus poderíos por descubrir más tierras y traer dellas tales nuevas, cuales las esperaba en Dios y en el almirante y en su piloto Juan Bernardo de Fuentidueña, persona de quien fiaría mayores cosas, y también del capitán de la nao Gaspar de Gaya, y de tres muy honrados religiosos; en suma, de toda la gente que aplicó a aquella nao, por ser así conveniente. Finalmente dijo, que debía de conservar lo presente por asegurar lo venidero, y de quien gobierna ha de fiar de algún hombre todo o parte de casos y cosas presentes y ausentes, mayores y menores, y que si aquellos de quien se fía engañan los confiados, no sabía tener remedio, salvante el del cielo.

Siéndole al capitán tan forzoso resolverse brevemente en lo que se había de hacer, hizo notificar un auto a todos los oficiales y más personas de la nao, diciendo que considerasen bien todas las razones que daba, el estado presente y cuanto el caso importaba. Hubo algunos, que por la boca de uno tan ignorante como ellos en lo que es navegación, que decían que fuésemos a Filipinas. A esto decían otros, que como tenían dinero querían ir a hacer empleos en loza y gorgoranes de China, aunque lo pagase la obra o al menos la hacienda del Rey; mas al fin todos fueron de parecer que se fuese en demanda del puerto de Acapulco, y lo firmaron de sus nombres a diez y ocho de junio.

Al punto el capitán ordenó a los pilotos que fuesen navegando del Nordeste al Norte, si el tiempo diese lugar; mas que si de la parte del Sur, en que estábamos, se hallase alguna isla, se procurase surgir en ella para se hacer una lancha y nuevo acuerdo, en orden a ser Dios y Su Majestad más servidos; y en caso que no se hallase, se fuese siguiendo la referida derrota hasta poner la nao en altura de trece grados y medio, parte del Norte y paralelo de la isla de Guahan en los Ladrones, camino que llevan las naos de Acapulco a Filipinas, para que allí, conforme a la disposición de la gente, tiempos, nao y bastimentos, se hiciese último acuerdo y se tomase resolución de la derrota que se había de seguir para buscar puerto amigo.