Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
ORIGEN DE LOS MEXICANOS



Comentario

[LIBRO I]


[HISTORIA DE LOS INDIOS DE ESTANUEVA ESPAÑA]



Los indios de esta Nueva España, según la común relación de las historias de ellos, proceden de dos naciones diferentes: la una de ellas llaman nahuatlaca que quiere decir "gente que se explica y habla claro" a diferencia de la segunda nación [y] porque entonces era muy salvaje y bárbara [y] sólo se ocupaban en andar a caza, los nahuatlacales [la] pusieron por nombre chichimeca, que significa "cazadora", y que vive de aquel oficio agreste y campesino; y por otro nombre les llaman otomíes. El nombre primero les impusieron porque todos ellos habitaban en los riscos y más ásperos lugares de las montañas, donde vivían bestialmente, sin ninguna policía, desnudos en cueros. Toda la vida se les iba en cazar venados, liebres, conejos, comadrejas, topos, gatos monteses, pájaros, culebras, lagartijas, ratones, langostas, gusanos, con lo cual y con yerbas y raíces se sustentaban. En la caza estaban bien diestros y tan codiciosos de ella que a trueque de matar una culebra o cualquiera otra sabandija se estaban todo el día en cuclillas hechos un ovillo tras una mata acechándola sin cuidado de coger, ni sembrar, ni cultivar. Dormían por los montes en las cuevas, y entre las matas, y las mujeres iban con sus maridos a los mismos ejercicios de caza, dejando los hijuelos colgados de una rama de un árbol, metidos en una cestilla de juncos bien hartos de leche hasta que volvían con la caza. Eran muy pocos y tan apartados que no tenían entre sí alguna conversación, ni trato, ni conocían ni tenían superior, ni adoraban dioses algunos, ni tenían ritos de ningún género; solamente se andaban cazando sin otra consideración alguna, viviendo cada cual por sí como queda referido. Estos chichimecas son los naturales de esta tierra, que por ser pocos y vivir en las cumbres de los montes estaban todos los llanos y mejores sitios desocupados, los cuales hallaron los nahuatlaca viniendo de otra tierra hacia el norte, donde ahora se ha descubierto un reino que llaman el Nuevo México. En esta tierra están dos provincias: la una llamada Aztlan, que quiere decir "Lugar de garzas"; y la otra se dice Teuculhuacan, que quiere decir "tierra de los que tienen abuelos divinos", en cuyo distrito están siete cuevas de donde salieron siete caudillos de los nahuatlaca, que poblaron esta Nueva España, según tienen por antigua tradición y pinturas.

Y es de advertir que aunque dicen que salieron de siete cuevas no es porque habitaban en ellas, pues tenían sus casas y sementeras con mucho orden y policía de república, sus dioses, ritos y ceremonias por ser gente muy política como se echa bien de ver en el modo y traza de los de Nuevo México de donde ellos vinieron, que son muy conformes en todo. Usase en aquellas provincias de tener cada linaje su sitio y lugar conocido: el que señalaban en una cueva diciendo la cueva de tal y tal linaje, o descendencia como en España se dice: la casa de los Velasco, de los Mendoza, etc.

Salieron pues los nahuatlaca de los sietes solares y cuevas el año del Señor de ochocientos y veinte, tardaron en llegar a esta tierra más de ochenta años. La causa fué porque venían explorando la tierra, buscando las señas de la que sus dioses ídolos les mandaban poblar por cuya persuasión salieron de su patria. Y así, según iban hallando buenos sitios los iban poblando, sembrando y cogiendo sementeras, y como iban descubriendo mejores lugares, iban desamparando los que habían poblado, dejando entre ellos solamente a los viejos y enfermos, y gente cansada. Y así, quedaban poblados aquellos sitios y lugares, quedando en ellos muy buenos edificios, que hoy en día se hallan las ruinas, y rastros de ellos por el camino que trajeron, y esta fué la ocasión de tanta dilación en un viaje que en un mes se puede andar. Y así llegaron a este lugar de la Nueva España en el año de novecientos y dos.

Los primeros que salieron de las cuevas fueron seis linajes, conviene a saber, los xuchimilcas, que quiere decir "gente de las sementeras de flores" (de xuchitl, que es "flor", y milli, que es "sementera", se compone xuchimilli, que significa "sementera de flores", y de aquí se dice el nombre xuchimilca, que quiere decir "poseedores de las sementeras de flores"). El segundo linaje es el de los chalcas, que quiere decir "gente de las bocas", porque challi significa un "hueco a manera de boca", y así lo hueco de la boca llaman camachalli, que se compone de camac, que quiere decir la "boca", y de challi, que es lo "hueco", y de este nombre challi, y esta partícula, ca, se compone chalca, que significa "los poseedores de las bocas".

El tercer linaje es el de los tepanecas, que quiere decir "la gente de la puente, o pasadizo de piedra", derívase su nombre de tepanohuayan, que quiere decir "puente de piedra", el cual [está] compuesto [de] tetl, que es "piedra", y panohua, que es "vadear el agua", y de esta partícula yan, que denota "lugar". De estas tres cosas [hacen] tepanohuayan. Y de este nombre toman el tepano convirtiendo la o en e, y añaden el ca y dicen tepaneca. El cuarto linaje es el de los culhuas, que quiere decir "gente de la tortura o corva", porque en la tierra de donde vinieron está un cerro con la punta encorvada; compónese de coltic, que significa "cosa corva", y de esta partícula hua, que denota "posesión"; y así dicen culhuas. El quinto linaje es el de los tlalhuicas, derívase su nombre de tlalhuic, que significa "hacia la tierra", compónese de tlalli, que es "tierra", y de esta partícula huic, que quiere decir "hacia"; y toman este nombre tlahnic y le añaden esta partícula ca, y componen tlalhuica, que significa "gente de hacia la tierra". El sexto linaje es el de los tlaxcaltecas, que quiere decir la "gente del pan", compónese de tlaxcalli, que es "pan", y de esta partícula tecatl, y dicen tlaxcalteca.Todos estos nombres y dictados son tomados de sus antepasados, unos derivados de sus lugares, otros de sus caudillos, y otros de sus dioses, y ésta es la costumbre que estos indios tenían en imponer sus nombres. Heme detenido a explicar las etimologías de éstos porque adelante se han de repetir muchas veces, y porque en muchos nombres que en el progreso de esta historia se han de ofrecer, no se dirán las etimologías tan por menudo, porque estas bastan para entender el modo de todas ellas, que ponerlas todas de esta manera sería gran prolijidad.

Estos seis linajes referidos no salieron todos juntos ni todos en un año, sino unos primero y otros después, y así sucesivamente iban saliendo de sus tierras dejando sus solares o cuevas. La primera tribu que salió fué la de los xuchimilcas, luego siguió la de los chalcas, y luego la de los tepanecas, y luego la de culhua; y tras de ellos los de tlalhuic, y los tlaxcaltecas, quedándose allá los de la Séptima Cueva, que son los mexicanos, dicen que por ordenación divina para venir a ser señores de esta tierra después de haberse extendido por toda ella estos otros seis linajes referidos, los cuales vinieron a esta Nueva España, trescientos y dos años primero que los mexicanos. Y así, poseyeron la tierra seiscientos y dos, el de xuchimilco, que salió primero, y los mexicanos, que vinieron los últimos, la poseyeron trescientos y un años después que a ella llegaron.

Estando ya estas naciones por esta tierra, los xuchimilcas, que fueron los primeros, vinieron a dar a un grandísimo llano rodeado de serranía, cuyas vertientes hacían en medio de él una gran laguna de agua salobre y dulce, donde ahora está fundada la gran ciudad de México. Estos xuchimilcas poblaron a la orilla de esta laguna hacia el mediodía, extendiéndose sin contradicción alguna por el llano hacia la serranía en grandísimo espacio, donde está fundada una provincia de esta nación de muy grandes pueblos, y muchas villas y lugares. A la ciudad principal pusieron Xuchimilco, que quiere decir "Lugar de las sementeras de flores", por ser derivados de este nombre los que las poblaron. Llegaron no mucho después los chalcas, los cuales se juntaron con los xuchimilcas, partieron términos con ellos quieta y pacíficamente, extendiéndose también en gran parte de la tierra, llamaron a su provincia Chalco, que quiere decir "Lugar de las bocas", por haberla poblado los chalcas, cuyo nombre se deriva de esto otro. Después de estos llegaron los tepanecas, los cuales asímismo poblaron quieta y pacíficamente a la orilla de la laguna. Estos tomaron el sitio que cae a la parte del occidente, extendiéndose tanto por toda aquella parte, y crecieron en tanto número que a la cabecera de su provincia llamaron Azcaputzalco, que quiere decir "Hormiguero", por la mucha gente que tenía. Y así vino a ser este el mayor y más principal reino, de todas seis naciones. Después de éstos vinieron los que poblaron la gran provincia de Teztcuco, que según dicen son los culhuas. Estos tomaron el sitio a la orilla de la laguna, hacia el oriente, extendiéndose tanto que vinieron a cumplir el cerco restante de la laguna. Esta es una gente muy política y cortesana, y en su lenguaje tan prima que puede competir en la elegancia con cuantas lenguas hay en el mundo, a lo menos en sus frases y modo de explicar. Llamaron a la cabecera de su provincia Teztcuco, porque en ella hay una yerba que se llama teztcutli; y de este nombre y de esta partícula co, que denota "lugar", dicen Teztcuco, que significa "Lugar de la yerba teztculli".

