Época: Nuevas fronteras cri
Inicio: Año 1000
Fin: Año 1300

Antecedente:
Penínsulas Nórdicas



Comentario

Cuando se inicia la plenitud medieval, Dinamarca, dominando la península de Jutlandia, el sur de la actual Suecia y las islas comprendidas entre ambos territorios, era el más pequeño en extensión de los reinos escandinavos, pero, en contrapartida, era el más poblado, más abierto a las influencias europeas y el que proseguía con mayor fuerza la tradicional expansión normanda o vikinga. De ahí que evolucionara hacia los modelos occidentales con mayor celeridad y se convirtiera en la monarquía nórdica más avanzada.
La acción expansiva de los daneses fue iniciada por Svend I, el de la Barba Partida (985-1014), conquistando Inglaterra e imponiendo su hegemonía en la mayor parte del área escandinava. La conversión al cristianismo completaría su obra. Su hijo, Canuto el Grande (1014-1035), recibió en herencia, además del reino danés, Noruega e Inglaterra, ámbito que se denomina "primer imperio nórdico", en torno al Mar del Norte. También Canuto, al igual que su antecesor, impulsó la evangelización, sirviéndose preferentemente de misioneros anglosajones, quienes extendieron, junto con la fe cristiana, otras importantes influencias de Occidente. De esta manera, la unión con el mundo anglosajón sirvió para desempeñar un papel relevante en la inserción de los pueblos escandinavos en la civilización cristiana occidental. A la muerte de este monarca, el "primer imperio" se desintegraría: Noruega se separó tras la rebelión de Magnus el Bueno, Inglaterra proclamó rey a Eduardo el Confesor y Dinamarca perdió el papel rector que había tenido hasta entonces. Para paliar tal fracaso, los sucesores de Canuto buscaron en el Báltico su nuevo campo expansivo y, al mismo tiempo, trataron de contrarrestar la influencia germánica en su territorio.

En la segunda mitad del siglo XI, Svend III Estridsoen (1047-1074), sobrino de Canuto el Grande y descendiente de Gorm el Viejo, funda una nueva dinastía, que transformaría a Dinamarca en un Estado decididamente occidental bajo la influencia alemana.

La transformación fue lenta y estuvo jalonada de graves dificultades, tal como lo demuestran las frecuentes guerras internas. Svend III reorganizó el país inspirándose en Occidente, situó la capital en Roskilde (Seeland), en la parte central del territorio y fundó numerosas iglesias y monasterios. De cara al exterior, su aspiración fue conseguir el respeto de los Estados occidentales, para abrirse paso progresivamente entre ellos. Fue sucedido por sus hijos: Harold (1074-1080), que tuvo que hacer frente en repetidas ocasiones a la rebelión de sus hermanos y Canuto el Santo (1080-1086), que supo acercarse a Roma y apoyar fuertemente a las instituciones eclesiásticas de su país. Emulando a su homónimo y antecesor Canuto el Grande, intentó desembarcar en Inglaterra. La empresa le costaría la vida, pues para llevar adelante el proyecto impuso una pesada carga tributaria que provocó la sublevación del sur de Jutlandia y su propio asesinato en la iglesia de San Albano, en Odense. Muerte que, al interpretarse como martirio, le llevaría a los altares en 1101, convirtiéndose en el santo nacional por excelencia. Después de san Canuto, ascendieron al trono danés tres hermanos suyos: Olaf (1086-1096), Erik I (1096-1103), muerto como cruzado en Paphos, y Nicolás (1103-1134). Con este último, Dinamarca disfrutó de una etapa pacífica, donde la Iglesia supo crear una plataforma económica y jurisdiccional para desarrollar su función social. Buen ejemplo de ello es la elevación, en 1103, de la sede de Lund en Escania, al sur de Suecia, a metrópoli escandinava. Con este hecho, la Iglesia danesa se desvincula para siempre del arzobispado germano de Hamburgo y consigue su propia autonomía que impondrá al resto de los países cristianos nórdicos. Sin embargo, a pesar de este logro, los arzobispos de Lund no sabrán convertirse en una fuerza política significativa, al modo de los obispos alemanes.

Desde 1134 hasta al advenimiento de la dinastía Waldemara, el reino danés se desenvuelve en medio de guerras civiles. Luchas determinadas por el enfrentamiento de una serie de efímeros monarcas y el intento de afianzamiento de la clase nobiliaria.

