Época: India
Inicio: Año 1660
Fin: Año 1789

Antecedente:
La India

(C) Antonio Blanco Freijeiro



Comentario

En la lucha por el poder se impuso al fin Aurangzeb (1658-1707) y con él la facción más integrista de la religión musulmana. Desde comienzos de su reinado intentó el ajuste de la vida pública a la austeridad y pureza islámica a través de la proclamación de numerosas leyes, como las prohibiciones de la bebida, la danza y la prostitución, y nombró un muhtasib, o censor de moral, para regular las transgresiones. Bajo su dirección se hizo un compendio de las leyes islámicas, Fatava-i-Alamgiri, para uso de los tribunales, aunque se permitió la legislación hindú para los que practicaban esta religión.
Pese a este atisbo de tolerancia, se endureció la situación de los hindúes, a los que se les prohibió el proselitismo y se les destruyó muchos de sus templos. Igualmente se restauró el impuesto discriminatorio sobre los hindúes, a los que también se les hizo pagar derechos aduaneros más elevados. El paso a la Administración y a la oficialía del ejército se les fue cerrando a los no musulmanes, que fueron desalojados de los altos cargos. Asimismo fueron perseguidos los musulmanes heterodoxos que seguían la doctrina de Akbar, teñida de hinduismo, así como los chiítas, abundantes en el Dekán y en la India occidental.

El integrismo de Aurangzeb, presente en todas las acciones de su vida, contó a su favor con el resentimiento existente en los círculos ortodoxos musulmanes, descontentos del carácter librepensador de Akbar y la consecuente pérdida de su importancia. El apoyo de Aurangzeb, por el contrario, desencadenó toda la hostilidad latente hasta desembocar en fanatismo.

La aplicación de esta política integrista en un lugar como la India, donde coexistían diversas religiones y donde el hinduismo era claramente mayoritario en algunas regiones, provocó necesariamente numerosos levantamientos y obligó al gobierno de Aurangzeb a continuas campañas de represión. Así, en la región de Bundelkhand la rebelión le llevó a la masacre de la secta de los Satnâmi y la destrucción de numerosos templos, incluido el de Mathura, una de las villas santas de los hindúes. Esto terminó de sublevar en 1669 a la población local campesina Jat, que mal que bien se mantuvieron insurrectos hasta la última década del siglo, obstaculizando la comunicación con el Dekán.

En la región del Punjab los problemas religiosos fueron causados por los sikhs, secta hindú nacida en eh silo XVI que predicaba el monoteísmo y la superación del régimen de castas. En la guerra de sucesión habían apoyado a Dara, que les prometía tolerancia religiosa, y por ello debieron sufrir las consecuencias de su derrota. La represión los transformó en un peligro real para la estabilidad del Imperio, al convertirse en una comunidad militar y guerrera que en defensa de su religión actuaba desde las montañas sobre los gobernantes de los alrededores. Los mogoles no les dejaron ampliar su campo de acción en las llanuras, pero al finalizar el reinado de Aurangzeb, en 1706, continuaban siendo un foco latente de resistencia y una amenaza real de expansionismo más allá de su reducto montañoso.

Las persecuciones religiosas contra el hinduismo, unidas al deseo de acrecentar el poder imperial en todo el territorio, consiguieron sublevar una vez más al Rajastán. Durante los reinados anteriores se había llegado a un compromiso con los príncipes rajastaníes, consistente en una total autonomía interna a cambio del reconocimiento del Gran Mogol como emperador y la prestación de ayuda militar. Aurangzeb, siempre celoso de aumentar su grado de control sobre el imperio, invadió Marwar en 1679, lo anexionó al gobierno central y le impuso una política de islamización. El levantamiento consecuente de los rajastaníes, ya descontentos de las medidas religiosas promusulmanas, duró hasta 1709, cuando el sucesor de Aurangzeb les devolvió la autonomía.

El problema del Rajastán se unió a otro que iba a tener mucha mayor trascendencia para la continuación del poder y la fortaleza del Imperio mogol, y que va a marcar el inicio de una decadencia irremediable, el enfrentamiento con los mahratas. Éstos se habían convertido en una verdadera potencia política y militar que actuaba en el sur y el oeste de la India y había extendido su radio de acción por todo el Dekán, facilitado todo ello por el descontento hacia Aurangzeb. Los mahratas eran pueblos de diversas estirpes, unidos por una lengua común que les daba identidad cultural y por una verdadera devoción religiosa hindú. Algunas de sus familias tenían grandes propiedades, conseguidas en el servicio administrativo y militar al imperio. Un miembro de una de ellas, Sivaji Bhonsle (1627-1680), logró crear en el sultanato de Bijapur, sede de sus amplias propiedades y cuya administración tenía encomendada su familia, un fuerte y militarizado Estado, que hacia 1648 era de hecho independiente. En 1674 fue coronado rey y proclamado defensor del hinduismo, lo que consiguió con tanta eficacia que se convirtió desde entonces en héroe y símbolo de la resistencia frente a cualquier poder no hindú. En 1681 la rebelión se extiende al Dekán, territorio donde el poder imperial tenía dificultades para mantenerse. La guerra abierta, acompañada de la actuación de las guerrillas mahratas, se alargó durante los últimos veinticinco años del reinado.

Cuando Aurangzeb murió en 1706, el Imperio estaba en clara descomposición. Los mahratas mantenían el Sur en perpetua insurrección imposible de controlar, y en el Norte, donde estaba el corazón del Imperio centralizado, la larga ausencia del emperador había fomentado el descontrol, la desunión y el aumento del poder de los funcionarios locales. La situación se tornó absolutamente irremediable. Así entra la India en el siglo XVIII, con el mantenimiento de una mera apariencia de autoridad centralizada y la efectiva parcelación de ésta en poderes locales.