Cercada ya la laguna toda a la redonda de estas cuatro parcialidades, y habiendo dividido términos entre sí, los cuales corrían hasta las serranías que estaban en torno del llano en cuyo sitio estaba la laguna, llegaron los tlalhuicas, que era la gente más tosca de estas seis tribus, los cuales como hallaron ocupado todo el llano de la laguna hasta las sierras, pasaron a la otra parte de la serranía hacia el mediodía, donde hallaron una tierra muy espaciosa toda desocupada de gente. Esta tierra es caliente por estar amparada del norte con la serranía que tiene delante, por cuya causa es muy fértil y abundante de todo lo necesario; creció en ella tanto esta generación que está poblada de muchos y grandes pueblos de muy suntuosos edificios y muchísimas villas y lugares. Llamaron éstos a su provincia Tlalhuic porque la poblaron los tlalhuicas, a la cabecera de esta provincia llamaron Quauhnahuac, que quiere decir "Lugar donde suena la voz del águila". Esta provincia es la que ahora llaman el Marquesado.

Después de éstos, llegaron los tlaxcaltecas, y viendo ocupados los sitios de la laguna, asimismo pasaron hacia otra parte de la serranía, hacia el oriente, atravesando la sierra que acá llaman Nevada por estar todo el año cubierta de nieve, junto a la cual está un volcán entre la ciudad de México y la de los Ángeles. Halló esta gente hacia esta parte grandísimos sitios despoblados, y extendiéronse y crecieron tanto por esta parte que sería nunca acabar enumerar los pueblos, estancias, lugares y villas que de ellos hay, y ciudades no menos suntuosas en edificios y todo más que en otras provincias. Llamaron a la cabecera de su provincia Tlaxcallan, que quiere decir la "Tierra del pan". Pusieron este nombre porque la poblaron los tlaxcaltecas. Esta es la provincia que está reservada de tributo, porque ayudaron a la conquista de esta Nueva España a los españoles.

Al tiempo que todas estas naciones poblaban estos sitios despoblados, los chichimecas que habitaban los montes, que, como queda referido, son los naturales de esta tierra, no mostraron pesar, ni resistencia alguna, solamente se extrañaban y admirados se escondían en lo más oculto de las peñas. Los chichimecas que habitaban a la otra parte de la sierra nevada, donde poblaron los tlaxcaltecas, dicen que éstos eran gigantes, y que éstos quisieron defender el sitio, pero como era gente tan bárbara fácilmente los engañaron porque los aseguraron fingiendo paz con ellos, habiéndoles con esto aquietado y, dádoles una gran comida, tenían puesta gente en celada, y otros que con mucho secreto les hurtasen las armas, que eran unas grandes porras y rodelas y espadas de palo, y otros diversos géneros de armas. Estando asegurados con la fingida paz, hurtadas las armas y ellos muy descuidados, salieron los que estaban en celada, y dieron de improviso sobre ellos, que no quedó ninguno a vida. Algunos quisieron ponerse en defensa, y como no hallaron armas dicen que desgajaban las ramas de los árboles con tanta facilidad como si trincharan un rábano, con lo cual se defendían valerosamente. Pero al fin vinieron todos a morir; para testimonio de esto se hallan hasta hoy por aquella parte muchos huesos muy grandes de gigantes. Quedaron con esto los tlaxcaltecas pacíficos, y ellos y todos los demás linajes quietos y sosegados, edificando ciudades, villas y lugares, dividiendo sus términos unos entre otros para conocer sus posesiones y tierras, comunicándose unos con otros, y cultivando sus tierras sin pleito alguno, ni contradicción, lo cual viendo los chichimecas comenzaron a tener alguna policía, a cubrir sus carnes, y a serles vergonzoso lo que hasta entonces no les era; y comenzando a conversar con esta otra gente perdiéndoles el miedo que les tenían, y emparentando con ellos por vía de casamiento, comenzaron a hacer chozas y buhíos donde se meter en congregación y orden de república, eligiendo sus señores, y reconociéndoles superioridad. Y así salieron de aquella vida bestial que tenían, pero siempre en los montes, y llegados a las sierras apartadas de los demás.

Estando ya los chichimecas en alguna policía y la tierra ya poblada y llena de los seis linajes referidos, pasados trescientos y dos años que habían dejado sus cuevas o solares, aportaron a esta tierra los de la séptima cueva, que es la nación mexicana, la cual como las demás salió de las tierras de Aztlan y Teuculhuacan, gente belicosa y animosa, que emprendía sin temor grandes hechos y hazañas, política y cortesana. Traían consigo un ídolo que llamaban Huitzilopuchtli, que quiere decir "Siniestra de un pájaro" que hay acá de pluma rica, con cuya pluma hacen las imágenes y cosas ricas de pluma; componen su nombre de huitzitzili, que así llaman al pájaro, y de opochtli, que quiere decir "Siniestra" y dicen Huitzilopochtli. Afirman que este ídolo los mandó salir de su tierra, prometiéndoles que los haría príncipes y señores de todas las provincias que habían poblado las otras seis naciones, tierra muy abundante de oro, plata, piedras preciosas, plumas y mantas ricas y de todo lo demás. Y así salieron los mexicanos, como los hijos de Israel, hacia la tierra de promisión, llevando consigo este ídolo metido en un arca de juncos como los otros el arca del testamento; llevando cuatro ayos, o sacerdotes principales, dándoles leyes, y enseñándoles ritos, ceremonias y sacrificios, los más supersticiosos, crueles y sangrientos que jamás se han oído (como en la relación de sus sacrificios en particular se verá). Finalmente, no se movían un punto sin parecer y mandado de este ídolo, que no se ha visto demonio que tanto conversase con las gentes como éste. Y así en todos los desatinos, y crueles sacrificios que estos miserables hacían, se parece muy bien ser dictados del mismo enemigo del género humano.

Fueron caminando con su arca por donde su ídolo los iba guiando, llevando por caudillo a uno que se llamaba Mexi, del cual toma el nombre de mexicanos; porque de Mexi, con esta partícula ca, componen mexica, que quiere decir "La gente de México". Caminaron con la misma prolijidad que las otras seis naciones, poblando, sembrando, y cogiendo en diversas partes; de lo cual hay hasta hoy ciertas señales y ruinas, pasando muchos trabajos y peligros. Lo primero que hacían donde quiera que paraban era edificar tabernáculo o templo para su falso dios según el tiempo que se detenían, edificándolo siempre en medio del real que asentaban, puesta el arca siempre sobre un altar como el que usa la Iglesia, que en muchas cosas la quiso imitar este ídolo como adelante se dirá.

Lo segundo que hacían era sembrar pan, y las demás semillas que usan para su sustento de riego y de temporal, y esto con tanta indiferencia que si su dios tenía por bien que se cogiese lo cogían, y si no en mandándoles alzar el real allí se quedaba todo para semilla y sustento de los enfermos, viejos, y viejas, y gente cansada que iban dejando donde quiera que poblaban, para que quedase toda la tierra poblada de ellos, que éste era su principal intento. Prosiguiendo de esta suerte su viaje, vinieron a salir a la provincia que se llama de Michhuacan, que significa "Tierra de los que poseen el pescado" por lo mucho que allí hay, donde hallaron muy hermosas lagunas y frescura. Contentándoles mucho este sitio, consultaron los sacerdotes al dios Huitzilopochtli, [y le dijeron] que si no era aquella la tierra que les había prometido, que fuese servido quedase a lo menos poblada de ellos. El ídolo les respondió en sueños que le placía lo que le rogaban, que el modo sería que todos los que entrasen a bañarse en una laguna grande, que está en un lugar de allí que se dice Pázcuaro, así hombres como mujeres, después de entrados se diese aviso a los que fuera quedasen [para que] les hurtasen la ropa, y sin que lo sintiesen alzasen el real, y así se hizo. Los otros, que no advirtieron el engaño con el gusto de bañarse, cuando salieron se hallaron despojados de sus ropas. Y así, burlados y desamparados de los otros, quedando muy agraviados, [y] por negarlos en todo, de propósito mudaron el vestido y el lenguaje. Y así se diferenciaron de la gente o tribu mexicana.

Los demás prosiguiendo con su real. Iba con ellos una mujer que se llamaba la hermana de su dios Huitzilopochtli; la cual era tan grande hechicera y mala, que era muy perjudicial su compañía, haciéndose temer con muchos agravios y pesadumbres que daba con mil malas mañas, que usaba para después hacerse adorar por Dios. Sufríanla todos en su congregación por ser hermana de su ídolo, pero no pudiendo tolerar más su desenvoltura, los sacerdotes quejáronse a su dios, el cual respondió a uno de ellos en sueños que dijese al pueblo cómo estaba muy enojado con aquella su hermana por ser tan perjudicial a su gente, que no le había dado él aquel poder sobre los animales bravos para que se vengase, y matase a los que la enojan, mandando a la víbora, al alacrán, al ciento pies y a la araña mortífera que pique. Por tanto, que para librarlos de esta aflicción, por el grande amor que les tenía mandaba que aquella noche al primer sueño, estando ella durmiendo, con todos sus ayos y señores la dejasen allí y se fuesen secretamente sin quedar quien le pudiese dar razón de su real y caudillo. Y que esta era su voluntad, porque su venida no fué a enhechizar y encantar las naciones trayéndolas a su servicio por esta vía, sino por ánimo y valentía de corazón y brazos, por el cual modo pensaba engrandecer su nombre, y levantar la nación mexicana hasta las nubes, haciéndoles señores del oro y de la plata, y de todo género de metales y de las plumas ricas de diversos colores, y de las piedras de mucho precio y valor, y edificar para sí y en su nombre casas, y templos de esmeraldas y rubíes como señores de las piedras preciosas, y cacao, que en esta tierra se cría, y de las mantas de ricas labores con que se pensaba cubrir, y que a esto había sido su dichosa venida, tomando el trabajo de traerlos a estas partes para darles el descanso y premio de los trabajos que hasta allí habían pasado, y restaban. Propuso el sacerdote la plática al pueblo, y, quedando muy agradecidos y consolados, hicieron lo que el ídolo les mandaba, dejando allí a la hechicera, y su familia pasó adelante el real guiándolos su dios a un lugar que se dice Tula. La hechicera hermana de su dios cuando amaneció, y vio la burla que le habían hecho comenzó a lamentar y quejarse a su hermano Huitzilopochtli, y al fin no sabiendo a qué parte había encaminado su real, determinó quedarse por allí, y pobló un pueblo que se dice Malinalco, pusiéronle este nombre porque le pobló esta hechicera que se decía Malinalxochi, y de este nombre y de esta partícula componen Malinalco, que quiere decir "Lugar de Malinalxochi". Y así, a la gente de este pueblo han tenido y tienen por grandes hechiceros como hijos de tal madre, y esta fué la segunda división del real de los mexicanos, porque, como queda referido, la primera fué en Michhuacan, y esto sin los enfermos, viejos y gente cansada que fueron dejando en diversas partes que de ellos se poblaron como al principio queda dicho.

