En general, las tres primeras décadas del siglo (1900-30) se suelen denominar la etapa de los Radicalismos. En el cono sur - Argentina, Chile y Uruguay- los movimientos antioligárquicos triunfaron por vía pacífica. En Argentina a través de la creación de un nuevo partido, la Unión Cívica Radical y porque la oligarquía aceptó la reforma electoral que colocó a Hipólito Yrigoyen en la Presidencia. En Uruguay con la renovación de Partido Colorado dirigido por José Batlle Ordóñez. En Chile mediante la Unión Liberal liderada por Arturo Alessandri. En México se combinaron las reivindicaciones de la clase media en favor de la democratización y el fin de la dictadura de Porfirio Díaz, con la resistencia de las comunidades indígenas a la expropiación de sus tierras, por otra. Llegó la primera -y compleja- Revolución del siglo XX.
Hipólito Irigoyen, presidente de Argentina
En el caso de Perú, a los gobiernos de corte autoritario ejercidos por los civilistas o por los representantes del partido Demócrata les sucedió en 1919 la larga dictadura de Augusto Leguía. En respuesta el líder estudiantil Raúl Haya de la Torre formó la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA). Este nuevo movimiento propuso la renovación del escenario social y político reconociendo un papel destacado a las clases medias pero sobre la base de su alianza con los obreros y campesinos. Luego surgirá la figura de José Carlos Mariátegui, su grupo indigenista y el partido Comunista Peruano. En el Caribe y América Central, Estados Unidos hizo sentir su tutela directa en términos políticos y militares; para empezar, sobre el Canal de Panamá y los capitales invertidos en esta región. En Nicaragua la resistencia de la guerrilla rural frente al vecino del Norte fue dirigida por Augusto César Sandino. Las fuerzas norteamericanas dejaron como legado una Guardia Nacional fuertemente armada que conferiría a su comandante, Anastasio Somoza, un papel dominante en la política nicaragüense y a los Estados Unidos la posibilidad de controlar el país de forma solapada. En Santo Domingo los Estados Unidos impusieron su control sobre las rentas aduaneras y aquí fortalecieron la Guardia Nacional, de la que surgió Rafael Leónidas Trujillo que en 1930 llegó a la Presidencia.
A partir de los años 30 -comienzo de la época del Populismo (1930-50)- es posible reconocer la existencia de sociedades más diversificadas y con mayor movilidad social. Las relaciones familiares pasaron a ser menos autoritarias y jerárquicas que en el pasado. La vida en las fábricas y otros lugares de trabajo mejoró desde el momento en que el movimiento obrero y el sindicalismo iban obteniendo logros. En Argentina, Brasil y Chile se produjeron profundos cambios en la escena política a través de la formación del movimiento peronista, la consolidación del liderazgo de Vargas en el segundo y la constitución del Frente Popular en el caso chileno.
En contraposición con estas experiencias, en Perú y Venezuela se distingue la resistencia ofrecida por los grupos dominantes a la incorporación de los partidos populares con presencia de clases medias y obreras urbanas, el caso de Acción Democrática en Venezuela y el APRA en Perú. Mientras que en Colombia y en Ecuador no se constituyeron nuevos movimientos políticos, destacándose en cambio la fuerte gravitación de determinados jefes políticos como Gustavo Rojas Pinilla y José Velasco Ibarra. México y Uruguay se distinguen por el alto grado de estabilidad institucional y por la continuidad del predominio de las fuerzas políticas que se habían afianzado en el período anterior. En México, el PRI que gozaba de fuerte legitimidad asociada a su papel en la configuración del orden surgido de la revolución, imprimió un nuevo giro a su gestión a través de las medidas impulsadas por Cárdenas.
