La emigración española a Indias durante los siglos XVI y XVII tuvo una enorme importancia, no tanto por la cantidad que cruzó el mar para establecerse en aquellas tierras, sino por su contribución a la formación de la nueva sociedad indiana. Los inmigrantes españoles no eran tropas del rey de España, sino grupos de particulares que mediante capitulaciones con el monarca organizaban sus propias empresas. Sin embargo, no fue un movimiento totalmente espontáneo. Desde el principio estuvo regulado por la Corona para impedir que los elementos considerados nocivos arribaran a aquellas tierras. En teoría, sólo aquellas personas que cumplieran los requisitos impuestos por las autoridades recibían licencia para embarcar.
La emigración fue prioritariamente masculina, debido a los riesgos de la navegación. En una primera etapa (1493-1519) las mujeres representaron el 5,6%. A medida que se consolidó el proceso colonizador creció también la participación de las mujeres. En gran parte, eran mujeres casadas que acudían a la llamada de sus maridos, sobre todo a partir del endurecimiento de las leyes que prohibían que los hombres casados permanecieran en los nuevos territorios sin sus mujeres. Ya en 1509 llegó a La Española una cédula real dirigida al Gobernador Ovando por la que se prohibía permanecer en la isla a ningún hombre casado que, en el plazo de tres años, no hubiera llevado allí a su mujer. Esta ordenanza, con el paso del tiempo, se fue complementando y ampliando a las demás regiones americanas, aunque su cumplimiento siempre fue difícil. En 1549 los hombres casados tenían prohibido pasar a Indias si no lo hacían con su mujer, además de que tenían que demostrar que estaban realmente casados.
Fue una preocupación constante de las autoridades la reunión de las familias. La Corona recordaba continuamente a los nuevos virreyes y gobernadores la obligación que éstos tenían de enviar a los casados a por sus mujeres. El problema era que muchas mujeres no querían arrostrar los riesgos de semejante viaje; o que muchos hombres se desentendían de la esposa que habían dejado en España y vivían en América amancebados con alguna indígena. Es significativo que un capítulo entero de la Nueva Recopilación de Leyes de Indias de 1680 esté dedicado a este tema "De los casados y desposados en España e Indias que están ausentes de sus esposas" (Lib. VII, Tit. 13).
Estas políticas favorables de la emigración femenina por parte de la Corona tuvieron como consecuencia que entre 1549 y 1559 casi se triplicó la proporción de mujeres (16,4%) y en la siguiente etapa llegaron a alcanzar el 28,5% (1560-1579). De ellas, parece que unas cuatrocientas treinta y cinco eran casadas. La misma tendencia se mantuvo en los últimos veinte años del siglo XVI, al representar las mujeres el 26% del total de emigrantes con una proporción de casadas de poco más de un tercio. Las españolas no llegaron en realidad al 30% de la población colonial y arribaron por lo general durante los primeros cincuenta años de la conquista, a petición y con la ayuda financiera de parientes consanguíneos que las habían precedido.
Pintura de mestizaje. De Castizo y Española, Español
Las mujeres solteras tenían más difícil el viaje. No sólo porque viajaban en peores condiciones y con más inseguridad, sino también porque a partir de 1539 se prohibió otorgar licencias de embarque a las solteras, por el temor de que emigraran aventureras o prostitutas que influyeran negativamente en la salud moral de las nuevas poblaciones. Por eso, eran muchas las trabas que se les presentaban para poder embarcar. Debían presentar pruebas de ser cristianas viejas, no procesadas por la Inquisición, evidencias de un honesto propósito como ser llamadas por el padre, hermano, marido o algún otro familiar, tener medios económicos para sostenerse, o demostrar que acudían para casarse en un matrimonio concertado o reclamar una herencia. Sin embargo, estas dificultades no fueron un obstáculo para que muchas jóvenes emigraran a Indias. Suponía una oportunidad de conseguir marido y de hecho este es el motivo por el que muchas se embarcaron. Se abría ante ellas un mundo nuevo en el que no parecía importante el pasado ni se les exigía unos cánones de belleza, formación o fortuna.
También las casadas tenían que argumentar y demostrar las razones por las que marchaban a América, si querían obtener la licencia. Era usual que aludieran al deber y derecho de reanudar la vida en común como matrimonio legítimo; aportaban las cartas del marido y el dinero del pasaje que éste normalmente les mandaba. Solicitaban licencia para ella y sus hijos, e incluso a veces para toda una prole familiar femenina. Algunos casos resultan muy ilustrativos, como el de Doña Inés de Villalobos, quien solicitó licencia también para su hermana viuda, dos hijas de ésta y una sobrina huérfana. Los testigos declaraban que eran mujeres "honestas, honradas, recogidas y muy principales". Otra mujer, Doña Felipa Tavares, también solicitaba licencia para ir con su madre doña Catalina Tavares a la ciudad de Zacatecas, donde residía su marido como médico. Hijas, madres, hermanas, sobrinas o cuñadas acompañaban a la mujer casada para probar fortuna en las nuevas tierras al amparo de la gran familia. Este hecho tan generalizado favoreció a la larga el asentamiento en poblaciones estables en lugar de la formación de campamentos militares.
En muchos casos, las mujeres reclamaban a la justicia la búsqueda del marido ausente, porque no había dado señales de vida desde su marcha al nuevo continente. Es cierto que muchas veces la búsqueda no estaba motivada por el deseo de reencontrarse con el marido en América, sino de que las autoridades lo obligaran a volver a España y cumplir con sus obligaciones familiares. Lógicamente la dificultad mayor con la que tropezaba la justicia era localizar al ausente. Habían pasado demasiados años, por no hablar de los cambios de residencia, incluso de un virreinato a otro, u otras muchas circunstancias. Se dieron también casos de sobornos y prácticas fraudulentas por parte de los maridos para evitar que la justicia lo obligara a volver a su tierra. De hecho, el temor a la cárcel, el coste que suponía librarse de ella, y las abundantes solicitudes de prórroga de licencia, con la promesa de reanudar en breve plazo su vida de pareja, estaban presentes en la abundante correspondencia de carácter privado que existe. Sin embargo, todas las ordenanzas y leyes dictadas tenían un sentido contrario, prohibiendo de forma reiterada la prórroga de licencia por tiempo limitado. Pero estas situaciones de separación "forzosa" eran más que toleradas a juzgar por la cantidad de cartas que existen en este sentido y que revelan tales prácticas, previa entrega de fianza.
Entre las mujeres que emigraron a América también hay que incluir pequeños grupos de beatas, enviadas en los primeros días del dominio español en México, para convertir a las mujeres de la recién convertida élite india. A ellas las siguieron las monjas para fundar conventos a mediados del siglo XVI. Estas mujeres que arrostraban los peligros del mar impulsadas por el deseo de cumplir una misión evangelizadora contaban con todo tipo de honores y facilidades para realizar el viaje y asentarse en las nuevas tierras.