Época: Segunda Mitad II Mil
Inicio: Año 1400 A. C.
Fin: Año 1000 D.C.

Antecedente:
Segunda Mitad II Milenio



Comentario

Los territorios comprendidos entre Mesopotamia y el Mediterráneo se vieron profundamente afectados por las transformaciones étnicas, políticas y culturales que tuvieron lugar en el Próximo Oriente hacia mediados del II Milenio. Como efecto del movimiento de pueblos se produce un reajuste en las formaciones estatales, de manera que los pequeños reinos de Siria y Palestina cambian sus dinastas semitas, en gran medida amorreos, por hurritas o indoeuropeos, pero al mismo tiempo los grandes estados de la época orientan sus intereses económicos hacia esta zona de intenso tráfico comercial. Las interminables disputas entre ellos y con los príncipes locales se dirimen con el empleo de la fuerza militar, de modo que la intensidad de las operaciones bélicas parece desviar el objetivo real, que no es precisamente el de la conquista por prurito.
Desde épocas anteriores las grandes potencias se han disputado este espacio económico. Egipto, desde la época de Tutmosis III adquiere la hegemonía sobre Siria y Palestina, posición que mantendrá con altibajos hasta el siglo XII. Mitanni logra controlar Siria septentrional desde mediados del siglo XVI hasta que, a mediados del XIV, le es arrebatada por Hatti. Los hititas heredan la confrontación con Egipto, pero pronto alcanzan una paz que persiste hasta la destrucción del Imperio Hitita hacia 1200. Las rivalidades imperialistas no son más que una parte de las tensiones, pues junto a ellas hay otras generadas por la política que desde el interior realizan los grupos locales dominantes para alcanzar cotas de autogobierno. El enfrentamiento de los estados entre sí y de los príncipes locales contra los estados no hace sino redundar en perjuicio de los productores que ven cómo paulatinamente se intensifica su explotación y se deterioran sus precarias condiciones de existencia. En gran medida son ellos los que componen los ejércitos capitaneados por maryanni y su presencia casi permanente en la milicia hace imposible el cultivo de los campos. Grandes extensiones antes trabajadas con agricultura de secano se convierten ahora en pastizales.

Por otra parte, seguramente el aumento de las imposiciones tributarias obligó a muchos habitantes de ciudades a buscar una nueva forma de vida como seminómadas, al tiempo que numerosos prisioneros de guerra dejaban de ser elementos productivos en sus lugares de origen. Este decrecimiento demográfico no fue soportado por algunos centros urbanos que dejaron de existir, como Qatna o Ebla. Pero, en contrapartida, las grandes potencias estaban interesadas en mantener las estructuras productivas de los territorios que conquistaban, para garantizar el éxito económico de sus costosas campañas. A ello responde el afán de Tutmosis III por proteger las ciudades cananeas de la costa de Siria, verdaderas bases logísticas de sus operaciones militares, y por organizar un sólido aparato administrativo entretejido en las propias comunidades asiáticas, que conservaban sus dinastías locales si habían tenido la habilidad de someterse a tiempo, según se desprende de la documentación proporcionada por los palacios locales, como el de Ugarit, que es de formidable riqueza informativa. De este modo, por la vía de la persuasión o de la fuerza, Egipto ejerce una influencia decisiva en la historia de este período. Y gracias a su potencia militar puede recaudar los tributos anuales, fundamentalmente ganado, aunque una carta de Ugarit recientemente publicada señala la exportación de trigo a Egipto.

No obstante, la productividad de los campos no era demasiado elevada, por lo que sabemos de los archivos de Emar, de Alalakh o de Ugarit. El suelo cultivable se dividía entre propiedades reales, que rentan al palacio un cincuenta por ciento de la producción, y las tierras de las comunidades aldeanas, que entregan un diezmo como tributo al monarca. Y puesto que la economía agropecuaria de la región no es demasiado rica, la actividad artesanal participa de forma activa en la renta, de hecho entre los tributos entregados por los estados sirio-palestinos a las grandes potencias frecuentemente encontramos tejidos y armas de bronce. Pero no se trata más que de unos ejemplos de la diversificada artesanía de la región que requiere, para su producción, importar materias primas, lo cual contribuye, a su vez, al desarrollo de la actividad comercial, por vía terrestre -de ahí la importancia del control de ciudades como Karkemish, Alalakh, Alepo, Qadesh, etc. estratégicas para los estados imperialistas-, como por vía marítima, lo que justifica el desarrollo de las ciudades costeras como Ugarit, Biblos, Tiro, etc. Mitanni intenta obtener los beneficios de esta situación durante su período de hegemonía, a lo largo del siglo XVI. En la primera mitad del siglo XV será Egipto quien intervenga más activamente en la región para obtener un consenso mediante el cual Mitanni conserva Alepo, Alalakh y el territorio de Nukhashe, mientras que la XVIII dinastía se ampara de Ugarit, Amurru, Qadesh y, naturalmente, los estados palestinos. No obstante, los avatares de las relaciones de las grandes potencias hizo cambiar frecuentemente las alianzas, de las que por obra parte estamos bien informados por las tablillas de las cancillerías.

