Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
HISTORIA VERDADERA DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA, I



Comentario

Primeros años en las tierras nuevas


En 1514 dio rumbo, por completo diferente, a su vida. De escasos veinte años se embarcó, según dice, siguiendo a Pedrarias Dávila, del que afirma que vino por gobernador de Tierra Firme (Nombre de Dios en Panamá). De este episodio, con el que Bernal quiere señalar cómo ocurrió su primera entrada y actuación en el Nuevo Mundo, proporciona muy escasas y más bien equivocadas noticias. Tras decir que, estando allí tres o cuatro meses, dio pestilencia de la cual murieron muchos soldados y demás de esto todos los más adolecíamos y se nos hacían unas malas llagas en las piernas, habla del conflicto que surgió entre Pedrarias y su yerno Vasco Núñez de Balboa, el descubridor del Pacífico. Al tocar este asunto, lo hace Bernal como si tal situación y lo que fue su desenlace --el que Pedrarias mandara degollar a Balboa-- hubieran acaecido durante su breve estancia en Tierra Firme y no en 1519, el mismo año en que, desde Cuba, se embarcó para México entre los soldados de Cortés.

Como para no dejar duda de que había sido él testigo de la muerte de Balboa, añade Bernal que después de que vimos lo que tengo dicho cómo por sentencia [Pedrarias] le mandó degollar (man. Guatemala, cap. I), fue cuando pidieron él y otros licencia para pasar a Cuba. Antes de hablar sobre lo que allí ocurrió a Bernal, traeré a cuento un dato que parece poner en entredicho lo que escribió éste acerca de su venida al Nuevo Mundo con Pedrarias. En el Catálogo de Pasajeros a Indias se consigna que el 5 de octubre de 1514 --seis meses después de la partida de Pedrarias-- se embarcó un Bernal Díaz... natural de Medina del Campo8. ¿Era éste un homónimo de nuestro soldado cronista o era él mismo que, para darse desde un principio importancia, pretendió haber marchado a América como alguien bien conocido? Dejando así en suspenso esta cuestión, veamos lo que sucedió a Bernal en Cuba.

Gobernaba allí Diego Velázquez, que no sólo recibió bien a Bernal y a los que con él venían sino que prometió que nos daría indios [en encomienda] de los primeros que vacasen. Como ello jamás ocurrió, los que confiados de encontrar un mejor destino se habían establecido en Cuba, buscaron entonces nuevo género de aventura. Según Bernal, ciento diez hombres se concertaron con un hidalgo, Francisco Hernández de Córdoba.



Para que fuese nuestro capitán y, a nuestra ventura, buscar y descubrir tierras nuevas v en ello emplear nuestras personas (I).



A esto siguió la compra de tres navíos, todo en plan de empresa privada. Al decir de Bernal, sólo en un momento dado intervino Velázquez, ofreciendo otra embarcación y algo de bastimentos. Dos condiciones ponía: una era ir a unas isletas que están entre Cuba y Honduras; la otra, que debían saltear indios para llevarlos como esclavos. En este punto Bernal se pone a sí mismo de relieve y, como si al escribir evocara la actuación de fray Bartolomé de las Casas, al que según veremos conoció, adopta una postura semejante a la del fraile y asevera que él y otros hicieron reproche de esto a Velázquez.

La expedición de Hernández de Córdoba --iniciada en febrero de 1517 cuando por cierto aún vivía Balboa-- puso a Bernal por vez primera en contacto con el mundo extraordinario y paradójico del México prehispánico. Se enteró entonces de la existencia allí de grandes poblaciones, con templos, esculturas de dioses, ritos sangrientos, guerreros valerosos e indicios de no poca riqueza.

Recordando en la Historia y en otras cartas y varias ocasiones esta temprana entrada, Bernal repitió que él no sólo había sido uno de los primeros conquistadores sino también uno de los que, con gran riesgo, descubrieron el gran país que se llamó después Nueva España. Y no contento con uno y otro título --que alguien en vida suya se atrevió. luego a negarle-- proclamó otras muchas veces que había tenido el privilegio de tomar parte en las tres primeras expediciones a México, ésta de Hernández de Córdoba (1517), la de Juan de Grijalva (1518) y la de Hernán Cortés (1519).

