Las mujeres adineradas no temían ponerse al frente de los negocios o desempeñar algún trabajo, cuando era necesario. Si eran mujeres de carácter con su trabajo en el hogar y fuera de él contribuyeron a dar vida a una estirpe criolla ennoblecida, que no se materializaba sólo en los descendientes sino que se plasmaba en las actitudes, costumbres y formas de vida que se fueron imponiendo en el mundo que ellas mismas ayudaron a construir. Como cabezas de familia, fueran viudas o con marido ausente, ejercían un papel importante de cohesión y armonización dentro de los clanes.
Las propietarias de encomiendas disfrutaron de una situación que, al mismo tiempo que las dotaba de poder, las convertía en presa codiciada de ávidos pretendientes. Transcurridas varias décadas se modificó la proporción de hombres y mujeres, con un aumento considerable de la presencia femenina en las ciudades, equilibrada con el predominio masculino en las zonas rurales. Las costumbres de convivencia no cambiaron sustancialmente y muchas doncellas solteras y viudas tuvieron que hacer frente a sus necesidades sin el apoyo de un hombre.
Mestizas bordando
Las mujeres españolas, desde época muy temprana, fueron maestras, religiosas o no, como las que se ocuparon del colegio de Texcoco en Nueva España o las que respondieron a la llamada de la emperatriz Isabel y fundaron el Colegio de la Madre de Dios y otros muchos en la capital del virreinato y en otros núcleos urbanos importantes. Su trabajo a favor de la educación trascendió al ámbito privado para tener una influencia social importante.
La presencia de mujeres en actividades políticas y económicas, aunque fuese de forma excepcional, hundía sus raíces en una concepción de la sociedad que arrancaba de la época medieval y que estuvo muy presente en el momento de la conquista del Nuevo Mundo. En esa concepción, el rey era un dispensador de favores que premiaba con mercedes y premios a los hombres y mujeres que destacaran en los servicios a la Corona. En América se reprodujo esta sociedad patrimonial, tejida en torno a un complicado mundo de obligaciones mutuas, simbolizadas en las palabras servicio y merced. La Corona, a pesar del carácter semiprivado que tuvo la expansión americana, mantuvo un fuerte intervencionismo y fue la fuente de toda regulación para evitar el surgimiento de una clase nobiliaria. Sin embargo, fue inevitable la aparición de ciertos rasgos señoriales, aunque nunca llegaron a consolidarse. En cuanto se pudo, se impuso una organización administrativa y fueron los funcionarios reales los que velaron por la pervivencia del poder real en América
En el proceso de conseguir mercedes y privilegios por parte de la Corona, las probanzas de méritos fueron el mecanismo más usual para conseguir el favor real. Este procedimiento permitió a las mujeres obtener recompensas que no hubieran sido habituales en la sociedad castellana.
Sin embargo, la participación de las mujeres en la política no fue habitual, aunque las circunstancias especiales de esos territorios, sobre todo a lo largo del siglo XVI, propició que algunas de ellas, por la muerte del padre o marido, o por su ausencia, desempeñaran cargos y misiones que la sociedad no había previsto para ellas y que lo hicieran en solitario o con la ayuda de otros. Aunque esas actuaciones no supusieron cambios fundamentales en la organización social, colaboraron a una cierta difuminación del modelo vigente en la Península. Algunas mujeres rompieron moldes e influyeron con su conducta en la sociedad de su tiempo. Como Doña María de Toledo, esposa del virrey de La Española, Diego Colón, que gobernó la isla durante las ausencias de su marido y a su muerte reivindicó y sostuvo privilegios materiales y honores que aseguraron el bienestar de su descendencia; Doña Aldonza de Villalobos recibió como herencia de su padre, Marcelo de Villalobos, la gobernación de la Isla Margarita. A la muerte de Villalobos, el rey confirmó el privilegio otorgado a favor de la hija con la explicitación de que esta merced debía servir para remediar las necesidades "en que vuestra madre y hermanos quedáis". Doña Aldonza era menor de edad y por tanto ejerció el cargo en su nombre un tutor. La tutora resultó ser la madre de Aldonza, Doña Isabel Manrique, quien desempeñó el cargo con plenitud de poderes en nombre de su hija, ayudada por tenientes de gobernador designados por ella. Cuando Aldonza alcanzó la mayoría de edad contrajo matrimonio y, como estaba estipulado, fue su marido quien en la práctica ejerció el gobierno. Al morir su esposo, ella misma nombró teniente de gobernador a su yerno y, cuando éste fue asesinado, solicitó a la Corona la confirmación de la gobernación por otra vida a favor de su nieto. Sin embargo, durante la minoría de éste, fue su madre, Doña Marcela Villalobos, excluida de la sucesión, la que legitimó a su segundo marido como tutor del heredero, a pesar de no ser el padre del niño.
Esta presencia femenina en la gobernación de la Isla Margarita es relevante por la serie de hechos que propiciaron una sucesión de mujeres: la decisión del padre de testar a favor de su hija, la confirmación de la Corona, la decisión de Isabel Manrique de no contraer segundas nupcias para poder ejercer la tutoría de su hija y por tanto, gobernar la Isla. Este acto voluntario señala a esta viuda como una mujer singular pues, al no casarse de nuevo, tuvo plenos poderes para ejercer sus funciones, aunque nombrase a hombres que la ayudasen. El comportamiento de su hija Aldonza y su nieta Marcela se ajustan a un modelo de comportamiento más usual y muestra lo difícil que resultaba escapar a la norma al ceder a sus maridos la gobernación (Aldonza estaba obligada a hacerlo por los términos de la confirmación de la Corona). Sin embargo, ya es un hecho notable la existencia de una línea femenina de sucesión durante tres generaciones en el siglo XVI.
Ya avanzada la colonización española y, por tanto, en circunstancias menos excepcionales, Doña Ana de Borja, condesa de Lemos, gobernó Perú en 1667 durante la ausencia de su esposo. Es cierto que su mandato se vio limitado por numerosas restricciones, impuestas en el mismo documento de nombramiento, pero no dejó de ser interpretado como un hecho extraordinario, ya que era a la Audiencia a la que le correspondía tomar las riendas del gobierno en ausencia del virrey.
Estas mujeres pasaron a la posteridad como objeto de admiración y su impacto no puede olvidarse pues fueron las fundadoras de una sociedad nueva, biológica y culturalmente mestiza. Había normas pero su cumplimiento no era siempre tan estricto. Fundaron familias en el suelo americano e influyeron en los modos de vidas de las mujeres americanas. En la formación de esos modos de vida fue de gran importancia el cruce de culturas y razas que tuvo lugar durante la época colonial. Al iniciarse el siglo XVII, el modelo social creado en torno a las repúblicas de indios y españoles se alteró por completo con la entrada en el entramado social de mestizos, mulatos y zambos. Se configuró un mundo multirracial con amplias repercusiones en el futuro. Las mujeres protagonizaron un importante papel mediador al convertirse en el puente de unión entre las distintas razas y culturas. Son ellas las generadoras, en definitiva, del clima de convivencia pacífica y enriquecedora que caracterizó este período.