Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
ANTIGÜEDADES DE LA NUEVA ESPAÑA



Comentario

De la fiesta de los meses tercero y cuarto


El tercer mes se llamaba Toçoiçotontli en cuyo primer día se celebraba la fiesta de los tlaloques, dioses de la lluvia, y en él mataban gran cantidad de tiernos niños que llevaban a las cumbres de los montes. Ofrecían también a los dioses del templo Yopico las primicias de las flores de ese año, que nadie era osado oler antes de que aquel dios recibiere su debida porción. Los oficiales de las flores llamados Xochimaque, hacían sacrificios a la diosa Coatlicue, también llamada Coatlantona. En este mismo mes se desnudaban las pieles humanas con las que se habían vestido el precedente y las echaban en una cueva del templo Yopico consagrada a estas cosas. Era la costumbre hacer esto en procesión lenta y ordenada y con magna pompa y no sin un espantoso hedor de cuerpos humanos. Después, con varias y múltiples ceremonias observadas religiosamente se lavaban, y no faltaban enfermos que prometieran, si acaso eran restituidos a la salud y conservados incólumes por esas ceremonias, que estarían presentes en las solemnidades futuras. Algunos recobraban la salud, ya sea por obra de los demonios que trataban de arrojar las almas al infierno con toda clase de tretas astutas y artes maliciosas, ya sea porque la enfermedad cediera espontáneamente, o por alguna intensa fuerza del pensamiento, de la cual no se puede dudar que tenga alguna dominio en el cuerpo del hombre. En este mismo mes los señores de los cautivos, después de que habían hecho penitencia con toda la familia y criados durante veinte días íntegros en honor a los dioses, absteniéndose aun de los baños y de la ablución de la cabeza, hasta que las pieles de los muertos se echaran en el predicho lugar, confesaban de buen grado que ellos, que tenían que morir también, se atormentaban por su propia voluntad por sus cautivos [difuntos]. Hecho esto y después de lavados con sus parientes y afines, alegremente celebraban un festín y jugaban de muchas maneras ante los altares. Empleaban todos los veinte días de ese mes en cánticos continuos en alabanza de los dioses, sentados en el cuicalli o en aquellos templos en los cuales tenían que dirigir los coros o bailar y se ejercitaban en varios géneros de canto y baile. Al cuarto mes lo llamaban Hueitocotztli, en cuyo primer día hacían sacrificios a Centeitl, dios del maíz, en cuyo honor también solían abstenerse de todo género de comida en los cuatro días antes de la fiesta. En el mismo día de ella, esparcían espadañas (typhas), gladiolas, juncos triangulares (?) y otras yerbas semejantes de hermoso aspecto y olor, de las cuales crece vigorosa abundancia en las lagunas de los mexicanos, a las puertas de los domicilios empapadas con sangre de las orejas, de las pantorrillas, de los sexos, o de otras partes del cuerpo. Los más ricos preferían renuevos de atzoyatl con los cuales adornaban los lares y los altares domésticos, y además ponían a la vista cañas todavía tiernas del mismo maíz adornadas con flores, con otras cosas de comer en la casa del calpulli. Acabadas estas cosas se trasladaban de los barrios al templo de la diosa Chicomecóatl, que es otra Ceres, y delante de ella peleaban con ciertos géneros fingidos y alegres de batallas y las doncellas avanzando todas en orden y cargando en sus espaldas las mazorcas de maíz del año anterior, las echaban en el seno de la diosa y después las volvían a llevar a casa y las usaban como cosa sagrada para preparar las cosechas y preservar los graneros de cualquier género de daño de los animales. Hacían también la estatua de esta diosa de tzoálli y colocada en él patio del templo, le ofrecían liberalmente toda clase de tlaolli, frijoles y chía, como al autor de las cosas que son necesarias para la vida de los hombres. En cuanto a los niños comprados a los padres para víctimas, los guardaban como en un redil durante el primer mes y después en todos los días de fiesta los mataban poco a poco y hasta que no caían las lluvias en abundancia no desistían ni se abstenían de esa atroz carnicería.