Ahora bien, tampoco aquí han faltado quienes hayan puesto en tela de juicio su participación en la expedición de Grijalva. Los argumentos principales son que no habló de ella en su probanza de méritos; que nunca mencionó el nombre de alguno de los soldados que tomaron parte; que su relato en este punto es muy pobre y difiere en alto grado de otra relación que sobre tal viaje existe, atribuida al capellán de la armada y conservada por el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo9. ¿Hay en esto nueva prueba de que Bernal se atribuyó timbres de gloria que no le correspondían?

Una referencia, profundamente humana, de las que ponen de bulto los recuerdos, nos sale al paso, esta vez, desafiante. El episodio en cuestión tuvo lugar, dice Bernal, al tiempo del regreso de la armada de Grijalva hacia Cuba, adelante ya de Coatzacoalcos, en las costas de Tabasco:



También quiero decir cómo yo sembré unas pepitas de naranjas junto a unas casas de ídolos y fue de esta manera: que como había muchos mosquitos en aquel río, fuíme a dormir a una casa alta de ídolos, e allí, junto a aquella casa, sembré siete u ocho pepitas que había traído de Cuba, e nacieron muy bien: parece ser que los papas [sacerdotes] de aquellos ídolos les pusieron defensa para que no las comiesen las hormigas, e las regaban e limpiaban desque vieron que eran plantas diferentes a las suyas. He traído esto a la memoria para que se sepa que estos fueron los primeros naranjos que se plantaron en la Nueva España, porque, después de ganado México e pacíficos los pueblos sujetos de Guazacualco [Catzacoalcos, donde sembró las semillas], tubos por la mejor provincia... A este efecto se pobló de los más principales conquistadores e yo fui uno, e fui por mis naranjos y traspúselos [transplantelos] e salieron muy buenos... (XVI).



Si el realismo desvanece dudas, este sería un buen ejemplo de ello. Concluidas sus noticias acerca del viaje de Grijalva, pasa ya a tratar de lo que en suma más le importa, la entrada a México con Cortés. Aquí resalta, en el Bernal ya viejo que escribía, un hondo sentido de reflexión. Quiere entrar en materia, pues va a hablar de los hechos portentosos en los que él y sus compañeros se afanaron en más de cien batallas pero duda cómo empezar. Le interesa también recordar que el gobernador Diego Velázquez envió a Castilla un procurador para dar cuenta de lo descubierto por Grijalva, pero piensa a la vez que debe ya referirse a don Hernando y su expedición. Un tanto perplejo nota entonces:



Y aunque parezca a los lectores que va fuera de nuestra relación esto que yo traigo aquí a la memoria, antes que entre en lo de¡ capitán Cortés, conviene que se diga, por las razones que adelante se verán, e también porque en un tiempo acaecen dos o tres cosas y, por fuerza, hemos de hablar de una, la que más viene al propósito (XVII).



El asunto sobre el que hubo de hablar fue el del favorable resultado de las gestiones del procurador de Velázquez en España. Sin embargo --al menos en el orden de los capítulos de su Historia, tal como quedó ésta-- hay una especie de inciso tocante a otra materia. Se refiere ésta nada menos que a la impresión que causó a Bernal toparse con la obra de Francisco López de Gómara. Había sido publicada ésta por vez primera bajo el título de Hispania Victrix. Primera y segunda parte de la Historia General de las Indias con todo el descubrimiento desde que se ganaron hasta el año de 1551, con la conquista de México y de la Nueva España, Zaragoza, 1552. Tempranas reediciones de esta obra fueron las de Medina del Campo, 1553, y otra vez en Zaragoza, 1554.