Llegados los restantes del real con su caudillo y arca al pueblo que ahora se dice Tula, iba la gente bien disminuída por las divisiones que habían hecho, y así estuvieron allí harto tiempo rehaciéndose de gente y bastimentos, asentando en un cerro que se dice Cohuatepec, que quiere decir "El cerro de las culebras". Puestos allí, mandó el ídolo en sueños a los sacerdotes que atajasen el agua de un río muy caudaloso que por allí pasaba, para que aquel agua se derramase por todo aquel llano, y tomase en medio de aquel cerro donde estaban, porque les quería mostrar la semejanza de la tierra y sitio que les había prometido. Hecha la presa se extendió y derramó aquella agua por todo aquel llano haciéndose una muy hermosa laguna, la cual cercaron de sauces, álamos, sabinos, etc. Crióse en ella mucha juncia y espadaña, por cuya causa la llamaron Tula, que quiere decir "Lugar de la juncia o espadaña". Comenzó a tener grande abundancia de pescado y aves marinas como son patos, garzas, gallaretas, de que se cubrió toda aquella laguna con otros muchos géneros de pájaros, que hoy en día la laguna de México en abundancia cría. Hinchóse asimismo aquel sitio de carrizales y flores marinas, donde acudían diferentes maneras de tordos, unos colorados y [otros] amarillos, [con] cuya armonía [y] con el canto de las aves que estaban por las arboledas, que no eran menos, se puso deleitoso y ameno aquel lugar, el cual pintan en esta forma. [Este es el cerro de Tula llamado Cohuatepec, que quiere decir "Cerro de culebras", y "Cercado de agua que tiene juncia y espadaña y aves de volatería de muchas maneras para cazar y mucho pescado". Los que están pintados junto a él son los primeros pobladores llamados Otomíes, era su ídolo Huitzilopochtli.]

Estando los mexicanos en este lugar tan deleitoso olvidados de que les había dicho el ídolo que era aquel sitio solamente muestra y dechado de la tierra que les pensaba dar, comenzaron a estar muy de propósito, diciendo algunos que allí se habían de quedar para siempre y que aquél era el lugar electo de su dios Huitzilopochtli, que desde allí habían de conseguir todos sus intentos siendo señores de las cuatro partes del mundo, etc. Mostró tanto enojo de esto el ídolo que dijo a los sacerdotes: -"¿quién son éstos que así quieren traspasar y poner objeción a mis determinaciones y mandamientos? ¿Son ellos por ventura mayores que yo? Decidles que yo tomaré venganza de ellos antes de la mañana porque no se atrevan a dar parecer en lo que yo tengo determinado, y sepan todos que a mí sólo han de obedecer". Dicho esto, afirman que vieron el rostro del ídolo tan feo y espantoso que a todos puso gran terror y espanto. Cuentan que aquella noche estando todos en sosiego oyeron a una parte de su real gran ruido, y acudiendo allá por la mañana, hallaron a todos los que habían movido la plática de quedarse en aquel lugar, muertos y abiertos por los pechos, sacados solamente los corazones, y entonces les enseñó aquel crudelísimo sacrificio que siempre usaron, abriendo a los hombres por los pechos, y sacándoles el corazón lo ofrecían a los ídolos diciendo que su dios no comía sino corazones. Hecho este castigo, Huitzilopochtli mandó a los ayos que deshicieran la represa y reparos de la toma del agua con que se hacía aquella laguna, y que dejasen ir el río que habían represado por su antiguo curso, lo cual pusieron luego por obra, y desaguándose por allí toda aquella laguna quedó aquel lugar seco de la manera que antes estaba. Viendo los mexicanos la esterilidad en que había quedado aquel lugar pasado algún tiempo, considerando que ya estaría desenojado su dios, consultáronle, y mandó que alzasen el real y así salieron de aquellos términos de Tula el año de 1168. Vinieron marchando hacia la gran laguna de México con el mismo orden y estilo que queda dicho, haciendo algunas pausas, sembrando y cogiendo sin tener encuentro de importancia con la gente de por allí, aunque siempre iban con recelo y pertrechándose hasta venir a llegar a un cerrillo llamado Chapultepec, que quiere decir "Cerro de las langostas" donde tuvieron contradicción como luego se dirá, el cual pintan de esta suerte. [Cerro de Chapultepeque, que quiere decir "Cerro de langostas". Su dios se llamaba Huitzilopuchtli.]

Llegados a este cerro de Chapultepec, que estaba ya junto a la gran laguna de México, asentaron allí su real no con poco temor y sobresalto por ser en los términos de los tepanecas, gente ilustre que entonces tenía el mando sobre todas esas otras naciones, cuya ciudad principal y corte era Azcaputzalco, que quiere decir "Hormiguero" por la muchísima gente que tenía como ya queda explicado. Puestos los mexicanos en este lugar hicieron sus chozas reparándose lo mejor que pudieron; consultaron a su dios de lo que habían de hacer, [y este] respondió que esperasen el suceso, que él sabía lo que había que hacer, y a su tiempo les avisaría; pero que estuviesen advertidos que no era aquel el lugar que él había elegido para su morada; que cerca de allí estaba, mas que se aparejasen, porque primero tendrían gran contradicción de dos naciones; que esforzasen sus corazones. Ellos, temerosos con esta respuesta de su ídolo, eligieron un capitán y caudillo de los más ilustres que en su compaña venía, [quien] tenía por nombre Huitzitihuitl, que significa la pluma del pájaro que ya se ha dicho y se dice Huitzitzili. Eligiéronle porque todos le conocían por hombre industrioso y de valeroso corazón, y que les haría mucho al caso para su defensa. Electo éste por capitán general, y habiéndole dado todos la obediencia, mandó fortalecer las fronteras de aquel cerro con unos terraplenes, que acá llaman albarradas, haciendo en la cumbre un espacioso patio donde todos se recogieron y fortalecieron, teniendo su centinela y guarda de día y de noche con mucha diligencia y cuidado, poniendo las mujeres y niños en medio del ejército, aderezando flechas, varas arrojadizas y hondas, con otras cosas necesarias a la guerra.

Estando de esta manera los mexicanos rodeados de innumerables gentes, donde nadie les mostraba buena voluntad; aguardando su infortunio; en este tiempo, la hechicera que dejaron desamparada, que se llamaba hermana de su dios, tenía ya un hijo llamado Copil, de edad madura, a quien la madre había contado el agravio que Huitzilopochtli le había hecho, de lo cual recibió gran pena y enojo Copil, y prometió a la madre vengar en cuanto pudiese el mal término que con ella se había usado. Y, así, teniendo noticia Copil que el ejército mexicano estaba en el cerro de Chapultepec, comenzó a discurrir por todas aquellas naciones [instando] a que destruyesen y matasen aquella generación mexicana publicándolos por hombres perniciosos, belicosos, tiranos y de malas y perversas costumbres, que él los conocía muy bien. Con esta relación toda aquella gente estaba muy temerosa, e indignada contra los mexicanos, por lo cual se determinaron de matarlos y destruirlos a todos. Teniendo ya establecido Copil su intento, subióse a un cerrillo que está junto a la laguna de México, donde están unas fuentes de agua caliente que hoy en el día llaman los españoles el Peñol. Estando allí Copil atalayando el suceso de su venganza y pretensión, el Huitzilopuchtli, muy enojado del caso, llamó a sus sacerdotes y dijo que fuesen todos a aquel peñol, donde hallarían al traidor del Copil, puesto por centinela de su destrucción, y que lo matasen y trajesen el corazón. Ellos lo pusieron por obra y hallándolo descuidado, le mataron y sacaron el corazón, y presentándolo a su dios, mandó [éste] que uno de sus ayos entrase por la laguna, y lo arrojasen en medio de un cañaveral que allí estaba. Y así fué hecho, del cual corazón fingen que nació el tunal donde después se edificó la ciudad de México. También dicen que luego que fué muerto Copil en aquel Peñol, en el mismo lugar nacieron aquellas fuentes de agua caliente que allí manan, y así las llaman Acopilco, que quiere decir "Lugar de las aguas de Copil".

