Comentario
Capítulo IX
102 De los sacrificios que hacían en los ministros tlamagazques, en especial en Teoacan, Cuzcatlan y Teuticlan; y de los ayunos que tenían
103 Demás de los sacrificios y fiestas dichas había otros muchos particulares que hacían muy continuamente, en especial aquellos ministros que los españoles llamaron papas. Estos se sacrificaban a sí mismos muchas veces de muchas partes del cuerpo, y en algunas fiestas hacían en lo alto de las orejas con una navajuela de piedra negra [un agujero] que la sacaban de la manera de una lanceta de sangrar, y tan aguda y con tan vivos filos; y así muchos españoles se sangran y sangran a otros con éstas, y cortan muy dulcemente, sino que algunas veces despuntan, cuando el sangrador no es de los buenos; que acá cada uno procura de saber sangrar y herrar y otros muchos oficios que en España no se tendrían por honrados de los aprender; aunque por otra parte tienen presunción y fantasía, aunque tienen todos los españoles que acá están la mejor y más humilde conversación que puede ser en el mundo. Tornando a el propósito, digo: que por aquel agujero que hacían en las orejas y por las lenguas sacaban una caña tan gorda como el dedo de la mano, y tan larga como el brazo; mucha de la gente popular, así hombres como mujeres, sacaban o pasaban por la oreja y por la lengua unas pajas tan gordas como cañas de trigo, y otros unas puntas de maguey, o de metl, que a la fin se dice qué cosa es, y todo lo que así sacaban ensangrentado, y la sangre que podían coger en unos papeles, lo ofrecían delante de los ídolos.
104 En Teoachan, y en Theuticlan y en Cuztaclan, que eran provincias de frontera y tenían guerra por muchas partes, también hacían muy crueles sacrificios de cautivos y de esclavos; y en sí mismos los tlamagazques, o papas mancebos, hacían una cosa de las extrañas y crueles del mundo; que cortaban y hendían el miembro de la generación entre cuero y carne y hacían tan grande abertura que pasaban por allí una soga tan gruesa como el brazo por la muñeca, y en largor según la devoción del penitente; unas eran de diez brazas, otras de quince y otras de veinte; y si alguno desmayaba de tan cruel desatino, decíanle que aquel poco ánimo era por haber pecado y allegado a mujer; porque éstos que hacían esta locura y desatinado sacrificio eran mancebos por casar, y no era maravilla que desmayasen, pues se sabe que la circuncisión es el mayor dolor que puede ser en el mundo, si no, díganlo los hijos de Jacob. La otra gente del pueblo sacrificábanse de las orejas, y de los brazos, y del pico de la lengua, de que sacaban unas gotas de sangre para ofrecer; y los más devotos, así hombres como mujeres, traían más arpadas las lenguas y las orejas, y hoy día se parece en muchos. En estas tres provincias que digo, los ministros del templo y todos los de sus casas ayunaban cada año ochenta días. También ayunaban sus cuaresmas y ayunos antes de las fiestas del demonio, en especial aquellos papas, con sólo pan de maíz y sal y agua; unas cuaresmas de a diez días, y otras de veinte y de cuarenta; y alguna como la de panquezalizthi en México que era de ochenta días, de que algunos enfermaban y morían, porque el cruel de su dios no les consentía que usasen consigo de misericordia.
