Época: Eco-soc XVII
Inicio: Año 1600
Fin: Año 1660

Antecedente:
El mundo agrario



Comentario

El panorama global de la agricultura europea aparece dominado en la crisis del siglo XVII por las inercias del pasado. Pero, junto a ellas, es necesario también tener en cuenta ciertos progresos. Éstos fueron tan lentos como limitados, pero no por ello menos eficaces. En algunas áreas el sistema de año y vez comenzó a ser sustituido por la rotación trienal, mediante la introducción del cultivo de leguminosas. Se consiguió así mejorar en algo la producción, al obtenerse por cada hoja de cultivo seis cosechas en el plazo de cuatro años, en lugar de las tres habituales en el sistema anterior.
La búsqueda de una mayor productividad se tradujo también en la introducción de nuevos cultivos o en el progreso de otros ya conocidos desde antiguo. En algunas áreas el centeno avanzó sobre el trigo, pero el aumento de productividad que ello conllevó se vio contrarrestado por una disminución de la calidad del producto.

El cultivo del maíz representó un notable avance para aquellas zonas donde su introducción fue factible. Procedente de América, su aclimatación comenzó a realizarse en Andalucía a partir de los años treinta del siglo XVI. Más tarde, su conocimiento fue extendiéndose progresivamente hacia el Norte, imponiéndose de forma definitiva en ciertas regiones donde terminaría por convertirse en un producto clásico.

El maíz mantenía sobre el trigo la ventaja de presentar una "yield ratio" muy superior. Mientras éste producía por término medio de cuatro a cinco veces lo sembrado, la relación de productividad del maíz alcanzaba sin dificultades índices situados entre 1/40 y 1/80. Aunque los resultados de su panificación eran inferiores en calidad a los del trigo candeal y su consumo debía hacerse a menudo en forma de gachas o papillas, el alto valor nutritivo del maíz lo constituía en una buena alternativa alimenticia.

Sin embargo, el maíz presentaba dos problemas. El primero consistía en ser un cultivo muy exigente, que agotaba con rapidez el terreno, lo que constituía un serio obstáculo habida cuenta lo precario de las técnicas de abonado. El segundo problema radicaba en que requería unas particulares condiciones climáticas, por lo que su implantación quedó restringida a ciertas zonas. Estas se localizaron fundamentalmente en la fachada atlántica del Continente: Portugal, Galicia, cornisa cantábrica de la Península Ibérica y occidente de Francia, regiones que reunían las condiciones edafológicas, de temperatura y humedad exigidas por el maíz.

La introducción de este cultivo proporciona una explicación aceptable a la coyuntura expansiva experimentada por la agricultura del litoral noroccidental de España, que contrasta con las circunstancias de crisis que rodearon a la producción agraria en el resto del país. En el área vasca el cultivo del maíz superaba al del trigo a mediados del siglo, lo que representa un índice elocuente de su consolidación y aceptación.

Junto a esta "revolución del maíz" hay que hacer también referencia a los progresos del cultivo del arroz. No obstante, éstos fueron mucho más lentos y en la práctica se limitaron a Italia. Las causas se localizan en las condiciones insalubres que rodeaban a los arrozales, situados en terrenos inundados que constituían auténticos focos palúdicos.

Mucho más importantes fueron los cambios inducidos por las exigencias de los mercados urbanos. El avance de la superficie plantada de viñedos estuvo estrechamente vinculado a la demanda de vino en las ciudades. La arboricultura también avanzó como resultado de la demanda urbana de frutas. La escasa rentabilidad del cultivo de cereales motivó, en aquellas zonas que disponían de suelos adecuados y que no fueron dedicadas a pastizales, un cambio de orientación de la producción, al menos de forma parcial.

El plantío de vides y su conservación exigían muchos cuidados y resultaban costosos. Al tratarse de un cultivo especializado, los salarios de los viticultores eran altos, lo que elevaba los costos. Sin embargo, el vino tenía fácil salida en el mercado y resultaba a la postre un producto rentable. Áreas como la región de Burdeos o la comarca de Jerez incrementaron ahora su dedicación viticultora y se especializaron en la exportación de caldos de calidad. Mientras tanto, se experimentaban con éxito nuevas técnicas de vinificación, como en el caso de los célebres espumosos de Don Pérignon. No se trataba en exclusiva, no obstante, de una industria de calidad. Los vinos inferiores también eran bien vendidos en los mercados locales, destinándose al consumo popular.

En el área mediterránea, y especialmente en el sur de la Península Ibérica, también se dedicó una mayor cantidad de la superficie agraria útil al olivar. En el caso de las fértiles campiñas del valle del Guadalquivir se potenciaba así una antigua tradición reforzada desde comienzos del siglo anterior por la demanda del mercado americano. El cultivo del olivar permitía además una agricultura promiscua, pues era compatible con el de cereales. Promiscuidad de especies y sistemas de policultivo permitieron en ciertas áreas una difícil adaptación a las circunstancias generales de crisis.

Tales logros parciales no deben hacer olvidar las condiciones coyunturales de signo negativo en las que se debatió la producción agraria europea durante el siglo XVII. La recurrencia de los años de malas cosechas derivada de hostiles condiciones climáticas, el desalentador estancamiento técnico, el ínfimo grado de capitalización del campo, la caída de las rentas agrarias y de los precios de mercado de los productos dominan un panorama en gran medida adverso. Sólo algunos países escaparon al marasmo generalizado v desarrollaron modelos progresivos de agricultura. Tales países no hicieron sino desarrollar sistemas cuyo diseño básico estaba ya a punto en el siglo anterior, el expansivo XVI.