Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
DESCUBRIMIENTO DE LAS REGIONES AUSTRALES



Comentario

Cuéntase lo que pasó en este puerto de la Navidad, hasta que salimos dél


Surta que fue la nao, como no había barca, se hizo al punto de una verga y dos pipas una balsa. El capitán ordenó a cuatro hombres que, con la provision necesaria de bizcocho y arcabuces, fuesen en ella a tierra a buscar unas estancias de que había noticia. La balsa con la fuerza de las olas dio a la costa. Tres marineros que la llevaron, hallaron en cierto puesto una barca nueva, y en una casa pajiza dos tinajas, y un río en que las hinchieron de agua que trajeron, y con ellas y con veinte y siete botijas de nao a que se dio franca mano y no había otras, apagó la gente la grande sed que tenía; y con esperanza de que los cuatro compañeros habían de traer buen recaudo, pasaron todos noche y día, y la mañana siguiente volvieron los cuatro diciendo que toda la noche anduvieron por entre grandes y espesos árboles, por ríos y pantanos sin haber hallado camino ni rastro de las estancias. Con esto quedó la gente muy triste: mas luego dos briosos marineros, el uno ayamontés, otro gallego, dijeron al capitán que si les daba licencia querían ir, como fueron, a buscar indios o pueblos, por donde Dios los guiase.

Este día se acabó un botiquín que se hizo dentro en la nao. En la playa se armaron ciertas tiendas y ramadas. El capitán se desembarcó sin pulso, llevando el estandarte y bandera, y fue a tierra con mitad de gente y armas, y ordenó que de la nao fuesen tiradas tres piezas al salir y poner del sol y a medio día, por si acaso fuesen oídas de vaqueros u otras gentes.

Tratóse luego de cazar aves, conejos y venados, y de pescar con atarrayas, cazones, pargos y lizas, haciendo cuenta que cuando todo faltase, con esto se suplirían las necesidades presentes.

Estando las cosas en este estado, el otro día a la tarde se vieron dos hombres a caballo venir por la playa a gran priesa, y llegados al punto se apearon. Los nuestros los recibieron con increíble gozo: diéronse muchos, muy apretados abrazos. Era el uno un indio estanciero, ladino; el otro un jerónimo jurado de San Lúcar de Barrameda, que dijo que luego que oyó las piezas entendió ser de nao necesitada, a cuya causa, por encaminar sus cosas, había venido y allí estaba para hacer cuanto pudiese por que tuviesen recurso. El capitán que vio esta buena voluntad, lo abrazó segunda vez, y a ambos los contentó con darles cosas de la nao, y le rogó que luego al punto volviese con el sargento mayor, que iba a México a llevar cartas al virrey, y con otras dos personas que llevaban dinero para comprar la provisión; que el otro día enviaron de gallinas, huevos, pollos, y se trajo de ternera y novillos lo que bastó y sobró.

Llegaron el mismo día aquellos dos buenos marineros con indios y con caballos y con socorro de cosas. Parecióles que por segundos no era su hecho de estima. El capitán los abrazó y les dijo cuánto estimaba su determinación tan honrada, y cuán agradecido estaba y lo debían estar todos por el trabajo que tomaron.

Corrió la nueva de nuestra estada en el puerto y del buen trato que había. Muchos indios que estaban escondidos en los montes, por razón de aquellas agregaciones de unos pueblos a otro, vinieron a traernos frutas, maíz, y otras cosas que les fueron pagadas al doble de su valor; y porque asistiesen mejor y en todo nos ayudasen, les hizo dar el capitán mucho bizcocho, sal y vino y otras cosas, y vistió de tafetán a tres o cuatro.

El almirante mayor de la Colima, don Juan de Ribera, a petición del capitán y por dinero envió cantidad de bizcocho y de gallinas, con que todos, en veinte y siete días que allí estuvimos, fuimos cobrando nuevas fuerzas y sanando de cierto mal de encías, que en la costa destas tierras suele dar a los que vienen de Manila.

No se descuidó Satanás en este puerto de sembrar las malas y dañosas semillas que hasta aquí había sembrado, y lo peor que halló tierras dispuestas a recibir y brotar y darle el fruto dellas, que es todo lo que pretende.