En la segunda posguerra se mantuvo el predominio electoral de Blancos y Colorados sin que en Uruguay se consolidase una alternativa populista. En su lugar se afianzó la tendencia progresista y redistribucionista del Partido Colorado con Luis Batlle Berres. En Bolivia y Paraguay la Guerra del Chaco produjo cambios destacados en sus sistemas políticos. En el caso de Bolivia, la derrota incidió en la politización de los militares. Se formó el Movimiento Nacionalista Revolucionario que llegó al gobierno con Paz Estenssoro a principios de la década del cincuenta y promovió fuertes cambios sociales a través de un programa que incluyó la expropiación de la mayor parte de los latifundios, de las empresas mineras de estaño y de los yacimientos de petróleo. En Paraguay, al concluir la guerra, los militares dieron un golpe, impugnando al gobierno liberal por la forma en que había conducido la negociación de la paz. Entre los dictadores militares se distingue el largo gobierno de Alfredo Stroessner por su fuerte carácter autoritario. En América Central algunos regímenes autoritarios lograron mantenerse por la fuerza. En Nicaragua y El Salvador la eliminación de las fuerzas opositoras fue seguida de la instauración de regímenes autoritarios de larga duración. En Guatemala los gobiernos de Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz (1944-1951) desembocaron en la acción militar apoyada por los Estados Unidos.
Cartel propagandístico cubano con la imagen de Fidel Castro
Los años 50-80 fueron de revoluciones y dictaduras, de acción y reacción. En este sentido fue relevante la instauración de un régimen socialista en Cuba y la consiguiente intensificación del clima de guerra fría en el ámbito americano. En el caso de las dictaduras militares de los años setenta es posible distinguir diferentes situaciones: Argentina, Chile y Uruguay. En Perú, el gobierno militar encabezado por Juan Velasco Alvarado impulsó muchas de las más radicales propuestas de la Plataforma Aprista e incluso de los partidos de izquierda, como la reforma agraria y la nacionalización de las empresas mineras. En Panamá, el coronel Torrijos llegó al gobierno a través de un golpe de Estado. En Bolivia, un sector de los militares instauró un nuevo gobierno militar autoritario. En cambio en otros países se logró mantener la estabilidad institucional y la continuidad de los regímenes democráticos. En el caso de Colombia se distingue la vigencia de sistema partidario pero con la presencia casi continua de violencia. En Venezuela la consolidación del sistema democrático aparece asociada a la alternancia entre Acción Democrática y COPEI. Los grupos guerrilleros negociaron con el gobierno una amnistía a principios de la década de 1970 y se integraron en la vida política parlamentaria en el Movimiento al Socialismo. En México la persistencia de la estabilidad institucional no impidió el desgaste del PRI. En América Central, especialmente Guatemala y El Salvador, desde los años sesenta y setenta el Estado recurrió a la represión al margen de la ley frente a la intensificación de los conflictos sociales y la expansión de la actividad guerrillera. Por último, en Nicaragua se presenta como la expresión del triunfo de las fuerzas políticas y sociales que enfrentaron la dictadura de la familia Somoza al mismo tiempo que propusieron importantes cambios sociales, económicos y culturales. Los procesos de democratización de la vida política se iniciaron y/o consolidaron en la década de 1980 hasta la actualidad, aún considerando ciertas trayectorias cambiantes e inciertas como las de la Venezuela de Hugo Chávez, la Bolivia de Evo Morales y la sucesión cubana de Fidel en Raúl Castro. La oleada democrática en América Latina es heterogénea. En algunos casos confrontando el modelo neoliberal (Venezuela, Bolivia, eventualmente Ecuador); en otros, con gobiernos más complacientes con él (por ejemplo Chile); algunos con desarrollo más asentado de las reglas de convivencia democrática (como Uruguay), y otros con democracias con menor desarrollo y mayor riesgo de autoritarismo (Venezuela). Hay gobiernos con democracias débiles pero que han implementado cambios significativos, al ser expresión de participación y gestión política de poblaciones quechuas y aymaras, históricamente excluidas del ejercicio de la política y que por lo mismo, con su sola presencia, la democratizan (Bolivia). Obviamente, Cuba es un caso aparte. El 23 de febrero de 2010 murió Orlando Zapata; jornadas después, las Damas Blancas fueron agredidas mientras se manifestaban pacíficamente en pro de los Derechos Humanos.