Comentario
Es posible que la continuidad política del reino asirio impidiera una acción más decisiva de los arameos en el norte mesopotámico, pues al desviarlos hacia el sur contribuían a una modificación sustancial de la estructura de la población en el mediodía, que padeció, además, el saqueo de las aldeas y la devastación de los campos. Las consecuencias de su acción se traducen, por una parte, en una crisis demográfica y la drástica reducción de la producción; por otra parte, la falta de excedentes debilitaba el poder central, hasta el punto que los monarcas tuvieron que instalarse al este del Tigris, buscando su seguridad en centros periféricos, lo que colapsaba la tradicional estructura económica de Babilonia. Naturalmente, el reflejo político de esta profunda crisis es la debilidad del poder central y las irregularidades de la sucesión dinástica. Ya a finales del siglo X se constata un cambio considerable, pues los arameos se han ido instalando paulatinamente en el territorio y al abandonar sus hábitos nómadas van restaurando el viejo sistema productivo, con la consiguiente recuperación económica y un importante cambio en la cultura popular, ya que el arameo se convierte en el vehículo de comunicación dominante y no sólo en Mesopotamia, sino que alcanzará a la totalidad del Próximo Oriente.
Desde el punto de vista cultural, uno de los principales focos de irradiación ahora será el sur mesopotámico, el llamado País del Mar, en el que la mayor parte de la población es caldea, instalada allí al menos desde la primera mitad del siglo IX y aunque no es segura su relación con los arameos, tienen una cultura próxima. Precisamente serán los dinastas del País del Mar quienes potencien la recuperación del poder central babilonio desde finales del siglo X, pero su tradicional conflicto con Asiria no le permite superar la relación de dependencia a la que se ve sometido por el poderoso aparato militar asirio. La toma de Babilonia por Shamshiadad V en 813 supone uno de los hitos de estas conflictivas relaciones, alimentadas desde el exterior por el apoyo del vecino estado de Elam a Babilonia. El transitorio vacío de poder será aprovechado por los caldeos, que jugarán así un papel decisivo en el desarrollo de la historia política. Un nuevo capítulo se abre con la conquista de Babilonia por Tiglatpileser III, que le permite coronarse rey en 729, integrando al estado rival en el sistema politico-administrativo que está creando.
Gracias al apoyo elamita, Asiria bajo el gobierno de Sargón II, pierde el control de la Baja Mesopotamia, donde un caldeo, el Merodach Baladán bíblico, se hace con el poder. De nuevo la ciudad es tomada por Senaquerib en 703, que instala en el trono a otro caldeo; pero una nueva sublevación obliga al monarca asirio a delegar el mando de Babilonia en su propio hijo, pero éste es capturado y eliminado en 694 por el rey de Elam. Tras cinco años de luchas, en 689, Senaquerib entra de nuevo en Babilonia y la arrasa. Su territorio queda bajo control asirio sin alteración hasta que Asarhadón divide el reino entre sus hijos en 670. En 652 se produce un enfrentamiento entre ellos, que se resuelve cuatro anos más tarde con la victoria de Assurbanipal, con lo que Babilonia pierde su autonomía, pero no su identidad cultural, que le servirá de referente para el renacimiento que experimenta poco después.
Sin duda, la intervención de los medos está estrechamente vinculada al fulgurante éxito de Babilonia. El fundador de la dinastía caldea, Nabopolasar (626-605), con ayuda de Ciaxares, pone fin al Imperio Neoasirio, a la vez que instaura los fundamentos del Neobabilónico. En el reparto de los despojos que se produce entre los dos monarcas tras la caída de Nínive, Nabopolasar obtiene todos los territorios de la llanura mesopotámica, sin que llegue a alterar el sistema organizativo establecido por los asirios. El heredero, Nabucodonosor (605-562), lleva a cabo interminables campañas contra las ciudades fenicias y el reino de Judá, con el objetivo de centralizar los beneficios de toda la economía próximo oriental en Babilonia. Y siguiendo el modelo asirio, intenta apoderarse de Egipto infructuosamente. Pero las revueltas de los territorios conquistados son permanentes e inefectivas las deportaciones de población, que no lograban la cohesión deseada por el poder central. La riqueza acumulada tras sus victorias sirvió para embellecer Babilonia y enriquecer a su clase dominante, pero no se consignó un equilibrio en la integración de las naciones sometidas, lo que significaba una peligrosa inestabilidad estructural para el Imperio.
