Comentario
Del origen de la gente de la Nueva España
Entre las varias naciones que habitan esta Nueva España, la más antigua es la de los chichimeca, la cual es fama que había venido de los aculhuas, situados hacia el Norte, más allá de la Provincia de Xalisco, en el año setecientos veinte del nacimiento de Jesucristo Nuestro Salvador, y que había cavado antros y socavado casas en que habitar alderredor del lago de Tenuchtitlán, pero que poco después su nombre había perecido por sus matrimonios con otras razas. Cuando llegaron para poblar esos lugares, no obedecían a ningún rey ni edificaban casas dignas de mención. No empleaban cereales, ni se cuidaban de sembrar ni de apacentar ganados; todo lo producía espontáneamente la tierra; les bastaban para pasar la vida los bosques y las selvas. Casi desnudos habitaban los montes y las cuevas, tal como hoy en día, y errantes e inestables vagaban de aquí para allá. Mal vivían con raíces y con hierbas, frutas y pomas de algunos árboles que crecían por su naturaleza propia. También con carne de algunos animales, que derribaban con el arco y las flechas, en el uso de los cuales son sumamente diestros. La comían cruda, porque no conocían el fuego, y solamente secada al sol. Además comían culebras, lagartijas y otros reptiles inmundos y hórridos. Queda hasta el día de hoy gran número que vive así y no ha movido lo ancho de un dedo el ánimo para entrar a una vida más civilizada. Algunos, sin embargo, conocían el uso de la carne cocida en lo que llaman barbacoa. A pesar de que sus usos y costumbres fueran completamente fieros y bárbaros, eran sin embargo sumamente religiosos y observantes de los dioses; adoraban al sol como primer numen y le ofrecían serpientes, lagartijas y otros animales de la misma clase, que se arrastran o que se levantan poco del suelo. Excepto con todo género de aves, desde las águilas hasta las mariposas, no aplacaban a los dioses con la sangre de animal alguno, ni hacían. estatuas de ningún numen. Se casaban con una sola mujer, que no les estuviera ligada en ningún grado de consanguinidad. Eran fieros y excelentes en valor guerrero, por lo que dominaron toda esa región. Después de éstos, bajó a esos lugares una gente fuerte y mucho más civilizada, que traía su origen y su nombre de los de Aculhuacán. Los ancianos y los más sabios de los mexicanos dicen que salieron de siete cuevas y se establecieron en un lugar campestre y llano, donde permanecieron en tiendas de campaña muchos años, aun cuando divididos en batallones y falanges. Pero el verdadero color del río que regaba aquella orilla trocóse por mandato de los dioses (según les parecía a ellos) en color de sangre y mostraba una terrífica apariencia, por lo cual se apresuraron a cambiar su sede y partieron hacia el Oriente y el Septentrión. Y después de pasados poco más o menos ochocientos años, llegaron a estos lugares, no todos a un tiempo, sino unos después de los otros con espacios de centenares de años, y aconteció, según se dice, que los texcocanos fueran los primeros de todos en llegar. Después los de Atzcapotzalco y por fin los mexicanos, quienes se establecieron entre los de Atzcapotzalco y los de Tezcoco en unas islas muy pequeñas de la laguna mexicana. Hay quienes aseguran que todos éstos vinieron de Palestina, atravesando un angosto mar, de las diez tribus que Salmanasar, rey de los asirios, condujo cautivos a Asiria, reinando en Israel Oseas y en Jerusalem Ezequías, como se lee en el libro cuarto de los Reyes, Cap. Décimo Séptimo, hace más de dos mil doscientos años, lo cual aunque sea incierto, no me parecen conjeturas que deben despreciarse del todo. En primer lugar, se encuentran en Nueva España no pocas palabras que o son hebreas o muy semejantes a las hebreas, como si procedieran de ellas. En segundo lugar sabemos por la misma Sagrada Escritura que llegaron al lugar adonde se dirigieron, después de caminar a pie durante seis meses. En tercer lugar los nombres, no de otra manera que entre los hebreos, se imponían por deliberación del consejo y no sin algún ethimo. 4.º Son semejantes y no desemejantes los ritos, sacrificios, vestiduras, calzado, mantos, cabello largo, la pusilanimidad y los templos de los dioses construidos en las crestas de los cerros y de las montañas. Y además aquello que fue predicho por los profetas de Israel, parece corresponder a los acontecimientos de estas gentes de manera admirable. No hay que omitir que la prole de unos y otros es abundantísima y los sacrificios semejantes. Pero, ya sea que estas cosas sean verosímiles o más bien falsas y no bien investigadas ni conocidas, pasemos a otras que pertenecen a la llegada de estas gentes a la Nueva España y que deben ser referidas con mayor amplitud.