A mediados del siglo XII, con Waldemar el Grande (1157-1182), iniciador de la dinastía que llevara su nombre, Dinamarca inaugura una fase de apogeo, que algunos autores denominan "siglo de los Waldemaros". La monarquía recupera en buena medida su antiguo prestigio y, con ayuda de los grandes, comienza una fuerte expansión hacia el este, que culmina con la conquista de Rügen en 1168, a expensas de los territorios vendos en la costa sur del Báltico, zona que también aspiraban a dominar germanos y eslavos. Esta nueva expansión danesa aceleró el desarrollo de Dinamarca en todos los planos. En este tiempo se escribieron los "Gesta Danorum", de marcado acento francés, a través de la influencia de Absalón, arzobispo de Lund. Este eclesiástico, consejero del monarca, actuó de verdadero artífice de la política de su tiempo, favoreciendo las relaciones de la realeza con la Iglesia. Waldemar I mantuvo una doble actuación de cara al Sacro Imperio. Por un lado, apoyó a Federico I cuando éste se enfrentaba con el pontífice Alejandro III, pretendiendo, con su actitud proimperial, consolidar la occidentalización del reino. Por otra parte, construyó un gran numero de fortalezas por todo el país, para protegerlo de los acosos expansivos de los germanos. Precisamente, de una de estas construcciones, en 1169, surgió Copenhague, la nueva capital.

A Waldemar le sucede su hijo Canuto (1182-1202), que prosiguió con brillantez la política de su dinastía, realizando nuevas conquistas en los territorios de Mecklemburgo y Pomerania, como Holstein y los puertos de Lübeck y Hamburgo. Fueron años de máxima expansión, a la que también contribuyeron las acciones colonizadoras llevadas a cabo por los cistercienses.

La trayectoria ascendente continuaría con su hermano Waldemar II el Conquistador (1202-1214) que, haciendo honor a su sobrenombre, efectuara expediciones en Livonia, Estonia y el Golfo de Finlandia. Fase denominada por algunos autores "segundo imperio nórdico", porque Dinamarca se convierte de nuevo en la primera potencia del Báltico. Momento de fortalecimiento externo y también de consolidación interna, pues tanto la institución monárquica como las fuerzas económicas, sociales y eclesiásticas afianzarán sus posiciones.

Sin embargo, esta situación no duraría mucho tiempo. La derrota de Bornhöved en 1227 hizo precipitar los acontecimientos y los daneses perdieron las últimas conquistas realizadas -excepto Rügen- y se vieron obligados a abandonar sus ambiciosos planes expansionistas. Las causas del fracaso fueron múltiples, destacando, entre ellas, los intereses de su propia nobleza feudalizada y de una iglesia enriquecida, así como los afanes hegemónicos alemanes. Estos últimos estaban representados por los grandes magnates, las ciudades hanseáticas y, sobre todo, por la orden teutónica. A partir de entonces, Dinamarca reducirá su objetivo a la zona de Estonia, donde tendrá que rivalizar con los germanos, firmes aspirantes a dominar el Báltico oriental.

Si los últimos años de Waldemar II están marcados por la crisis, ésta se convertirá en una pesada carga para sus hijos. Erik IV (1241-1250) tuvo que hacer frente a una guerra dinástica con sus hermanos, Abel y Cristóbal, que le sucederían en trono. Durante el reinado del último, a las turbulencias anteriores se sumaría el largo conflicto desencadenado por la imposición de tributos a la Iglesia. Erik V (1259-1286) hubo de ceder ante la nobleza y las altas jerarquías eclesiásticas su derecho a participar en los asuntos políticos del reino, y se comprometió a convocar anualmente la asamblea nacional, tras ser obligado a firmar la denominada "Carta Magna Danesa", en 1282. La limitación al poder real se había puesto en marcha y los altos estamentos sociales continuarán ganando posiciones en los años siguientes. En 1303, Erik VI (1286-1319) se vio forzado a establecer un acuerdo con la Iglesia, por el que se garantizaba a ésta sus privilegios, obteniendo a cambio el monarca derecho a percibir fiscalidad militar en las tierras eclesiásticas.

En conjunto, la plenitud medieval supuso para Dinamarca un esfuerzo hacia tres objetivos: la reorganización interna -donde la monarquía tendrá como oponentes a las grandes familias aristocráticas y a la poderosa Iglesia-, sacudirse la influencia alemana y abrirse camino de forma progresiva hacia Occidente.