Muerto Copil, movedor de las disensiones, no por eso se aseguraron los mexicanos, por estar ya infamados y muy odiosos, y no se engañaron porque luego vinieron ejércitos de los comarcanos con mano armada a ellos, corriendo allí hasta los chalcas, combatiéndolos por todas partes con ánimo de destruir y matar la nación mexicana. Las mujeres y niños, viendo tantos enemigos, comenzaron a dar gritos, y hacer gran llanto, pero no por eso desmayaron los mexicanos, antes tomando nuevo esfuerzo hicieron rostro a todos aquellos que los tenían cercados. Y a la primera refriega prendieron a Huitzilihuitl, capitán general de todos los mexicanos, mas no por eso desmayaron, y apellidando a su dios Huitzilopochtli, rompieron por el ejército de los chalcas, y llevando en medio todas las mujeres y niños y viejos, salieron huyendo entre ellos hasta meterse en una villa que se llama Atlacuihuayan, donde hallándola desierta se hicieron fuertes. Los chalcas y los demás, viéndose desbaratados de tan poca gente, no curaron de seguirlos casi como avergonzados, contentándose con llevar preso al caudillo de los mexicanos, al cual mataron en un pueblo de los culhuas llamado Culhuacan. Los mexicanos se repararon y refrescaron de armas en esta villa y allí inventaron un arma a manera de fisga que ellos llamaron atlatl, y por esto llamaron a aquel lugar Atlacuihuayan, que quiere decir "Lugar donde tomaron la arma atlatl". Habiéndose reparado de estas cosas fuéronse marchando por la orilla de la laguna hasta llegar a Culhuacan, donde el ídolo Huitzilopochtli habló a sus sacerdotes diciéndoles: -"padres y ayos míos, bien he visto vuestro trabajo y aflicción, pero consolaos, que para poner el pecho y la cabeza contra vuestros enemigos sois venidos. [He] aquí lo que haréis, enviad vuestros mensajeros al señor de Culhuacan y, sin más ruegos ni cumplimientos, pedidle que os señale sitio y lugar donde podáis estar y descansar, y no temáis de entrar a él con osadía, que yo sé lo que os digo y ablandaré su corazón para que os reciba. Tomad el sitio que os diere, bueno o malo, y asentad en él vuestro real hasta que se cumpla el término y plazo determinado de vuestro consuelo y quietud". Con la confianza del ídolo enviaron luego sus mensajeros al señor de Culhuacan, al cual propusieron su embajada, diciendo que acudían a él como a más benigno, con la esperanza que no sólo les daría sitio para su ciudad, mas aun tierras para sembrar y coger para el sustento de sus mujeres e hijos. El rey de Culhuacan recibió muy bien los mensajeros de los mexicanos, y los mandó aposentar, tratándolos muy bien mientras consultaba el negocio con sus principales y consejeros, los cuales estaban tan contrarios y adversos que si el rey no estuviera con deseo de favorecer a los mexicanos, en ninguna manera los admitieran; pero al fin, dando y tomando con el consejo [y] después de muchas contradicciones, demandas y respuestas, les vinieron a dar un sitio, que se dice Tizapan, que significa "Lugar de las aguas blancas", no sin gran malicia de los de Culhuacan, porque estaba este sitio al pie de un cerro donde se criaban muchas víboras, culebras y sabandijas muy ponzoñosas; que descendiendo a aquel lugar estaba lleno de ellas, por cuya causa no se habitaba. Dieron este sitio a los mexicanos entendiendo que presto los acabarían estos animales ponzoñosos. Volviendo los mensajeros con la respuesta a los mexicanos, [quienes] admitieron el sitio de buena gana, y así entraron en él.

Comenzando a poblar, hallaron tantas malas sabandijas que recibieron gran pena y temor, mas su ídolo les dió remedio para que las rindiesen y amansasen, y fuesen muy buen manjar para ellos, y así se sustentaban de aquellas culebras y víboras, que les eran ya tan sabrosas que en breve dieron cabo de ellas; hicieron en este lugar una muy buena población, con su templo, casería y sementeras muy bien labradas con que estaban ya muy contentos, y su gente en mucho aumentó. Al cabo de muchos días, entendiendo los de Culhuacan que poco a poco se los habían consumido aquellas sabandijas, díjoles el rey: -"id y ved en qué han parado los mexicanos, y saludad de mi parte a los que hubieren quedado, y preguntadles cómo les va en el sitio que se les dió". Idos los mensajeros, hallaron los mexicanos muy alegres y contentos, con sus sementeras muy cultivadas y puestas en orden, hecho templo a su dios y ellos en sus casas; los asadores y ollas llenas de culebras, de ellas asadas y de ellas cocidas. Diéronles los de Culhuacan su embajada de parte del rey y ellos, teniéndolo en gran merced, respondieron el contento que tenían, agradeciendo el bien que se les había hecho. Y pues tanta amerced les hacía el rey que les había hecho. Y pues tanta merced les hacía el rey que trada y contratación en su ciudad, y consentimiento para que emparentasen los unos con los otros por vía de casamiento. Los mensajeros volvieron al rey con las nuevas de la pujanza y multiplico de los mexicanos, diciéndole lo que habían visto y lo que habían respondido. El rey y sus principales quedaron muy admirados de una cosa tan prodigiosa y nunca oída, y así cobraron de nuevo gran temor a los mexicanos diciendo el rey a su gente: -"ya os he dicho que esta gente es muy favorecida de su dios, y gente mala y de malas mañas; dejadles, no les hagáis mal, que mientras no les enojáredes ellos estarán sosegados". Desde entonces comenzaron los mexicanos a entrar en Culhuacan, y tratar y contratar libremente y a emparentar unos con otros tratándose como hermanos y parientes.

Estando en esta paz y sosiego, Huitzilopochtli, dios de los mexicanos, viendo el poco provecho que se le seguía de sus intentos con tanta paz, dijo a sus viejos y ayos: -"necesidad tenemos de buscar una mujer, la cual se ha de llamar la Mujer de la Discordia, y ésta se ha de llamar mi abuela en el lugar donde hemos de ir a morar, porque no es este sitio donde hemos de hacer nuestra habitación, más atrás queda el asiento que os tengo prometido, y es necesario que la ocasión de dejar este que ahora habitamos sea con guerra y muerte y que empecemos a levantar nuestras armas, arcos, flechas, rodelas y espadas y demos a entender al mundo el valor de nuestras personas. Comenzad pues a apercibiros de las cosas necesarias para vuestra defensa y ofensa de nuestros enemigos, y búsquese luego medio para que salgamos de este lugar. Y sea éste: que luego vayáis al rey de Culhuacan y le pidáis su hija para mi servicio, el cual luego os la dará, y ésta ha de ser la mujer de la discordia como adelante lo veréis".

Los mexicanos, que siempre fueron obedientísimos a su dios, fueron luego al rey de Culhuacan, y proponiendo su embajada viendo que le pedían la hija para reina de los mexicanos y abuela de su dios, con codicia de esto diósela sin dificultad, a la cual los mexicanos llevaron con toda la honra posible [y] con mucho contento y regocijo de ambas partes, así de los mexicanos como de los de Culhuacan. Y puesta en su trono, luego aquella noche habló el ídolo a sus ayos y sacerdotes diciéndoles -"ya os avisé que esta mujer había de ser la de la discordia entre vosotros y los de Culhuacan, y para [que] lo que yo tengo determinado se cumpla, matad esa moza y sacrificadla a mi nombre, a la cual desde hoy tomo por mi madre; después de muerta desollarla heis toda y el cuero vestírselo a uno de los principales mancebos y encima [debe] vestirse de los demás vestidos mujeriles de la moza, y convidaréis al rey, su padre [para] que venga a hacer adoración a la diosa su hija y a ofrecerle sacrificio". Todo lo cual se puso por obra (y esta es la que después los mexicanos tuvieron por diosa, que en el libro de los sacrificios se llama Toci, que quiere decir "Nuestra Abuela"). Llamaron luego al rey, su padre, para que la viniese a adorar según el ídolo lo había mandado. Aceptó el rey el convite, y juntando sus principales y señores les dijo que juntasen muchas ofrendas y presentes para ir a ofrecer a su hija que era ya diosa de los mexicanos: ellos, teniéndolo por cosa muy justa, juntaron muchas y diversas cosas acostumbradas en sus ofrendas y sacrificios, y saliendo con todo este aparato con su rey, vinieron al lugar de los mexicanos, los cuales los recibieron y aposentaron lo mejor que pudieron, dándoles el parabién de su venida. Después que hubieron descansado, metieron los mexicanos el indio que estaba vestido con el cuero de la hija del rey al aposento del ídolo Huitzilopochtli, y poniéndolo a su lado, salieron a llamar al rey de Culhuacan y padre de la moza, diciéndole: -"señor, si eres servido bien puedes entrar a ver a nuestro dios y a la diosa tu hija, y hacerles reverencia ofreciéndoles tus ofrendas". El rey, teniéndolo por bien, se levantó y entrando en el aposento del ídolo, comenzó a hacer grandes ceremonias, y a cortar las cabezas de muchas codornices y otras aves que había llevado, haciendo su sacrificio de ellas, poniendo delante de los dioses muchos manjares, incienso y flores y otras cosas tocantes a sus sacrificios, y por estar la pieza obscura no veía a quién ni delante de quién hacía aquellos sacrificios, hasta que tomando un brasero de lumbre en la mano según la industria que le dieron, echó incienso en él y, comenzando a incensar, se encendió de modo que la llama aclaró el lugar donde el ídolo y el cuero de su hija estaba, y reconociendo la crueldad tan grande, cobrando grandísimo horror y espanto soltó de la mano el incensario y salió dando grandes voces, diciendo: -"aquí, aquí mis vasallos, los de Culhuacan, contra una maldad tan grande como estos mexicanos han cometido, que han muerto mi hija y, desollándola, vistieron el cuero a un mancebo, a quien me han hecho adorar. Mueran y sean destruídos los hombres tan malos y de tan crueles costumbres; no quede rastro ni memoria de ellos; demos fin de ellos, vasallos míos". Los mexicanos, viendo las voces que el rey de Culhuacan daba y el alboroto en que a sus vasallos ponía, los cuales echaban ya mano a las armas, como gente que estaba ya sobre aviso, se retiraron metiéndose con sus hijos y mujeres por la laguna adentro, tomando el agua por reparo contra los enemigos, pero los de Culhuacan dieron aviso en su ciudad [y] salió toda la gente con mano armada y combatiendo a los mexicanos, los metieron tan adentro de la laguna, que casi perdían pie, por cuya causa las mujeres y niños levantaron gran llanto, mas no por eso los mexicanos perdieron el ánimo, antes esforzándose más comenzaron a arrojar contra sus enemigos muchas varas arrojadizas como fisgas, con las cuales los de Culhuacan recibieron mucho detrimento de suerte que se comenzaron a retirar. Y así, los mexicanos comenzaron a salir de la laguna y a tornar a ganar tierra, yéndose a reparar a un lugar a la orilla de la laguna que se dice Iztapalapan, y de allí pasaron a otro lugar llamado Acatzintitlan, por donde entraba un gran río a la laguna, el cual estaba tan hondo que no lo podían vadear, y así hicieron balsas con las mismas fisgas y rodelas y yerbas que por allí hallaron, y con ellas pasaron las mujeres y niños de la otra parte del río, y habiendo pasado, se metieron por un lado de la laguna entre unos cañaverales, espadañas y carrizales, donde pasaron aquella noche con mucha angustia, trabajo y aflicción y llanto de las mujeres y niños, pidiendo que los dejasen morir allí, que ya no querían más trabajos. El dios Huitzilopochtli, viendo la angustia del pueblo, habló aquella noche a sus ayos y díjoles que consolasen a su gente y la animasen, pues todo aquello era para tener después más bien y contento; que descansasen ahora en aquel lugar. Los sacerdotes consolaron al pueblo lo mejor que pudieron, y así, algo aliviados con la exortación, todo aquel día gastaron en enjugar sus ropas y rodelas, edificando un baño que ellos llaman temazcalli, que es un aposento estrecho con un hornillo a un lado por donde le dan fuego, con cuyo calor queda el aposento más caliente que una estufa, llaman a este modo de bañarse. Hicieron este baño en un lugar que está junto a esta ciudad llamado Mexicalzinco, donde se bañaron y recrearon algún tanto; de allí pasaron a otro lugar llamado Iztacalco, que está más cerca de la ciudad de México, donde estuvieron algunos días; después, pasaron a otro lugar a la entrada de esta ciudad, donde ahora está una ermita de San Antonio; de aquí entraron en un barrio que ahora es de la ciudad, llamado San Pablo, donde parió una señora de las más principales de su compaña, por cuya causa hasta hoy se llama este sitio Mixiuhtlan, que significa "Lugar del parto". De esta suerte y con este estilo, se fué metiendo poco a poco su ídolo al sitio en que pretendía se edificase su gran ciudad, que ya de este lugar estaba muy cerca. Sucedió que estando ellos aquí comenzaron a buscar y mirar si había por aquella parte de la laguna algún sitio acomodado para poblar y fundar su ciudad, porque ya en la tierra no había remedio por estar todo poblado de sus enemigos. Discurriendo y andando a unas partes y a otras entre los carrizales y espadañas, hallaron un ojo de agua hermosísimo donde vieron cosas maravillosas y de grande admiración, las cuales habían antes pronosticado sus sacerdotes, diciéndolo al pueblo por mandado de su ídolo. Lo primero que hallaron en aquel manantial fué una sabina blanca muy hermosa al pie de la cual manaba aquella fuente; luego, vieron que todos los sauces que alrededor de sí tenía aquella fuente, eran todos blancos, sin tener ni una sola hoja verde, y todas las cañas y espadañas de aquel lugar eran blancas, y estando mirando esto con grande atención, comenzaron a salir del agua ranas todas blancas y muy vistosas. Salía esta agua de entre dos peñas tan clara y tan linda que daba gran contento.