La reacción del soldado cronista fue, primero, de desaliento y luego de disgusto y crítica. A la postre el hallazgo le dio nuevos bríos para proseguir en lo que tenía entre manos:



Estando escribiendo esta relación, acaso vi una historia de buen estilo, la cual se nombra de un Francisco López de Gómara que habla de la conquista de México y Nueva España y cuando leí su gran retórica, y cómo mi obra es tan grosera, dejé de escribir en ella, y aun tuve vergüenza que pareciese entre personas notables; y estando tan perplejo como digo, torné a leer y a mirar las razones y pláticas que el Gómara en sus libros escribió, e vi desde el principio y medio hasta el cabo no llevaba relación y va muy contrario de lo que fue e pasó en la Nueva España... (XVIII).



Los recuerdos de Bernal sobre aquello en que tanta parte tuvo se interrumpieron así con esta primera crítica --anticipo de otras muchas en su libro-- en contra del Gómara y de quienes siguieron a éste, cuyas obras también conoció, Gonzalo de Illescas y Paulo Jovio10.

Para enterarse de la participación de nuestro cronista en la empresa cortesiana es obvio que la fuente, no sólo principal sino realmente única --fuera de su probanza de méritos-- es la Historia verdadera. A diferencia de Cortés que, como lo nota el mismo Bernal, en sus relaciones al emperador, casi nunca se refirió por su nombre a los capitanes y soldados, sino que se ponía siempre como quien todo lo ordenaba, en la Historia verdadera abundan las menciones de personas determinadas. Entre ellas aparece Bernal hablando y actuando. Imposible es pretender aducir tales referencias, pues ello equivaldría a reproducir en esta Introducción una buena parte de la obra que, completa, se publica. No resisto, sin embargo, a señalar al menos unos cuantos episodios que, de sí mismo, recuerda Bernal.

Ver en Cholula la muy buena loza de barro, colorado y prieto y blanco de diversas pinturas, lo hace reaccionar, digamos ahora como en Castilla lo de Talavera o Plasencia (LXXXIII).

Estando ya más cerca de la metrópoli azteca, al recibir Cortés un presente enviado por Moctezuma, alude a sí mismo y a otros, diciendo:



Nos alegramos con tan buenas nuevas en mandarnos que vamos a su ciudad, porque de día en día lo estábamos deseando todos los más soldados, especial los que no dejábamos en la isla de Cuba bienes ningunos y habíamos venido dos veces a descubrir primero que Cortés [con Hernández de Córdoba y con Grijalva] (LXXXV).



Lo que Moctezuma, hallándose ya cautivo de los españoles, dijo a Bernal, lo evoca éste con fruición:



Como en aquel tiempo era yo mancebo, y siempre que estaba en su guarda [de Moctezuma] o pasaba delante de él, con muy gran acato de él [me] quitaba mi bonete de armas y aun le había dicho el paje Ortega que vine dos veces a descubrir esta Nueva España primero que Cortés, y yo le había hablado a Orteguilla que me hiciese [Moctezuma] merced de una india muy hermosa, y como lo supo Moctezuma, me mandó llamar y me dijo: Bernal Díaz del Castillo, hánme dicho que tenéis motolines [necesidad] de ropa y oro, y os mandaré dar hoy una buena moza. Tratadla muy bien, que es hija de hombre principal; y también os darán oro y mantas.

Yo le respondí con mucho acato... Y parece ser preguntó al paje [que ya hablaba la lengua náhuatl] que qué había respondido, y le declaró la respuesta, y dizque le dijo Moctezuma: De noble condición me parece Bernal Díaz... (XCVII).



Dejando al lector que a sus anchas se entere de los diversos episodios de la conquista --desde el desembarco en Veracruz hasta la rendición de la metrópoli azteca-- citaré tan sólo tres pasajes más. Alude en ellos Bernal, de modo particular, a experiencias suyas durante los días del asedio a la ciudad de México. Dramática es la escena que pinta cuando, al avanzar por una de las calzadas que llevaban a la ciudad --la de Tacuba-- los hombres a las órdenes de Pedro de Alvarado, se vieron acometidos por varios escuadrones de guerreros indígenas. Bernal, que venía entre ellos, contempló cómo traían consigo varias cabezas de españoles que habían apresado y sacrificado, y dando voces, decían que eran de Malinche, Sandoval y otros capitanes. Y añade que más tarde supo que algo semejante habían hecho por otro rumbo los aztecas saliendo al encuentro de Cortés. Los guerreros --según nuestro cronista-- arrojaron allí otras cuatro cabezas.