En la corte se habían reproducido conflictos políticos enmascarados como querellas familiares, por lo que no es de extrañar que a la muerte de Nabucodonosor se produjeran intrigas palaciegas, con implicaciones militares y religiosas. La crisis dinástica termina conduciendo al trono a un jefe militar, Nabónido (556-539), cuyas inclinaciones por divinidades astrales provoca la oposición del clero de Marduk. Posiblemente a esa actitud contribuye la actitud imperial de someter a control la actividad económica de los señoríos sacerdotales. Pero al mismo tiempo se produce otro factor importante de índole internacional, pues Ciro consigue unir bajo su mando los reinos medo y persa. Y en estas circunstancias se produce una reacción insólita de Nabónido, a la que la historiografía no ha sabido dar respuesta satisfactoria. El monarca deja como regente en la capital al heredero Baltasar y durante más de cinco anos, probablemente diez, se instala en Taima, en la península arábiga. Se han dado justificaciones místicas poco convincentes y razones geoestratégicas no exentas de problemas. Es posible que la consolidación del Imperio Persa ahogara las relaciones comerciales de Babilonia con el Zagros y Anatolia y que por ello fuera necesario buscar la alternativa de la ruta arábiga o que, calibrado el peligro persa, se estuviera forjando un apoyo logístico en una retaguardia difícilmente alcanzable o interesante para los persas. Ignoramos si el regreso de Nabónido se produce por el fracaso del ensayo o por haber logrado la meta propuesta. En cualquiera de los dos casos, será Ciro quien demuestre hasta qué punto eran fallidos los cálculos de Nabónido, pues tres anos después de su regreso a Babilonia el Gran Rey entra en la ciudad sin resistencia y es aclamado liberador por el clero de Marduk, que presume ver restaurados sus privilegios por el persa que se declara ejecutor de la voluntad de Marduk. Nabónido fue hecho prisionero y pasó el resto de su vida en Carmania.
Por lo menos desde la creación del imperio territorial neoasirio, la afluencia de riquezas a la capital estaba garantizada por la fuerza militar. La organización administrativa facilitaba la concentración de las contribuciones fiscales y de los botines de guerra, de forma que Babilonia, al heredar aquel poder político, aseguraba el abastecimiento de recursos necesarios para afrontar dos fuentes de gastos esenciales: el ejército y las obras públicas. La potenciación de las ciudades genera un efecto similar al que habíamos mencionado en Asiria: un desequilibrio en la estructura demográfica, de forma que el mundo rural se iba despoblando y la agricultura empobreciendo a medida que se salinizaba el suelo, avanzaba la desertización, se enarenaba la costa del Golfo y se empantanaban grandes extensiones que anteriormente habían sido zona de cultivo. El abastecimiento de la población constituía, en consecuencia, un grave problema político que se intentaba paliar mediante la intensificación de la actividad comercial y la obtención de bienes alimenticios como botín de guerra. Pero la concentración del poder en la estructura imperial había conducido asimismo a la virtual desaparición de los pequeños propietarios libres. En cambio, a diferencia de lo que ocurría en Asiria, aquí no destacan grandes propiedades de funcionarios reales, sino los señoríos sacerdotales, es decir, latifundios pertenecientes a los templos, y, por otra parte, los grandes dominios regios. Esta estructura de la propiedad desarrolla la mano de obra servil, alimentada fundamentalmente por las deportaciones, a la que se añaden esclavos y asalariados. Los administradores no son ya propietarios, sino gerentes de los grandes dominios públicos.
Las transformaciones estructurales en el ámbito artesanal son más patentes, pues la aparición de corporaciones profesionales, verdaderos gremios, está vinculada a su independización material de los templos y de palacio, aunque su existencia sólo es posible a través de los mecanismos de regulación que éstos disponen. Algo similar ocurre -en una dimensión diferente- con el comercio. Las redes comerciales no pasan por Babilonia, por lo que esa actividad ha sido delegada en manos de algunos de los pueblos sometidos (fenicios, árabes, iranios, etc.), aunque el beneficio de su trabajo se concentre precisamente en la capital.
Y por el análisis que podemos realizar, la red comercial que se dibuja no es, por tanto, radial, con centro en Babilonia, sino de circuitos periféricos con ramificaciones centrípetas. Ahora bien, para el correcto funcionamiento de este sistema se requerían dos instrumentos básicos: un potente ejército y una férrea administración. Sin embargo, las divergencias entre la administración central y la provincial, del mismo modo que el poder fáctico del ejército, se convertían en fuerzas disgregadoras del poder despótico, de modo que la falta de cohesión entre estos factores, unido a los desequilibrios estructurales y la creciente potencia persa, constituyen las piezas clave para comprender el repentino desmoronamiento del Imperio Neobabilónico. Una vez más es la combinación de elementos internos y externos lo que nos ayuda a comprender el proceso de tránsito de una formación histórica a otra. La desestructuración neobabilónica será aprovechada por una potencia capaz de reproducir el sistema con las modificaciones concernientes a su propia idiosincrasia y a la necesidad de perpetuación.