Comentario
Nápoles, situado en el sur de la península, era el mayor de los Estados italianos a comienzos del siglo XVIII, habitado por unos 6 millones de habitantes. Mediante la Paz de Rastatt fue cedido a Austria y en 1720, tras la crisis provocada por España, fue ratificada tal cesión pero, tras la Guerra de Sucesión polaca, la Paz de Viena (1738) puso este territorio en manos de don Carlos de Borbón, primogénito de Isabel de Farnesio.
La llegada de los Habsburgo a Nápoles, junto a los deseos de Carlos VI de implantarse sólidamente en el reino, provocó un profundo cambio en la sociedad napolitana: la nobleza, aliada tradicional de la Corona española, es desplazada del poder, y la clase media, hasta ahora marginada de la política, es colocada al servicio del Estado en la Justicia y en la Administración.
Así se gestaría una estrecha alianza entre ese ascendente grupo social y Viena que posibilita una reforma y un respaldo absoluto a los dictados de Austria. Como Milán, también Nápoles es gobernada por un delegado plenipotenciario, un virrey. En 1713 es nombrado para el cargo D´Althann, que permaneció en el cargo mucho tiempo, hasta 1727, y que pronto se rodearía de un grupo de políticos e intelectuales (Giannone, Riccardi, Contegna) que animarían al rey a realizar cambios; así se comenzó la reforma de la hacienda en la que se forzó a la Iglesia a donar parte de sus tierras y éstas fueron puestas a la venta por el Estado; con lo obtenido, la Corona pudo recuperar buena parte del patrimonio público enajenado en época anterior.
En Sicilia la dominación austriaca comenzó en mayo de 1720, tras su permuta por Cerdeña al Piamonte. En la isla se intentó hacer lo que con tan buenos resultados se había obtenido en Nápoles: crear una nueva clase dirigente formada por burócratas, comerciantes y productores que respaldaran la política del Estado, tendente al intervencionismo económico y a la eficacia administrativa, lejos de los intereses tradicionales que suponían el baronado y la Iglesia.