Comentario
Charles de Secondat, barón de Montesquieu (1689-1755), es uno de los primeros y principales dirigentes de la Ilustración. Perteneciente a una familia de toga, heredó de su tío él titulo y una presidencia del Parlamento de Burdeos que ostentó hasta venderla en 1725. Cuatro años antes habían aparecido en Amsterdam, anónimamente, sus Cartas Persas donde critica a la sociedad francesa de la Regencia a la par que propone un modelo de democracia patriarcal basada en la virtud y ayuda mutua. Tal filosofía es muy distinta de la que hallamos en su principal obra: El espíritu de las Leyes (1748), escrita tras viajar por Europa y residir dos años en Inglaterra. Se inicia con un análisis de los gobiernos por épocas y países, distinguiendo entre su naturaleza y el principio que guía su actuación. De los tres tipos que revisa -república, monarquía, despotismo- su conocimiento de la experiencia inglesa y las tradiciones francesas le hacen elegir como el mejor una monarquía moderada con división de poderes: ejecutivo, legislativo, judicial. Ahora bien, aunque sus ideas en este punto se hicieron dogma, Montesquieu no les da el alcance que después adquirieron. Más que la separación de poderes, lo que preconiza es su armonía, su ejercicio equilibrado por parte de tres órganos y fuerzas sociales: rey, pueblo, aristocracia. Orgulloso de pertenecer a la nobleza, la considera el mejor pilar de la Monarquía y cree en su utilidad como cuerpo social intermedio lo mismo que los parlamentos, cuyas opiniones expresa. Ello unido a que identifica libertad con seguridad, niega el voto al populacho y expone los defectos del sistema parlamentario, van a convertir su obra en un arma también para la reacción.
Además de la ciencia política, la filosofía de la historia, asimismo, tiene deudas con Montesquieu. En sus Consideraciones sobre la grandeza de los romanos... (1734) habla, por vez primera, de la existencia de causas morales y físicas como los verdaderos determinantes del futuro de los Estados.
Si Montesquieu tiene por interlocutora a la nobleza, François Marie Arouet (1694-1778), más conocido por Voltaire, se dirigirá a la burguesía a la que pertenece y cuyas ideas e intereses defiende. Educado en los jesuitas, su espíritu le llevó a escribir obras filosóficas y literarias poesía, drama y ensayo-. Sus primeros escritos ya le supusieron prisión y dos exilios, cumplidos en Holanda, el primero, e Inglaterra, el segundo, que le sirvió para conocer el empirismo y decidir trasladarlo a Francia, convirtiéndose así en el gran promotor de Las Luces. Sus ataques a la religión, en nombre del sentido común, se hicieron y le hicieron famoso, lo mismo que el resto de sus ideas, difundidas con gran rapidez fuera de su país. Ellas le permitieron residir en la corte prusiana algún tiempo, cartearse con la zarina Catalina II y ser conocido al final de su vida como el rey Voltaire.
Las cartas filosóficas o cartas inglesas (1734) constituyen la primera expresión de su pensamiento social y político, sobre el que vuelve en el Diccionario filosófico, sus novelas -Cándido o el optimismo-, su correspondencia y sus comentarios contra la obra de Montesquieu. De ideas menos originales que éste, elogia la constitución y libertades alcanzadas en Inglaterra, pero, rico propietario burgués, prefiere un sistema con un régimen monárquico fuerte, sin cuerpos intermedios y en el que se respeten las libertades civiles, a las que fundamentalmente alude cuando habla de libertad, más que a las políticas. No cree en la igualdad, "la cosa más natural y la más quimérica", y considera beneficiosa la jerarquía social pues sólo la existencia de "una infinidad de hombres útiles que no posean absolutamente nada garantiza la pervivencia del género humano". Ahora bien, lo más novedoso del Voltaire político, lo que le diferencia del resto de los pensadores de su época, es el catálogo de reformas concretas que expuso y por las que batalló durante su vida, convirtiéndolo en lo que más tarde se llamaría un filósofo comprometido.
De origen más humilde, hijo de un herrero, Denis Diderot (1713-1784) va a ser la personalidad más desbordante de su tiempo y por la diversidad de sus intereses intelectuales, un auténtico enciclopedista. Como buen ilustrado cree en la evolución, el progreso, la posibilidad y el deber de transformar a los hombres, de construir la felicidad en este mundo. Políticamente, sólo le interesa la estabilidad del gobierno y el fomento de la actividad económica y artística. Aunque no lo era, fue acusado y encarcelado por ateísmo al publicarse su Carta a los ciegos (1749). Un año después iniciaría su gran obra: la dirección de La Enciclopedia. Para realizar el trabajo, Diderot consigue reunir a 130 colaboradores dentro de los cuales figuran: D'Alambert, al que corresponde escribir, entre otras cosas, el Discurso Preliminar del primer volumen, Buffon, Helvètius, Holbach, Quesnay, Turgot, incluso Voltaire y Rousseau. La aparición de los 28 volúmenes de que consta durará veintiún años, siendo interrumpida en dos ocasiones -1752, 1759- por las reacciones contrarias que provoca. Sólo los apoyos recibidos de Mme. Pompadour y de algunos altos miembros de la Administración, como Malesherbes, le permitieron llegar a buen puerto en 1772. Por su contenido, La Enciclopedia es una recopilación de las diferentes formas de pensamiento ilustrado, un himno al progreso científico y técnico, tanto como un excepcional exponente de las ideas de la burguesía francesa, sus audacias, sus limites. Los compradores de ella son, sobre todo, profesionales liberales y alto clero, junto con aristocracia terrateniente y dignatarios provinciales.