105 Llamábanse también estos papas "dadores de fuego", porque echaban incienso en lumbre o en brasas con su incensario tres veces en el día y tres en la noche. Cuando barrían los templos del demonio era con plumajes en lugar de escobas, y andando para atrás, sin volver las espaldas a los ídolos. Mandaban a el pueblo y hasta [a] los muchachos que ayunasen, ya dos, ya cuatro, ya cinco días, y hasta diez días ayunaba el pueblo. Estos ayunos no eran generales, sino que cada provincia ayunaba a sus dioses según su devoción y costumbre. Tenía el demonio en ciertos pueblos de la provincia de Thoacan [Tehuacan] capellanes perpetuos que siempre velaban y se ocupaban en oraciones, ayunos y sacrificios; y este perpetuo servicio repartíanlo de cuatro en cuatro años, y los capellanes asimismo eran cuatro. Cuatro mancebos que habían de ayunar cuatro años, entraban en la casa del demonio como quien entra en treintanario cerrado, y daban a cada uno una sola manta de algodón delgada de un maxtil [maxtlat], que es como toca de camino con que se ciñen y tapan sus vergüenzas, y no tenían más ropa de noche ni de día, aunque en invierno hace razonable frío las noches; la cama era la dura tierra y la cabecera una piedra. Ayunaban todos aquellos cuatro años, en los cuales se abstenían de carne y de pescado, sal y de ají; no comían cada día más de una sola vez a mediodía, y era su comida una tortilla, que según señalan, sería de dos onzas, y bebían una escudilla de un brebaje que se dice atolli. No comían otra cosa, ni fruta, ni miel, ni cosa dulce, salvo de veinte en veinte días que eran sus días festivales, como nuestro domingo a nosotros. Entonces podían comer de todo lo que tuviesen, y de año en año les daban una vestidura. Su ocupación y mora era estar siempre en la casa y [en] presencia del demonio y para velar toda la noche repartíanse de dos en dos. Velaban una noche los dos, y dormían los otros dos, sin dormir sueño y otra noche los otros dos. Ocupábanse cantando a el demonio muchos cantares, y a tiempos sacrificábanse y sacábanse sangre de diversas partes del cuerpo, que ofrecían a el demonio, y cuatro veces en la noche ofrecían incienso, y de veinte en veinte días hacían este sacrificio; que hecho un agujero en lo alto de las orejas sacaban por allí sesenta cañas, unas gruesas y otras delgadas como los dedos; unas largas como el brazo y otras de una brazada; otras como varas de tirar; y todas ensangrentadas poníanlas en un montón delante de los ídolos, las cuales quemaban acabados los cuatro años. Montábanse si no me engaño diez y siete mil y doscientos ochenta, porque cinco días del año no los contaban, sino diez y ocho meses a veinte días cada mes. Si alguno de aquellos ayunadores o capellanes del demonio moría, luego suplían otro en su lugar y decían que había de haber gran mortalidad, y que habían de morir muchos señores, por lo cual todos vivían aquel año muy atemorizados, porque son gente que miran mucho en agüeros. A éstos les aparecía muchas veces el demonio, o ellos lo fingían, y decían al pueblo lo que el demonio les decía, o a ellos se les antojaba y lo que querían y mandaban los dioses; y lo que más veces decían que veían era una cabeza con largos cabellos. Del ejercicio de estos ayunadores y de sus visiones holgaba mucho de saber al gran señor Motezuma, porque le parecía servicio muy especial y acepto a los dioses. Si alguno de estos ayunadores se hallaba que en aquellos cuatro años tuviese ayuntamiento de mujer, ayuntábanse muchos ministros del demonio y mucha gente popular, y sentenciábanle a muerte, la cual le daban de noche y no de día; y delante de todos le achocaban y quebrantaban la cabeza con garrotes, y luego le quemaban y echaban los polvos por el aire, derramando la ceniza, de manera que no hubiese memoria de tal hombre; porque aquel hecho, en tal tiempo, le tenían por enorme y por cosa descomunal y que nadie había de hablar en ella.