La etapa final de este período está marcada por la profunda transformación que acarreará el movimiento de pueblos, arqueológicamente simbolizado en el paso de la Edad del Bronce a la del Hierro. En primer lugar habría que mencionar el proceso de instalación de los hebreos en Canaán, que conocemos con cierto detalle -magnificado por la fuente- gracias al relato bíblico. Seguramente en la época de Ramsés II ciertos trabajadores abandonaron Egipto y deambularon por el Sinaí y la zona septentrional de Canaán, hasta lograr un acceso por la milenaria ciudad de Jericó. Una vez allí establecidos llevarán a cabo un reparto del territorio, que han de compartir con los habitantes precedentes, de donde surgirá el germen del proceso de estatalización. Por obro lado, la mayor parte de los asentamientos costeros ve interrumpida definitiva o transitoriamente su vida como consecuencia de la denominada invasión de los Pueblos del Mar. En realidad se trata de un movimiento migratorio y pirático al mismo tiempo, conformado por una amalgama de desarraigados entre los que mayoritariamente habría micénicos. Entre los lugares que desaparecen, al margen del Imperio Hitita, se puede destacar Ugarit, el importante centro comercial que unía el Mediterráneo oriental con el Próximo Oriente y que había sido presa de las ambiciones de las grandes potencias por su caudal económico. Esta es la única ciudad de los cananeos marítimos, es decir, los fenicios del II Milenio, que no logra sobreponerse al golpe recibido, ya que fue abandonada por sus habitantes, indefensos al hallarse su ejército combatiendo con el de Tudhaliya IV.

Algo más al sur, se asentarán los peleset, el contingente mejor conocido de los Pueblos del Mar, mencionado en la Biblia como filisteos, que mantienen relaciones hostiles con los hebreos. También en la costa palestina se asientan los tjeker y los denyen, que aparecen citados en el "Cuento de Uenamón", un relato egipcio fechado hacia mediados del siglo XI. Otros grupos participantes en estas oleadas darían nombre a Sicilia (shekelesh), a Cerdeña (sherden), e incluso otras propuestas más discutibles aún intentarían demostrar el gran alcance del movimiento de población. No obstante, para la historia próximo-oriental resulta más importante atender a otro proceso demográfico de trascendencia indiscutible, como es el de la instalación de los arameos. Políticamente juegan un papel decisivo en el desfondamiento de los estados del Bronce Final y participan en la construcción del nuevo mapa del I Milenio. Pero desde el punto de vista cultural resultan quizá aún más destacables por el profundo proceso de arameización, que hará de su lengua el vehículo de comunicación predominante en el Próximo Oriente hasta el cambio de era. Además, la popularización de la escritura alfabética irá vinculada a la representación del arameo, mientras que las lenguas del II Milenio aún en uso, conservarán el cuneiforme como instrumento de representación; de ahí que el arameo encuentre un apoyo añadido a su éxito como lengua franca a lo largo del I Milenio. En cualquier caso, los arameos constituyen un elemento étnico nuevo en el Próximo Oriente, aunque está emparentado con las poblaciones nómadas conocidas por las fuentes del II Milenio como suteos, en la zona de Siria, y akhalamu en Mesopotamia septentrional. Su asentamiento no se produce sistemáticamente de forma violenta, pues conservamos referencias de tributos pagados a los monarcas asirios e incluso de su contratación como mercenarios. A partir de ahí comienzan procesos de mestizaje que varían en intensidad y efectos según las áreas, aunque su personalidad prevalecerá en la mayor parte de los territorios en los que se asientan. Hacia el 1100 los hallamos ya establecidos en el curso medio del Éufrates y a lo largo de los siglos IX y VIII se han expandido hasta Babilonia meridional y Elam, además de haber instalado sólidas dinastías en importantes ciudades de Siria.