En América se dio un gigantesco cruzamiento de razas entre pueblos totalmente distintos: indios americanos, blancos europeos y negros africanos. Este mestizaje biológico fue también un vehículo de aculturación pues en muchas ocasiones se dio junto con la mezcla racial, la fusión cultural.
En el nuevo modelo nacerá la figura de la madre sola y la del padre ausente. El protagonismo de la madre mestiza que trae al mundo hijos ilegítimos que deberá criar sola no se limita a alimentar y a integrar en la sociedad a esos hijos sino que ella se convierte en un referente para los niños.
El factor decisivo para el rápido desarrollo del mestizaje fue la escasez de mujeres blancas. Esta desproporción explica la predisposición de los españoles a establecer relaciones con las indias, favorecido además por la concepción relativamente laxa que los indios tenían a veces del matrimonio y por su deseo de establecer vínculos familiares con los europeos. De todas maneras el virrey Montesclaros hacía notar en los primeros años del siglo XVII que, al menos en Perú, se seguía dando el fenómeno del mestizaje aunque la población de mujeres blancas fuera ya abundante. La llegada de esposas con hijas o amigas casaderas con su séquito de parientes solteras o viudas, servidoras y posibles candidatas al matrimonio originó una enorme competencia con las mestizas que ya habían asimilado la cultura hispánica. Sólo las bien dotadas, hermosas o con padres influyentes pudieron casarse, mientras que el resto fue desplazado por las peninsulares.
En los primeros años de la conquista uno de los factores que propició el mestizaje fue la actitud de los propios caciques que ofrecían a sus doncellas a los conquistadores como regalo, como prueba de amistad o para consolidar una alianza. Tampoco faltó complacencia o sometimiento dócil por parte de las indias a los requerimientos de los españoles. En esas relaciones, la diferencia de raza no supuso obstáculo. El contacto no fue definido en términos de raza sino de religión, de distinción entre cristianos y paganos. Por eso no había problemas si las indias estaban bautizadas.
Esta actitud impregnó todo el proceso de mestizaje y aunque se dieron los matrimonios mixtos, no fue la tónica general. Las autoridades religiosas procuraron fomentar los matrimonios interraciales para acabar con las situaciones irregulares, pero las autoridades seculares las dificultaron por el miedo al aumento del mestizaje. El resultado fue el concubinato y la barraganía como la forma más común de unión entre indias y españoles. Llegó a consolidarse como una situación cuasimatrimonial. Esta situación no se debía tanto a prejuicios raciales como sociales. De hecho en los primeros años de la época colonial se recomendaba la barraganía a los soldados solteros, mientras estuvieran lejos de Castilla. Los hijos naturales de estas uniones en la primera época fueron aceptados, legalmente podían recibir encomiendas y privilegios y, de esta forma, se incorporaban a la aristocracia novohispana. Unas décadas más tarde era ya muy difícil distinguir quienes eran legítimos o quienes ilegítimos, fueran mestizos o castellanos. A mediados del siglo XVII se dio un mayor rechazo de las relaciones de amancebamiento y aumentó la marginación de los ilegítimos.
Pintura de mestizaje. De Albarazado y Mestiza, Barzino.
En la primera mitad de siglo XVI, los mestizos no formaron un grupo social propio. Podían ser criados por el padre español o por la madre india. En el primer supuesto se integraban plenamente en la sociedad española. A los hijos mestizos y naturales de los conquistadores se les concedía los mismos privilegios y mercedes que a los legítimos. En el segundo caso quedaban incorporados a la sociedad india como un nativo más y en el estrato social de la madre.
Las mujeres mestizas descendientes de los conquistadores que se habían unido a indias de la nobleza, ocuparon un lugar privilegiado en la nueva sociedad indiana. Recibieron el tratamiento de "doñas" y generalmente se casaron con primeros pobladores, aunque tuvieron que contraer matrimonios sucesivos para continuar gozando de las mercedes y privilegios propios de su status. En dos generaciones más, la élite estará tan endogámicamente construida e hispanizada que su inicial componente indígena quedará diluido o blanqueado por las sucesivas uniones con peninsulares.
