Época: Siglo XVII: grandes
Inicio: Año 1600
Fin: Año 1660

Antecedente:
Siglo XVII: grandes transformaciones
Siguientes:
Suecia
Dinamarca
Polonia
Rusia



Comentario

Si se intenta hacer un breve esquema de la situación de los países nórdicos y orientales europeos en el siglo XVII, observamos que se dan una serie de notas comunes a la mayoría de ellos que permiten agruparlos en un mismo bloque, aunque sus diferencias también resulten apreciables, así como su evolución y sus logros o fracasos en el transcurso de la centuria. Eran Estados que se extendían por territorios amplísimos, con densidades bajas de población y con fronteras poco definidas, continuamente amenazadas por la tendencia a la expansión de los otros gobiernos de la zona, lo que generaba de continuo conflictos y tensiones bélicas que se veían incentivados, por otra parte, por los problemas internos de cada uno de ellos, que provocaban, al amparo de la debilidad que esto suponía, el intervencionismo de los restantes.
A pesar de los vaivenes que se dieron, algunas referencias más o menos generales pueden establecerse para explicar mejor aquel panorama político. El dominio del Báltico por parte de Suecia fue en incremento, hasta convertirse en la gran potencia de la zona; por contra, los fracasos de Dinamarca fueron evidentes, experimentando un cierto retroceso respecto a su destacado papel en la centuria anterior; Rusia empezó a dejar atrás el período de los disturbios que la habían relegado a una posición bastante secundaria en el conjunto internacional, reiniciando una etapa de consolidación y robustecimiento de su aparato estatal; Polonia mantendría, desgraciadamente para ella, su debilidad interna, lo que no haría más que acentuar su papel de víctima propicia ante los avances de los países vecinos.

Los logros del absolutismo monárquico en buena parte de aquel ámbito tuvieron que ver mucho en la configuración de estas relaciones tan desfavorables para Polonia, que se mostró incapaz de articular un poder central fuerte y autoritario frente al que se estaba levantando en cada una de las demás entidades nacionales. Pero la marcha de las Monarquías hacia el poder absoluto en sus respectivos territorios no fue ni mucho menos un camino fácil y continuado, sino que estuvo plagado de dificultades y de retrocesos, especialmente ocasionados por el proceso paralelo de engrandecimiento nobiliario, puesto de manifiesto en el incremento del poder de la aristocracia tanto en el terreno político, como en el económico y en el social, hasta el punto de que se operó por todos lados una profunda refeudalización o, si se prefiere, una rotunda reseñorialización, que vino acompañada por un aumento de la presión sobre el campesinado que reafirmó el tránsito hacia la servidumbre. Mucho mejor, quizá, que en otras partes de Europa, por estas tierras se produjo la formación de ese complejo monárquico-señorial, sustentado en los intereses mutuos de la realeza y de la nobleza, al que se suele llamar absolutismo.