Época: Tercer Milenio
Inicio: Año 2425 A. C.
Fin: Año 2003 D.C.

Antecedente:
Tercer Milenio



Comentario

Los historiadores modernos han tomado el término Elam del libro del Génesis, donde se menciona bajo una forma derivada del babilonio "Elamtu". Ese territorio, que es una prolongación natural de la Baja Mesopotamia en dirección sureste, recibe el nombre de Haltamti en los textos elamitas. Allí se produce un lento proceso de estatalización que comienza en el VII Milenio, con la aparición de una civilización agrícola basada en la irrigación fluvial. A partir del VI Milenio se desarrollan mecanismos de riego artificial, análogo al que conocemos en Mesopotamia y posiblemente derivado de él. Ya en el IV Milenio se observa la presencia de comunidades calcolíticas fuertemente implantadas, que mantienen frecuentes contactos con la Baja Mesopotamia. Estas poblaciones poseen una técnica avanzada para la explotación del cobre nativo, que han ido depurando lentamente y que les ha permitido abrir las puertas de un amplio mercado exterior por todas las regiones circundantes que carecen del preciado metal. Es en esas condiciones en las que se va a producir un cambio radical en la forma de ocupación del territorio, pues la experiencia local del hábitat en aldeas se va a ver enriquecida, gracias a los contactos comerciales con los estados mesopotámicos, hasta el punto de que se imponga el modelo de la ciudad-estado, con la fundación de Susa, la primera ciudad propiamente dicha en territorio elamita.
Susa se convierte en el centro nuclear de un amplio espacio geográfico que abarca las regiones de Sherikhu, a lo largo del Golfo Pérsico; Anshan, futura Persia y actual Fars; Elam, con las bajas tierras de Susiana y la montañosa zona del Khuzistán y parte de Luristán, además de la región temporalmente independiente de Marakhashi, que aparece mencionada como Barakhshe o Warakhshe en los textos más antiguos. El surgimiento de la vida urbana en esta zona va acompañada de una modificación en las relaciones sociales, que se van haciendo más complejas tanto desde el punto de vista económico como político. Podemos afirmar que a partir de 3700, o algo más recientemente, la organización estatal ha hecho su aparición en Susa. Desconocemos los mecanismos concretos del proceso, pero todo parece indicar que las tensiones surgidas como consecuencia del nuevo orden socioeconómico provocan un período de declive, que coincide con una aceleración del proceso cultural en Súmer, donde la implantación de la vida urbana cristaliza definitivamente y se convierte en la zona de mayor dinamismo desde el punto de vista cultural.

Este fogoso despertar sumerio favorece indirectamente la consolidación de la cultura elamita, ya que los grupos dominantes de las ciudades de la Baja Mesopotamia se convierten en consumidores de bienes de prestigio en cuya fabricación se emplean, entre otras materias primas, algunas procedentes de Elam. De este modo, Susa se convierte en un centro comercial de primera magnitud, lo que provoca el resurgimiento cultural elamita, que se había visto ensombrecido por la actividad desplegada en el sur mesopotámico.

Este renacer es altamente deudor de la cultura sumeria, especialmente de Uruk, de donde toma la escritura. En torno al 3300, aparecen pictogramas, es decir, signos figurados, en las tablillas procedentes de Susa, que sirven para la contabilidad del ganado. Poco tiempo después este sistema de escritura se perfecciona con signos esquemáticos, que configuran la denominada escritura protoelámica que aún no ha sido descifrada. En ese mismo período, la cultura elamita desarrolla una glíptica propia, adoptada de la sumeria e inspirada en escenas de la vida diaria o en la figuración de animales fantásticos. Esta glíptica ha servido de guía para delimitar el espacio cultural elamita, en el que se integra una región que paulatinamente adquiere personalidad propia: el Irán, cuya idiosincrasia se mantendrá hasta la llegada de los indoiranios. Allí se han detectado ya más de treinta ciudades del III Milenio, vinculadas probablemente a la explotación de los recursos mineros del altiplano iranio, solicitados por Susa y otras ciudades-estado avanzadas, que se convierten en su modelo de organización sociopolítica. Cada ciudad tiene un edificio de tipo palacial y sus necrópolis testifican las desigualdades entre los miembros de cada comunidad. Todo parece indicar que la comercialización de la riqueza minera es el fundamento de la existencia de clases sociales.

El intento de establecer una secuencia de acontecimientos políticos en la historia elamita del III Milenio resulta una aventura casi sin futuro. Nuestra información es casi en su totalidad de origen sumerio, por lo que con dificultad sólo alcanzamos a reconstruir las relaciones entre los estados mesopotámicos y Elam desde una perspectiva esencialmente militar. Son fuentes, por tanto, que destacan los antagonismos generados por la necesidad de las riquezas naturales de Elam que Mesopotamia no siempre podía obtener a través del comercio y por el peligro recíproco que suponía la existencia de estados vecinos potentes, fenómeno que se enmarca en la conducta general de la lucha por la hegemonía, una especie de válvula de escape en la que la expansión servía para consolidar las estructuras internas de cada Estado, al tiempo que pretendía mitigar les efectos de las tensiones internas.

