Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.
Antecedente:
Demografía, etnia y condición social
Siguientes:
Vida cotidiana
Vestidos y modos de vida
(C) Inmaculada Alva Rodríguez
Comentario
El grupo de origen africano fue un elemento decisivo en la composición urbana al introducir una diferente tradición cultural. La protección de la Corona sobre los indígenas y el terrible descenso demográfico de éstos a finales del siglo XVI hizo necesaria la introducción masiva de esclavos negros para suplir la escasez de mano de obra. A pesar de que el número era elevado, la desproporción de los sexos y la alta mortalidad propició que su contribución a la composición étnica de América fuera menor que la de la población blanca.
Para que los negros importados se mantuvieran como una casta cerrada, la Corona dispuso que la mitad o el tercio de los esclavos traídos a América fueran mujeres. Sin embargo, la separación racial no se pudo mantener. A los blancos no les importó mezclarse con las mujeres negras, aunque es cierto que esas uniones eran temporales o esporádicas y los matrimonios entre blancos y negras fueron muy raros. Jugaba en desventaja de las mujeres su condición de esclava o, si eran libertas, su origen servil. En cualquier caso, la realidad de los cruces étnicos se evidencia en el hecho de que a mediados del siglo XVII la población negra se había diluido al mezclarse con indios y españoles. Paulatinamente fueron sustituidos por los mulatos, zambos, moriscos, lobos, coyotes, etc., que pasaron a engrosar las filas de las llamadas castas. Esta denominación de castas se aplicó originalmente a quienes tuvieran algún antepasado esclavo, aunque se generalizó a todos los que no fueran españoles ni indios, de manera que los libros parroquiales registraban como castas a cuantos reconocían alguna mezcla racial en su familia, e incluso algunos indios, que deberían haber recibido los sacramentos en su propia parroquia.
Se calcula que en el período 1580-1640 el número de esclavas africanas introducidas en Hispanoamérica oscilaba en torno a 75.000. Esta cifra se vería progresivamente aumentada por la creciente proporción de mulatas libres -no consignadas en estas cifras- que resultó de la mezcla de los varones esclavos con las mujeres indias y, secundariamente, de la unión de los esclavos con las esclavas manumitidas o con las mulatas libres. De hecho, la amplitud del mestizaje en la América Latina fue principalmente el resultado de la mezcla de la población africana con la indígena, así como de éstos y sus híbridos con los europeos, de cuya mezcla surgieron las mulatas, lobas, moriscas y pardas libres. Por poner un ejemplo, la contribución de la población negra y afromestiza en Nueva España pasó de 23.000 a 110.000 individuos entre 1570 y 1646. Para mediados y a finales del siglo XVIII la población de origen africano participó en proporciones del 15 y cerca del 30% en ciudades como México, Jalapa y Córdoba. Eran clasificadas por naciones según el supuesto origen y ellas mismas así se denominaban en sus testamentos o contratos. Podían ser congas, minas, angolas, mandingas, etc., aunque cuando llegaban directamente de África se las llamaba genéricamente bozales.
Pintura de mestizaje. De Negro y de India, China-Cambuja.
El valor de los esclavos dependía de su conducta, de las habilidades adquiridas, de su edad y de su estado físico. La diferencia también se aplicaba a las mujeres. Una esclava nodriza tenía un gran valor. En el siglo XVI el precio de los esclavos alcanzó sus mayores índices, en el siglo XVII comenzaron a menguar hasta decaer de forma importante en el siglo XVIII. Esta caída de precios y el declive de la propia trata de esclavos se debieron al crecimiento de la población afromestiza libre y la recuperación de la indígena.
Fue frecuente, mientras duró la práctica esclavista, la cotización de las mujeres con sus hijos como un todo. Era también bastante usual que los amos en su testamento dispusieran cantidades para sus esclavos con la intención de facilitarles la compra de su libertad. La venta de mujeres esclavas se vio restringida a partir de mediados del siglo XVII, cuando en cierta forma se limitó la trata de esclavos africanos.
Las madres esclavas transmitían a sus hijos la condición de esclavitud, por lo que algunas intentaron cambiar las precarias condiciones de vida de su familia. Una manera era separarse de la casa donde servían e introducirse en el hogar de un propietario más compasivo con la esperanza de quedar incorporada. Si el jefe de la nueva familia era un español o mestizo acaudalado, podía estar dispuesto a solicitar el traspaso ante algún tribunal y negociar con el amo original el valor del traspaso.
En otros casos la legislación otorgaba a los padres libres que hubiesen procreado con una esclava la prioridad de la compra de sus propios hijos en condiciones de esclavitud. Por lo general, las esclavas escondían la preñez a sus amos para evitar legar a sus hijos su condición servil y planeaban el alumbramiento en la clandestinidad. En el momento del nacimiento los enviaban a bautizar encargándolo a personas libres como hijos de padres desconocidos. Esta estrategia condenaba a las madres esclavas a la separación definitiva de sus hijos.
En residencias urbanas y ocasionalmente en algunos obrajes se acostumbraba a casar a los negros del mismo dueño dentro de la misma casa o factoría, siempre que no fuesen parientes, para asegurarse su reproducción sin tener que solicitar el derecho de salir a cumplir sus deberes conyugales. Los libros de casamientos de españoles, mestizos y mulatos del siglo XVII guardan en sus registros las uniones mixtas entre esclavas, y mestizos o españoles. Los sacerdotes ponían especial cuidado en efectuar el procedimiento de las amonestaciones, es decir, la llamada a la feligresía durante la misa en tres domingos o festivos, para manifestar que no había impedimentos en el enlace anunciado. Era común encontrar situaciones de disenso familiar ante estos enlaces, por lo que muchas parejas solicitaban ante los obispados la dispensa de las amonestaciones. La Iglesia cambió de actitud ante estas dispensas y se mostró renuente a ellas especialmente en el siglo XVIII. El climax de esta oposición a las uniones con las mujeres de color quebrado se expresó en los juicios de disenso paterno apoyados en la Pragmática Sanción de matrimonios de 1777.
Sin embargo, fue frecuente el concubinato, de tal manera que el número de mulatos creció considerablemente a lo largo del siglo XVII. En 1650 suponían el 2,15% de población total americana. En cualquier caso estas uniones se daban en las capas inferiores de la sociedad española (marinos y soldados). Sin embargo, desde muy pronto, la Iglesia tomó medidas para alentar el matrimonio entre esclavos pues se trataba además de un remedio contra el amancebamiento, la promiscuidad o los desórdenes morales. Esta postura fue respaldada por la Corona al promulgar una cédula real, fechada el 31 de mayo de 1789, en la que se facilitaba el matrimonio entre los esclavos aun en el caso de que pertenecieran a amos diferentes. Los propietarios deberían ver la manera de unir a los cónyuges y los esclavos tendrían el derecho de libre acción matrimonial. Es cierto que era indispensable el consentimiento del dueño para que una esclava pudiera casarse. Pero una vez celebrado el matrimonio, la Iglesia tenía gran peso en las decisiones fundamentales que afectaban a la vida de la esclava si ésta pedía su intervención. Para la esclava, el matrimonio era una vía para acceder a más libertad en sus relaciones con el amo y también a mayores recursos de defensa. Una esclava casada no podía ser trasladada de un lugar a otro, y menos fuera del virreinato; ni siquiera podía ser vendida sin aprobación de la curia. Y como ésta estaba más interesada en mantener la unidad conyugal, las limitaciones impuestas a la voluntad del amo fueron notorias.