Comentario
El territorio que los faraones del Reino Medio habían gobernado estaba dividido durante el Segundo Periodo Intermedio en tres unidades políticas diferentes, de las que eran conscientes los propios egipcios, según se desprende la Tablilla Carnarvon I. El norte se encontraba bajo control de los hicsos, con capital en Avaris; el Egipto Medio estaba administrado desde Tebas por los faraones de la XVII dinastía, tributarios de los hicsos y, por último, el sur se hallaba aglutinado en el reino independiente de Kush. En estas condiciones era prácticamente imposible el acceso directo al oro nubio y tal vez por ello renunciaron los faraones a un dominio real sobre el Egipto central y meridional, conformándose con la recaudación de tributos anuales. Tal situación permitió a los faraones de la XVII dinastía mantener una total autonomía, como se desprende de su actividad constructiva, magníficamente expresada en el templo del dios fecundador Min, el toro que cubre a las hembras, situado en Coptos, o en el santuario de Osiris en Abidos. El Papiro de Turín señala quince faraones tebanos; sin embargo, la arqueología sólo ha corroborado la existencia de diez, varios de los cuales llevan el nombre de Antef. No obstante, durante el reinado de Sekenenré, contemporáneo del hicso Apofis, parece que se inician las hostilidades, según recuerda un texto tardío, aparentemente corroborado por las huellas de violencia que presenta la momia del faraón hallada en la necrópolis real de Dar Abu el-Naga. No son pruebas determinantes, es cierto, y por ello los estudiosos prefieren atribuir el inicio de la reunificación a su hijo Kamose, del que se conserva información más precisa, gracias a la Tablilla de Carnarvon y a dos estelas reales.
Transmiten estos textos un relato más o menos coherente de los acontecimientos que justifican la conducta del faraón. Este se lamenta de compartir el poder con los soberanos extranjeros: "A qué se reduce mi poder, si un jefe está en Avaris y otro en Kush y yo permanezco sentado entre un asiático y un nubio...". Y en virtud de tal queja propone a sus reticentes consejeros emprender una guerra de unificación, cuyos avatares nos son desconocidos por el estado fragmentario del texto. En la otra estela encontramos a Kamose profiriendo amenazas contra la población de Avaris, que ha resistido a su incursión, aunque el faraón tebano obtiene un considerable botín como consecuencia de su campaña, que no ha servido para aglutinar a los egipcios contra los hicsos, ya que muchas poblaciones del Delta y del Valle Medio se mantienen fieles al rey de Avaris. Esa misma inscripción nos permite deducir que Kamose había atacado -extremo confirmado epigráficamente- también al rey de Kush, a pesar de los peligros que suponía la apertura de dos frentes con posibilidades reales de actuar combinadamente contra él, según se desprende del intento en tal sentido de Apofis que envía un mensajero, interceptado por Kamose, al rey de Kush para entablar una acción combinada contra Tebas. El relato del faraón tebano no presume victoria alguna; ignoramos, por tanto, qué ocurrió en los años finales de Kamose, con el que se extingue la dinastía XVII.
Hacia 1570 sube al trono tebano el príncipe Ahmosis, con el que se inaugura la dinastía XVIII y con ella el Imperio Nuevo. Será precisamente Ahmosis quien expulse definitivamente a los hicsos. Desgraciadamente no se conserva ningún relato oficial sobre el desarrollo de las operaciones, pero narraciones autobiográficas, como la del oficial homónimo Ahmosis, permiten saber que hubo varias campañas contra Avaris antes de que cayera en manos de la dinastía tebana. Después los asiáticos fueron perseguidos hasta territorio de Canaán, pues en Palestina se encontraban los enclaves de la retaguardia hicsa, que sucumbieron asimismo ante el ataque de Ahmosis. En efecto, parece que había cierta continuidad territorial entre las ciudades amuralladas de Palestina y Avaris, de manera que la presencia hicsa en Egipto no es más que una proyección en el Delta de la cultura del Bronce Medio palestino. Los hicsos fueron, pues, reabsorbidos en sus territorios de origen y no pueden ser rastreados arqueológicamente con posterioridad.
La unidad de la zona septentrional y la seguridad en la frontera asiática permitieron al faraón dedicar su atención a los asuntos nubios. Las tres campañas contra Kush no bastan para ejercer un control real sobre el territorio nubio y sus herederos habrán de mantener abierto el frente meridional que garantizaba la afluencia de materias primas inexistentes en Egipto.
La unificación de Egipto facilita la elaboración de un sistema imaginario que se prolonga a lo largo del tiempo, según el cual los hicsos -caracterizados por todas las connotaciones culturales negativas- se opondrían como bloque unitario y antagónico a los egipcios, lógicamente depositarios de los valores positivos. Esta manipulación de la realidad histórica tenía como objetivo someter la lógica de los acontecimientos a un discurso ético destinado a justificar el nuevo orden establecido. Ya se ha señalado cómo la penetración de los invasores asiáticos no estuvo acompañada por una actividad de destrucción sistemática. La propia obra edilicia de los hicsos pone de manifiesto cómo en realidad lo único que se aprecia es un cambio en el grupo dominante, pero no en las relaciones sociales ni en los procedimientos culturales. Es más, las referencias relativamente inconexas de la expulsión ponen de manifiesto el arbitrio del conflicto interétnico que pretende la propaganda faraónica. En realidad, la pretensión nacionalista del grupo dominante es un instrumento para justificar la posición de quienes acaudillaron el movimiento supuestamente liberador que no hace más que perpetuar las condiciones reales de existencia de cada grupo social. Cuando la creación histórica simpatiza con una determinada acción política puede tergiversar el complejo entramado que caracteriza a la realidad simplificándola injustificadamente en exceso. Así pues, la expulsión de los hicsos restauraba la lógica de la dominación egipcia, no la eliminaba. El Imperio Nuevo se muestra contundente como expresión del alcance de la liberación, efectiva sólo para aquellos que se benefician del nuevo orden establecido.