Los sacerdotes, acordándose de lo que su dios les había dicho, comenzaron a llorar de gozo y alegría, y hacer grandes extremos de placer, diciendo: -"ya hemos hallado el lugar que nos ha sido prometido; ya hemos visto el consuelo y descanso de este cansado pueblo mexicano; ya no hay más que desear; consolaos, hijos y hermanos, que lo que nos prometió nuestro dios hemos ya hallado; pero callemos, no digamos nada, sino volvamos al lugar donde ahora estamos, donde aguardemos lo que nos mandare nuestro señor Huitzilopochtli". Vueltos al lugar donde salieron, luego aquella noche siguiente apareció Huitzilopochtli en sueños a uno de sus ayos, y díjole: -"ya estaréis satisfechos. Cómo yo no os he dicho cosa que no haya salido verdadera, [ya] habéis visto y conocido las cosas que os prometí veríades en este lugar, donde yo os he traído. Pues esperad, que aun más os falta por ver. Ya os acordáis cómo os mandé matar a Copil, hijo de la hechicera que se decía mi hermana, y os mandé que le sacásedes el corazón y lo arrojásedes entre los carrizales y espadañas de esta laguna, lo cual hicisteis; sabed, pues, que ese corazón cayó sobre una piedra, y de él salió un tunal, y está tan grande y hermoso que una águila habita en él, y allí encima se mantiene y come de los mejores y más galanos pájaros que hay, y allí extiende sus hermosas y grandes alas, y recibe el calor del sol y la frescura de la mañana. Id allá a la mañana, que hallaréis la hermosa águila sobre el tunal y alrededor de él veréis mucha cantidad de plumas verdes, azules, coloradas, amarillas y blancas de los galanos pájaros con que esta águila se sustenta, y a este lugar donde hallaréis el tunal con el águila encima, le pongo por nombre Tenuchtitlan". Este nombre tiene hasta hoy esta ciudad de México, la cual en cuanto fué poblada de los mexicanos se llamó México, que quiere decir "Lugar de los mexicanos"; y en cuanto a la disposición del sitio se llama Tenuchtitlan porque tetl es la "piedra" y nochtli es "tunal", y de estos dos nombres componen tenochtli, que significa "el tunal y la piedra" en que estaba, y añadiéndole esta partícula tlan, que significa "lugar", dicen Tenuchtitlan, que quiere decir "Lugar del tunal en la piedra".

Otro día de mañana, el sacerdote mandó juntar todo el pueblo, hombres y mujeres, viejos, mozos y niños sin que nadie faltase, y puestos en pie comenzó a contarles su revelación, encareciendo las grandes muestras, mercedes que cada día recibían de su dios con una prolija plática, concluyendo con decir que "en este lugar del tunal está nuestra bienaventuranza, quietud y descanso, aquí ha de ser engrandecido y ensalzado el nombre de la nación mexicana, desde este lugar ha de ser conocida la fuerza de nuestro valeroso brazo y el ánimo de nuestro valeroso corazón con que hemos de rendir todas las naciones y comarcas, sujetando de mar a mar todas las remotas provincias y ciudades, haciéndonos señores del oro y plata, de las joyas y piedras preciosas, plumas y mantas ricas, etc. Aquí hemos de ser señores de todas estas gentes, de sus haciendas, hijos e hijas; aquí nos han de servir y tributar. En este lugar se ha de edificar la famosa ciudad que ha de ser reina y señora de todas las demás, donde hemos de recibir todos los reyes y señores, y donde ellos han de acudir y reconocer como a suprema corte. Por tanto, hijos míos, vamos por entre estos cañaverales, espadañas y carrizales donde está la espesura de esta laguna, y busquemos el sitio del tunal, que pues nuestro dios lo dice no dudéis de ello, pues todo cuanto nos ha dicho hemos hallado verdadero". Hecha esta plática del sacerdote, humillándose todos, haciendo gracias a su dios, divididos por diversas partes entraron por la espesura de la laguna, y buscando por una parte y por otra, tornaron a encontrar con la fuente que el día antes habían visto y vieron que el agua que antes salía muy clara y linda, aquel día manaba muy bermeja casi como sangre, la cual se dividía en dos arroyos, y en la división del segundo arroyo salía el agua tan azul y espesa, que era cosa de espanto, y aunque ellos repararon en que aquello no carecía de misterio, no dejaron de pasar adelante a buscar el pronóstico del tunal y el águila, y andando en su demanda, al fin dieron con el lugar del tunal, encima del cual estaba el águila con las alas extendidas hacia los rayos del sol, tomando el calor de él, y en las uñas tenía un pájaro muy galano de plumas muy preciadas y resplandecientes. Ellos como la vieron, humilláronse, haciéndole reverencia como a cosa divina, y el águila como los vió, se les humilló bajando la cabeza a todas partes donde ellos estaban, los cuales viendo que se les humillaba el águila y que ya habían visto lo que deseaban, comenzaron a llorar y hacer grandes extremos, ceremonias y visajes con muchos movimientos en señal de alegría y contento, y en hacimiento de gracias decían: -"¿dónde merecimos tanto bien? ¿quién nos hizo dignos de tanta gracia, excelencia y grandeza? Ya hemos visto lo que deseábamos, ya hemos alcanzado lo que buscábamos, ya hemos hallado nuestra ciudad y asiento, sean dadas gracias al señor de lo criado, y a nuestro dios Huitzilopochtli"; y yéndose a descansar por aquel día, señalaron el lugar el cual pintan de esta manera. [Esta es la laguna de México y su dios era el dicho Huitzilopuchtli. Y estas son las armas de México.]