En una época tan remota como la I dinastía de Kish, la lista real sumeria transmite la noticia, real o legendaria, de que Elam ha caído en manos del rey Mebaragesi. El influjo cultural es arqueológicamente perceptible, pero el control político de un territorio tan alejado era virtualmente imposible. De hecho, entre 2425 y 2150 conocemos la existencia de una dinastía independiente asentada en la ciudad de Awan, que controlaba no sólo su región homónima, sino también Susiana, más expuesta a los ataques sumerios. Su fundador fue un tal Peli, al que sucedieron otros once reyes, prácticamente desconocidos; sin embargo, el octavo rey, Lukhkhishshan, fue derrotado por Sargón de Acad hacia 2300, lo que le permitió el empleo de la nomenclatura oficial de rey de Elam. La rivalidad entre Awan y Agadé es una constante en la historia del imperio acadio, pero sólo Susiana será controlada con cierta efectividad por los sucesores de Sargón. Ya durante el reinado de Naram-Sin, el gobernador elamita Kutik-In-Shushinak es casi independiente y logra recuperar Susa, donde desarrolla una intensa actividad constructora. A la muerte del rey acadio, el elamita lanza una ofensiva contra el heredero Sharkalisharri, que le otorga la independencia definitiva y le permite adoptar el título de Rey de Awan. Esta situación no será duradera, pues aún bajo el reinado de Kutik-In-Shushinak desaparece la dinastía de Awan. La coincidencia con la desaparición de la dinastía de Acad ha hecho pensar a algunos investigadores que ambas pudieron haber sido víctimas de los guteos. Sin embargo, una inscripción de Gudea de Lagash nos hace saber que este monarca tomó la ciudad de Anshan hacia 2150; cabría la posibilidad de que el final de la dinastía de Awan esté relacionado con la campaña de Gudea.

Desde un punto de vista cultural es innegable la dependencia elamita con respecto a la Baja Mesopotamia; sin embargo, la estructura del estado elamita es sumamente original en varios aspectos. En primer término destaca el carácter federal del Estado, en el que un jefe supremo (sukkal-mah) gobierna sobre un grupo de jefes vasallos. No menos sorprendente es el sistema sucesorio. Junto a este jefe, y como futuro heredero, se encontraba un hermano menor (sukkal de Elam y Shimashki), cuyo derecho al trono se transmitía por vía materna, lo cual no es -por otra parte- relevante para el estudio del papel de la mujer en la sociedad elamita. Un tercer personaje en la jerarquía del Estado era el regente (sukkal) de Susiana, hijo mayor del "sukkal-mah", que aparece como segundo sucesor, pero que no podía anteponerse a cualquier hermano de su padre, lo que podría estar relacionado -como ha sugerido algún autor- con la práctica del levirato, por la que el heredero había de desposar a la viuda del monarca anterior.

Menos abundante es nuestra información sobre otros aspectos sustanciales para la comprensión del período. Por lo que respecta a la estructura económica, parece que la propiedad privada de la tierra estaba tan extendida como en el imperio acadio, con lo que ello representa en el ordenamiento social; sin embargo, es difícil saber en qué medida pudo haber existido un campesinado libre y propietario de las tierras donde trabajaba. Por otra parte, la dicotomía entre campo y ciudad es perceptible a través de la información religiosa. El panteón urbano, venerado en recintos erigidos sobre terrazas, análogos a los templos mesopotámicos, se opone a la religiosidad popular, vinculada a los cultos ctónicos y a los santuarios situados en lugares altos, apropiados para los cultos agrarios.

Los textos elamitas nos hacen saber que tras la dinastía de Awan se estableció otra en un lugar desconocido llamado Shimashki. Este nuevo reino parece ser una confederación de un puñado de principados, cuyo centro se localizaría aun más alejado de Mesopotamia, hacia el interior del altiplano iranio, en la región de Isfahan. Es probable que el progresivo distanciamiento de Susiana y del Tigris dificultara la creación de un estado tan potente como habían sido sus predecesores de Awan y Susa. Esta dinastía es contemporánea a la de Ur III, con la que mantiene una relación de hostilidad permanente, como consecuencia del interés del estado mesopotámico por mantener bajo control a las poblaciones colindantes, para impedir una invasión similar a la que había causado el fin del imperio acadio. Al mismo tiempo, las campañas militares proporcionaban mano de obra esclava y abundante materia prima imprescindible para el normal desarrollo de las actividades artesanales de las ciudades mesopotámicas. Sin embargo, en torno a 2025, la dinastía de Shimashki arrebata Susa al último rey de Ur, Ibbisin, que se veía presionado en su frontera oeste por los nómadas amoritas, que habrían de asentarse en Mesopotamia para dar lugar a la dinastía paleobabilónica. Al mismo tiempo se había producido la sublevación de Ishbi-Erra, uno de los generales más importantes del reino de Ur, por lo que Ibbisin decide en una especie de huida hacia adelante atacar Elam, pero es vencido por una coalición de pueblos del Zagros y el rey de Shimashki, Khutran-Temti, en el año 2003. El último monarca de Ur III es conducido prisionero a Elam, mientras su ciudad cae en manos de Khutran-Temti, que instala allí una guarnición, desalojada algunos años después por el sublevado Ishbi-Erra.

Pasado algún tiempo, un príncipe elamita, Indattu-In-Shushinak I, consiguió imponerse en todo el territorio de Elam, tras haber realizado una carrera administrativa que se puede rastrear por sus epígrafes. En ellos y en los que informan del reinado de su hijo, Tan-Ruhuratir, se pone de manifiesto la buena coyuntura económica del reino y las relaciones diplomáticas que mantuvieron con las ciudades mesopotámicas. Pero a partir de su segundo sucesor, Indattu II, la información se reduce drásticamente. En torno a 1925 el rey de Larsa, Gungunum, toma Susa y ya a finales del siglo XIX un personaje llamado Eparti acaba definitivamente con la dinastía de Shimashki.