Comentario
La configuración de los Estados patrimoniales de los Habsburgo como una monarquía multinacional, multiconfesional y confederal era una realidad en el siglo XVIII. En ella coexistían varias nacionalidades formando, en la práctica, tres grandes unidades: los países austriacos, habitados por casi 2 millones de habitantes y que constituían el corazón del reino, con una nobleza numerosa, adicta a la familia real, donde se reclutaban los principales cuadros del Estado; allí se encontraba la capital, Viena, y sólo en la parte meridional se detectaba una fuerte presencia latina o eslava que convivía con la mayoría germana. La Corona de Bohemia comprendía Moravia, con una población mayoritariamente checa y una minoría alemana, y Silesia, que todavía conservaba su impronta eslava; por último, el reino de Hungría, con Transilvania, habitado por húngaros, de procedencia eslava, y cuya sociedad impregnada de un fuerte nacionalismo era recelosa de los austriacos tanto como de los turcos. Cada grupo poseía su propia lengua, su cultura y también instituciones locales, así como representantes en los órganos de la Administración central.
La implantación de los Habsburgo en Bohemia supuso la desaparición de la unidad nacional ya que tras el levantamiento de Praga y la derrota de la Montaña Blanca (1620) consolidaron su dominio, primero imponiendo su heredabilidad a la Corona (1627) y más tarde incorporándola plenamente. Comenzó así lo que la historiografía nacionalista checa denomina la edad de las tinieblas, para hacer referencia a esa pérdida de identidad nacional, que incluso iría acompañada de amputaciones territoriales. En Hungría, por el contrario, no hubo una política de unificación cultural ni institucional aunque se advierte una paulatina germanización de las sociedades no alemanas, propiciada en gran parte por las empresas repobladoras y colonizadoras. No se practicó esa política de asimilación por la posible resistencia que hubiese provocado entre las aristocracias locales, pero se minaron las bases de su dominación al introducirse elementos extranjeros que provocarían el mismo efecto. En las últimas décadas fue José II quien actuaría con mayor energía en este terreno y hacia 1784 separó a la nobleza de los altos órganos de la Administración estableciendo una división territorial del país en distritos, controlados por agentes reales.
El breve reinado de José I (1705-1711) está marcado por el estallido de la Guerra de Sucesión española en la que rápidamente se vio involucrada Austria al defender la candidatura del archiduque Carlos al trono con la incorporación a la Gran Alianza de La Haya. El desarrollo del conflicto trajo consigo otros problemas como la ruptura con el Papado y la insubordinación de los electores de Baviera y Colonia, alineados con Francia; incluso estalló en Hungría una revuelta campesina, que pretendía alcanzar la independencia y liberarse de la sumisión a los Habsburgo. El canciller Wratislaw recibió el encargo de pacificar esta zona, donde las circunstancias favorecieron un movimiento que se fue radicalizando hasta adoptar un cariz antiseñorial que hizo temer a la aristocracia y nobleza por sus privilegios. G. Starhemberg, el artífice de la reforma financiera, reorganizó el crédito público y saneó la hacienda creando el Banco de Viena en 1706, que recibía como partidas propias el producto de las aduanas y territorios de la Baja Austria; asimismo, el banco también actuaba no sólo financiando al Estado, sino aceptando capitales privados a cambio de intereses anuales. Paralelamente a esta reforma, hacia 1710 pretendió impulsar también la banca municipal para lograr el desarrollo de los Estados, pero no fue más que un proyecto, abandonado poco después por Carlos VI.
La muerte del rey sin descendencia dio un giro total a la situación internacional toda vez que el archiduque podría reunir en sus manos la Corona española y la alemana. Los Preliminares de Londres (1711) y los Tratados de Utrecht (1713) entierran definitivamente la posibilidad de una Europa austriaca pero las compensaciones que recibiría Carlos por renunciar a ello son satisfactorias: el ducado de Milán, Nápoles, Cerdeña y los Países Bajos del sur.