Luego que nuestro padre vio indios, pretendió le diesen los caballos para irse a México. Supo esto el capitán, y le rogó muchas veces mirase lo poco que faltaba para allegar a Acapulco, y que ninguna cosa le estaría más a cuento que acabar aquel viaje. A esto dijo, que él sabía lo que más le convenía, y no quería en ese poco morir y que lo echasen a la mar, como al padre comisario, sino irse derecho a una celda, y allí vivir y morir cercado de sus hermanos. Dijo a esto el capitán, que si se iba había de parecer muy mal, quedando la nao sin sacerdote que acudiese a las necesidades de almas que podrían ofrecerse; y pues a falta del otro padre, su compañero, él era nuestro cura, que no nos dejase solos por asegurar lo menos digno de temer, por usar de caridad, para lo cual le daría Dios tanta vida como le daba salud. A esto dijo: --Parezca lo que pareciere, que más obligación tengo a mí, y la caridad concertada ha de comenzar de mí mismo. Otras demandas y respuestas hubo, que fuera bien de excusar; y obligado destas y de las que se callan, le dijo el capitán: --Padre mío, en remate de un tan largo viaje no nos cieguen nuestras pasiones, que hay otro viaje que hacer. Por lo que el padre se echó a los pies del capitán y, sin lo poder estorbar por su flaqueza por haberlo asido, le besó ambos empeines. El capitán se tendió de largo a largo, a nivel de como el padre, y le besó las plantas de ambos pies, diciendo: --No pienso quedar corto en esto.

Hubo aquí ciertas personas que, por sí y terceras, dijeron al capitán los dejase ir por tierra. El capitán dijo a éstos que para lo que ellos servían ya se hubieran de haber ido.

Otro hubo que pidió al capitán certificase no haber recibido sueldo Real, habiéndoselo él mismo dado, y también quiso el título de almirante y que hiciese otro el oficio. Otros muchos quisieron ser cada uno el que llevara la carta enviada al virrey, alegando para ello sus grandes merecimientos; y por esto, y por mucho que no se cuenta, hubo aquí muchas contiendas y quejas, con que se podrá bien juzgar, y por todo lo de atrás, cuánto más cuestan los descubrimientos hechos de voluntades de hombres que no descubrir nuevas tierras.

Había ido en la jornada sirviendo a los padres un indio mozo de hasta veinte años, su nombre era Francisco, su natural el Pirú, su hábito de donado, su vida de cudiciar. Era, pues, éste un hombre humilde, templado y grato, muy amigo de la paz, y tan celoso del bien de las almas de las gentes descubiertas, que puso en prática el quedarse allá con ellos. Tenía a Dios grande amor y respeto; en cada cosa que había, por rigurosa que fuese, se conformaba con su santa voluntad. En suma, a todo mostró buen ánimo y alegre rostro, y no vi que lo hiciese bueno a ninguna cosa mal hecha; ni hizo queja, ni pidió paga, ni trató della; cuyo ejemplo en muchos causó envidia y en un soldado pesar de oír alabar sus virtudes: con que digo, que no veo que uno sólo escape de las lenguas de los hombres, y que o sea por alto o por bajo él ha de llevar su golpe.

Veníase acercando la fiesta de Todos los Santos, que era uno de los días del jubileo de la jornada. Por esto se confesaron todos los nuestros, y fue armado dentro de un pabellón un altar; habiéndose traído ostias de un pueblo que se dice Utlan, y avisado a las estancias que viniesen como vinieron españoles, indios y otros, a oír la misa que allí dijo nuestro padre. Estuvieron Pedro y Pablo de rodillas, cada uno con una hacha encendida, alumbrando todo el tiempo que duró el sacrificio y la comunión. A pocos días se fue este religioso por tierra, y nosotros aprestando para irnos por la mar.

Estando, pues, muy deseosos de huir de la playa y molestia de tanta suma de mosquitos jejenes, zancudos y rodadores, cuantos hay en este puerto, de día y de noche sin haber quien de ellos se pudiese defender, dimos vela a diez y seis del mes de noviembre.