Y decían que eran del Tonatio [el Sol] que es Pedro de Alvarado, y Sandoval y la de Bernal Díaz... Entonces dizque desmayó mucho más Cortés de lo que antes estaba, y se le saltaron las lágrimas... (CLII).



Si Cortés en tal coyuntura y en otras más --como en la tantas veces traída a cuento noche triste-- no quiso reprimir el llanto, también Bernal, a pesar de que muchas veces en su Historia se precia de esforzado, reconoce momentos de flaqueza y explica así los por qués de ella:



Ahora que estoy fuera de los combates y recias batallas que de los mexicanos que con nosotros, y nosotros con ellos teníamos, porque doy muchas gracias a Dios que dellas me libró, quiero contar una cosa muy temeraria que me acaeció después que vi sacar los corazones y sacrificar a aquellos sesenta y dos soldados que dicho tengo que llevaron vivos... Y esto que ahora diré les parece a algunas personas que es por falta de no tener muy grande ánimo; y si bien lo consideran, es por el demasiado ánimo con que en aquellos días había de poner mi persona en lo más recio de las batallas, porque en aquella sazón presumía de buen soldado y era tenido en esta reputación y había de hacer lo que los más osados y atrevidos soldados suelen hacer... Y como de cada día veía llevar a nuestros compañeros a sacrificar... Y a este efecto siempre desde entonces temía más la muerte que nunca. Y esto he dicho porque, antes de entrar en las batallas, se me ponía una como grima y tristeza en el corazón, y orinaba una vez o dos, y encomendábame a Dios y a su bendita madre, nuestra señora, y entrar en las batallas todo era uno, y luego se me quitaba aquel temor (CLVII).



Muchas fueron --según lo tenía apuntado de tiempo atrás en un memorial-- las batallas en que participó. En uno de los postreros capítulos de su Historia --en el CCXII-- hace justamente enumeración de ellas. Allí, como en resumen, vuelve a destacar la importancia que concedía a sus acciones:



Tampoco quiero decir cómo soy uno de los primeros que volvimos a poner cerco a México, primero que Cortés cuatro o cinco días, por manera que vine primero que el mismo Cortés a descubrir Nueva España [con la expedición de Hernández de Córdoba, 1517] y, como dicho tengo, me hallé en tomar la gran ciudad de México y en quitarles el agua de Chapultepeque, y hasta que se ganó México, no entró agua dulce en aquella ciudad (CCXII).



Ante reiteraciones como ésta, resulta explicable que otros que han escrito sobre la conquista de México y han leído la Historia de Bernal, lo hayan recriminado de vanidad, envidia y ambición. Tal es el caso muy en particular del atildado y artificioso Antonio de Solís, en su Historia de la Conquista de México (Madrid, 1684) y de otros como el inglés William Robertson, autor de una Historia de América (Londres, 1777), que como quien dijera, perdonándole la vida a Bernal, juzga que su Historia verdadera está escrita con tanto candor, con tan interesante prolijidad y con una vanidad tan divertida y tan perdonable a un antiguo soldado que, como él mismo se jacta, se halló en ciento diecinueve combates...11.



Vanidoso era hasta cierto punto don Bernal y también ambicioso, según lo confirman otros comportamientos suyos a lo largo de su vida, de los que en su momento nos ocuparemos.



Exigua recompensa y fatigosa expedición a las Hibueras con Cortés



Mientras don Hernando se mantenía atareado en la reconstrucción de la capital azteca, varios de sus capitanes habían sido enviados a diversos rumbos, tanto para conocer la tierra como para someter a otros señoríos y hacer poblamientos en ellos. Gonzalo de Sandoval, que marchó con dirección a Oaxaca, cruzó luego hacia el norte y entró en la provincia de Coatzacoalcos en los límites de los actuales Estados de Veracruz y Tabasco. Bernal iba entre los soldados que lo acompañaron. Sandoval fundó allí la que se conoció como villa del Espíritu Santo. A Bernal iban a dársele entonces en encomienda algunos indígenas de Matatlan (hoy Maltrata), Ahuilizapan (corrompido en Orizaba) y Ozotequipa.