Un caso conocido es el de Doña Inés de Aguiar en el Perú. Casada con su primo, Diego de Almendras, descendiente de los primeros conquistadores. A la muerte de su marido quedó como titular de la mitad de un repartimiento. Tuvo que casarse tres veces más para continuar siendo acreedora de la merced junto a sus maridos que ejercían por ella la vecindad y la administración de sus considerables bienes. Ella había consentido en el primer matrimonio endogámico con su primo Diego para iniciar la construcción de un linaje y ayudar a concentrar el disperso patrimonio, dejado por su malogrado padre. Los dos españoles con los que casó Doña Inés colocaron a sus hermanos y parientes al frente de sus negocios y los integraron en la familia Almendras, contribuyendo a blanquear y disimular su inicial mestizaje. Estas mestizas se convirtieron en verdaderas mediadoras culturales, aunque sus roles y diferencias señalan las profundas distinciones que existieron entre los mestizos. En cualquier caso, no ignoraban su procedencia india y así constaba en sus testamentos.
En la segunda mitad de siglo, de forma paulatina la situación varía. La igualación en la distribución de sexos entre los españoles que desembarcan, hacen que el matrimonio adquiera en Indias la misma respetabilidad, sentido contractual y significación social y económica que en la península. Esto convulsiona la estimación social del mestizaje que se convierte en concubinato y del hijo mestizo del español que pasa a ser un hijo ilegítimo. La llegada masiva de españolas no erradicó el mestizaje pero sí creó un grave problema. Se produjo así un mayor deterioro social del mestizo, por el aumento de mujeres consideradas socialmente como blancas, es decir, españolas o mestizas, educadas como españolas, lo que determinó la disminución de los ya escasos matrimonios de españoles con indígenas por considerarlo poco honroso. Esto ocasionó un incremento de mestizos de origen extramarital, el desdén hacia éstos y la disminución de padres que reconocen a sus hijos ilegítimos. Los mestizos crecieron al margen de los españoles, fluctuando entre el poblado de la madre y la ciudad donde se asocia con los negros y demás grupos marginales.
Desde épocas tempranas el Estado dispuso la creación de colegios de niñas mestizas, para así convertirlas en jóvenes casaderas. Una vez reconocidos los mestizos como frutos de la unión de dos repúblicas, se asumió que el matrimonio con estas muchachas no impedía ni social, ni jurídicamente la limpieza de sangre, y que algunas resultaban un buen partido, sobre todo si el padre era importante o podían aportar una cuantiosa dote. En niveles inferiores podían aspirar a casarse con algún español al servicio del padre o quizá con alguien proveniente de un rango ligeramente menor. Pero al pasar los años, las mestizas aptas para el matrimonio sobrepasaron ampliamente el número de los españoles dispuestos a desposarlas.
En algunos lugares, como en Guatemala, el alto índice de mestizaje obedeció a la elevada proporción masculina en las remesas de esclavos que se llevaron a esas zonas. En consecuencia, tuvieron que buscar compañera entre las indígenas o las castas. Una vez producido el mestizaje, el desequilibrio entre hombres y mujeres disminuyó. Por ejemplo, en Costa Rica durante el siglo XVII, 40% de los esclavos fueron mujeres, 36% hombres y 24% de género no identificado. Esto se explica porque, en Costa Rica, sólo 11% de los esclavos había nacido en África y el 87,5% eran criollos venidos de otras partes de América.
Muchas afromestizas libres preferían ser empleadas domésticas o podían llegar a ser amas de llaves de hogares ricos. Algunas mulatas libres manejaban oficio o trabajos propios, viviendo en sus propios hogares. Eran parteras, vendedoras de legumbres, vendedoras ocasionales de comida cocinada como los tamales. Este tipo de mujeres, mulatas libres sin ataduras familiares, podían cocinar para algún señor que al mismo tiempo podía ser su empleador, más no su amo, y con quien tenía relaciones de amistad y protección.