Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
ANTIGÜEDADES DE LA NUEVA ESPAÑA



Comentario

Del parto de las mujeres mexícanas y del doble baño de los niños


Cuando la nueva casada en su preñez llegaba al séptimo mes del embarazo, sus consaguíneos después de que habían comido y bebido, discutían acerca de elegir la partera, con cuyo arte y consejo diera a luz más segura y fácilmente. Iban por consiguiente a la que conocían como más perita en la Ciudad y más diligente en ejercer su arte, para que cuidase de la salud de la grávida y la ayudase cuando pariera, y se lo rogaban con fervorosas preces. Respondía ella con razones lenes y blandas que haría en el asunto cuanto pudiera con toda la diligencia y cuidado que comprendiera que fuera conveniente para ellos y para el mimo y salud de la embarazada. Y así después la visitaba con frecuencia y no sólo la llevaba a menudo al baño, que se llama Temazcal en la lengua patria y que se usa mucho entre ellos para las embarazadas y paridas y para los convalecientes de enfermedades, sino que también prescribía la regla de vida que debía observarse con gran cuidado y religiosidad al tiempo de parir; lo que pensaba que había de ser muy benéfico para su seguridad y fácil parto, y después, instante éste, la ayudaba activamente. Si la primeriza debilitada por el parto como suele a veces suceder, acontecía que muriera, era considerada en el número de las diosas celícolas e inscrita en el catálogo de ellas, y después se la veneraba con el culto debido a las diosas y se la enterraba con solemnes funerales. Pero si ocurría un parto feliz, la partera le hablaba al niño como si tuviera uso de razón y comprendiera lo que se le decía; procurando alcanzar en primer lugar de los dioses un feliz nacimiento para él y un acceso de buen agüero a esta luz, y preguntaba qué suerte o hado ingénito le tocaría desde el principio del mundo.

Cuando cortaba el ombligo, casi derramando lágrimas le predecía amenazadoras calamidades y le narraba de antemano qué infortunios y labores le estaban reservados. Lavaba al niño con algunas oracioncillas acostumbradas saludando a la diosa del mar y después se bromeaba dulce y agradablemente con la parida para consolarla de los dolores pasados. Por otra parte los consanguíneos daban las gracias a la partera por su diligencia; congratulaban a la muchacha por la prole recibida y después se volvían a acariciar al niño. Pasados cuatro días del nacimiento y llegado el tiempo en que tenía que ser bañado por segunda vez, y en que debía dársele nombre, preparaban bebida y varios géneros de manjares según su costumbre y lo que fuese idóneo para celebrar la fiesta del lavado. Además un pequeño escudo, un arco y cuatro flechas de tamaño que conviniera a esa edad y un pequeño manto de aquellos que hacen veces de capa entre los mexicanos. Pero si nacía una niña, hallaba dispuestos un huepilli y cueitl, vestidos peculiares a su sexo y además una petaquilla y la rueca y el huso, y todo lo que concierne al oficio de tejer. Hecho lo cual y llegados los consanguíneos de los padres para que se celebrara el lavatorio, llamaban a la partera. Esta, salido el sol, colocaba un lebrillo lleno de agua cerca de la mitad del patio y teniendo con ambas manos al niño desnudo, y poniéndole junto los sobredichos armamentos, le decía: "Hijo mío, los dioses Ometeutli y Omecioatl, que ejercen su imperio en los cielos noveno y décimo, te han producido a esta luz y te han enviado a este mundo calamitoso y lleno de penas. Abraza por consiguiente las linfas que han de conservar tu vida o sea a la diosa Chalchiutlycue". Al mismo tiempo, tomando agua con la mano derecha rociaba la cabeza del infante, agregando: "He aquí el elemento sin cuyo auxilio no puede conservarse ninguno de los mortales". Después con la misma agua regaba el pecho diciendo: "Recibe el agua celeste que lava la inmundicia del corazón", y echándola por segunda vez a la cabeza le decía: "Hijo, recibe el agua divina fuera de cuya bebida a nadie se ha concedido vivir, para que lave y extermine tus infortunios, congénitos en ti desde el mismo principio del mundo: es en verdad peculiar a ella oponerse a la adversa fortuna"; al mismo tiempo lavaba completamente el cuerpecillo del infante clamando: "¿En qué parte te escondes, infelicidad? o ¿en qué miembro te ocultas? Apártate del niño; hoy en verdad renace por las aguas saludables con que ha sido rociado bajo el imperio de Chalchiutlycue, diosa del mar", y al mismo tiempo levantaba al niño hacia el cielo agregando: "Gran Teuel y Omecioatl, creadores de las almas, os ofrezco este niño, que formasteis y arrojasteis a esta vida breve y llena de labores, para que lo recibais y para que le injirais vuestra fuerza". Y levantándolo por segunda vez decía: "A ti también te invoco, Diosa Citlallatonac, y te conjunro que impartas tus fuerzas a este niño." Levantándolo por tercera vez decía: "A vosotros, oh dioses celestes, invoco e imploro vuestro numen. Soplad, os ruego, sobre este niño generando para él esa divina facultad que emana de vos para que goce de la vida celeste". De nuevo, elevándolo por cuarta vez, decía al sol y a la tierra: "Óptimo Padre de todos, y tú Tierra, madre también de todos, ved aquí que os ofrezco este tierno niño. Recibidlo ambos y puesto que ha nacido para la vida militar, después de que haya dado muestras preclaras de valor, concededle morir entre las armas". Y luego tomaba con la mano derecha el escudo, el arco y las flechas, y elevando todo igualmente, hablaba de esta manera al sol, que es otro Marte entre esta gente: "Óptimo sol, recibe estas armas bélicas dedicadas a ti con las cuales te deleitas sobre manera y permite que el niño equipado con ellas gane al fin la felicidad celeste, donde se concede a los militares que caen en la batalla, gozar de delicias increíbles". Mientras se hacen todas estas cosas, ante cuatro teas ardientes se le daba nombre, repitiéndolo tres veces y diciendo también tres veces: "Toma las armas, toma las armas, niño, con las cuales plazcas y sirvas al Luminar Máximo". Después lo rodeaban de sus juguetes y entonces los muchachos se precipitaban hacia los manjares puestos junto al lugar donde había sido lavado el niño para que fueran arrebatados, y huyendo y tragando durante la misma fuga clamaban: "Te importa, oh niño recién nacido, ir a la guerra y morir en la batalla misma, para que al fin seas llevado al cielo, sirvas al sol y pases una vida tranquila y feliz entre sus familiares, varones fortísimos, mientras tuvieron vida, y después, echados de menos en el combate". Con las cuales palabras indicaban que todos los niños nacían dedicados a hacer la guerra en obsequio del sol. Acabadas estas cosas, la partera volvía a llevar al niño a casa de sus padres, precediéndoles las teas, las cuales se dejaban arder hasta que consumidas se extinguían completamente.