Comentario
En este complejo entramado de servicios y reciprocidad aparecen las primeras mujeres con un nombre propio en el tejido social: es el caso de Encarnación Ezcurra, mujer del caudillo argentino Juan Manuel de Rosas, quien no se limitó a sus obligaciones domésticas y sociales, sino que ejerció como Primera Dama apoyando la Revolución de los Restauradores, presidiendo la Sociedad Popular Restauradora y diseñando la presión política que ésta ejerció en beneficio de Rosas. Cuando murió, su hija Manuelita Rosas ocupó su lugar con idéntico activismo; de hecho cuando Juan Manuel de Rosas se exilió, ella lo acompañó a Inglaterra como un gesto político, no sólo familiar. Otras mujeres en situación similar aunque su actividad pública no fue tan notoria, políticamente hablando, fueron Mª Dolores Tosta, segunda mujer del caudillo mexicano Antonio López de Santa Anna, e Ignacia Sáez, mujer del Presidente Gallegos de la República de Centroamérica entre 1833-35. La Independencia fue un proyecto de clase: los criollos burgueses liberales aspiraban y lograron controlar la vida nacional en beneficio propio, dejando al margen a otros grupos sociales. Eso explica que las mujeres, rurales o urbanas, criollas, mestizas, mulatas, negras o indias no hayan dejado un rastro histórico en sus nombres propios, aunque indudablemente la historia la hacemos todos.
Las comunidades agrarias indígenas en México y en la región andina conservaron sus tierras debido, en gran medida, a la ausencia de una demanda que impulsara su incorporación a una economía de mercado. Mientras, en la ciudad iban cambiando las cosas y surgió en los años centrales del siglo la Reforma Liberal. Quizá el proceso más importante fue el mexicano, protagonizado por Benito Juárez; junto a él, la figura inseparable de su mujer Margarita Maza que durante los exilios de su marido sacó adelante a sus hijos, regentó un comercio, mantuvo a su prole, envió recursos a Juárez e incluso financió con su trabajo profesional la política liberal hasta el ascenso definitivo a la presidencia de su marido. También Ángeles Lardizábal, casada con el general Martín Carrera fue una efímera Primera Dama -además de ser prestamista profesional registrada- durante la corta presidencia de su marido en 1855. Otra Primera Dama de aquellos años centrales del XIX fue doña Pacífica Fernández Oreamuno, casada con José Mª Castro Madriz, quien fuera varias veces Presidente de Costa Rica entre 1848 y 1868. Por su parte y en Venezuela la Primera Dama Jacinta Parejo de Crespo -que lo fue entre 1884-86- inició el campo de iniciativas desde su posición opinando, influyendo, asumiendo como trabajo algunos programas nacionales y garantizando los derechos de su marido durante sus ausencias, en un tiempo de inestabilidad política.
Otros contextos facilitaron un espacio propio a las mujeres latinas: la consolidación de las fronteras, los litigios fronterizos entre países vecinos, las luchas por el poder fueron el escenario de la acción de féminas aguerridas como la Mariscala, doña Francisca Zubiaga, que apoyó y empuñó las armas junto a su marido, el Mariscal Agustín Gamarra; fue Primera Dama durante la Presidencia de éste y le acompañó al exilio. Otra mujer que pasó por la misma tesitura pero no combatió con las armas sino que defendió sus ideas y reclamó sus derechos como ciudadana con las letras fue Juana Manuela Gorriti, en los 70. Casada con Isidoro Belzú, que llegó a ser presidente de Bolivia, pero fue derrocado y muerto, vivió entre rivalidades, exilios y guerras. No obstante logró ser una de las grandes impulsoras del espacio literario y público de las mujeres latinoamericanas en el siglo XIX.
Décadas más tarde María Olinda Reyes, conocida como Marta la Cantinera, se unió al ejército de Pierola frente al de Cáceres, en el Perú de 1895. Además de acompañar a su marido -la mujer que sigue al ejército es una figura característica de la historia latinoamericana y en Perú recibe el nombre de "rabona"- por sus acciones de guerra fue ascendida al grado de Capitana. Curiosamente en el otro bando combatía doña Antonia Moreno de Leyva, mujer de Avelino Cáceres, y madre de Zoila Aurora Cáceres. Otro momento en que las mujeres mantuvieron el ideal patriótico y/o combatieron fue la ocupación chilena de parte del Perú (1880-1929), destacando la acción de Olga Grohmann, Lastenia Rejas y Cristina Vildoso. Una figura especialmente destacada, oriunda del Perú, pero que vivió allí poco tiempo -considerada sin embargo como latina por la historiografía- fue la pensadora y feminista francesa Flora Tristán.
Las nuevas perspectivas económicas que se perfilaron desde mediados del siglo XIX no derivaron en forma directa e inmediata en la transformación de los escenarios políticos. La inestabilidad, las luchas entre grupos y la presencia de dictaduras tradicionales continuaron caracterizando la trayectoria de las sociedades iberoamericanas. El liberalismo, que inicialmente avanzó expresando los reclamos de gran parte de los sectores ilustrados y las clases medias urbanas por frenar el autoritarismo de sus gobernantes, se fue conformando como un sistema oligárquico. Sus ideólogos abandonaron su programa renovador y progresista en el plano político para privilegiar el desarrollo económico, crear condiciones propicias para la inversión de capitales extranjeros y promover la formación de la fuerza de trabajo necesaria para la expansión de la producción. Se avanzó en la construcción de las instituciones del Estado mediante la organización de un sistema administrativo más eficiente y especializado. En los años 70 y hasta fin de siglo, siguiendo las ideas positivistas, surgieron los Regímenes de Seguridad y Progreso. Quizá el más emblemático sea el Porfiriato, la dictadura de Porfirio Díaz en México, entre 1876 y 1910. Doña Carmen Romero Rubio, su mujer, además de emprender numerosas iniciativas sociales suavizó, hasta donde pudo, algunas actitudes del dictador.