Comentario
Si se da por sentado que la sociedad tardo-carolingia hasta el año 1000 fue todavía de corte esclavista y que la Europa de los carolingios y luego de los otónidas mantuvo cierta unidad a pesar de la menor dimensión del segundo Imperio, ¿se acepta decididamente la llamada por G. Bois "revolución del año mil"? Y si se acepta, ¿se admite, asimismo, la diferente datación en torno a dicha fecha -descargada y desactivada de cualquier simbolismo apocalíptico- del inicio de los cambios que Raúl Gláber certifica para comienzos del siglo XI?
Parece claro que el crecimiento agrícola se había iniciado antes (si hacemos caso del "coloquio de Flaran 10"), y que una primera fase, aún en la alta Edad Media, había conducido a un crecimiento demográfico puramente interno con la densificación de antiguos núcleos de población, para, en una segunda fase, entre los siglos Xl al XIII, constatarse la exteriorización del crecimiento y la generalización del progreso técnico junto a la extensión espacial del horizonte agrario, a tenor de las nuevas condiciones políticas y sociales.
Dichos cambios se sucedieron poco antes y después del fin del primer milenio: la fundación de Cluny en el 910 y lo que representa en lo religioso cultural; el agotamiento de las familias carolingias desde mediados del siglo X y el acceso al poder de la familia otónida procedente de Sajonia, con la instauración o restauración del nuevo Imperio después del 962, en lo político; la puesta en cultivo de nuevas tierras a partir de los años 1010 y la aparición de los primeros contratos de asociación en torno al año mil, en lo económico y comercial -como expresa R. Fossier-; o la llamada de atención del obispo Adalberón de Laón sobre la amenaza de ruptura del esquema estamental de la sociedad en lo ideológico-funcional. Cambios que justifican la visión optimista de R. Glaber sobre el "umbral del año mil".
Las iglesias reparadas, revestidas o edificadas de nuevo, a las que se refiere el cronista milenario, no se hicieron con la fe, sino con el resurgimiento económico y la dedicación de recursos excedentarios. Sin embargo, se puede seguir discutiendo sobre cuál o cuáles fueron, y en que medida actuaron, los motores principales del cambio: "la variación del clima, la inflexión demográfica, la reestructuración familiar, la nueva articulación del espacio (y la jerarquización social), los tímidos avances tecnológicos o las roturaciones y colonizaciones agrarias", entre otros; interesando, especialmente, los resultados más que los factores, al convertirse a su vez en causas y efectos de las transformaciones progresivas.
No obstante, entre los factores más condicionantes cabe situar la generalización del "señorío banal" o jurisdiccional, que vino a sustituir al viejo sistema de las estructuras dominicales aún vigentes: como el régimen señorial clásico del norte del Loira que dividía el espacio entre la reserva y los mansos, con las consabidas prestaciones de trabajo; y el implantado en las regiones del sur, donde la mayor romanización había perpetuado la explotación directa con cesión de tierras a cambio de rentas en especie. Todo ello generando un nuevo marco en las relaciones de poder sobre la base del tránsito de una agricultura itinerante a otra sedentaria, organizada y acaparada en las manos de la aristocracia militar y de la Iglesia, dentro de unos esquemas jerarquizados que someterán al campesinado indefenso y desunido ante la agresión feudal. Porque la posesión sobre los hombres irá completando la posesión sobre la tierra.
Todo esto hubiese sido imposible, pese a todo, sin la ampliación del horizonte agrícola, el aumento extensivo e intensivo de los cultivos, la recuperación de los bosques, los pantanos y aun el mar para la producción agraria, que duplicó y triplicó los rendimientos de las cosechas y generó excedentes que motivaron el comercio y alimentaron a los incipientes núcleos urbanos; núcleos urbanos que, a su vez, abrieron aparentes marcos de libertad dentro del primer ensayo feudal, y excedentes que despertaron la codicia de los poderosos, los cuales hicieron por sustraer de los campesinos buena parte de sus rentas y prestaciones personales bajo la amenaza, la coerción, el miedo y la indefensión.
Por eso, a la hora de situarse en el origen de un mundo en transformación, es el ámbito rural el punto de arranque que en su evolución hacia nuevas fórmulas y formas de explotación de los recursos naturales, arrastró diversas mutaciones y cambios en el ámbito doméstico y familiar, en la fecundidad demográfica y en la acotación y secuestro de las últimas libertades civiles heredadas del viejo Imperio romano.
En definitiva, y como escribe C. M. Cipolla al hacer un diagnostico pesimista sobre la producción en la Alta Edad Media, "a partir del año mil se empezó a superar el despilfarro del esfuerzo humano, la falta de división y especialización del trabajo, la autosubsistencia sin inversión ni beneficios y el mínimo consumo". Aunque beneficios, consumo, lujo e influencia sobre el medio se dirigieran entonces hacia las manos de los poderosos, con el consentimiento de la autoridad superior (imperial, real o condal) y la protección de las leyes feudales.