Sin embargo, como lo refiere (CLX), por seguir a Sandoval en otras empresas, dejó él tan buenos indios y [tierras] de mucha renta (CLX). Por cierto que, en este contexto, hace una ponderación de su propio físico, al recordar que, entre los soldados de Sandoval iban tres de apellido Castillo:



El uno de ellos era muy galán y preciábase de ello en aquella sazón y a esta causa me llamaban Castillo el galán (CLX).



Nueva encomienda recibió Bernal en la tierra que Sandoval sometió poco después, la de los pueblos de Tlapa y Potonchán, pertenecientes a la provincia de Cimatlan.

Brotes de rebelión motivaron que Bernal, en compañía de otros tres españoles, fuera enviado para someter a los indios buenamente y con amor (CLXVI). En el intento, dos perdieron la vida y Bernal --como otras veces a lo largo del asedio de la capital azteca-- también en ese trance resultó herido, que estuvo mi vida en harto peligro. Necesario fue, en opinión de quien gobernaba la región, el capitán Luis Marín, emprender una campaña en contra de los alzados. Con más hombres, entre ellos Bernal, se hizo una entrada en territorio de Chiapas. De resultas de esto obtuvo luego nuestro cronista otra encomienda en Chamula, hasta hoy centro religioso de los tzotziles, grupo mayense que ha mantenido vivas muchas de sus tradiciones.

Mas no era destino de Bernal vivir en reposo. Cuando Cortés, en noviembre de 1524, salió para castigar a Cristóbal de Olid, enviado suyo a Honduras que se le había rebelado, Bernal y otros muchos tuvieron que marchar en su compañía. Tanto para el extremeño como para don Bernal las consecuencias fueron nada afortunadas. Cortés, al regresar en junio de 1526, encontró todo alterado en la ciudad de México. De allí provendrían muchos de los problemas que habrían de aquejarlo, entre ellos la pérdida de la gubernatura de la Nueva España. A Bernal lo despojaron de sus encomiendas que pasaron a la jurisdicción de nuevos asentamientos españoles en Ciudad Real de Chiapas y Santa María de la Victoria en Tabasco.

Entre los recuerdos de Bernal acerca del viaje a las Hibueras, quedó muy grabado el de la muerte de Cuauhtémoc, el último soberano de los aztecas, así como la del señor de Tacuba. De ese suceso expresó: fue esta muerte que les dieron muy injustamente, y pareció mal a todos los que íbamos (CLXXVII). Tras hablar de las principales dificultades que hubieron de superar los que participaban en esa fallida expedición --puesto que Olid había pasado ya su traición a manos de Francisco de las Casas-- alude con brevedad a la marcha de regreso. Mientras Cortés retornó a México por mar, Bernal y otros lo hicieron por tierra. Fue entonces cuando, por vez primera, estuvo en Guatemala. En la madeja de sus recuerdos se le vino a la mente que entonces todo estaba de guerra [por allí andaba Pedro de Alvarado]... Acuérdome que viniendo que veníamos por un repecho abajo comenzó a temblar la tierra, de manera que muchos de los soldados cayeron en el suelo, porque duró gran rato el temblor (CXCIII).



La entrada a la ciudad de Guatemala en medio de ataques de indígenas, que al fin se retiraron, le dejó buen sabor, pues estaban los aposentos y casas tan buenas y de tan ricos edificios, en fin, como de caciques que mandaban todas las provincias comarcanas... (CXCIII). Ese recuerdo habría de influir probablemente, cerca de quince años más tarde en su determinación de asentarse para siempre en Guatemala.

Vuelto por fin a México, encontró allí a aquella india muy hermosa..., hija de hombre principal, que le había dado Moctezuma, la que se llamó después doña Francisca, de quien tuvo dos hijas. Varios años permaneció Bernal en México, haciendo frecuentes salidas a Coatzacoalcos, donde más tarde obtuvo el cargo de corregidor.