106 Las cabezas de los que sacrificaban, especial de los tomados en guerra, desollábanlas, y si eran señores o principales personas los así presos, desollábanlas con sus cabellos y secábanlas para las guardar. De éstas había muchas al principio; y si no fuera porque tenía algunas barbas, nadie juzgara sino que eran rostros de niños de cinco o seis años, y causábanlo estar, como estaban, secas y curadas. Las calaveras ponían en unos palos que tenían levantados a un lado de los templos del demonio; de esta manera: levantaban quince o veinte palos, más y menos, de largo de cuatro o cinco brazas fuera de tierra, y en tierra entraba más de una braza, que eran unas vigas rollizas apartada[s] unas de otras cuando [como] seis pies y todas puestas en hilera, y todas aquellas vigas llenas de agujeros; y tomaban las cabezas horadadas por las sienes, y hacían unos sartales de ellas en otros palos delgados pequeños, y ponían los palos en los agujeros que estaban hechos en las vigas que dije, y así tenían de quinientas en quinientas, y de seiscientas en seiscientas, y en algunas partes de mil en mil calaveras; y en cayéndose una de ellas ponían otras, porque valían muy barato; y en tener aquellos tendales muy llenos de aquellas cabezas mostraban ser grandes hombres de guerra y devotos sacrificadores a sus ídolos. Cuando habían de bailar en las fiestas solemnes, pintábanse y tiznábanse de mil maneras; y para esto el día que había baile, por la mañana luego venían pintores y pintoras a el tianguez, que es el mercado, con muchos colores y sus pinceles, y pintaban a los que habían de bailar los rostros, y brazos, y piernas de la manera que ellos querían, o la solemnidad y ceremonia de la fiesta lo requería; y así embijados y pintados íbanse a vestir diversas divisas, y algunos se ponían tan feos que parecían demonios; y así servían y festejaban a el demonio, y de esta manera se pintaban para salir a pelear cuando tenían guerra o había batalla.
107 A las espaldas de los principales templos había una sala a su parte de mujeres, no cerrada, porque no acostumbraban puertas, pero honestas y muy guardadas; las cuales servían a los templos por votos que habían hecho; otras por devoción prometían de servir en aquel lugar un año, o dos, o tres; otras hacían el mismo voto en tiempo de algunas enfermedades (y éstas todas eran doncellas vírgenes por la mayor parte), aunque también había algunas viejas, que por su devoción querían allí morir, y acabar sus días en penitencia. Estas viejas eran guardas y maestras de las mozas; y por estar en servicio de los ídolos eran muy miradas las unas y las otras. En entrando luego las trasquilaban; dormían siempre vestidas por más honestidad y para se hallar más prestas a el servicio de los ídolos; dormían en comunidad todas en una sala; su ocupación era hilar y tejer mantas de labores y otras de colores para servicio de los templos. A la medianoche iban con su maestra y echaban incienso en los braseros que estaban delante [de] los ídolos. En las fiestas principales iban todas en procesión por una banda, y los ministros por la otra, hasta allegar delante [de] los ídolos, en lo bajo a el pie de las gradas, y los unos y las otras iban con tanto silencio y recogimiento, que no alzaban los ojos de tierra ni hablaban palabra. Estas, aunque las más eran pobres, los parientes les daban de comer, y todo lo que habían menester para hacer mantas, y para hacer comida que luego por la mañana ofrecían caliente, así sus tortillas de pan como gallinas guisadas en una[s] como cazuelas pequeñas, y aquel calor o vaho decían que recibían los ídolos, y lo otro los ministros. Tenían una como maestra o madre que a tiempo las congregaba y hacia capítulo, como hace la abadesa a sus monjas, y a las que hallaba negligentes, penitenciaba; por esto algunos españoles las llamaron monjas, y si alguna se reía con algún varón dábanla gran penitencia; y si se hallaba alguna ser conocida de varón, averiguada la verdad a entrambos mataban. Ayunaban todo el tiempo que allí estaban, comiendo a mediodía, y a la noche su colación. Las fiestas que no ayunaban, comían carne. Tenían su parte que barrían de los patios bajos delante de los templos; lo alto siempre lo barrían los ministros, en algunas partes con plumajes de precio y sin volver las espaldas, como dicho es.
108 Todas estas mujeres estaban aquí sirviendo a el demonio por sus propios intereses: las unas porque el demonio las hiciese mercedes; las otras porque les diese larga vida; otras por ser ricas; otras por ser buenas hilanderas [y tejedoras] de mantas ricas. Si alguna cometía pecado de carne, estando en el templo, aunque más secretamente fuese, creía que sus carnes se habían de podrecer, y hacían penitencia porque el demonio encubriese su pecado. En algunas fiestas bailaban delante de los ídolos muy honestamente.