Época: Eco-Soc XVI
Inicio: Año 1500
Fin: Año 1600

Antecedente:
Sectores urbanos



Comentario

En el comercio medieval estuvo el origen de la burguesía como clase social. La actividad comercial definió los perfiles de un nuevo grupo llamado a ejercer un indiscutible protagonismo en la activación de la economía europea y en su evolución hacia formas capitalistas. Las principales ciudades portuarias y mercantiles del Continente constituyeron el ámbito natural de desarrollo de esta burguesía negociante. Entre ellas cabe contar a Génova, Venecia y Florencia en Italia; Burgos, Medina del Campo y Sevilla en la Corona de Castilla; Barcelona y Valencia en la de Aragón; Nantes, Lyon, París y Rouen en Francia; Amberes, Lieja, Amsterdam y La Haya en los Países Bajos.
En el siglo XVI la comunidad mercantil se hallaba muy internacionalizada. El gran comercio ponía en estrecha relación mercados distantes, lo que originó la constitución de numerosas y activas colonias extranjeras en las principales ciudades mercantiles europeas, fenómeno en el que los italianos fueron pioneros.

La burguesía mercantil formaba un grupo experto en el manejo de las complicadas técnicas comerciales y que controlaba las redes del tráfico internacional de mercancías. Sin embargo, sus inversiones no se limitaron al ámbito comercial. A veces mostró interés por la producción industrial, ideando incluso formas originales y rentables de romper con el rígido monopolio gremial de la manufactura en el ámbito urbano. En este caso, el desarrollo de la industria se hallaba íntimamente unido a las estrategias comerciales. Sin embargo, la inversión industrial burguesa se mantuvo por el momento en límites moderados, no resultando casi nunca suficiente para activar un proceso de industrialización a gran escala.

Un sector menos productivo desde el punto de vista del desarrollo económico general fue el préstamo de dinero a interés, en la doble vertiente de créditos concedidos a particulares y al Estado. Otro, la adquisición de tierras, a menudo considerada como un medio de inmovilizar el capital mercantil y de asegurar el ascenso social imitando a la nobleza terrateniente. Tanto una como otra actividad tendían a convertir a la burguesía mercantil en clase rentista. El atractivo de estas inversiones consistía en proporcionar una buena rentabilidad sin los riesgos que implicaban los negocios mercantiles.

La burguesía urbana adinerada se convirtió en prestamista para el resto de las clases sociales. La alta nobleza no siempre supo conjugar bien los dispendios ocasionados por su elevado tono de vida con una buena administración de su hacienda. Ello la condujo con relativa frecuencia a la necesidad de pedir préstamos a la burguesía. Los campesinos -particularmente los pequeños propietarios- se veían también constreñidos a endeudarse a fin de poder realizar las inversiones necesarias para hacer producir sus tierras. En el caso de que las cosechas fueran buenas podían hacer frente a la exigencia de devolver las cantidades tomadas a préstamo y de pagar sus correspondientes intereses. Pero si tenían la desgracia de que sobrevinieran malos años se veían obligados a deshacerse de sus propiedades, y por tanto de su medio de vida, malvendiéndolas para hacer frente a las deudas o cediéndolas a los prestamistas burgueses si habían sido señaladas como garantía del préstamo. De esta forma los préstamos vinieron a ser, en palabras de Kamen, un instrumento de deterioro y expropiación del campesinado independiente y fomentaron la conquista de la tierra por parte de las clases urbanas.

Los préstamos al Estado (que en España recibían el nombre de juros) representaron otro objetivo inversor de la burguesía. Los monarcas se encontraban a menudo con problemas de liquidez para hacer frente a sus obligaciones, especialmente cuando concurrían circunstancias de guerra. De esta manera se veían también obligados a recurrir a empréstitos, incentivados mediante intereses. Los monarcas españoles del siglo XVI acudieron a este mecanismo de financiación como expediente hacendístico ordinario.

La garantía de amortizar los préstamos la constituían para la hacienda real la recaudación de impuestos y los capitales americanos. En un principio los prestamistas de la Corona eran hombres de negocios de muy diverso grado de fortuna. En las ocasiones en las que el Estado no pudo hacer frente a los intereses de la deuda flotante, por adquirir ésta grandes proporciones, declaró la bancarrota, operación drástica que tenía la consecuencia de abocar a la ruina a los pequeños prestamistas, defraudados en sus expectativas de recuperar las cantidades prestadas y de cobrar los correspondientes intereses.

En cambio, aquellos grandes banqueros cuyo capital les permitía capear el temporal, sacaron grandes beneficios de la situación. Así pues, en condiciones normales la deuda pública constituyó una forma razonablemente rentable de inversión para la burguesía urbana, aunque en casos como el español, en la segunda mitad del siglo XVI, acarreó serios problemas a los prestamistas.

Otra forma rentable de relación con la hacienda real fue para la burguesía la recaudación de impuestos. Los monarcas se sirvieron frecuentemente de elementos burgueses para la ejecución de esta tarea. Una fórmula cómoda de recaudación era el arrendamiento de las rentas reales. Por este procedimiento los administradores de la hacienda concertaban contratos con personas que podían adelantar las cantidades pactadas a cambio de hacerse cargo del cobro de los impuestos, naturalmente con beneficio.