Luego, al día siguiente, dijo el sacerdote a todos los de su compañía: -"hijos míos, razón será que seamos agradecidos a nuestro dios por tanto bien como nos hace; vamos todos y hagamos en aquel lugar del tunal una ermita pequeña donde descanse ahora nuestro dios, ya que de presente no la podemos edificar de piedra hagámosla de céspedes y tapias hasta que se extienda a más nuestra posibilidad". Lo cual oído, todos fueron de muy buena gana al lugar del tunal, y cortando céspedes, lo más gruesos que podían, de aquellos carrizales, hicieron un asiento cuadrado junto al mismo tunal para fundamento de la ermita en el cual fundaron una pequeña y pobre casa a manera de un humilladero, cubierta de paja de la que había en la misma laguna porque no se podían extender a más, pues estaban y edificaban en sitio ajeno, que aquel en que estaba caía en los términos de Azcaputzalco y los de Teztcuco, porque allí se dividían las tierras de los unos y de los otros, y así estaban tan pobres, apretados y temerosos, que aun aquella casilla de barro que hicieron para su dios la edificaron con harto temor y sobresalto. Pero juntándose todos en consejo hubo algunos a quien pareció fuesen con mucha humildad a los de Azcaputzalco y a los tepanecas, que son los de Tacuba y Cuyuhuacan, a los cuales se diesen y ofreciesen por amigos y se les sujetasen con intento de pedirles piedra y madera para el edificio de su ciudad; pero los más de ellos fueron de contrario parecer, diciendo que además de ser aquello mucho menoscabo de sus personas, se ponían en riesgo de que los recibiesen mal y que los injuriasen y maltratasen, y así que el mejor medio era que los días de mercado saliesen a los pueblos y ciudades a la redonda de la laguna, y ellos y sus mujeres llevasen pescado y ranas con todo género de sabandijas que el agua produce y de todas las aves marinas que en la laguna se crían, con lo cual comprasen piedra y madera para el edificio de su ciudad, y esto libremente sin reconocer ni sujetarse a nadie, pues su dios les había dado aquel sitio. Pareciendo a todos ser este medio el más acertado lo pusieron en ejecución, y metiéndose en los cañaverales, espadañas y carrizales de la laguna, pescaban mucho número de peces, ranas, camarones, y otras cosillas, y asimismo cazaban muchos patos, ánsares, gallaretas, corvejones y otros diveros géneros de aves marinas, y teniendo cuenta con los días de mercado, salían a ellos en nombre de cazadores, y pescadores y trocaban todo aquello por madera de morillos y tablillas, leña, cal y piedra, y aunque la madera y piedra era pequeña, con todo eso comenzaron a hacer el templo de su dios lo mejor que pudieron, cubriéndolo de madera, y poniéndole por de fuera sobre las tapias de tierra, una capa de piedras pequeñas revocadas con cal, y aunque chica y pobre la ermita quedó con esto con algún lustre y algo galana. Luego, fueron poco a poco haciendo plancha para el cimiento y sitio de su ciudad encima del agua, hincando muchas estacas, y echando tierra y piedra entre ellas. Acabado de reparar su templo, como queda referido, y cegada gran parte de la laguna con las planchas y cimientos para su ciudad, una noche habló Huitzilopochtli a uno de sus sacerdotes y ayos de esta manera: -"dí a la congregación mexicana que se dividan los señores cada uno con sus parientes, amigos y allegados en cuatro barrios principales tomando en medio la casa que para mi descanso habéis edificado, y cada parcialidad edifique en su barrio a su voluntad". Estos son los barrios que hasta hoy en día permanecen en esta ciudad de México, que ahora se llaman San Pablo, San Juan, Santa María la Redonda y San Sebastián. Después de divididos los mexicanos en estos cuatro barrios, mandóles su dios que repartiesen entre sí los dioses que él les señalase, y que cada principal barrio de los cuatro nombrase y señalase otros barrios particulares, donde aquellos dioses fuesen reverenciados, y así cada barrio de estos cuatro principales se dividió en muchos barrios pequeños conforme al número de los ídolos que su dios les mandó adorar, a los cuales llamaban Capultetes, que quiere decir "Dioses de los barrios". Hecha esta división con el concierto de sus colaciones de ídolos, algunos de los viejos y ancianos pareciéndoles que en la partición de los sitios no se les daba la honra que merecían [y], como gente agraviada, ellos y sus parientes y amigos se amotinaron y se fueron a buscar nuevo asiento, y discurriendo por la laguna vinieron a hallar una albarrada o terraplén, que ellos llamaban Tlatelolli, donde poblaron, dando por nombre al lugar Tlatelulco, que quiere decir "Lugar de terraplén". Estos hicieron la tercera división del real mexicano, porque, como queda referido, los de Michhuacan hicieron la primera, y los de Malinalco, descendientes de la hechicera, hicieron la segunda. Cuenta La Historia que estos de la tercera división eran inquietos, revoltosos y de malas intenciones, y así les hacían muy mala vecindad, porque desde el día que allí se pararon nunca tuvieron paz ni se llevaron bien con sus hermanos los mexicanos, y hasta ahora hay bandos y enemistades entre ellos.

Viendo, pues, los mexicanos del principal sitio del tunal la desenvoltura y libertad de los que se habían pasado a Tlatelulco, hicieron junta y cabildo sobre el reparo de su ciudad y guarda de sus personas, no teniéndose por seguros de los que se habían apartado de ellos, porque se iban multiplicando y ensanchando mucho, temiendo no los viniesen a sobrepujar, y, eligiendo rey, hiciesen bando y cabeza por sí, y que, según eran de revoltosos y de perjudiciales costumbres, no sería mucho hiciesen esto con brevedad. Y así, propuestas estas razones, determinaron de ganarles por la mano, y dando fin a su consulta dijeron: -"elijamos un rey que a los de Tlatelulco y a nosotros nos tenga sujetos, y de esta manera se excusarán estos sobresaltos e inconvenientes que se pueden seguir. Y, si os parece, no sea de nuestra congregación, sino traigámoslo de fuera, pues está Azcaputzalco tan cerca y estamos en sus tierras, o si no sea de Culhuacan o de la provincia de Tetzcuco. Finalmente, acordáronse que habían emparentado los mexicanos con los de Culhuacan, y que entre ellos tenían hijos y nietos; y así, [tanto] los principales como los demás determinaron de elegir por rey a un mancebo llamado Acamapichtli, hijo de un gran principal mexicano y una gran señora hija del rey de Culhuacan. Hecha la elección, determinaron de enviarlo a pedir al rey de Culhuacan, cuyo nieto era, y para esto aparejaron un gran presente, y escogiendo dos personas ancianas y retóricas enviaron su presente al rey, al cual los embajadores hablaron en esta forma:

"Gran señor, nosotros tus siervos y vasallos los mexicanos, metidos y encerrados entre las espadañas y carrizales de la laguna, solos y desamparados de todas las naciones, encaminados solamente por nuestro dios al sitio donde ahora estamos, que está en la jurisdicción de este tu reino, y de Azcaputzalco y de Tetzcuco; con todo eso, ya que nos habéis permitido entrar en él, no será justo que estemos sin señor y cabeza que nos mande, corrija, guíe y enseñe en nuestro modo de vivir, y nos defienda y ampare de nuestros enemigos. Por tanto, acudimos a tí, sabiendo que entre vosotros hay hijos de nuestra generación emparentada con la vuestra, salidos de nuestras entrañas y de las vuestras, sangre nuestra y vuestra; [entre] de estos, tenemos noticia de un nieto tuyo y nuestro llamado Acamapichtli, suplicándote nos lo des por señor, al cual estimaremos en lo que él merece, pues es de la línea de los señores mexicanos y de los reyes de Culhuacan". El señor de Culhuacan viendo la petición de los mexicanos y que él no perdía nada en enviar a su nieto a reinar a México, les respondió: -"honrados mexicanos, yo he oído vuestra justa petición, y huelgo mucho datos contento en eso, porque demás de ser honra mía, ¿de qué me sirve aquí mi nieto? Tomadlo y llevadlo mucho de enorabuena, y sirva a vuestro dios, y esté en lugar de Huitzilopuchtli, y rija y gobierne las criaturas de Aquel por quien vivimos, señor de la noche y día, y de los vientos, y sea señor del agua y de la tierra en que está la nación mexicana". Y acordándose en el discurso de la plática [del cómo habían desollado a la hija del rey pasado, dijo: -"y hágoos saber que si fuera mujer en ninguna manera os lo diera; mas como es hombre llevadle norabuena, tratadle como se merece, y como hijo y nieto mio". Los mexicanos, agradeciendo la liberalidad del rey, le rindieron muchas gracias, y le suplicaron les diese juntamente una señora de la misma línea con quien su rey fuese casado. Y así, luego lo casaron con una señora muy principal, y trayéndolo con toda la honra posible, salió toda la nación mexicana, hombres y mujeres, grandes y chicos, a recibir a su rey, al cual llevaron a los aposentos reales que entonces tenían, que eran bien pobres, y sentándolo a él y a su mujer en unos asientos reales a su modo, levantóse luego uno de aquellos ancianos, y hizo una plática al rey en esta forma: -"hijo mío, señor y rey nuestro, seas muy bien llegado a esta tu pobre casa y ciudad, entre estos carrizales y espadañas, donde los pobres de tus padres, abuelos y parientes, los mexicanos, padecen lo que el señor de lo criado se sabe. Mira, señor, que vienes a ser amparo, y sombra y abrigo de esta nación mexicana por ser la semejanza de nuestro dios Huitzilopuchtli, por cuya causa se te da el mando y la alta jurisdicción. Bien sabes que no estamos en nuestra tierra, pues la que poseemos ahora es ajena y no sabemos lo que será de nosotros mañana o esotro día. Y así, considera que no vienes a descansar ni a recrearte, sino a tomar nuevo trabajo con carga tan pesada que siempre te ha de hacer trabajar, siendo esclavo de toda esta multitud que te cupo en suerte, y de toda esa otra gente comarcana, a quien has de procurar tener muy gratos y contentos, pues sabes que vivimos en sus tierras y términos, y así ceso con decir [que] seas muy bien venido tú y la reina nuestra señora a este nuestro reino". El respondió dando las gracias, recibiendo a cargo el reino, prometiendo la defensa de él y el cuidado y cuenta con las cosas necesarias a la república, después de lo cual le juraron por rey de México, prometiéndole toda la sujeción y obediencia, admitiendo en todo el jus regis. Pusiéronle luego una corona real sobre la cabeza, que casi es como la corona de la señoría de Venecia, ataviándolo en la forma que aquí está pintado, y así quedó electo el primer rey de México, que como queda referido, tenía por nombre Acamapichtli, que quiere decir "Caña en puño", porque de acatl, que es "la caña", y "maquipi", que es "cerrar la palma de la mano y empuñarla", componen Acamapichtli, que quiere decir "Empuñadura de cañas o cañas en puño", al modo que dicen en castellano lanza en puño. Otros llaman [a] este primero rey Acamapich, que es lo mismo que ese otro nombre, y para significarlo le ponen una insignia de una mano empuñada con un manojo de cañas.

[Este es el primer rey mexicano, llamóse el rey Acamapichtli, hijo de un gran principal mexicano y de una gran señora, hija del rey de Culhuacan.]

A esta elección de Acamapich no acudieron los que se habían apartado a vivir a Tlatelulco, ni vinieron a darle la obediencia estándose quedos sin hacer caso del rey, mostrándose rebeldes y sin temor como gente ya de por sí, y aunque la parcialidad mexicana recibió gran enojo de ello, disimularon por entonces por causa que les pareció justa para después salir mejor con su intento como lo hicieron, destruyéndolos muchas veces según adelante se verá.

Comenzó pues a reinar Acamapich el año de mil y trescientos y diez y ocho después del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, siendo de edad de veinte años, en cuyo tiempo los mexicanos edificaron la ciudad de México y comenzaron a mejorarse y tener algún lustre, gozando de alguna quietud y multiplicándose en mucho número por haberse ya mezclado en trato y conversación con las demás naciones comarcanas, siendo todavía vivos algunos de los viejos de aquel largo camino y viaje que trajeron de su patria, los cuales eran señores muy principales entre ellos, con dictados y oficios de padres y amparo de aquella nación.

Cuenta la historia que la mujer de este rey era estéril, por cuya causa los grandes y principales de su reino determinaron darle sus hijas, de las cuales tuvo hijos muy valerosos y de animosos corazones, que después algunos de ellos fueron reyes, y otros capitanes y de grandes dictados. Entre estos tuvo el rey un hijo en una esclava suya llamado Izcohuatl, que después vino a ser rey por ser hombre muy generoso, y de grande valor como en su lugar se verá. Reinando Acamapich muy a contento y gusto de todos, con mucha paz y quietud, íbase multiplicando la gente mexicana y poniéndose la ciudad en muy buen orden. Lo cual visto por los tepanecas, cuya cabecera era Azcaputzalco, donde residía el primado y corte de toda esta tierra, y por esta razón los mexicanos le pagaban tributo, hicieron su junta, y llamando el rey a sus vasallos y grandes de su corte les dijo: -"habéis advertido, oh azcaputzalcas, cómo los mexicanos después de habernos ocupado nuestras tierras han electo rey y hecho cabeza por sí. ¿Qué os parece [que] debemos hacer? Mirad que ya que hemos disimulado con un mal, no conviene disimularnos con otro, porque quizá muertos nosotros, estos querrán sujetar a nuestros hijos y sucesores, y haciéndose nuestros señores, pretenderán que seamos sus tributarios y vasallos, porque según llevan los principios, paréceme que poco a poco se van ensalzando y ensoberbediéndose y subiéndosenos a la cabeza. Y porque no se ensalcen más, si os parece, vayan y mándenles que doblen el tributo dos tantos, en señal de reconocimiento y sujeción". A todos pareció muy bien el consejo del rey de Azcaputzalco, y poniéndolo en ejecución enviaron sus mensajeros a México para que dijesen a su mismo rey de parte del rey de Azcaputzalco, que el tributo que daban era muy poco, y así lo quería acrecentar, y que él había menester reparar y hermosear su ciudad, que juntamente con el tributo que solían dar llevasen sabinas y sauces ya crecidos para plantar en su ciudad, y asimismo hiciesen una sementera en la superficie de la laguna que se moviese como balsa, y que en ella sembrasen las semillas de que ellos usaban para su sustento, que por acá llaman maíz, chile, frijoles, y unos bledos, que se dicen huautli, calabazas, y chía, etc. Oído esto por los mexicanos comenzaron a llorar y hacer grandes extremos de tristeza. Pero aquella noche el dios Huitzilopuchtli habló a uno de sus ayos diciendo: -"visto he la aflicción de los mexicanos y sus lágrimas. Diles que no reciban pesadumbre, que yo los sacaré a paz y a salud de todos estos trabajos, que acepten el tributo, y di a mi hijo Acamapich tenga buen ánimo y que lleven las sabinas y sauces que les piden y hagan la balsa sobre el agua y siembren en ella todas las legumbres y cosas que les piden, que yo lo haré fácil y llano". Venida la mañana, el ayo del ídolo fuese al rey Acamapich y contóle la revelación, de lo cual recibió todo consuelo y mandó que sin ninguna dilación aceptasen el tributo y se pusiese por obra el cumplimiento de él, y así hallaron con facilidad las sabinas y sauces y llevándolos a Azcaputzalco los plantaron donde el rey de allí les mandó; y asimismo llevaron la sementera movediza como balsa encima del agua, toda sembrada con mazorca de maíz, chile, tomates, bledos, frijoles, calabazas, con muchas rosas, todo ya crecido y en sazón. Y viéndolo el rey de Azcaputzalco muy maravillado dijo a los de su corte: -"esto me parece, hermanos, cosa más que humana, porque cuando yo lo mandé lo tuve por imposible, y porque sepáis que en lo que os digo no me engaño, llámame acá a esos mexicanos, que quiero que entendáis que estos son favorecidos de su dios, y por esto han de venir a ser sobre todas las naciones". Llamados los mexicanos ante él, les dijo: -"hermanos, paréceme que todo se os hace fácil, y sois poderosos, y así mi voluntad es que cuando me traigáis el tributo a que estáis obligados, que en la sementera o balsa entre las legumbres traigáis una garza y un pato, echado cada uno sobre sus huevos, y vengan tan justos los días que en llegando acá saquen sus hijuelos, y esto se ha de hacer en todo caso, sino habéis de ser muertos". Haciéndoseles muy difícil a los mexicanos, dieron la embajada a su rey diciendo lo que el rey de Azcaputzalco mandaba, y, divulgándose por la ciudad, recibieron mucha pena, y congoja, pero confiando el rey Acamapich en su dios Huitzilopuchtli, mandó que sobre ello no se hiciese ningún sentimiento, ni se diese a entender ni se mostrase cobardía o pesadumbre, por lo cual todos en lo exterior procuraban mostrar buen ánimo en público aunque bien desconsolados en lo interior. Aquella noche quiso consolarlos su ídolo y así hablando con un ayo suyo, el más anciano y allegado le dijo: -"padre mío, no tengáis temor ni os espanten amenazas. Dile a mi hijo, el rey, que yo sé lo que conviene, y lo que se debe hacer, déjelo a mi cargo, haga lo que le mandan y piden, que todas esas cosas son para en pago de la sangre y vidas de sus contrarios, y entiendan que con eso compramos y ellos serán muertos y cautivos antes de muchos años. Sufran y padezcan ahora mis hijos que su tiempo les vendrá". Dió esta nueva el sacerdote viejo al rey, y con ellas él y su pueblo quedaron muy confortados con gran confianza en su dios. Al tiempo de llevar su tributo, remanesció en la balsa, sin saber ellos cómo, un pato y una garza empollando sus huevos, y caminando con ellos llegaron a Azcaputzalco, donde luego sacaron sus pollos. Cuando el rey de Azcaputzalco los vió, más admirado que nunca, confirmándose más en lo que el año pasado había dicho a sus grandes, de nuevo se los tornó a referir. Perseveraron los mexicanos en este género de tributo cincuenta años disimulando y sufriendo hasta multiplicarse y reforzarse más.

Dentro de este tiempo murió el rey Acamapichtli de edad de sesenta años, habiendo reinado cuarenta en la ciudad de México y residido en mucha quietud y paz, dejando ya su ciudad copiosa de casas, calles y acequias, con todas las cosas necesarias al concierto de una buena república, de lo cual era muy celoso y cuidadoso. Y así al tiempo de su muerte, llamó a todos sus grandes y les hizo una larga y prolija plática, encomendándoles las cosas de la república y a sus mujeres y hijos, no señalándoles ninguno de ellos por heredero del reino, sino que la república eligiese de ellos a quien le pareciese para que los gobernase, que en esto los quería dejar en toda libertad; lo cual se guardó siempre entre estas gentes, porque no reinaban los hijos de los reyes por herencia, sino por elección, como adelante se verá mejor; y amonestándoles esto, mostró gran pena de no haber podido poner la ciudad en libertad del tributo y sujeción en que Azcaputzalco la tenía puesta; y así dió fin a sus días, dejando a todos sus vasallos muy tristes y desconsolados. Hiciéronle su enterramiento y exequias lo mejor y más solemnemente que pudieron, y aunque fué con todas las ceremonias que ellos usaban, pero no con el aparato de riquezas y esclavos que después usaron, por estar en este tiempo muy pobres, y por no repetirlo muchas veces, se quedará la relación del modo de sus entierros para otro lugar donde se pueda referir mejor.

Hechas las obsequias del rey muerto, procuraron los mexicanos nuevo rey, por lo cual hicieron su cabildo y junta los señores y mucha de la gente común, donde propuso el más anciano y honrado el caso, diciendo: -"ya veis, mexicanos, cómo nuestro rey señor es muerto, ¿quién os parece que elijamos por rey y cabeza de esta ciudad, que tenga piedad de los viejos, de las viudas y de los huérfanos, siendo padre de esta república, pues nosotros todos somos las plumas de sus alas, las pestañas de sus ojos y las barbas de su rostro? ¿A quién os inclináis para que tenga el mando y se siente en el trono real de este reino, y nos defienda y ampare de nuestros enemigos, porque muy en breve, según el aviso de nuestro dios, nos serán menester las manos y el corazón animoso? Por tanto, ¿quién juzgáis que tendrá valor para ser esfuerzo de nuestros brazos, poniendo el pecho con libertad y sin cobardía a la defensa de nuestra ciudad y de nuestras personas, y no amengüe y abata el nombre de nuestro dios, sino que como semejanza suya le defienda ensalzando su nombre, haciendo conocer a todo el mundo que la nación mexicana tiene valor y fuerzas para sujetarlos a todos y hacerlos sus vasallos?". Habiendo propuesto el caso el anciano, todos se inclinaron a su hijo del rey muerto, llamado Huitzilopuchtli, y así le eligieron por su rey con mucho contento de todo el pueblo, que estaba todo junto acá fuera, esperando quién les cabría en suerte, y así se levantó entre toda aquella gente un rumor y vocerío, diciendo palabras equivalentes a las que suelen decir en nuestra lengua, ¡viva el rey!, etc.

Hecha la elección, los señores puestos todos en orden se fueron donde estaba el rey electo y sacándole de entre los demás hermanos y parientes suyos, le tomaron en medio, y le llevaron al trono y asiento real, donde le sentaron y pusieron la corona en la cabeza, y le untaron todo el cuerpo con la unción que acostumbraron siempre para ungir a los reyes, que ellos llamaban unción divina por ser la misma con que untaban a su dios Huitzilopuchtli, y poniéndole sus atavíos reales, uno de ellos le hizo una plática diciendo: -"Valeroso mancebo, rey y señor nuestro, no desmayéis ni perdáis el huelgo y aliento con el nuevo cargo de ser guía de este reino, metido entre esta aspereza de cañaverales, espadañas y juncia, donde estamos debajo del amparo de nuestro dios Huitzilopuchtli, cuya semejanza eres. Bien sabes el sobresalto con que vivimos y trabajos que padecemos por estar en términos ajenos, siendo tributarios de los de Azcaputzalco; tráigotelo a la memoria, no porque entiendo lo ignoras, sino para que cobres nuevo ánimo, y no pienses que entras en este lugar a descansar, antes a trabajar, pues ves que no tenemos otra cosa que te ofrecer ni con que te regalar, sino la pobreza y miseria con que reinó tu padre, lo cual llevó y sufrió con grande ánimo y cordura". Hecha esta plática, llegaron todos a hacerle reverencia, diciendo cada uno su salutación y así quedó electo el segundo rey de México, el cual comenzó a reinar el año de 1359. Fué su nombre Huitzilihuitl, como queda dicho; quiere decir "Pluma rica", porque de huitzili, que es el pájaro de la más rica pluma que hay acá, y de este nombre ihuitl que es "la pluma", componen Huitzilihuitl, que significa "Pluma de este hermoso pájaro".

[Este es el segundo rey de los mexicanos, llamóse el rey Huitzilihuitl, que significa "Pluma del hermoso pájaro"]

Era este rey soltero cuando comenzó a reinar, y así trataron luego de casarlo, tomando su casamiento por buen medio para aliviar el gran tributo y servidumbre en que el rey de Azcaputzalco los tenía puestos, pidiéndole una de sus hijas para casar a su rey. Al fin, determinaron a ponerlo por obra, y yendo ante el rey de Azcaputzalco con su demanda, puestos ante él le dijeron: -"señor nuestro, aquí somos venidos ante tu grandeza postrados por tierra con toda la humildad posible a pedir y suplicarte una gran merced, porque, señor, ¿a quién hemos de acudir sino a tí, pues somos tus vasallos y siervos, y estamos esperando tus mandamientos reales, colgados de las palabras de tu boca, para cumplir todo lo que tu corazón quisiere? Y esto supuesto, ves aquí, señor, la embajada con que hemos venido de parte de tus siervos, los señores viejos y ancianos mexicanos, que tengas lástima de aquel tu siervo el rey de México, metido entre aquellas espadañas y carrizales espesos, rigiendo, gobernando y mirando por sus vasallos, que es Huitzilihuitl, el que es soltero y por casar; pedimos que dejes de la mano una de tus joyas y galanos plumajes que son tus hijas, para que vaya no a lugar ajeno, sino a su misma tierra, donde tendrá el mando de toda ella. Por tanto, señor, te suplicamos que no nos prives de lo que tanto deseamos". Habiendo estado el rey muy atento a la demanda de los mexicanos, quedó aficionado o inclinado a condescender con su ruego, y así, con mucho amor y benevolencia, les respondió: -"Hanme convencido tanto vuestras palabras y humildad, oh mexicanos, que no sé qué os responda sino que ahí están mis hijas, para eso las tengo, y fueron criadas del Señor de lo criado, y así condescendiendo a vuestros ruegos, yo os quiero señalar a una de ellas cuyo nombre es Ayauhcihuatl, llevadla mucho de norabuena". Los mexicanos postrados por tierra, dieron innumerables gracias al rey, y tomando a la señora, acompañada de mucha gente de Azcaputzalco, la trajeron a México, donde fue recibida con grandes regocijos y fiestas de toda la ciudad, y llevándola a sus casas reales, le hicieron sus pláticas largas y retóricas de su buena venida, después de las cuales la casaron con su rey, haciendo las ceremonias que ellos en sus casamientos usaban, que era atar con un nudo la manta del uno y del otro en señal del vínculo del matrimonio, y otras ceremonias que adelante se dirán.

Siendo casada la hija del rey de Azcaputzalco con el de México, parió un hijo, de cuyo parto recibió gran contento y alegría toda la ciudad, y dando parte de ello al rey de Azcaputzalco recibió mucho contento, y él mismo envió el nombre que le habían de poner, echando la suerte y cuenta según sus agüeros, y el nombre fue Chimalpopoca, que quiere decir "Rodela que humea". Al tiempo que trajeron el nombre vino toda la corte e Azcaputzalco y sus tepanecas, que son [los de] Tabuca y Cuyuhuacan, trayendo grandes presentes a la parida, y haciendo unos con otros sus ofertas y agradecimientos, que en esto son muy cumplidos; quedaron muy gratos los de la una parte y de la otra. La reina de México, viendo que era esta buena coyuntura para aliviar a sus vasallos de tanta vejación y tributo, propuso a su padre el rey de Azcaputzalco, mirase cómo tenía ya nieto mexicano, y siendo ya ella reina de aquella gente, no era justo los llevara por aquel estilo tan pesado. Quedando el rey convencido de lo que su hija le pedía, juntó a su consejo, y tratado el caso, se determinó que reservaban a los mexicanos de los tributos y servidumbre que tenían; pero que en señal de reconocimiento al señorío que sobre toda esta tierra tenía Azcaputzalco, fuesen obligados los mexicanos a dar cada año solamente dos patos y algunos peces y ranas, y otras cosillas que muy fácilmente hallaban en su laguna. Quedaron con esto los mexicanos muy aliviados y contentos. De allí a pocos años murió la reina, su protectora, quedando el niño Chimalpopoca de nueve años, de cuya muerte quedó muy desconsolada y triste toda la ciudad, temiendo no les tornasen a imponer los tributos tan pesados y servidumbre que tenían con los de Azcaputzalco; pero consolándose con la prenda que les quedaba del infante Chimalpopoca. No les duró mucho el consuelo, porque un año después de muerta la reina, murió el rey Huitzilihuitl, segundo rey de México, el cual no reinó más de trece años, y murió muy mozo, porque era de edad poco más de treinta años. Rigió y gobernó con mucha quietud y paz, siendo muy querido de todos; dejó su república muy bien ordenada con nuevas leyes, de lo cual fue muy cuidadoso, especialmente en lo que tocaban al culto de sus dioses, cosa en que sobre todo se esmeraban estos señores y reyes, teniéndose ellos por semejanza de sus ídolos y entendiendo que la honra que se hacía a los dioses se hacía a ellos. Y así, tenían por la cosa más importante el aumento de su templo y la libertad de su república, para cuyo fin, por la industria y diligencia de este rey, los mexicanos no sólo se ejercitaron en hacer barcos para discurrir por toda la laguna, llevando muy adelante las pescas y cazas en ella, con que contrataban con todas las gentes comarcanas hinchiendo de provisión su ciudad, sino que también empavesaban sus barcos y canoas, ejercitándose en las cosas de la guerra por el agua, entendiendo que adelante sería menester estar diestros y prevenidos en la arte militar, para el intento que tenían siempre de libertar su ciudad por fuerza de armas, y con este designio tenían grandes trazas para ganar las voluntades a todos sus vecinos con que hacían también sus hechos, que henchían su ciudad con la gente comarcana y atraían las demás naciones, emparentando con ellas por vía de casamiento, todo ordenado al aumento de su ciudad para hacer mayor después su hecho. Y estando en este estado la república de México, y teniendo muy gratos a sus comarcanos, falleció, como queda referido, el rey Huitzilihuitl, dejando muy llorosa y desconsolada su ciudad por ser muy amado de todos, al cual hicieron sus obsequias muy solemnes a su modo.

Entraron luego los mexicanos en consulta sobre la elección del nuevo rey, llorando todavía la muerte del rey Huitzilihuitl, viendo cuán poco les había durado siéndole tan aficionados por la inclinación y deseo que en él sentían de poner en libertad la ciudad y del aumento de ella, y de procurar tierras de heredades y sementeras para el sustento de la república, sintiendo mucho que todo les venía de acarreo, pues por estar metidos en la laguna no tenían dónde poder hacer una sola sementera, estando en manos de los comarcanos atajarles el camino, y no dejarles entrar cosa de provisión, y mandar a sus vasallos no les vendiesen maíz ni frijoles, ni las demás cosas de que ellos se sustentaban y que con este cuidado y sobresalto vivían siempre todos ellos. Al fin tuvieron su consejo sobre la elección del que había de reinar, deseando que fuese tal y con los mismos propósitos y deseos que el pasado, que no solamente les asegurase su ciudad, sino también les procurase libertad, sintiéndose ya con fuerzas de ponerse en armas si fuese menester, y sólo les faltaba quien los animase y industriase en ello. Después de muchos pareceres, determinaron elegir al hijo de Huitzilihuitl, llamado Chimalpopoca, que entonces era de edad de diez años, por tener propicio y descuidado al rey de Azcaputzalco cuyo nieto era, para salir después mejor en su intento, como en su lugar se dirá.